La Tierra sin abejas. Un funeral sin flores


“Si las abejas desaparecieran de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida; sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres”. La contundente frase atribuida a Albert Einstein, muy poco propenso a predicciones apocalípticas, es actual en momentos en que ha desaparecido del mundo el 80 por ciento de las abejas silvestres y el 90 por ciento de las domésticas.
Dos congresos recientes de apicultores celebrados en Europa para tratar de entender y afrontar una situación para la que no estaban preparados, concluyó que dado que las abejas no han desaparecido del todo, los cuatro años de Einstein podrían estirarse hasta 20. Otros son un poco más generosos: 40 años para el mundo “como lo conocemos”. Después, un funeral sin flores.
La ciencia financiera se muestra como es
Para el primer responsable, hay que atesorar oro o semillas. El capital financiero, siempre tan calculador, no ignora el peligro y ha hecho llegar sabias recomendaciones a los inversionistas: “invertir en oro o en semillas de maíz (transgénico) ante posibles alteraciones severas que puedan derivar en una recesión económica por la ruptura de la cadena alimenticia”.
También hay recomendaciones, un poco alucinadas, de aprovechar “oportunidades de negocios” invirtiendo en semillas transgénicas capaces de resistir la hecatombe climática.
Estas ideas, que no tratan de evitar la hecatombe sino de aprovecharla con intención crematística, prosperan en las grandes ciudades, donde residen los financistas y todo se ha vuelto artificial, hasta el pensamiento.
Plaguicidas y parásitos
No están todavía del todo claras las razones de la extraordinaria mortandad de las abejas, pero hay un sospechoso fuerte: los neonicotinoides, unos insecticidas desarrollados recientemente que atacan el sistema nervioso y matan a los insectos con la finalidad de proteger de ellos los sembrados.
Otro sospechoso es un parásito que ataca el aparato digestivo de las abejas, que no libera no obstante de responsabilidad de la agricultura moderna porque está demostrado el efecto del insecticida y su acción mortal a pequeñas dosis sobre insectos y pájaros.
Guerra nuclear por las abejas
Mientras es cada vez más claro en extremo peligro que enfrentamos, la locura moderna no cesa, alimentada por la codicia hiperbólica de las corporaciones mundiales de biogenética, en particular Monsanto, Syngenta y Bayer, que ha llevado incluso a amenazas de guerra nuclear. Recientemente se reunieron el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el vicepresidente de los Estados Unidos, John Kerry, y las abejas zumbaron en la reunión.
Putin se manifestó “extremadamente indignado” por la protección continua que el presidente Barack Obama dispensa a Monsanto y Syngenta, hasta llegar a lo que se llama “Acta de protección de Monsanto” contra cualquier demanda que se le pueda formular en los tribunales por los efectos de sus productos en la salud de la población.
En esa reunión, los dirigentes del Kremlin hablaron de “apocalipsis de las abejas” que como vemos no se limitará a ellas sino se extenderá a otros seres vivos, y de la seguridad del estallido de una guerra nuclear en el caso de que la cuestión tome el rumbo más temido.
La indignación de Putin se debía a que estando ya Kerry en Rusia, supo que Obama se negaba a tratar la cuestión de las abejas sin ignorar todo lo que hay detrás de ella, porque al parecer su condición de “presidente rehén” del poder financiero, que lo obliga a cada paso a desdecirse de sus promesas preelectorales, puede más que todo.
Por lo pronto, el principal riesgo es que la merma de las abejas, hecho mundial indiscutible, ponga en peligro la producción de alimentos y haga caer el hambre, la vieja maldición, sobre toda la humanidad.
Ya se comienza a ver que la “revolución verde” no sólo no aumenta la producción de alimentos sino que empobrece la tierra, crea desiertos y prepara un futuro oscuro.
Para los rusos, y para especialistas de todo el mundo que Monsanto y Obama se niegan a oír, los neonicotinoides están matando las abejas. Se trata de insecticidas con que se riega generosamente los cultivos, los más usados actualmente, con estructura química similar a la molécula nicotina y efecto sobre el sistema nervioso de los insectos.
La Unión Europea prohibió provisoriamente los insecticidas capaces de matar las abejas siguiendo el ejemplo de varios de sus países que ya lo habían hecho.
Las abejas
Hay casi 20.000 especies de abejas o “antófilos”, palabra griega que significa “que ama las flores”. Son insectos himenópteros dentro de la súper familia apoidea.
Se las encuentra en todo el mundo en los hábitats donde hay plantas con flores. Se alimentan de polen y néctar; el polen es alimento para las larvas y el néctar, material energético.
Es muy conocida la abeja doméstica, Apis mellifera, insecto social que vive en enjambres, aunque la mayoría de las demás especies son solitarias. Los abejorros, como el mangangá, (xylocopa augusti) son semisociales o solitarios, no forman colonias grandes ni duraderas como la abeja doméstica.
La abeja más antigua conocida, preservada fósil en ámbar, tiene 100 millones de años y era parecida a las avispas.
Los primeros polinizadores fueron los escarabajos y las moscas, pero la especialización de las abejas las llevó a ser más eficientes. Las plantas con flores o angioespermas, de las que hay unas 400.000 especies, surgieron rápidamente hace unos 130 millones de años, cuando todavía no existían abejas pero sí otros insectos polinizadores.
Es posible que, de continuar la “revolución verde” y sus efectos colaterales, una historia que se inició hace 100 millones de años, cuando el homo sapiens no estaba ni en proyecto y en el mundo animal reinaban los dinosaurios, esté por terminar con consecuencias muy negativas para el resto de la vida por obra de un recién llegado que cree saber y poder todo.
¿El apocalipsis comenzó en 2006?
En 2006 los apicultores comenzaron a notar que las abejas morían, o mejor, desaparecían. En una conducta atípica, las obreras abandonaban la reina y volaban hasta morir lejos.
Al principio no había explicación para lo que se llamó “el colapso de las colonias”, que ya provocó la pérdida del 90 por ciento de las colmenas en los Estados Unidos.
Las conjeturas se dirigieron al calentamiento global como responsable de la mortandad, otros hablaban de los pesticidas sistémicos y algunos responsabilizaron a los teléfonos celulares y a la posibilidad de que la multiplicación de señales electrónicas desorienten a las abejas.
Pero poco a poco la atención se fue dirigiendo a los agrotóxicos y neurotóxicos, y dentro de ellos a los neonicotinoides que Syngenta, Monsanto y Bayer comercializan en todo el mundo para tratar las semillas modificadas genéticamente.
Como consecuencia no sólo comeremos menos miel, lo que nos afecta poco a los argentinos, que no tenemos costumbre de ingerirla sino ocasionalmente, al punto que el 90 por ciento se exporta.
Lo grave es que las abejas son irreemplazables en la cadena biológica, son un factor decisivo en la polinización y en la producción de casi todo el alimento de hombres y animales.
En el mundo la agricultura depende en el 70 por ciento de los pequeños insectos y el 84 por ciento en Europa.
Si las abejas desaparecieran se produciría una catástrofe alimentaria global, con gran subida de precios de los alimentos, una buena noticia para Monsanto y Syngenta.
Si además consideramos el efecto de la polinización en la vida de las selvas y bosques, el apocalipsis implícito en las palabras atribuidas a de Einstein se vuelve una posibilidad palpable.
Lo que oculta la “revolución verde”
Los neonicotinoides son los insecticidas más usados en el mundo. La nicotina es un veneno potente que usa como defensa la planta del tabaco. Pero en la naturaleza es preciso que los pájaros y los insectos lleguen hasta la planta para sentir los efectos del veneno.
Con la producción en gran escala de productos de efectos similares o más potentes, se ha multiplicado enormemente el riesgo, roto el equilibrio que la naturaleza alcanza por sí sola cuando no es perturbada por acciones humanas calculadas con el solo fin del lucro, presentadas como la cima de la racionalidad.
Un reciente informe de la American Bird Conservancy (ABC), de los Estados Unidos, advierte el peligro mundial con claridad: “como parte de un estudio sobre los efectos del tipo de insecticidas más utilizado en el mundo, los neonicotinoides, la American Bird Conservancy (ABC) ha hecho un llamamiento a su prohibición para tratar semillas, así como para la suspensión de todas las solicitudes a la espera de una revisión independiente de los efectos de dichos productos en las aves, invertebrados terrestres o acuáticos y el resto de animales salvajes”.
“Está claro que estos químicos tienen potencial para afectar a toda la cadena alimentaria. La persistencia en el ambiente de los neonicotinoides, su propensión a los vertidos e infiltraciones en las aguas subterráneas, así como su modo acumulativo y en gran medida irreversible de actuar en los invertebrados, plantea problemas ambientales significativos”.
Un informe de 100 páginas encargado por la ABC al toxicólogo ambiental Pierre Mineau, revisa 200 estudios sobre los neonicotinoides.
El informe evalúa el riesgo toxicológico para las aves y los sistemas acuáticos e incluye comparaciones extensas con otros pesticidas anteriores que han sido sustituidos por los neonicotinoides. La evaluación concluye que los neonicotinoides son letales para las aves y para los sistemas acuáticos de los que dependen.
El resultado es que un solo grano de maíz recubierto de neonicotinoides puede matar un pájaro. Un grano de trigo o colza tratado con el más antiguo de los neonicotinoides –llamado imidacloprid– puede envenenar fatalmente a un ave.
“Tan sólo una décima parte de una semilla de maíz recubierta de neonicotinoides al día durante la época de incubación puede afectar a la reproducción”.
Este informe permitió a apicultores y medioaombientalistas demandar al régimen de Obama, que no escucha más opiniones que las de Monsanto. El régimen, que afronta ahora serias denuncias de espionaje, ha colocado a agentes de las multinacionales de la biotecnología en los organismos de control.
Casi de la misma manera, la financiera Goldman Sachs puso hombres suyos en los gobiernos de Grecia e Italia para cobrarles una deuda que nadie verificó; pero que Goldman ayudó a crear.
La raíz del problema está en el sistema agrícola mundial fundado en “monstruos”, que son las semillas genéticamente modificadas. Monsanto, mediante leyes similares a las que se están por aprobar en Chile y en breve se propondrán también en la Argentina, pretende obligar a los agricultores a comprar sus semillas, y encarcelarlos sólo por conservar para la siembra semillas de la cosecha anterior, como se viene haciendo desde el Neolítico.
La situación es grave por donde se la mire: se trata de instaurar una nueva esclavitud, esta vez de empresas todopoderosas que cuentan con un respaldo de los gobiernos que hasta hace poco hubiera parecido imposible.
Monsanto no puede ser llevada a los tribunales, dispone en algunos países de una policía de semillas que le permite allanar los graneros para descubrir el “crimen” de conservar semillas y no comprárselas a ellos y ha conseguido que el gobierno de los Estados Unidos ponga sus gerentes en las instituciones de control, para garantizar ya sea el informe favorable o la impunidad.
Ante la evidencia de los problemas que había suscitado, Monsanto obtuvo del poder político un acta que le garantiza que los estadounidenses no podrán recurrir contra ella cuando caigan enfermos y muchos mueran como consecuencia del mayor desastre agrícola de la humanidad, que anuncia en silencio otro, provocado por la muerte de las abejas.
En la Argentina, la angurria inagotable de los sojeros, sumada a su ceguera a corto plazo, ha obtenido que puedan sembrar la oleaginosa incluso en las banquinas de las rutas, que antes debían permanecer despejadas.
Además, riegan con pesticidas las casas y las escuelas rurales, sin cumplir ninguna norma, antes bien burlándose de ellas como quienes conocen su impunidad, amparados por la vista gorda de las instituciones públicas que debieran controlarlos.
La siembra en las banquinas, que enorgullecía a las autoridades viales que pensaban favorecer la producción, dejó a las abejas sin una franja de plantas y flores naturales y las arrinconó en los montes, que están siendo arrasados para sembrar soja de modo de completar el cerco. Todo a favor de la usura, que es muerte rápida, y nada para las abejas, que son vida.
Como muestra de la gravedad que está tomando el problema, la revista Discover informó que en el invierno pasado en el Valle Central de California no hubo insectos suficientes para polinizar los 800.000 acres de almendros, y los agricultores debieron importar precipitadamente abejas de Australia.
La polinización
La polinización es la transferencia del polen de los estambres al pistilo, es decir, de los órganos masculinos a los femeninos de las flores.
Las abejas, los abejorros, las mariposas, algunos pájaros y otros insectos participan de la polinización; pero el polen tiene otras formas de fecundar, por ejemplo a través del viento o del agua, como es el caso de la gramilla y las coníferas.
Por eso las abejas son imprescindibles en el caso de flores que tienen polen viscoso o pesado, que no puede ser despegado ni trasladado por el viento.
La polinización puede ocurrir dentro de la misma flor o entre flores diferentes
Algunas plantas pueden reproducirse por otros sistemas, por ejemplo mediante esquejes o trozos del organismo de la planta capaces de regenerar todo el cuerpo, produciendo un “clon” de la planta original.
El polen puede llegar a las flores llevado por el viento, por el agua o por los animales. En este caso de fecundación “entomófila”, que es el más eficiente y frecuente, están las abejas.
Las flores, con su aroma y sus colores, no están hechas para nosotros sino para atraer a los polinizadores y de hecho tienen colores que nosotros no vemos, pero sí ven las abejas y las mariposas.
Como polinizadora, la abeja melífera es la más eficaz, sobre todo entre las plantas de interés agrícola. Hace años de cada cien insectos visitadores, las abejas eran entre 70 y 80; pero ese porcentaje había trepado el 95% debido a la merma de las especies polinizadoras salvajes.
La conducta social de las abejas les permite superar el frío del invierno y tener energía para polinizar tan pronto llega la primavera. Una colonia mediana de abejas tiene unas 50.000 obreras.
La mayoría sale cada día a buscar polen y néctar, visitando diariamente hasta 50 flores cada insecto. Esto implica millones de flores visitadas por día, alrededor de una superficie 700 hectáreas por colmena. Un kilogramo de miel surge de centenares de miles de libaciones de néctar por las abejas.
La gran capacidad de adaptación de la abeja a cualquier tipo de flora es otro punto a su favor, y más aún al estar combinada con su fidelidad a una especie vegetal dada, pues cuando las abejas han elegido una especie, trabajan con ella hasta que agotan sus reservas de néctar y de polen. De hecho, los granos de polen que transportan en sus patas son, en el 90 por ciento de los casos, de una sola especie.
La agricultura moderna, que está matando a las abejas, depende de ellas más que la anterior, porque se basa en monocultivo y en cultivos protegidos.
Al principio, el uso intensivo de agrotóxicos mató a los abejorros, a las abejas solitarias, a las avispas y a otros insectos polinizadores, pero ahora está matando rápidamente también a las abejas.
Las abejas fueron tradicionalmente estimadas por sus productos: la jalea real, el propóleo, la miel y la cera, pero luego fueron valoradas ante todo por su capacidad polinizadora, justamente lo que están destruyendo los mismos que las valoraban.
En Estados Unidos, el cálculo era que los beneficios de la polinización eran entre 100 y 1.000 veces mayores que la renta de la miel y los otros productos de la colmena. Algo similar se calculaba en Italia.
En algunos frutales a los que experimentalmente se impidió la visita de abejas, la producción de frutas fue apenas del dos por ciento de lo esperado, debido a que solo el viento actuó como polinizador.
Se estima que la actividad económica que producen las abejas con su actividad polinizadora es de unos 10.000 millones de euros.
El Nosema ceranae
Las abejas no son un grupo más de animales en peligro de extinción, porque si desaparecen ponen en riesgo el resto de la vida en la tierra. Su merma se debería por lo que sabemos hasta ahora a los neonicotinoides y también a un parásito llamado ‘Nosema ceranae’, que incide en la mortandad y en la disminución de la producción de las colmenas que sobreviven.
En España han establecido que las colmenas están afectadas por el parásito, pero recomiendan no usar neonicotinoides.
El problema se resume en que de los 100 cultivos que proporcionan el 90 por ciento de los alimentos del mundo, más del 70 por ciento son polinizados por abejas.
El Nosema Ceranae mata a las abejas y favorece otros factores letales para estos insectos, como el ácaro parásito Varroa, que afecta a las colmenas en Entre Ríos.
También hay otros parásitos que podrían estar haciendo su parte, como un pequeño escarabajo que daña las colmenas, que a favor del ataque con pesticidas estaría causando ahora más daños que antes.
Por otra parte la creciente contaminación del aire reduce el alcance de los mensajes químicos que emiten las flores por lo que a las abejas y a otros insectos polinizadores les cuesta más localizarlas. Si las abejas no encuentran las flores no comen bien, y si las flores no son halladas por las abejas no se reproducen.
Por su parte, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza estima que más de 20.000 especies de plantas podrían desaparecer debido a la crisis de los polinizadores.
Como corresponde a gentes ocupadas solamente de aquello que puede rendirles alguna ganancia, los estudios se han centrado en la apis mellifera, la abeja común, pero poco saben delas especies que no tienen utilización comercial.
De todos modos, se echa de menos en Colombia la grave merma de abejorros porque son importantes polinizadores de plantas de la región andina.
Las sospechas sobre los neonicotinoides se concretaron en la década de los 90, cuando algunos apicultores franceses notaron que las abejas que se alimentaban de flores rociadas con Imidacloprid se volvían lentas y menos productivas.
El imidacloprid es un neonicotinoide que fue estudiado luego en Harvard, donde corroboraron en el laboratorio lo que notaron los apicultores franceses.
Otros estudios revelaron que en el polen recolectado por las abejas había altos niveles de neonicotinoides y otras toxinas químicas, lo que llevó a la prohibición preventiva por dos años en Europa de esa clase de plaguicidas.
El parásito, por su parte, pudo haber aprovechado la debilidad de las abejas para aumentar su virulencia. Chupa la hemolinfa, equivalente a la sangre del insecto y lo debilita dejándolo a su vez más expuesto a los insecticidas.
En la Argentina el Inta hizo algunos experimentos para determinar cómo sería un mundo sin abejas. El ingeniero agrónomo Salvador Sangregorio y sus colaboradores, de Inta Alto Valle, demostraron que los árboles aislados de las abejas desarrollaban muy pocos frutos.
Particularmente, ensayos sobre árboles de peras de la variedad Abate Fetel, se determinó que la producción cayó el 40 por ciento. Lo mismo ocurrió con otros cultivos como almendros, colza y vicia.
La doctora Marina Basualdo, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Veterinarias de Buenos Aires expresó: “un tercio del alimento que se consume en el mundo depende de la polinización por abejas para su producción”. “Se debe concientizar a los diferentes actores involucrados en los sistemas productivos de las amenazas que perjudican a las abejas y consecuentemente la producción de alimentos”.
El modo de acción de los neonicotinoides es similar al de los insecticidas derivados de la nicotina, que actúa en el sistema nervioso central.
En insectos, los neonicotinoides causan la parálisis que llevan a la muerte, frecuentemente en pocas horas. Sin embargo son mucho menos tóxicos para los mamíferos. Debido a que los neonicotinoides bloquean una ruta neuronal especifica que es más abundante en insectos que en mamíferos de sangre caliente, estos insecticidas son por tanto selectivos frente a insectos en comparación con los mamíferos.
Estos venenos actúan sobre un lugar especifico, el receptor de acetilcolina nicotinico postsináptico, y no existe registro de resistencia cruzada con los carbamatos, organofosforados, o pyretroides sintéticos, dato importe en la resistencia a los insecticidas. Como grupo son efectivos contra insectos chupadores tales como los Aphididae, pero también contra Coleoptera y algunos Lepidoptera.
El Imidacloprid es posiblemente el insecticida de uso más extendido en el mercado global. Actualmente se aplica al suelo, semillas, madera y pestes animales, como también en tratamientos foliares en cultivos como cereales, algodón, granos, leguminosas, patatas, arroz, es sistémico con particular efectividad contra insectos chupadores y tiene un efecto residual largo.
Conclusión
La tierra está amenazada por la actitud desconsiderada y arrasadora que viene asumiendo cada vez más humanidad hacia la naturaleza, de la que se cree dueña con derecho a uso y abuso.
Las sabidurías tradicionales condenan específicamente este punto de vista. Los Hopi del Gran Cañón del Colorado, por ejemplo, entienden que los severos problemas que enfrenta toda la vida sobre la tierra, incluido el hombre, “es una advertencia de que el tiempo de destrucción está cerca; no podemos escapar más”.
Para ellos, el error inicial de los pueblos modernos es que no tienen ningún título real sobre la tierra. Construyen su poder mediante recursos tomados por la fuerza, que luego usan para generar más poder y tomar seguidamente más recursos: una espiral que terminará triturando todo.
La previsión de los Hopi es que un poder así construido se desmoronará y los occidentales “pronto verán qué poco poder y autoridad tienen en realidad. Esperemos que atiendan a nuestras advertencias por su propio beneficio”.

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