Emily Dickinson. Esa cosa con plumas

Nórdica Libros publica 'El secreto de la oropéndola', la antología de poemas sobre aves de Emily Dickinson. "Contempla la naturaleza más próxima a ella y se recrea en su exposición de una manera inmediata, empleando las palabras justas, sin excesos", resalta Pilar Adón: Cuando los pájaros cantan, el ser humano se relaja. Una verdad que no hemos descubierto ahora gracias a ninguna investigación científico-sociológica reciente, sino que conocemos desde siempre y de manera no sólo intuitiva sino empírica, verificable: sólo hay que estar en el campo para percatarse de que cuando los pájaros se callan es que algo pasa. Por el contrario, si cantan es que todo va bien.

Evidentemente, los pájaros no están ahí para nosotros ni cantan para avisarnos de nada. Su actividad no tiene como fin que nos relajemos ni que reduzcamos estrés ni que entremos en conexión con el universo en un estado de atención plena a lo largo de cualquier «excursión a la naturaleza» planificada. Pero forman parte de nosotros, de nuestra manera de entender el mundo, nuestra memoria ancestral como especie. Afortunadamente son precavidos y huidizos, y cuando los observamos a distancia envidiamos su capacidad para largarse, librarse de la gravedad, volar y posarse en otro lado. Sus migraciones, su perspectiva desde las alturas nos extasían y nos despiertan un anhelo de emulación que, al no ser posible de manera física y directa, deriva en algo más hacedero y más a nuestro alcance: la poesía.

«Al cuco», de William Wordsworth; «El ruiseñor», de Coleridge; «A una alondra», de Shelley; «Oda a un ruiseñor» de John Keats (con su y contigo desaparecer en la penumbra del bosque); «El águila», de Tennyson; el cada pájaro sabe qué sombra da su rama, de Ernestina de Champourcín; el yo no sé de pájaros, de Pizarnik; Un pájaro llega a la ventana. Es un error / considerarlos solamente / pájaros, de Louise Glück o «Búho», de Alice Oswald, son algunos ejemplos que marcan, verso tras verso, nuestra evidente querencia por estos seres alados que nos rodean y que simbolizan el gozo por la vida, por el hecho de existir, aunque también el paso del tiempo y la conciencia de nuestra finitud. Lo constante y lo efímero. Lo espiritual y lo terrenal. Lo más espléndido y lo más humilde. La máxima resistencia y la fragilidad.

En esta dualidad de temas y símbolos situamos en lugar preeminente el nombre de Emily Dickinson, que contempla la naturaleza más próxima a ella y se recrea en su exposición de una manera inmediata, empleando las palabras justas, sin excesos, especialmente en lo que se refiere a las aves. Se han llevado a cabo todo tipo de cálculos y estadísticas, y hay quien afirma que en casi el quince por ciento de sus poemas aparece alguna. Desde La Esperanza es esa cosa con plumas – / Que se posa en el alma – a los celebérrimos Tengo un Pájaro en primavera o Somos los Pájaros – que se quedan. También los pájaros que aparecen en el poema «A salvo en sus moradas de Alabastro –», y los de aquel que comienza con El agua se aprende por la sed y termina con Los Pájaros, por la Nieve. Versos que sabemos de memoria en inglés y también en alguna de las muchas traducciones que se han ido haciendo al castellano, en ocasiones literales, en ocasiones más libres y dadas a la interpretación, resultado de aquel lugar común sobre que la obra de Dickinson es intraducible.
Las aves se nos presentan en los poemas como elemento principal o como excusa para comparaciones, alusiones o preguntas (¿tiene la mañana plumas como un Pájaro?). Son muchos los textos dedicados al petirrojo (Si puedo impedir que un Corazón se rompa {…} / O ayudar a un Petirrojo caído / A regresar a su Nido), pero también al gorrión, a la oropéndola, a la alondra, al colibrí, al mirlo… Siempre con el característico empleo de mayúsculas y distintos tipos de rayas y guiones, más que puntos y comas, que animan al reposo o a la celeridad, a la interrupción o a la unión de significados, y que en cierto modo apelan a los ritmos de la naturaleza, a su pulso, al movimiento de los pájaros que saltan (gorriones), que caminan y corren (lavanderas) o que corren y saltan (mirlos). Cantos y gorjeos más largos o más sincopados. Voces que parecen chillidos o que animan al descanso.
La propia estética de los poemas originales hace pensar en el siempre pasmoso equilibrio que nos rodea en cuanto huimos del exceso de tráfico y el defecto de naturaleza de la ciudad. Para Dickinson fueron importantes los pájaros como también lo fueron los insectos, las mariposas, las plantas. Afectos que convertían lo que para ella era cotidiano en elementos extraordinarios y que se reflejan en una poesía que logra que cada pájaro, cada arbusto, cada insecto observado inicialmente de manera particular en un Amherst decimonónico se asiente en nuestra memoria y continúe alcanzando en la actualidad la condición de lo compartido y lo universal. Con toda su grandeza.

Fuente: https://climatica.coop/emily-dickinson-esa-cosa-con-plumas/ Este texto se publicó originalmente en el número 102 de la revista La Marea. - Imagen de portada: 'El secreto de la oropéndola' (Nórdica Libros). Foto: IlIlustración de Ester García

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