Caza de brujas


Mari Cruz Garrido Pascual

Pero las ancestrales reuniones femeninas para festejar los ciclos vitales, los solsticios, con su consiguiente despliegue de vitalidad y sensualidad fueron progresivamente criticadas por los moralistas de la época, como Santo Tomás, Isidoro o Leandro de Sevilla, para ser después censuradas y finalmente prohibidas, como en el Concilio de Elvira (año 300-306) o el Concilio de Zaragoza (año 380) donde: “Se les prohíbe a las mujeres asistir a reuniones y juntarse entre ellas con otro fin que no sea el de la labor doméstica”
Los decretos explícitos en contra de la danza profana fueron incesantes por parte de la iglesia en sucesivos concilios. Incluso llegaron a recibir condena papal, como la de León IV. Sus argumentos eran que “la danza es el círculo en cuyo centro es el diablo y conduce a todos al mal”
Legislada y decretada la estancia en el ámbito doméstico y prohibida la danza que no fuera exclusivamente religiosa las mujeres siguieron con sus antiguas prácticas en la clandestinidad. No hace falta mucho para deducir que la clandestinidad se busca siempre en la noche y fuera de los núcleos urbanos, a ser posible en el bosque, que, como sabemos, ofrece refugio seguro. Y que un grupo de mujeres medievales bailando de noche en un bosque es enseguida sospechoso de brujería.
No debería ser así, pero fue, porque el sistema político, heredado del derecho y la manera romana, alimentado por la misoginia explícita de que impartía en las universidades y una ideología religiosa jerárquica, terminó configurando el pensamiento colectivo que finalmente desembocó en una persecución organizada sin precedentes. Las mentes enfermas de inquisidores, alimentadas por una misoginia absolutamente incontestable, autorizada y extendida, acabaron por dislocar el sentido verdadero de esas festividades, tachándolas de brujería.
(…)
Tampoco debemos olvidar que las cazas de ‘brujas’ más sangrientas se dieron coincidiendo con levantamientos de campesinos contra el régimen feudal. Según Barbara Ehrenreich y Deirdre English la capacidad de convocatoria de las mujeres en el bosque era muy alta, donde a la luz del fuego y en grandes corros daban mítines y proclamas que animaban a los campesinos a rebelarse contra el sistema, y a las mujeres a hacer lo propio contra su represión particular. Denuncian estas autoras la acción planificada de la jerarquía política y eclesiástica contra las mujeres en el período medieval , que, basándose en el famoso ‘Malleus Malleficaru’ de Sprenger y Kramer, estableció el terror entre la población campesina; un terror cimentado en la denuncia y tortura para, en realidad, acabar con la clase médica popular, constituida mayoritariamente por mujeres pobres y analfabetas que, sin embargo, practicaban la medicina ancestral heredada de manera oral y práctica. Estas mujeres tenían un poder personal, y su destrucción significaba el traspaso de ese poder a manos de los hombres cultos y acomodados.
El feminicidio masivo que realizó la Inquisición tuvo una consecuencia socioeconómica directa que no debemos obviar: la creación de una nueva clase médica, regida por hombres con prestigio universitario y posibilidad de recibir honorarios elevados.

Extraído del libro ‘El corro de las niñas. El círculo de las mujeres’ de Mari Cruz Garrido Pascual - 

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