Adentrarse en el bosque con Anne

En este nuevo ensayo, la aclamada bióloga y bestseller internacional Anne Sverdrup-Thygeson nos adentra en lo más profundo de los bosques y nos desvela la savia y belleza que brota de sus árboles y, sobre todo, el impacto que su salud —o falta de ella— tiene en nuestras vidas: Siguiendo la estela de su anterior ensayo, 'El tejido de la naturaleza', Anne Sverdrup-Thygeson nos invita a apreciar ese vínculo indivisible que nos une a los bosques, y a reflexionar sobre nuevas formas sostenibles de relacionarnos con ellos.

Para un árbol, la vida después de la muerte no es solo una esperanza, sino una realidad. La madera muerta de un árbol muerto se convierte en el hábitat de miles de especies durante cientos de años. Llanamente se puede decir que un árbol tiene más vida cuando se muere, porque muchas especies se instalan en él y por tanto hay más biomasa viva, más células vivas en ese árbol muerto que cuando aún estaba vivo.
Incluso si no contamos las bacterias, en la madera muerta de los bosques noruegos viven al menos seis mil especies distintas. Por comparar, en Noruega solo tenemos unas trescientas especies de aves y ochenta y ocho de mamíferos.
A veces, estos procesos se ponen en marcha mientras los árboles están vivos. Si un roble se deja a su aire durante un par de cientos de años, los hongos e insectos comenzarán a ablandar y a consumir las células muertas del interior de su tronco. Entonces se forma una cavidad, medio llena de un nutritivo mantillo de madera, una mezcla de madera podrida, hongos y excremento de escarabajo. Los pájaros y los murciélagos pueden decidir mudarse allí. Para un escarabajo, el interior de los árboles es un restaurante exclusivo con ingredientes exquisitos, y hay una serie de especies en peligro de extinción que solo se pueden encontrar en esos robles viejos y huecos.

Los árboles se convierten en tierra en un proceso que pocas personas describirían como colorido y muchas menos como fragante. La paleta está compuesta de tonos de beis, marrón y negro. Los olores son básicos y crudos y tan antiguos como la vida en la tierra; un olor a humedad, a musgo y a moho.
¿Por qué pensamos en la descomposición y la podredumbre como algo triste, incluso repugnante? Por supuesto es frustrante que los objetos y las construcciones de madera que hemos creado no duren. Consideramos decadente que la naturaleza recupere el alimento de los materiales con los que hemos construido algo, pero sería bastante complicado construir edificios y vivir en ellos si todas las construcciones, objetos y desechos antiguos permanecieran para siempre —los arqueólogos, por otra parte, estarían encantados—.
Tal vez evitemos estos procesos porque nos recuerdan a nuestra propia fugacidad, como una especie de memento mori que nos susurra la propia naturaleza. Porque a pesar de nuestra posición dominante, los humanos también formamos parte de la rueda del reciclaje.
¿Es la muerte distinta en el bosque? Allí no se esconde ni se reprime ni se oculta. La decadencia y la descomposición son una parte como otra cualquiera. Desde una perspectiva individual, la muerte es el final, pero desde la perspectiva del ecosistema, la muerte también es un comienzo. El reciclaje de materia orgánica constituye la mitad del ciclo de la vida y es la base imprescindible para que se genere vida nueva.
¿Podemos sacar algo de todo esto? ¿Una relación más ecológica con el mantenimiento, la descomposición y los desperdicios? ¿Tal vez algo que pudiéramos aprovechar cuando pasemos de la economía lineal, de usar y tirar, a una economía circular, donde los desechos se convierten en recursos?
Explicado de forma sencilla, podemos decir que hay tres razones ecológicas principales por las que los árboles muertos son una parte tan importante de un bosque vivo. En primer lugar, los árboles muertos crean hábitats para una gran proporción de las especies forestales. En segundo lugar, a través de la labor de estas especies, se libera alimento que los árboles y otros tipos de vegetación necesitan para crecer. En tercer lugar, los árboles muertos retienen la tierra y la nieve y contribuyen a reducir el riesgo de avalanchas y deslizamientos de tierra.
Muchas cosas ocurren en secreto, pero algunas son tan grandes que podemos percibirlas a simple vista, como que
un trozo de madera muerta puede ser una especie de cuna para nuevas plantas que germinan en él con sus pequeñas
ramas. El tronco podrido proporciona un lugar seguro a los árboles que crecen en él, libres de la dura competencia de
las especies que viven en el suelo del bosque. En inglés, esos troncos se llaman nurse logs. En noruego, a ese proceso en el que nuevos árboles crecen en la madera muerta se le llama «rejuvenecimiento de cadáveres».
(…)
Un desorden justificado
Cuando hablo sobre el bosque con no-biólogos, no es infrecuente que me digan que sus caminos preferidos están «descuidados», que hay árboles secos entre los árboles vivos,y que hay árboles muertos tirados por el suelo. Incluso donde se ha practicado la tala rasa, la gente a veces se muestramolesta por los árboles muertos que quedan, porque nadie les ha explicado lo importantísimos que son. Si caminas por un bosque primario, verás que un tercio del volumen total de madera se encuentra en los árboles muertos, mientras que los dos tercios restantes corresponden a los vivos.
Este es un pensamiento poco común para la mayoría, porque pocas personas han visto un bosque primario y, en la
ciudad, en la oficina o en nuestra casa, el orden es algo positivo, una muestra de que lo tenemos todo bajo control. Hay influencers, series y gran cantidad de libros que hablan sobre el orden y la limpieza. Como la influencer del orden japonesa Marie Kondo, con sus más de cuatro millones de seguidores en Instagram. Y sí, los objetos y las zonas creadas por los humanos, como tu casa, conviene tenerlos ordenados.
Pero el bosque no necesita que lo ordenemos. Las especies que viven en él ordenan solas y así se desarrollan mejor. El bosque se las ha arreglado perfectamente sin nosotros durante más de trescientos cincuenta millones de años. Eso es muchísimo tiempo. Nuestro género, Homo, surgió hace entre tres y dos millones y medio de años, y nuestra especie, Homo sapiens, solo lleva trescientos mil años en la Tierra.
Podemos practicar la silvicultura y recoger los recursos renovables que nos ofrece el bosque, pero lo hacemos por nosotros mismos, porque queremos usarlos. El bosque se vale perfectamente por sí solo para ordenarse y despejarse. Los árboles tirados, muertos, en proceso de putrefacción no son desorden. O, si insistes en llamarlos desorden, son un desorden importante, justificado. Marie Kondo defiende que solo hay que conservar las cosas que nos sean útiles o que nos hagan felices. Si los escarabajos y los hongos siguieran su método, estoy segura de que los árboles muertos se quedarían en el bosque.
Una cosa es que retiremos árboles vivos en la práctica de la silvicultura o que talemos árboles vivos para obtener leña. Ese es otro tema. Pero no necesitamos y no debemos retirar los árboles muertos porque nos parezca que dan al bosque un aspecto desordenado. Dejemos en paz a los árboles muertos, los troncos y las ramas, para que se llenen de vida. Y con esto también me refiero a los que se encuentran entre nosotros, en los parques y los jardines. Si lo hacemos, es menos probable que especies en peligro de extinción acaben expulsadas también, con la excusa del orden.
(…)
Como ya he dicho, nos sobran los motivos para sentirnos unidos a los árboles muertos. Si creemos en nuestros mitos fundacionales nórdicos descritos en la Edda poética, los seres humanos provenimos de dos trozos de madera a quienes los æsir, los dioses del panteón nórdico, dieron la vida y la razón.
Porque Odín, Vili y Vé encontraron nuestro origen en una playa: «¿De dónde vinieron los humanos, los que ahora viven en el mundo? Cuando los hijos de Bors iban por la orilla del mar encontraron dos troncos, los recogieron y los convirtieron en personas. El primero les dio aliento y vida; el segundo, ingenio y movimiento; el tercero la fuerza, la altura, el oído y la vista. Luego les dieron ropa y nombre; el hombre se llamaba Ask y la mujer, Embla. Y de ellos surgió la humanidad…»
En tiempos precristianos, también en la muerte nos encontrábamos con los árboles. En tumbas danesas de la Edad del Bronce se han encontrado ataúdes hechos de troncos vacíos de roble cortados longitudinalmente y unidos de nuevo una vez que se había metido el cadáver en una de las partes, de manera que el ser humano volvía a ser uno con el tronco del árbol, literalmente. Es obvio imaginar una transición desde aquí, pasando por el stokebåten —un tronco de árbol ahuecado que hacía las veces de barco— hasta acabar amontonando a los muertos en un barco vikingo, como sostiene el arqueólogo Oddgeir Hoftun.
Aunque los ataúdes cambiaron con la cristiandad, el árbol siguió con nosotros. En el primer libro de texto sueco sobre gestión forestal, de 1737, Anders Rosensten escribe: «Cualquier agricultor y cualquier mendigo sabe lo útil e imprescindible que es un pinar, porque cuando muera, se necesitarán al menos cuatro tablas de pino para su ataúd».
Hoy en día, la cremación y los funerales han sustituido los entierros cristianos en muchos países, y ha aparecido una nueva tendencia: urnas biodegradables para las cenizas, que a veces incluyen una semilla de árbol. En verano de 2022, la ciudad de Valencia anunció que ofrecería gratuitamente ese tipo de urnas con un pequeño germen de pino, roble u olivo a quienes quisieran tener un entierro ecológico.
Así, podrás seguir luchando para reducir tu huella de carbono incluso después de la muerte. Es un aprendizaje que obtenemos del bosque, cuyo objetivo es la economía circular.
Madera eres. En árbol te convertirás.

Anne Sverdrup-Thygeson es una bióloga y académica nacida en Noruega. Doctora en Biología de la Conservación, imparte clases sobre Ciencias Ambientales y de la Vida en la Universidad de Oslo, y trabaja como asesora científica del Norwegian Institute for Nature Research (NINA). En su trayectoria profesional, ha publicado diversos trabajos relacionados con la naturaleza y la biodiversidad. También en Barlin Libros se puede encontrar ‘El tejido de la naturaleza‘. Su obra ha sido traducida a más de veinticinco idiomas.
Este texto es un extracto de ‘El bosque‘, de Anne Sverdrup-Thygeson (Barlin Libros, 2024; traducido por Ana Flecha Marco).
Fuente: https://climatica.coop/el-bosque-anne-sverdrup-thygeson/  - Imagen de portada: Foto: Ilustración de portada por Isabel Mora

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