De los medios de muerte a los medios de vida

¿Podemos hacer la transformación hacia un trabajo con sentido?
A finales de septiembre de este año, visité al pueblo amadiba de Mpondoland, en la zona oriental del Cabo, en Sudáfrica. Allí se desarrolla desde hace dos décadas un movimiento de resistencia de las comunidades locales contra diversos tipos de proyectos de «desarrollo» impuestos desde el exterior: extracción de titanio, prospección sísmica de petróleo y gas en los océanos, una llamada «ciudad inteligente» y una autopista que atravesará el territorio de la comunidad. Todo ello amenaza lo que es uno de los focos de biodiversidad más importantes del país.


Ashish Kothari(Kalpavriksh / Vikalp Sangam)

En su articulación contra estas medidas, la población local se movilizó bajo el lema de Amadiba Crisis Committee (Comité de Crisis de Amadiba, ACC), afirmando que no son pobres como se les etiqueta, que tienen tierras y océanos productivos, y sofisticados conocimientos a través de los cuales llevan a cabo medios de vida sostenibles. Lo que el Estado propone como «desarrollo» sólo destruirá su economía y sus ecosistemas, así como sus vínculos espirituales y culturales con la tierra y el océano. En el mejor de los casos, unos pocos de ellos conseguirán trabajo como jornaleros, sustituyendo sus actuales vidas de dignidad y autodeterminación.
Lo que el pueblo de Amadiba está articulando es lo que yo llamaría una preferencia por los medios de vida frente a los medios de muerte.
En 2020, en medio de la pandemia del COVID, escribí sobre la diferencia entre ambas y sobre cómo la crisis en la que estaba sumido el mundo entero era también una oportunidad para forjar caminos más justos, equitativos y sostenibles. Explicaba los términos de la siguiente manera: los medios de subsistencia son «formas de vida, sin una división tajante entre “trabajo” y “ocio”, que conectan intrincadamente lo económico con lo social, lo cultural y lo psicológico» y están ligados principalmente a la tierra, el lugar y la naturaleza. Y la muerte como «trabajos» que en su mayor parte eran poco creativos, en cadenas de montaje masivas, con trabajadores sometidos a la merced de algún jefe corporativo o gubernamental.
Como señalé: «Mucho antes de que COVID nos golpeara (provocado, como todo el mundo sabe ahora, por nuestra propia estupidez ecológica), el desarrollo económico globalizado y la modernidad ya estaban diezmando los medios de vida milenarios de cientos de millones de personas ocupadas en la agricultura, la pesca, el pastoreo, la silvicultura, la artesanía y la manufactura a pequeña escala. Y en su lugar, ofrecía «puestos de trabajo», en su mayor parte en cadenas de montaje masivas, con escasas posibilidades de que los «trabajadores» pudieran expresar su propia creatividad o disfrutar realmente de su trabajo».
No cabe duda de que el desarrollo moderno ha creado puestos de trabajo, pero la inmensa mayoría son mecánicos, destructores del alma, alienantes y aburridos, y generan una clara división entre el horario de 9 a 5, de lunes a viernes, cuando «trabajamos», y las tardes, los fines de semana y las vacaciones, que son para el «ocio». También en los sectores tradicionales, el trabajo relativamente autónomo ha sido sustituido por el trabajo asalariado, sujeto a los caprichos de las nuevas empresas o de los propietarios estatales de la tierra, los bosques y los «recursos» naturales. Para los trabajadores que viven al límite, no hay escapatoria. Los que pueden permitírselo porque están relativamente mejor pagados (como en el sector de las TI), intentan escapar temporalmente yendo de vacaciones o enganchándose a un streaming de vídeo sin fin como una forma de «yonqui de la pantalla».
En todo este espectro, los trabajadores están sometidos a la alienación que Marx señaló astutamente como una consecuencia inevitable de la explotación capitalista, que tiene como resultado la deshumanización. Yo llamaría a esto una transformación masiva en trabajos sin futuro, o lo que el brillante antropólogo y activista David Graeber llamaba «trabajos de mierda» (ojalá le hubiera conocido en vida; le habría bromeado por insultar a la mierda, que es un recurso crucial para los agricultores ecológicos). La modernidad capitalista también ha creado una nueva categoría de personas con trabajos inciertos, llamada precariado.
Con varios cientos de millones de personas que perdieron su medio de vida o su empleo durante la COVID, se presentó la oportunidad de reevaluar la naturaleza del trabajo y reevaluar lo que entendemos por empleo. Podríamos haber avanzado hacia el restablecimiento de medios de subsistencia resistentes a las crisis, y garantizar la seguridad de necesidades básicas como la alimentación y la salud. De hecho, en varios lugares, las comunidades que presenciaron el regreso de sus miembros del trabajo industrial o urbano, intentaron crear tales oportunidades, como se documenta en algunas de las historias que recopilamos como «Trabajo extraordinario de gente corriente». En todo el mundo descubrimos más historias de resiliencia y regeneración comunitaria en el periodo COVID. A través de la plataforma nacional Vikalp Sangam, extrajimos enseñanzas de estos ejemplos y promovimos cambios en las políticas que podrían permitir una mayor revitalización de los medios de vida locales.

Lonwabo Dlamini, en la región de Xolobeni (Sudáfrica), retornando a la práctica de la agroecología y el ecoturismo (Foto: Ashish Kothari)

Desgraciadamente, tanto en la India como en otros lugares, parece que esas lecciones se han olvidado rápidamente, y la élite económica mundial ha renovado su impulso hacia los medios de vida muertos. Al extractivismo de viejo cuño se ha sumado un impulso a la apropiación de tierras y recursos en nombre de la acción climática, como la devastadora extracción de litio para vehículos eléctricos, o la apropiación de tierras comunitarias y ricos ecosistemas para megaproyectos solares, eólicos, de biomasa y plantaciones .
Desafiar la mentalidad desarrollista
En las últimas décadas, a partir de las nociones impuestas en todo el mundo por la expansión colonial, el «desarrollo» y el «progreso» se han definido como un movimiento unidireccional que va de la caza-recolección a la agricultura, a la industria manufacturera, a los servicios y, ahora, a la economía digital del conocimiento. En consecuencia, los países y los pueblos se clasifican como subdesarrollados, en vías de desarrollo o desarrollados. También se les confunde con «educados» o «incultos» (definidos estrictamente mediante criterios como la alfabetización), «primitivos/ atrasados» o «modernos» (en los que se encasillan culturas enteras, cocinas, atuendos, etc.). En las escuelas de todo el mundo se enseña al alumnado que las ocupaciones basadas en la tierra, como la agricultura, la silvicultura, el pastoreo, la pesca y la artesanía basada en la naturaleza, están pasadas de moda, y que hay que aspirar a empleos del sector moderno, como la informática. Esto es trágicamente irónico, dado que tales medios de vida han mantenido a la sociedad humana durante decenas de miles de años (y aún lo hacen), y han sostenido los elementos de la naturaleza que nos sostienen, mientras que gran parte de la modernidad industrial está provocando el colapso del Planeta.
Estos medios de subsistencia están invisibilizados en la economía formal. La enorme contribución de las y los pequeños agricultores, pescadores y pastores a la alimentación y el sustento de cientos de millones de personas (mediante el autoconsumo y el intercambio no monetario) no figura en los cálculos del PIB, a menos que haya una transacción de mercado de por medio. También existe aquí una importante dimensión de género, ya que gran parte del trabajo en estos medios de subsistencia lo realizan las mujeres, o en la forma en que las mujeres mantienen los hogares y las familias mientras los hombres «van a trabajar», la reproducción social que es la base de la producción. Esta invisibilización también permite a la economía dominante y al Estado justificar que se paguen precios bajos por sus productos, acaparar tierras y recursos comunitarios para proyectos comerciales-industriales y desplazarlos para el llamado «desarrollo». Y, como el papel crucial de la naturaleza en la reproducción (¿dónde estaríamos sin las algas marinas que producen el oxígeno que respiramos?) también está ausente de los cálculos del PIB y de la mentalidad de los planificadores económicos, su explotación también se justifica en nombre del «desarrollo».
Es esta mentalidad desarrollista la que ha llevado al desalojo de más de 60 millones de personas sólo en la India, y a que muchos millones más hayan sido desposeídas de sus fuentes de sustento. El resultado es el desempleo masivo, el subempleo y el empleo tóxico, ya que estas personas no encuentran trabajos alternativos o tienen que aceptar trabajos impermanentes en industrias y ciudades. Personas que poseían las habilidades más complejas, por ejemplo, en artesanía y productos hechos a mano, de repente se convierten en «no cualificados» y se unen a las largas colas de desempleados. En India, el 90% de los empleos se encuentran en sectores informales o no organizados. Aunque esta cifra incluye a unos cuantos millones de personas que aún pueden trabajar dignamente por cuenta propia en ocupaciones tradicionales, cada vez se compone más de personas empleadas de forma insegura y explotadora en las formas antes mencionadas: trabajadores y trabajadoras sin identidad, expulsadas a capricho de cualquier empleador, mal pagadas, sin derechos a un entorno de trabajo o de vida decente y seguro. Se trata de un empujón masivo hacia la miseria.
También es esta mentalidad la que ha permitido el desvío de ecosistemas naturales para el «desarrollo» (como la construcción de presas en los ríos), ignorando las consecuencias para las especies animales y vegetales salvajes, y para la integridad ecológica de la Tierra en su conjunto. El empuje de millones de especies hacia la extinción (las estimaciones varían mucho, pero todos están de acuerdo en que nos enfrentamos a un periodo de extinción masiva), también forma parte del régimen de los «medios de muerte».

Manifestación en cadena contra las mega-represas en el centro de la India, afirmando la fe en los medios de subsistencia (Foto: Ashish Kothari)

Muertes privilegiadas
Los ricos no son tan inmunes como nos gustaría creer. Desde un punto de vista predominantemente financiero, están por supuesto más seguros. Pero cada vez más estudios demuestran que, en términos de calidad de vida, también se enfrentan a enormes problemas. Un profesional de las tecnologías de la información percibirá, por término medio, una mejor remuneración que, por ejemplo, un agricultor, pero ¿son necesariamente más felices? ¿Los que dirigen empresas capitalistas con ánimo de lucro están libres de las tensiones y el estrés que afectan a la clase trabajadora, aunque quizá sean de distinto tipo? ¿Son necesariamente más sanos, incluso desde el punto de vista físico, dado el alarmante aumento de las enfermedades relacionadas con la opulencia en todo el mundo?
Como escribí en el artículo anterior, tras el «glamour y la ostentación (de la industria informática), se esconde la triste historia de la mayoría de sus empleados, que no son más que engranajes de una inmensa cadena de montaje que se extiende por todo el Planeta». Desde primera hora de la mañana hasta última de la noche, encorvados ante un terminal informático, siguiendo día tras día las fluctuaciones de los mercados financieros o respondiendo a las llamadas del servicio de atención al cliente (incluidos indios e indias entrenadas para sonar como estadounidenses en formas parodiadas en las películas de Hollywood)… ¿Cuántas de estas personas pueden decir honestamente que no se trata de medios de muerte, que matan el espíritu humano, que destruye o suprime nuestra independencia y nuestra creatividad innata? ¿Cuántos pueden decir que realmente disfrutan de su trabajo?».
Se trata de una crisis masiva para las personas jóvenes de hoy, incapaces de encontrar medios de vida satisfactorios ni en el sector tradicional ni en el moderno. ¿Qué tipo de desarrollo es éste?
Caminos hacia medios de vida satisfactorios
Si bien el escenario anterior prevalece, también hay poderosas contra-tendencias. En todo el mundo hay iniciativas interesantes para mantener o aumentar el valor de los medios de vida satisfactorios. En la comunidad de Amadiba, mencionada anteriormente, se están desarrollando planes de bienestar alternativos que combinan la agricultura, la pesca, la cría de animales y productos como esteras de hierba, con el ecoturismo gestionado por la comunidad y otras oportunidades que aportan ingresos pero también mantienen sus bienes comunes ecológicos y culturales. En la nación indígena sápara de la Amazonia ecuatoriana, el mantenimiento de un modo de vida ancestral en sintonía con los espíritus de la tierra, los bosques y los ríos se combina con visitas cuidadosamente gestionadas en las que los foráneos pueden beneficiarse de los curanderos locales.
Este tipo de iniciativas nos muestran caminos para revivir, reconstruir o innovar hacia medios de vida satisfactorios. Pueden acabar con la monotonía o las desigualdades (de casta, género, etc.) asociadas a muchas ocupaciones tradicionales, así como crear medios de vida dignos y creativos en sectores modernos. En la mayoría de los casos, se trata o podría tratarse de medios de vida híbridos, que combinan lo mejor de lo tradicional y lo moderno. Por ejemplo, muchos jóvenes han vuelto a tejer en telares manuales en Kachchh, al oeste de la India, en los que mezclan un firme compromiso con los motivos tradicionales que les han transmitido sus antepasados, con el diseño de nuevos productos que atraigan a los consumidores. O varios jóvenes han regresado a sus aldeas del Himalaya para dedicarse a una combinación de agricultura y ecoturismo o guía de la naturaleza. En la zona de Amadiba, en Sudáfrica, hablé con Lomwabo Dlamini, que me dijo que prefiere quedarse en su pueblo y combinar la agricultura con la gestión de una empresa turística sensible a la fragilidad ecológica y cultural local. Y, además, participar en la lucha de la comunidad contra los proyectos destructivos antes mencionados.

Damabhai y Balabhai Marwada mantienen vivo el arte de tejer alfombras Kharad, Kachchh (India) (Foto: Ashish Kothari)

Incluso en el sector predominantemente moderno, hay muchas ocupaciones significativas y agradables. En Europa y Norteamérica, o entre los sectores más privilegiados de la sociedad en el sur, la gente se dedica a cafés sin ánimo de lucro, colectivos de software de código abierto, talleres de reparación comunitarios (para desafiar la cultura de usar y tirar en la que de otro modo se ven atrapados), energías renovables descentralizadas y construcción ecológicamente sensible, editoriales que creen en el procomún del conocimiento, hacking ético, enseñanza alternativa, ciencia ciudadana que democratiza la producción de conocimiento y artesanía (recuerdo haber visto en algunos lugares de Europa el eslogan: «el futuro está hecho a mano»). Estas y otras empresas etiquetadas como «economía social y solidaria» se liberan del capitalismo y del dominio estatal y reconstruyen colectivos en lugar de seguir el camino mortal de la competencia individualista.
Todas ellas siguen siendo marginales en comparación con la economía dominante, pero muestran el enorme potencial de regeneración de los medios de vida. Hemos ayudado a documentar cientos de iniciativas alternativas de este tipo en la India, y muchas en todo el mundo. Movimientos de justicia climática en muchos países, como el Movimiento por una Climate Justice Charter Movement (Carta de Justicia Climática) de Sudáfrica, han demostrado cómo pueden crearse millones de ocupaciones dignas en la transición hacia una economía basada en los combustibles fósiles, en sectores como la energía renovable descentralizada de propiedad social, el transporte público, la agroecología, etc.
Cambiar la narrativa
Dado el poder seductor del discurso sobre el desarrollo, respaldado por la destreza comunicativa de las empresas y los medios de comunicación de masas, necesitamos urgentemente contra-narrativas para ganar tracción. Tenemos que ser capaces de demostrar, no sólo de forma intelectual y racional, sino también (o incluso más importante) de forma que llegue al corazón y a las emociones de la gente, que los medios de vida mencionados son mucho más atractivos que los que se distribuyen en nombre del desarrollo. Para ello son necesarias transformaciones en muchos ámbitos: el sector de la educación formal (que es donde aprendemos lo que es importante en la vida, lo que queremos ser cuando seamos mayores), los medios de comunicación, incluidos los llamados «medios sociales» (recuperándolos del control de las empresas y los Estados-nación), y los espacios comunitarios de interacción, como las asambleas de pueblos y ciudades, las asociaciones de bienestar de los residentes y las organizaciones de la sociedad civil.
En la educación, alejándonos del enfoque competitivo y memorístico que prevalece en la mayor parte del mundo, necesitamos enfoques enraizados en la comunidad y la naturaleza, que combinen el disfrute con el aprendizaje, que ayuden a desarrollar no sólo la mente sino también las manos, los pies y el corazón en una experiencia holística (lo que Gandhi llamaba el «Nai Taleem» o nuevo camino), y donde el trabajo físico se equipare al intelectual. De este modo, quizá los hijos de los trabajadores lleguen a respetar las ocupaciones ligadas a la tierra y al mar, así como a comprender el verdadero valor de la Naturaleza. También hay que alejarse de la rígida división del trabajo en función del género, en la que a las mujeres sólo se las considera capaces de realizar tareas de cuidado y los hombres deben salir a ganar dinero.

Jóvenes de la comuna de Fuchshmuhle (Alemania), explorando medios de vida no capitalistas (Foto: Ashish Kothari)

Otros aspectos del cambio de narrativa incluyen volver a unir a los productores con los medios de producción (lejos del control estatal o corporativo), restablecer una ética en la que los trabajadores y sus herramientas o la tierra y el conocimiento sean un todo indivisible, crear más respeto por las personas productoras entre aquellas personas que consumen lo que producen (¿cuántos de nosotros valoramos el trabajo que conlleva hacer ropa o producir alimentos?), dar el mismo valor al trabajo físico e intelectual y eliminar las duras fronteras entre los diferentes tipos de medios de vida. Como dijo Marx, uno debería poder «cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche, criticar después de cenar, tal como tengo la mente, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico».
Esto también significa reducir nuestra dependencia de los «profesionales» y los «expertos», recuperando el control sobre nuestros cuerpos (sin tener que correr a los médicos todo el tiempo), construyendo (o reconstruyendo) habilidades en las comunidades para gestionar las reparaciones y la gestión de las infraestructuras esenciales, intercambiando nuestras respectivas habilidades y experiencias entre nosotras de formas no monetizadas (los movimientos a favor de los «bancos de tiempo» están tratando de recuperar este tipo de intercambio en las sociedades altamente comercializadas). Y significa cuestionar nuestra perezosa tendencia a sucumbir a la atracción fatal de la «comodidad» sin tener en cuenta las consecuencias para nosotros mismos y para los demás.
Nada de esto va a ser fácil. Pero no hacerlo será aún más duro, en el sentido de que la muerte seguirá extendiéndose como un cáncer, engullendo en última instancia a la vida misma. La elección que tenemos ante nosotros debería ser clara.

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Ashish Kothari: Sociólogo, activista y ambientalista afincado en la India. Miembro fundador del grupo ecologista indio Kalpavriksh, de la red india Vikalp Sangam y de las redes internacionales Global Tapestry of Alternatives, Radical Ecological Democracy y Foro Social Mundial.
Publicado por MEER /Traducido por A Planeta  - Foto principal: Los ricos producen residuos y los pobres tienen que ocuparse de ellos: una forma de pobreza - Bombay (India). Por Vipul Sangoi - Fuente: https://aplaneta.org/2024/10/15/de-las-mortandades-a-las-vitalidades/#more-21651

 

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