“La maquinaria pesada de la manipulación está arrasando con el significado de las palabras”

 

Manuel Rivas es un activista contra el secuestro de las palabras. Contra sus cambios de significado, contra su apropiación por parte de las élites reaccionarias. Pelea para que “nombren y vuelvan a nombrar aquello a lo que están vinculadas por una cuestión sensorial”, para custodiarlas. En el fondo, subyace una cuestión de poder y él dice estar profundamente interesado en esa idea: en cartografiar la caza del hombre por el hombre. Tras do ceo, la novela que acaba de publicar, es parte de ese proyecto literario. Aunque llamada como novela negra, está fuera del canon. Un texto que ahonda en la cartografía del poder, en las luchas ecologistas y que no para de hervir.

Javier H. Rodríguez

El periodista y escritor hace años que se ha convertido en uno de los autores de la literatura gallega de mayor proyección internacional. Rechaza las etiquetas sobre él y, desde luego, ha roto con el hilo de su obra haciendo algo realmente nuevo si se atiende a su narración y a su estilo. En Tras do ceo están las luchas de la Galicia de este tiempo —y del mundo— con un ojo atento a las zonas de sombra.

Decías en una entrevista en elDiario.es que habías hecho la novela con libertad y haciendo frente al estupor que te causa el crecimiento del pensamiento ultra. ¿Te atraviesa esta internacional reaccionaria también a la hora de escribir?

Totalmente. Es medio ambiente, es la atmósfera. Los procesos de depredación que se dan con la naturaleza se dan también con el lenguaje, con las palabras. Los procesos de intimidación se dan con el lenguaje. Decía Beckett que el problema es que las palabras ya no quieren decir. Parte de lo que nos pasa en la reacción ante esta expansión acelerada del pensamiento bruto es una incapacidad de reacción, igual que acontece con la naturaleza. A veces viene una maquinaria pesada y, de un día para, arrasa con todo. La máquina pesada de la manipulación también arrasa con la apropiación indebida de las palabras que significaban una cosa y que son secuestradas. Tenemos muchas.
La libertad, ¿no?
 

Desde luego, la que casi es la madre de las palabras. Entonces, ¿cómo no te va a doler? Trabajamos con palabras, tanto en el periodismo como en la literatura. ¿Cómo no vas a detectar el malestar de las palabras? Evidentemente, es una estrategia del poder y hay que luchar contra ella. Crear zonas de silencio, apropiarse de las palabras. Pero creo que hay otro factor relevante que podríamos definir como un estupor democrático, un estupor paralizante que llega al oír los delirios que se oyen. Creo que deberíamos combatirla de manera más activa, pero a veces es inevitable. Como cuando estás en la barra de un bar y escuchas a un bocazas y te marchas para casa. Dices, “¿qué voy a hacer?”. Entonces la manifestación de este poder bruto funciona así. Es como un tipo que, en medio del espacio público, se ponen a gritar barbaridades. Yo tengo la misma sensación cuando asisto a debates públicos. Cumple con una función muy eficaz porque intimida y causa estupor.
Lo malo es a donde nos lleva.

Claro. A la corrosión. En España todavía vivimos una cierta excepción aunque se pretenda acabar con eso de una manera bastante clara, como hicieron con Europa. Hubo ciertos momentos en que el espacio europeo era un lugar para el debate, para los derechos, solidario... Incluso Angela Merkel tuvo momentos que parecía Rosa Luxemburgo cuando apostó por los refugiados (ríe). De pronto, todo eso se fue achicando y fue quedando el poder bruto o gente acomodada a ese poder bruto. Una derecha que se va metabolizando. Una cosa curiosa es que en la derecha española no hay una sola voz disidente. Me sorprende que no haya algún que coja un día y diga: “Somos unos fachas, ya está bien, yo soy demócrata cristiano, es más, yo soy liberal”.
Hay otro foco muy presente también en la novela que es la lucha ecologista. Es el rasgo que la ata más a nuestro presente. Está fundamentalmente en los personajes de India, contra la barbarie de la caza y en la de Chelo, contra la ganadería intensiva. Excepto la niña, son las dos mujeres más jóvenes. 

No pude evitar asociar esa realidad con lo que está ocurriendo en A Ulloa con el tema de Altri, que también son ellas las que están liderando la contestación social. 
Es casualidad causal (ríe). No estuve pensando en ese paralelismo mientras escribía el libro, pero responde a que no es algo ocasional. No es una excepción. Incluso las estadísticas lo dicen, ese contrapunto entre el pensamiento de las mujeres y los hombres en las generaciones jóvenes. Todo contra esta pulsión que existe tan irracional. ¿Quién puede negar el cambio climático si vemos perfectamente como les sale humo por las orejas? (ríe) Pero es que detrás está ese lema de Trump de ataque, contraataque y negar la crítica. No tener fisuras porque si las tienes, puede entrar un poquito de aire, las neuronas pueden pensar y las conciencias pueden abanear.
Es una explicación lógica psicológica que encuentro, ser como un pelouro [una gran piedra] para no permitir ninguna quiebra. La postura del hooligan. Aunque sean corruptos, son de los míos. Luego también está la otra parte, la de creerse a tener el derecho de ser los primeros en la fila porque no sé que menores nos vienen a robar no sé el qué. La mentalidad Securitas Direct. Se habla mucho de los señores de la nube, pero pienso que habría que hablar de estos también. En fin, la explotación del miedo de la gente. Pero claro, cuando hay espacios de escuelas democráticas como asociaciones de vecinos, sindicatos, asociaciones culturales, oenegés o digamos todo el asociacionismo pues se intenta dinamitar y consumir porque son refugios climáticos democráticos.
Te hago la última como lector por el conflicto que sentí en la escena de máxima violencia de la novela, en la que hay un abuso sexual. Desde un marco feminista, ¿por qué consideras necesario narrar la violencia de manera tan explícita para que se vea ese castigo correctivo contra las mujeres?
 

Pues la verdad es que realmente viví ese conflicto en el momento de escribir que planteas, ya antes, porque la violencia verbal anticipa lo que va a ocurrir, como acontece en las guerras. Tenía esa inquietud. La cosa empezaba a hervir y realmente dudé, incluso racionalmente con ese dilema moral. Pero hubo un momento en que pudo más el impulso de que apareciese la prueba, que creo que está bien que aparezca. El tipo que escribe en las Cantigas de Escarnio tiene un poema que titula contra Dios. Una denuncia de Dios, cuenta: “A mí Dios me desamparó. Dejó que muriese mi gente”. Creo que la boca de la literatura tiene que atreverse a decir cómo es el infierno. Evidentemente, tiene que verse el infierno, pero sin ser frívolo con la violencia. En este sentido, ni el agresor ni la agresión tienen atenuante.

Fuente: Fraccion de una entrevista publicada en el Diario El Salto, para leer el txt completo: https://www.elsaltodiario.com/galicia/manuel-rivas-maquinaria-pesada-manipulacion-arrasando-significado-palabras   - Imagen de portada: Manuel Rivas en el jardín del Aturuxo, en Bueu (Pontevedra). BEA SAIÁNS

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