21 de septiembre, Nueva York, Marcha de los Pueblos por el Clima



Un ecosuicidio (científicamente) anunciado que exige urgentes acciones ecosocialistas

Salvador López Arnal
El Viejo Topo

Para Carlos Valmaseda, por su insumiso saber científico, por su permanente interés ecologista y por su castellano cervantino.

Primer escenario. Dos equipos científicos independientes publicaron en mayo de 2014 sendos artículos en Science y Geophysical Research Letters. Trabajando sobre la misma zona de la extensa región de hielo de la Antártida occidental - seis glaciares, el Thwaites de 610 mil km2-, llegaron a idénticas conclusiones: el colapso glaciar parece inevitable y el proceso puede acelerarse en el futuro. Eric Rignot, autor de uno de los trabajos, afirma: “ese sector de glaciares será el que más contribuya al aumento del nivel del mar en las próximas décadas y siglos… El hielo que se descarga en el océano estuvo incrementándose continuamente durante más de 40 años”. Los glaciares seguirán derritiéndose hasta que desaparezcan. El que reaccionen casi simultáneamente muestra una causa común: el aumento de las temperaturas en el océano.
La fusión del hielo en esta y en otras zonas de la Antártida (134.400 millones de Tm, 3.000 millones y 23.000 millones en la Antártida occidental, Oriental y en la península respectivamente) es mucho más rápida de lo que se creía. La principal causa desencadenante es el flujo de aguas más calientes, con cambios en los regímenes de los vientos, en torno al continente blanco, un flujo que va lamiendo poco a poco el borde de los glaciares haciéndolos más frágiles. Sólo el derretimiento de los glaciares estudiados -¡no se consideran el resto de los glaciares, los hielos del Ártico (a mediados de siglo estará libre de hielo en verano con la pérdida de más del 90% de la superficie helada), los de la propia Groenlandia!- es suficiente para elevar el nivel de los mares 1,2 metros.
Segundo escenario: la franja tropical de la Tierra es cada vez más ancha. La frontera entre los trópicos y las latitudes medias, definida por los regímenes específicos de vientos, se están expandiendo hacia latitudes cada vez más altas. La frontera con las latitudes medias significa los grandes desiertos tórridos del planeta. Las regiones de las latitudes subtropicales se están desertizando con cambios sustantivos en los regímenes de precipitaciones y con tendencia a sufrir sequías más frecuentes. El Suroeste de USA, el sur de Australia, el norte de China, el Mediterráneo, el Altiplano sudamericano son zonas afectadas. Desde 1979, sumando ambos hemisferios, el cinturón atmosférico tropical se ha ensanchado entre 225 y 530 km, entre medio grado y un grado de latitud por década. Con toda la prudencia necesaria, numerosos científicos sostienen que el calentamiento global inducido por la acción humana es la causa de esta expansión tropical. Con palabras de Manuel de Castro: “A mediados de siglo las evidencias del cambio climático, en aspectos que ahora pueden no ser visibles serán incontestables.” Con consecuencias de todo tipo: sufrimientos, muertes, migraciones y costes económicos que en el caso de nuestro país puede alcanzar el 10% del PIB a finales de siglo.
El poliedro del desastre ambiental mil veces anunciado presenta muchas más caras. La influencia humana sobre el medio no representa ninguna novedad. Vivimos modificando continuamente nuestro entorno como otras especies vivientes. Algunas, hace mucho tiempo, polucionaron su ambiente con oxígeno. Nosotros existimos gracias a ello. Lo que representa una verdadera novedad es la escala de esta influencia, muchísimo mayor hoy que en el pasado. Aunque habite el olvido en un asunto tan elemental, y esencial a un tiempo, hay límites en la capacidad del medio de absorber las agresiones y productos tóxicos de desecho realizados y generados por lo que, impropiamente, llamamos “civilización industrial” o, en ocasiones, “(incivilizada) civilización capitalista”. Los millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) que hemos liberado a la atmósfera con la combustión de combustibles fósiles -lo ha explicado y denunciado entre muchos otros Richard Heinberg- están haciendo que cambie el clima y los océanos se acidifiquen hasta el punto que numerosos científicos y ecologistas creen que, por la escala del impacto colectivo, la Tierra ha entrado en una nueva era geológica: el Antropoceno, como apuntó hace años Ramón Fernández Durán [1].
Son las emisiones de dos gases del efecto invernadero las causas fundamentales del calentamiento: el CO2, que no abunda en la atmósfera de forma natural, y el metano. El primero es más importante. En toda la historia conocida del planeta, cuando más dióxido ha habido en al aire más alta ha sido la temperatura. El CO2, que permite el paso de la radiación solar, impide también que una parte de la radiación terrestre regrese al espacio. La radiación queda atrapada en forma de calor y hace que nuestro planeta se caliente. Son 2,1 partes por millón (ppm) de promedio las moléculas de dióxido que agregamos a la atmósfera anualmente; permanecen en ella entre 100 y 200 años.
Desde que nuestra especie empezó a quemar gas natural, carbón y petróleo en grandes cantidades, el dióxido ha pasado de 280 a 385 ppm. Es el mismo nivel de incremento experimentado por la Tierra en el paso de las edades de hielo a los períodos cálidos. El CO2 es responsable del 70% del calentamiento producido por la actividad humana, frente al 13% del metano. El crecimiento agrícola, la explotación de la tierra y la producción, procesamiento y trasporte de todo lo que consumimos están cambiando el clima. No hay dudas científicas (no subvencionadas) de ello. 1998 fue el año más caluroso que se había conocido hasta el momento. Entre 1998 y 2013 se han registrado los diez años más calurosos. El clima, para la supervivencia no salvaje ni terrorífica de nuestra especie, nos tiene que ser afable.
Tres informaciones recientes sobre el problema dan luz a la temática. El compromiso medioambiental para 2030 aprobado en Bruselas en enero de este 2014, interpretado de forma generalizada como un paso atrás en el compromiso europeo en materia del cambio climático; el último informe del IPCC, el panel de expertos de la ONU, aún más trágico-pesimista que los anteriores, y el estudio estadounidense elaborado durante cuatro años por más de dos centenares de científicos/as y varias agencias gubernamentales. De este último ha comentado John Holdren (Oficina de Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca): “Ya no estamos hablando de una realidad futura…. [el nuevo informe] es el más exhaustivo y con mayor autoridad sobre como el cambio climático está afectando a EEUU y lo hará en el próximo siglo. El cambio climático afecta a todas las regiones del país…” [2].
Ejemplos de esto último. En 2012, el año del huracán Sandy (con un coste económico calculado de unos 47.000 millones de euros), la región central de USA fue víctima de una de las peores sequías de su historia (21.500 millones de euros de pérdidas): un tercio de la población experimentó temperaturas por encima de los 38 grados durante más de 10 días y se batieron 356 récords de temperatura en todo el país. Durante las últimas cinco décadas las precitaciones torrenciales han aumentado un 71% en la región del noreste, un 37% en el centro del país y un 27% en el sur. Las altas temperaturas –una subida media de 1 grado en los últimos 100 años- pueden ascender a 4,5 grados a finales del siglo. ¡Un incremento del 350%!
El informe sostiene que el mayor –no el único- desafío al que se enfrenta EEUU es la subida del nivel del mar en la costa Este. Miami es ilustración de este escenario inhóspito. Ya no será ciudad cuando finalice el siglo XXI, será una ruina hundida en el Atlántico como consecuencia del paulatino ascenso de las mareas. Ante las inundaciones que padece Miami y media docena de condados del Sur de Florida, esta imagen futurista-apocalíptica cobra fuerza. El coste de no actuar será entre cuatro y diez veces superior a invertir urgentemente en medidas de mitigación de los efectos del cambio climático. Mitigación, no total erradicación de causas.
La situación no sólo afecta a Estados Unidos. Otras ilustraciones de desastres medioambientales en 2010 [3]:
Enero: un terremoto en Haití, con su epicentro a 25,6 km de la capital Puerto Príncipe, dejó 230.000 muertos, 300.000 heridos y 1.000.000 de personas sin hogar.
Febrero: las tormentas golpean Europa. Las inundaciones en Portugal y los deslizamientos de tierra mataron a 43 personas; en Francia hubieron al menos 51 víctimas.
Mayo: las peores inundaciones en China en más de una década exigieron la evacuación de unos 15 millones de personas.
Julio-agosto: las inundaciones en Pakistán sumergieron una quinta parte del país y mataron, hirieron o desplazaron a 21 millones de ciudadanos. El peor desastre natural en el Sur de Asia en décadas.
Julio-agosto: incendios en Rusia. La ola de calor y la sequía provocaron miles de muertos y un gran desastre en los cultivos. El peor en la historia reciente del país.
No es necesario continuar. El modo civilizatorio capitalista presenta rasgos diversos y nada afables desde una perspectiva humanista, informada y crítica, no necesariamente socialista. Admitamos, sin reducir nuestra indignación, que algunos de esos rasgos no son globalmente suicidas. Empero, las coordenadas del desastre adquieren a veces dimensiones planetarias: contaminación atmosférica (unos 2 millones y medio de personas mueren prematuramente por ella [4]), deforestación, destrucción y toxicidad del hábitat marino (el mercurio y los atunes por ejemplo [5]), numerosas especies vivas están en peligro de extinción (rinocerontes y elefantes entre ellas), los graves peligros de la industria nuclear para el medio ambiente y la salud humana y el problema no resuelto de los desechos radiactivos [6], la cada vez más alarmante crisis energética (el pick oil es uno de sus principales nudos). Etc.
La mayoría de los representantes, portavoces e intelectuales orgánicos del capital, con algunas excepciones que merecen ser reconocidas, suelen tratar a los grupos, sindicatos, partidos asociaciones ciudadanas y colectivos críticos de gentes y entidades desinformadas y alocadas, científicamente ignotos, palurdos incorregibles, cegados-pesados e incluso pagados agoreros de un desastre siempre anunciado y nunca presente. Ni caso, añaden despreocupados. Con el máximo desdén, con cinco o seis collejas y, si la ocasión lo requiere y sin ningún temblor en el pulso, fuerte represión y a la cuneta con ellos y ellas.
En el caso del cambio climático, las trompetas del Apocalipsis vienen sonando desde hace mucho. T desde muchos frentes. De la enmienda parcial o total del problema (“no saben de lo que hablan”) se ha pasado al insulto que descalifica o a la aparente preocupación y al optimismo tecnológico, a la tecnociencia como Dios redentor y motor salvador de la historia humana y sus irresponsables pobladores. Al mismo tiempo, la pasividad en algunos casos, las inconsistentes políticas efectivas, la postulación y defensa del axioma “los negocios son los negocios”, son atributos de casi todos los gobiernos e instituciones internacionales y de prácticamente todos los grandes poderes corporativos del mundo. Si bien, tal es la dimensión real del peligro, algunas voces conservadoras no niegan, no puede negar ya que el problema es real, muy real. Suelen hablar, entonces, no de capitalismo sino de los inconvenientes superables (si nos ponemos en marcha y acción efectivas) de la sociedad industrial-moderna que todos en el fondo amamos y deseamos.
Este sería, el primer e indiscutible éxito de la ciencia crítica, no servil ni falsaria, y de los movimientos ecologistas y ciudadanos de todo el mundo: algunos sectores del sistema están aceptando lo anunciado décadas atrás por movimientos y científicos comprometidos. Es justo citar aquí a Barry Commoner y su Ciencia y supervivencia, un libro muy apreciado por grandes activistas ecosocialistas hispánicos como Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey, Jorge Riechmann y Óscar Carpintero.
Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo [7] es un libro destacado sobre el tema. La edición original es de 2008. El título no engaña: ayudar a detener el cambio climático y cambiar las estructuras e instituciones que dirigen nuestro mundo es el objetivo del libro de crítica y divulgación científica de Jonathan Neale. La tesis central: no es posible detener por completo el cambio climático pero sí lo es impedir una catástrofe climática, los procesos de retroalimentación que conducen a un “cambio climático abrupto”. ¿Qué ocurrirá si no impedimos este cambio abrupto? Que muchas especies vivas se extinguirán y que cientos de millones de seres humanos morirán a causa de sequías, hambres, carencia de agua, enfermedades, represión y guerras. La causa fundamental del calentamiento, recordemos de nuevo, es el CO2 procedente de la combustión de gas, petróleo y carbón [GPC]. Para estabilizarlo a niveles seguros, es necesario reducir la combustión de GPC al menos en un 80% por persona y, a más tardar, en el curso de estos próximos 30 años. La solución -¡también aquí hay alternativas!- pasa por cubrir el planeta de turbinas eólicas e instalaciones de energía solar y hay que reducir también el uso de energía.
Dinero no falta, tampoco medios. El mundo invierte más de un billón de dólares anuales en gastos militares. Somos suficientes personas para poder cubrir los trabajos necesarios para este enorme proyecto de transformación económica y social. En contra de todas las apariencias y lugares comunes, no se requiere realizar grandes sacrificios para detener el calentamiento. El nudo central: la perspectiva, dónde ponemos el punto básico, la correlación de fuerzas, la cosmovisión pueril que enmarca la actuación de las clases dominantes.
Veamos el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático. El Panel estudia aspectos físicos, vulnerabilidad, impactos del cambio climático, adaptabilidad y mitigación. El IPCC -sus informes influyen en las decisiones políticas y planificaciones de los gobiernos de todo el m undo- suele ser más que prudente. De hecho, h a sido criticado por comunidades científicas por adoptar un sesgo conservador. De un artículo publicado en el Scientific American: “A través de dos décadas y miles de páginas de informes, la voz más autorizada del mundo en el cambio climático ha venido subestimando constantemente el ritmo e intensidad del cambio climático y el peligro que esos impactos representan”. Es, si alcanza, un mínimo común denominador entre científicos y políticos institucionales. Su hipótesis asentada: el calentamiento es inequívoco y, desde los años 50, muchos de los cambios observados no tienen precedentes en décadas, siglos o milenios. La atmósfera y los océanos se han calentado, las cantidades de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado, las concentraciones de gases han aumentado fuertemente. La causa principal es el sistema productivo de la Humanidad; Concretamente, la quema de combustibles fósiles.
El pronóstico de su último informe no es alentador. En la conferencia de prensa en la que se presentó, el presidente del Panel, Rajendra Pachauri, señaló: “En la medida en que el mundo no adopte medidas para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero y el cambio climático continúe aumentando, la estabilidad social de los sistemas de vida humanos corre grave peligro”. El cambio climático puede aumentar el riesgo “de conflictos violentos como guerras civiles y violencia entre comunidades”. Se subraya también “que el abastecimiento mundial de alimentos, que ya es escaso, sufrirá las consecuencias del cambio y que los sectores más vulnerables de la población mundial serán los primeros en padecer hambre.” Desde el informe anterior de 2007, se han duplicado los hallazgos que demuestran, como hecho irrefutable, que el cambio climático está siendo causado por el ser humano.
Existen, por supuesto, poderosos negadores de ello financiados por la industria de los combustibles que publicaron un informe –“Hambre y calentamiento global: cómo impedir que el cambio climático haga fracasar la lucha contra el hambre”- criticando el estudio del IPCC. ExxonMobil publicó también el suyo: es “muy improbable” que las políticas para combatir el cambio climático impidan que la empresa continúe produciendo y vendiendo combustibles fósiles en el corto plazo. Así de seguros están, así de fuertes se sienten
Uno de los autores del informe del Panel, el climatólogo bengalí Saleemul Huq, lo ha explicado en el programa Democracy Now!, de Amy Goodman: “Las empresas de combustibles fósiles son las que abastecen de droga al resto del mundo, que es adicto y dependiente de los combustibles fósiles. Sin duda, vamos a tener que poner fin a nuestra adicción a los combustibles fósiles. Vamos a tener que dejar de depender de ellos si queremos una verdadera transición y evitar el tipo de aumento de la temperatura que mencionó, de hasta 4 grados Celsius” [8]. La única respuesta, remarcó, es abandonar el uso de los combustibles fósiles. No hay, no queda otra.
Las acciones que se han impulsado hasta el momento han sido un fracaso. El ritmo de las emisiones no solo no han disminuido sino que ha aumentado. Cunde la desesperación entre personas conscientes del problema. Investigadores de la Marina USA han vaticinado un Ártico sin hielo en verano de 2016. Cualquiera que sea el momento en que comience, será la primera vez que los seres humanos vivamos sobre la Tierra sin que el mar de hielo dure en el Ártico todo el año.
¿Cuál es entonces la principal dificultad a la que nos enfrentamos para conseguir este objetivo necesario y urgente? La absurda insistencia en que no se puede ofrecer resistencia al mercado sin bridas. Es lo que hay, se afirma. La idea es funcional al sistema: si los gobiernos e instituciones populares intervienen con éxito a favor del clima a escala global, y el proyecto es por tanto posible, probablemente seremos capaces de formular un interrogante básico: si podemos hacer eso por el medio, ¿por qué no podemos hacer lo mismo por hospitales, por escuelas, por nuestras pensiones, por el trabajo digno y por tantas otras cosas?
Si no actuamos con urgencia, el poder de las corporaciones convertirá los desastres climáticos en catástrofes humanas. Ya presentes. Los desastres climáticos en Nueva Orleáns, Darfur, Bangladesh y en muchos otros lugares son signos claros de un futuro que ya no es futuro. Está entre nosotros. Contamos con las tecnologías necesarias para poder actuar pero ricos, instituciones y poderosos no pueden o no quieren hacerlo. Un número enorme de habitantes del planeta se vería reducido a su condición “animal”, por lo que presenciaría y haría -o tendría que hacer- para sobrevivir. El escenario probable: T he Road de Cormac McCarthy. Las probables reacciones complementarias son más que evidentes: uso de la fuerza militar para obligar a pobres y trabajadores poco organizados, a países empobrecidos, a pagar directamente, en sus vidas y salud, el altísimo coste de la catástrofe. La vida humana se recuperará probablemente al cabo de un tiempo que no podemos ahora determinar. Seguirá su curso –muchas otras especies vivas no podrán conseguirlo-, pero la situación dejará tras de sí millones de cadáveres y una desolación inmensa por la barbarie generada.
“La pretensión de avanzar hacia un mundo social y ecológicamente más equilibrado y estable sin cuestionar las actuales tendencias expansivas de los activos financieros, los agregados monetarios y la mercantilización de la vida en general es algo tan ingenuo que roza la estupidez”, ha recordado José Manuel Naredo. Palabras razonables, forman parte esencial del (urgente) programa de nuestra hora. Hic Rhodus, hic salta!
PS: En “La marcha por el clima no se detiene” [8], Amy Goodman y Denis Moynihan han llamado la atención sobre este problema esencial. Una breve selección:
1. […] “La increíble muestra de liderazgo político del fiscal de distrito Sam Sutter sin duda llega en un buen momento. Esta semana, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó su último boletín sobre los gases de efecto invernadero, en el que da a conocer estadísticas preocupantes acerca de la aceleración del cambio climático. “La cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanzó un nuevo récord en 2013”, informó la Organización Meteorológica Mundial. La concentración actual de dióxido de carbono es de 396 partes por millón. La OMM también advirtió que “El índice actual de acidificación de los océanos parece no tener precedentes, al menos en los últimos 300 millones de años”. El otro acusado de la acción frente a la planta Brayton Point, Ken Ward, ex director ejecutivo de Greenpeace Estados Unidos, señaló la urgencia con la que considera el cambio climático: “Este verano aprendimos que la capa de hielo de la Antártida occidental se está derrumbando de forma inevitable, lo que significa tres metros por encima del nivel del mar. Eso, para mí es realmente todo lo que necesitaba saber. Es decir, es un acontecimiento simbólico. De ahora en más, todo empeorará. Deberíamos estar adoptando medidas de emergencia en todas partes y la primera medida de emergencia es dejar de utilizar carbón”.
2. Henry David Thoreau es sobre todo conocido por su libro “Walden”, en el que describe el año que vivió en una cabaña que construyó en Walden Pond, cerca de Concord, Massachusetts. Thoreau se opuso a la invasión de Estados Unidos en México en 1847 y era un firme opositor de la esclavitud. Para protestar contra estas políticas violentas, decidió que no pagaría los impuestos. Cuando lo enviaron a prisión por ello, recibió una visita de su amigo, el poeta Ralph Waldo Emerson. Según cuenta la historia, Emerson le preguntó: “Henry, ¿qué estás haciendo aquí dentro?”, a lo que Thoreau respondió: “Waldo, ¿qué estás haciendo tú allí afuera?”. El ensayo de Thoreau sobre la desobediencia civil fue una de las primeras expresiones modernas de la táctica no violenta de la no cooperación. Sus palabras y sus acciones inspiraron a millones de personas, entre ellas a Gandhi y a Martin Luther King Jr. El domingo 21 de septiembre se realizará en la ciudad de Nueva York la Marcha de los Pueblos por el Clima. Los organizadores prevén que será la mayor marcha por el clima en la historia. Su eslogan es: “Para cambiarlo todo, necesitamos de todos”. Sam Sutter dijo que participará, al igual que los dos activistas a los que condenó. Les pregunté al fiscal de distrito y a los acusados si marcharán juntos. Sonrieron. El fiscal Sutter respondió: “¿Por qué no? Me pueden llamar. Les daré mi número de celular”. Jay O’Hara coincidió: “Es una buena idea”.
Notas:
[1] R. Fernández Durán, El Antropoceno. La expansión del capitalismo global choca con la biosfera. Virus editorial, Barcelona, 2011.
[2] CF Pereda, EG Sevillano, Maye Primera., “EEUU prueba a sus ciudadanos que el calentamiento es real”. El País, 7 de mayo de 2014, pp. 32-33. Alicia Rivera, “Un planeta cambiado en 2050.” El País, 21 de mayo de 2014, pp. 34-35. Ángel Guerra Cabrera, “Amenazantes noticias sobre el cambio climático”, http://www.jornada.unam.mx/2014/05/15/index.php?section=opinion&article=029a1mun
[3] Richard Heinberg, El final del crecimiento, Barcelona, El Viejo Topo, 2014 (traducción de Carlos Balmaceda), p. 184.
[4] El 90% de las personas que vivimos en las ciudades del mundo respiramos aire contaminado:
[5] Véase E. Rodríguez Farré y SLA, Ciencia en el ágora, Barcelona, El Viejo Topo, 2012.
[6] Un paso de Kenzaburo Oé es de cita obligada: “No quiero transmitir estas palabras a los hombres –los políticos, los burócratas, los empresarios- que intentan imponer a las generaciones futuras la difícil tarea de deshacerse de los residuos radiactivos que se han generado y siguen generándose por culpa de una política energética que pone la capacidad de producción y la fortaleza económica por delante de todo lo demás. Más bien quiero transmitir estas palabras a las mujeres –las jóvenes madres- que rápidamente se han dado cuenta de los peligros que se les plantean a sus hijos y tratan de encarar el problema de frente.”
[7] Jonathan Neale, Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo , Barcelona, El Viejo Topo, 2011.
[8] Traducción al castellano del texto en inglés: Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Imagen: www.can-la.org

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