Miguel Benasayag: Funcionar o Existir
Si Miguel Benasayag, filósofo, biólogo, epistemólogo y psicoanalista argentino nacionalizado francés, tuviera que elegir una palabra sobre su investigación, sus intereses personales, profesionales, filosóficos y sus intereses personales, profesionales, filosóficos y políticos, esa palabra sería «Complejidad». La complejidad ha regido casi todos sus setenta años de su vida. «La complejidad es la principal característica de nuestro tiempo», explica. Llevamos más de un siglo saliendo lentamente de la era de la centralidad colonial. Y estamos saliendo no por decreto o voluntad, sino porque el mecanismo de autoproducción se ha agotado».
P: ¿En palabras menos complejas?
Benasayag: «La modernidad occidental corresponde al mundo de los ingenieros. Cuyo leit motiv es que si hay algún problema, se puede resolver porque el hombre es el maestro y posedor de la naturaleza. El amo. Esto ha producido el progreso científico y tecnológico, el arte e importantes libertades individuales. Pero hemos llegado a un punto en el que el método del ingeniero ya no funciona y los inconvenientes superan a las ventajas: el cambio climático y la modificación del planeta, cuyos efectos son comparables a los de «una era geológica».
P:¿En qué sentido este momento es caótico y es inédito?
Benasayag: La complejidad no es una teoría. Llamamos “complejidad” a la emergencia de algo que dice no va más. Un cierto modo de vivir, producir, de vivirse a sí mismo como individuo que consume, como separado de los otros… este modo occidental, colonizador, patriarcal que es el que hizo mundo, este modo de existir en el mundo no va más. La destrucción que provoca es mucho más grande de lo que produce. Por ejemplo: si alguien tomaba un coche para ir de Buenos Aires a Córdoba en el ’40, el 90 por ciento de lo que estaba haciendo era ir de Buenos Aires a Córdoba. En un 10 por ciento arruinaba el paisaje y contaminaba un poco. Hoy en día, cuando alguien agarra un coche para hacer lo mismo, 10 por ciento es ir a Córdoba y 90 participar de la destrucción. En todas las dimensiones de la vida nos damos cuenta de que existe esta inversión. En los últimos 50 años 70 por ciento de las especies vertebradas desaparecieron, no hay más insectos para polinizar… estamos frente a un momento de colapso. Otros modos de vida, un poco aplastados, considerados menores o subdesarrollados, vuelven a emerger a la vista. Los de los pueblos originarios, de algunas tribus africanas… Entre los poderosos nadie decide parar. Quieren seguir con el extractivismo, el productivismo, pero por otros medios, con la tecnología. La vida está cuestionada como vida en el planeta. A mucha gente esto la aplasta, no puede pensarlo; el rol de a quienes les da el cuero es el de ver qué es lo pensable, lo vivible. Cómo se puede vivir.
P: ¿Alternativas?
Benasayag: En «El regreso del exilio (Vita e Pensiero, 2022), como reza el título de uno de mis libros, que no se refiere a mi regreso a la patria, sino al hecho de que el ser humano ya no puede considerarse fuera del sistema de la naturaleza. Es necesario volver a entrar en el sistema de la naturaleza».
"Venimos de un largo periodo de la historia, el de la modernidad, cuyo imperativo era realizar el sueño de un mundo disciplinado por la razón, acabando por domesticar, y a menudo negar como frágil y perdedora, la experiencia del cuerpo, las pulsiones, los vínculos afectivos y la interacción con la naturaleza.
Este «sueño» de la omnipotencia de la razón se ha visto desbordado por la irrupción de la pandemia. La incertidumbre, la complejidad, la fragilidad han vuelto con fuerza a nuestra vida cotidiana, desenmascarando la ilusión del camino moderno. El confinamiento exigido por la lucha contra el virus nos ha hecho redescubrir que todos estamos unidos, que -de hecho- nuestra esencia más verdadera reside precisamente en esa maraña de vínculos que somos.
Es una conciencia llamada por el dolor y el miedo, pero de esta fragilidad puede surgir algo nuevo y positivo y puede convertirse en el acontecimiento a partir del cual imaginar nuevas relaciones de convivencia entre el pensamiento crítico y el conocimiento que proviene de ese «sentido común» que no es la banalización de las convicciones humanas, sino la trama dinámica, nunca del todo codificable, dentro de la cual nuestras vidas adquieren sentido.
P: ¿Ve el mundo, o incluso el universo, como un único e inmenso organismo vivo?
Benasayag: «Hay entre los científicos quienes creen que el universo es una estructura viva unitaria. Pero yo soy más prudente: vivo y orgánico no son lo mismo. Creo que pertenecemos a una unidad orgánica».
P: ¿Puede explicar la diferencia, que no es una dicotomía, entre funcionar y existir, uno de los pilares de su pensamiento?
Benasayag: No hay dicotomía porque no puedo existir sin funcionar. En mi cuerpo y en el mundo hay un montón de cosas que funcionan. En la pandemia yo me vacuné. Mi compañera no. Los dos éramos conscientes de que lo nuestro era una apuesta. Existir significa apostar sin saber mucho. Uno se compromete con ciertas posiciones no sabiéndolo todo. Es el lado de la existencia; no todo está cerrado o determinado, juega la libertad. Como todo está tan amenazante y todos tenemos miedo de todo, la propuesta de los poderes es de funcionar. Porque eso es evaluable, cuantificable, transparente. La existencia siempre tiene lados oscuros, eclipsados, no saberes, intuiciones. El funcionamiento se presenta con la transparencia panóptica de la máquina, y hay hasta una estética del buen funcionar. La gente quiere funcionar bien, mismo clínicamente. Cuando viene a ver a un médico o a un psicólogo dice: “estoy funcionando mal”. Aparece un desafío, porque el problema es que funcionar bien no es existir. Funcionar bien quiere decir justamente “desexistir” para tratar de plegarte a algo más claro, que te baje la ansiedad. La resistencia pasa por decir: “tenemos que existir”, sobre todo a los jóvenes, los chicos. Tenemos que decirles que no aprendan cosas útiles. Que no tengan miedo de perder el tiempo. “Tómense el tiempo, aprendan lo que se le cante”. Permitir la existencia es un modo de resistencia que rempuja un poco la amenaza.
P: ¿Por eso plantea que ante un futuro amenazante, o un no futuro, lo que nos queda es el presente?
Benasayag: Absolutamente. Hay tarados mentales que son científicos que piensan que vamos a conquistar otro planeta. Esas tonterías sirven para seguir como antes, produciendo y destruyendo. Está el colapso, ¿entonces qué? ¿No tenemos más hijos? ¿No nos movemos más? Hay una amenaza frente a la cual parece que no puedo hacer nada. Pero… ¿qué puedo hacer? Lo que puedo hacer es lo que abre el presente. Lo que puedo hacer ahora. Lo aprendí en los cuatro años y pico de cárcel. En el pabellón –que era un poco el de “La Pesada del rock and roll”, un poco jodida la mano, sacaban a gente para liquidar, era en el Chaco– recibí la información de que se acababan todos los planes de fuga. Se me abrió la cosa… me pregunté “¿qué hacemos acá?”. Era inmenso, infinito. Proteger a los compañeros, intercambiar elementos culturales, pensar la vida, aprender cosas… de repente se abrió un mundo enorme de cosas para hacer. Ninguna nos permitía salir ni atacar a la dictadura, pero permitieron que en mi pabellón sólo un compañero se volviera loco. Indirectamente sí estábamos resistiendo y permitiendo que hubiera un después. Pero no pensando en el después, sino asumiendo el ahora.
P: En ¿Funcionamos o existimos? defiende cierta espiritualidad: hacerse un café no es simplemente hacerse un café, es un ritual. También cuenta que intuyó que iba a estar en la cárcel mucho antes de estarlo. ¿Qué rol juega en su pensamiento la filosofía oriental y cómo puede servirnos como herramienta para pensar este momento?
Benasayag: El ejemplo del café surgió del poco tiempo que me pidieron que ayudara a equipos de gerontólogos. Sobre la persona discapacitada o muy anciana que no puede hacer cosas se dice “hacer un café le toma tres horas”. El asunto no es que tome un café, sino que en esas tres horas está haciendo cosas. “Caminante no hay camino…”. Estudié mucho el taoísmo. Y a una corriente occidental muy cercana a la India, el neoplatonismo. El taoísmo tiene una sabiduría enorme con respecto a no estar pensando en la solución de la cosa y asumir la vida. Chuang Tse tiene todo un texto sobre la utilidad de lo inútil. Funcionar es tratar de ser útil, pero útil es una máquina, sirve para algo. Los seres vivos somos profundamente inútiles, en el sentido de que no tenemos que servir para algo. Es horrible cuando se mira a alguien y se dice “¿para qué sirve? Este no produce, no consume”. Hay que reivindicar la inutilidad. Todo lo fundamental –el amor, la creación, el arte, la alegría– es inútil.
P: ¿Qué papel tiene la tecnología en todo esto?
Benasayag: La tecnología actual crea una ausencia. Cuando alguien está conectado con el telefonito en realidad se ausenta. Trabajé en neurofisiología para ver los efectos del GPS, para ver en qué nivel eso producía destrucción en ciertas conexiones neuronales. Llegás del punto “a” al “b”, pero entre esos puntos no exististe. La maquinita facilita las cosas, pero ése no es el objetivo. El objetivo era vivir las cosas. Hay un cierto nivel de confort que es una trampa. Por eso creo que la crítica al utilitarismo del taoísmo, la idea de que estás porque estás, o el estar siendo del que habla (Rodolfo) Kusch hoy día son fundamentales. De la misma manera que cuando te están masacrando en la cárcel y todo lo que quieren es que mueras de miedo y te vuelvas loco. Hay una amenaza enorme, pero esto abre posibles.
P: Son muchos los que sostienen que ya no hay separación entre el mundo online y el offline. ¿Qué piensa de esta idea?
Benasayag: Existe una colonización que formatea el cerebro y los cuerpos. El punto máximo es el transhumanismo. Por el momento, por suerte, sigue existiendo un mundo de cuerpos, y el objetivo sería que colonice la técnica. No se puede volver atrás con respecto a la tecnología, pero hay que dar vuelta el movimiento y que la tecnología nos sirva a nosotros. Yo vivo en un sexto piso y tengo ascensor, pero no por eso me volví una masa gelatinosa. Sigo usando los músculos. Lo que pasa con el cerebro es que no: todo lo que uno delega a la máquina el cerebro no lo hace más.
P: En sus postulados da protagonismo a los ancianos. ¿Por qué?
Benasayag: La innovación tecnológica permanente nos pone en un momento en que todo lo nuevo es bueno. Toda la experiencia vivida es perdida, se deja de lado, porque finalmente lo único que importa es la información que puede dar la máquina. Una sociedad que se priva de toda experiencia y que se ata solamente a las dimensiones de la información se debilita mucho. Hay una diferencia enorme entre estar informado y comprender. La comprensión es un proceso físico, corporal. Todo lo que es experiencia está mal visto. La vejez representa lo frágil, el hecho de ser mortal, y eso no hay que verlo. Todo tiene que ser pura potencia nueva. Eso hace que los viejos no desarrollen su potencia y los jóvenes sean víctimas directamente del terrorismo absoluto del funcionamiento.
P: Pertenece a una generación cuya juventud estuvo atravesada por una necesidad de cambio social. Ante este panorama, ¿qué nos queda en relación a lo político?
Benasayag: Estamos viviendo una época totalmente diferente. No podemos juzgar la época pasada con la actual. Hasta los ’70 el mundo es el mundo del futuro; el mañana es un mañana rabioso, el de la promesa. La gente está hecha de la época. No sos independiente de la época. Reaccionas en relación a ella. Algo se estaba gestando, se sentía al respirar, como decía la canción de Arco Iris. Si cuando empecé a estudiar medicina me hubieran preguntado por el 2022 hubiera dicho que el cáncer estaría curado. En ese momento cada uno en sus actividades metía el hombro acorde a esa promesa. Tengo amigos que se fueron al Bolsón, otros que entraron a Montoneros, otros que hacían teatro alternativo. Poco importa. No había una vía, había un moverse, que tenía mucho que ver con la contracultura, el guevarismo, el indigenismo, el feminismo. Yo tocaba rock en un grupo hasta que pasé sin solución de continuidad a ser combatiente del ERP. Era una primavera. Nosotros somos contemporáneos a una cosa inédita que es el fin de un mundo, del mundo creado por el Antropoceno, el cartesianismo. No es que ser del ERP era la única posibilidad. Pero había que hacer algo y lo reivindico. Fue una época fantástica de mi vida a pesar de todo. Hoy hay una nueva distribución material y objetiva del mundo que no nos permite para nada ordenar nuestras acciones en nombre de un futuro. Eso nos exige asumir que el norte está en el presente. El ejemplo que di de la cárcel era anacrónico con respecto a esa época, porque todo estaba ordenado hacia el futuro y nosotros tuvimos que hacer un esfuerzo para ordenarnos con el presente. Hoy en día tenemos que comprometernos con el presente. Los politiqueros que prometen, dicen, piden adhesión están out. Y todo partido, verticalidad, promesa no corresponde a nada. Cuando veo a (Alan) Badiou que sigue hablando de la revolución… hace poco en una entrevista un tipo le dice: “usted apoyó a Stalin, 20 millones de muertos; a Pol Pot, 2, 3 millones; a Gonzalo, de Perú…”. Y Badiou le dice: “No se hacen ni la filosofía ni la revolución contando muertos”. El sigue pensando que hay un objetivo y que la realidad tiene que ordenarse con respecto a ese objetivo. Eso no va más. No porque antes éramos tontos. La época cambió.
P: En su último libro, Byung-Chul Han polemiza con Toni Negri en relación con este tema. Han sostiene que es imposible hacer una revolución con todos aislados y deprimidos…
Benasayag: Tiene razón el coreano. Negri, Badiou, toda esa gente sigue pensando que hay modelos y que los seres humanos tienen que adherir a ellos. Tenemos que mirar la realidad de que frente a la amenaza la gente está como la mierda. De lo que se trata es de reconstruir el tejido social y encontrar razones para moverse. En situaciones concretas, que pueden ser micro o un poco más grandes. Lo local no es socialmente chico. Creo que hay que actuar y pensar local. Todo pensamiento de lo universal es colonialismo. El universal es la invención del colonialismo, con un ser humano modelo, universal. La gente va mal. No está esperando que un boludo le dé un programa de por dónde pasa el mundo. Eso corresponde a una época.
P: Autores como Eric Sadin hablan de la abolición de lo común. ¿Cómo construimos desde esas ruinas?
Benasayag: Dentro del esquema universal moderno lo común es algo que existe: la clase obrera, los negros, las mujeres. En realidad, si queremos abrir la puerta a un actuar en la complejidad en el presente, lo común no preexiste. Es lo que producimos con nuestras acciones. No hay un común sustancial, de base. Claro que se puede crear. Y lo común resiste al horror y la destrucción. Pero es importante ver que nunca es dado. No tengo nada en común con los argentinos porque soy argentino: eso es Malvinas, el Mundial ’78… no existe la argentinidad. Existen producciones comunes que son territoriales. El común es lo que actúa. Lo que actúa es un conjunto que no es antropocéntrico. Es el ecosistema. Nosotros somos parte del ecosistema. Por supuesto que ni el taoísmo ni el estar siendo son antropocéntricos. Lo humano hace parte de un conjunto.
P: El combo actual incluye a la pasión del odio en el centro de la existencia. ¿De dónde sale el odio? ¿Cuál es su lectura del atentado a Cristina Fernández?
Benasayag: El odio es el mayor medicamento ansiolítico. Cuando tenés odio no tenés más ansiedad y el mundo se ordena, porque te polariza. Está todo bien porque tenés un enemigo. Me acuerdo de que en un momento un amigo tenía un problema gravísimo en la cadera y sabía que iba a quedar medio paralítico en unos años. Y otro amigo le dice: “qué lástima que no haya nadie para darle una piña en la cara”. Como diciendo “si hay un problema tengo que tener alguien a quien odiar”. Y en realidad se trataba de asumir juntos, con amor, amistad, esta pena, esta tristeza, esta fragilidad de que un amigo de nuestra edad iba a tener problemas para caminar el resto de su vida. O tenés que bancártela o decís “¿a quién le pego?”, y cuando tenés a quien pegarle el mundo está ordenado. El odio es inevitable y tenemos que tener cuidado de no caer en la trampa de tener un pequeño buen odio en el estómago o el corazón. Tenemos que bancarnos la fragilidad, la dureza de la época sin recurrir a un odio que nos salve. En Argentina está subiendo una intolerancia… no se puede pensar porque cualquier persona que piense va a ser sospechada por el otro de no estar conmigo. Por suerte no salió la bala. Hubiera sido pasar a otra cosa. A la vez, claro, la respuesta tendría que ser no de odio. En ese sentido, en Argentina pasó algo que no pasó nunca en el mundo: que un pueblo obtenga justicia sin haber vencido militarmente al enemigo.
P: ¿Y cómo encaja la Inteligencia Artificial en todo esto?
Benasayag: «La hipótesis algorítmica sostiene que todo es algorítmico. Parece una locura, igual que creer que los seres humanos deben convertirse en robots. Sin embargo, hay una mayoría que cree que sólo hay una unidad de diferencia entre la vida artificial y la biológica. Somos minoría los que pensamos que hay una diferencia cualitativa. Nuestra singularidad está olvidada».
P: Quizá también la función del error humano.
Benasayag: «Que afortunadamente la medicina de alta tecnología no comete. Pero los médicos se cuestionan cada vez más su papel, como los artistas o los periodistas con la llegada del ChatGPT. La cuestión es: ¿hay o no diferencia entre el mundo vivo y el artificial? Si esta diferencia existe y la ignoramos, será un desastre. La inteligencia artificial no es adecuada para los vivos no sólo porque no comete errores, sino también porque no puede desear.
P: ¿Desear qué?
Benasayag: «El ser humano tiene la capacidad de ser estúpido (risas) y de pasar mucho tiempo escribiendo canciones o amando a alguien, quizá sin ser correspondido». La limitación clarísima del desarrollo algorítmico es que faltan el deseo y la pasión».
P: En una entrevista concedida a «la Lettura» #615, el cineasta alemán de 81 años Werner Herzog habla de cómo su generación ha sido testigo de varias transformaciones importantes. En el campo de la agricultura, del cultivo manual a la mecanización, la informatización y la robótica. ¿Qué les espera a los nacidos en este siglo?
Benasayag: «El algoritmo no es sólo una transición histórica como tantas. Es un verdadero punto de ruptura porque se comporta como una nueva especie, demasiado rápida y poderosa para ser controlada por el ser humano. Es la tercera revolución antropológica, comparable al nacimiento de las lenguas y la escritura. Hay miles de lenguas y dialectos, y a veces no bastan para decirlo todo».
P: ¿Le asusta el futuro?
Benasayag: «No soy tecnófobo, ni tecnófilo. El futuro ya es presente y estamos en una fase muy delicada. Dejando a un lado el antropocentrismo, tenemos que defender la vida, el medio ambiente y el ecosistema. Pero aunque lo hagamos todo bien, no sabemos cómo nos irá. Debemos actuar. Actuar con esperanza, pero sin certeza. Sí, también hace falta valentía por parte de los gobernantes y haría falta más protagonismo por parte de los ciudadanos».
P: En medio de esta tempestad, ¿de qué te agarrás para no caer del barco? Entiendo lo de no construir desde el cemento, pero, ¿de dónde sacás coraje sin convertirte en un aparato, sin blindarte? (La Vaca - año 2015)
Benasayag: (...) hay que entender que estamos viviendo una época de mutación total. Ya no se trata de no saber, sino directamente de no tener la más pálida idea de qué va a ser/pasar. Inclusive, físicamente todas las mutaciones, los cambios de lo vivo, incluido el humano y su cultura, está mutando. Hay un sustrato de mutación tal que, efectivamente, no puede no crear un cimbronazo de miedo. Eso, por supuesto, tiene sus dimensiones y corolarios, que son las guerras sin sentido. La guerra de liberación de Argelia era horrible, con sentido. Nadie dice que los argelinos eran santos ni que los franceses eran santos, pero hay un sentido que permite una lectura. Hoy en Siria no hay lectura, porque mismo cuando uno trata de tener una lectura por intereses económicos, como les gusta tanto a los marxistas, ni siquiera desde ese punto de vista tiene un sentido. Y ese miedo que provoca el sinsentido, de repente, se encarna con los terroristas. Es como si se cristalizaran en 8 personajes vestidos de negro y con la cara tapada (ISIS) , todos esos miedos telúricos, trascendentes. Y es como si fuera bienvenido. ¡Welcome! Porque es muy paradojal lo que dicen los franceses: a este enemigo no se le ve la cara. Pero es totalmente al revés: ahora finalmente le vemos la cara. Porque la cara del enemigo tiene hoy un lado real y un lado engaña pichanga: Monsanto mata mil veces más que el terrorista, pero con los terroristas volvemos a la idea de que “el mal” está hecho por hombres con libre arbitrio. Eso les encanta a todos los intelectuales pajeros, porque si hay terroristas podemos pensar que si el mal está dirigido con una intencionalidad humana, el bien también. Entonces estos actos terroristas les permite poner en pausa, hacer el recreo, ignorar lo que hoy está pasando en París, que es la conferencia del clima. Y eso no lo maneja nadie. Por supuesto que hay gente que se beneficia del desastre climático, pero no lo pueden manejar ni ellos.
P: En medio de eso, ¿qué hacemos?
Benasayag: No hace falta gente que prometa pavadas porque nadie puede tener una información o una mirada desde afuera de barco. Ni tampoco hace falta aumentar el terror, ni hacerle creer a la gente que el terror tiene que ver con sus vidas personales. Hace falta que algunas y algunos podamos apostar a la vida. Es una apuesta de decir: “no es cierto que todo es un mambo, no es cierto que lo único que se puede desear es ser un bárbaro para proteger a mi tribu”. Es necesario que un mínimo de mujeres y hombres apuesten a que capaz, a pesar de todo, la vida es otra cosa. Creo que es ese el nivel más alto de racionalidad posible de la emancipación hoy. No hay nada más que podamos decir que eso. Que un grupo de mujeres y hombres, rompiéndose el culo, porque es un laburo titanesco, apostemos a que “capaz que no”. A que la vida no es solamente este caos. ¿Qué es lo que a uno lo consolida? Entre la materia y la antimateria no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Entre el amor y el odio no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Tiene que haber un poquito más de amor que de odio… Digamos que en momentos así lo que nos sostiene es la historia, es el amor, son las experiencias de pueblos en lucha, de abrazos, de amistades, de arte, de belleza, todas cosas que nos dicen que no todo es lo mismo. Nadie es un santo. Todos tenemos lados chotos, pero el asunto es que hay algunos que tratamos que durante las 24 horas del día sean solamente pocos minutos donde el lado choto se manifieste. Ahora, eso tiene que hacerse con alegría. Para mí es una alegría. Es una alegría llorona: me la paso llorando porque quiero amiguitos, quiero cómplices … Y los encuentro cuando logro hacer asociaciones que logran que una especie de organismo multidimensional pueda existir. Hace tiempo que me di cuenta que no todo el mundo puede hacer todo. Y que entonces, dentro de esta tarea de proteger la vida, hay que hacer lo que uno sabe hacer. No hay que pedirle a todos que tengan un sentido social, solidario, que sepan entender la complejidad, ser corajudos: no. Uno puede ser cobarde e integrar este organismo, porque sabiéndose cobarde se protege en este organismo; el otro puede ser muy inteligente, pero faltarle práctica. Y esas son las dimensiones en cada uno compone este organismo que estamos permanentemente de crear y recrear.
P: ¿Cuál es el mayor peligro?
Benasayag: Que no haya masa crítica de mujeres y hombres que apuesten a la vida y que, entonces, no haya relación de fuerza contra la destrucción. Es por eso que toda persona que sabe hacer algo no tiene que quedarse haciendo lo que sabe hacer, sino que tiene que buscar a dónde tiene que estar: su lugar. El peligro es que la dislocación, la descomposición, vaya demasiado rápido.
P: Y eso es lo que notás: que va muy rápido
Benasayag: Sí. Es una época muy, muy exigente, donde hay que inventar en permanencia vías pragmáticas que no sean dogmáticas, para poder abandonarlas cuando no andan. No hay que preguntarse qué es lo que puedo hacer, hay que preguntarse qué es lo que hay que hacer. Y con lo que uno puede hacer, asociarse al organismo donde uno ponga el hombro.
P: ¿Digamos que es un momento incómodo?
Benasayag: Y es un momento magnífico a la vez. Es decir, hay que desviar la mirada del yo, de la persona que uno es y pensar qué es lo que hay que hacer. El asunto no es el yo, el asunto es cómo uno debe incorporarse al organismo que corresponde al desafío.
P: ¿Es un momento de trascendencia?
Benasayag: Es más allá de mí, más allá de hoy. Es más allá de mí, entonces no tengo que pararme en mí. Y es más allá de hoy, por más que hoy sea oscuro. Eso también exige un poco de humildad con respecto a lo que un individuo puede entender. Hay que entender que no se puede entender. Es una especie de práctica muy difícil, sobre todo para los intelectuales y los militantes, eso de ser consciente de que hay cosas que no podés entender. Hay localmente cosas que son claras, pero con respecto a que hay mañana, es una apuesta. No puede ser una conclusión.
P: Si hoy vivimos una guerra entre lo vivo y lo destructivo, también vivimos una guerra entre el miedo y ¿qué?
Benasayag: Y el aguante. El coraje es eso: aguantar. ¿Y cómo aguantás? Aguantás desde algo que no te pertenece y que es la apuesta de que no tenés que creerte que todo terminó. Uno aguanta desde esa apuesta, que es pura dinámica, pura vida, puro deseo… Es cierto que cuando uno aguantó muchas veces va teniendo un poco más de valor. Que después, no tenés tanto miedo. Hay por supuesto gente que tiene más miedo o menos miedo, pero más allá de la cantidad de miedo que uno soporta, se trata de aguantar. ¿Sobre qué se aguanta? Sobre todo lo bello, lo bueno, el amor, el pensamiento, la solidaridad que a uno lo formó y que forma al mundo. Sólo así uno no aguanta como un faquir. La mujer, el hombre que está aguantando, anida todo lo bello de la vida. Aguanta por eso, no porque es un sacrificado. Aguanta como nido de la alegría y de pensamiento, de todo lo que hay bello. Aguanta porque en el corazón tiene eso. Y esa apuesta no es una apuesta desesperada, sino que es simplemente algo que desde hace millones de años se confirma: a pesar de todo la vida se desarrolla, se reestructura. Con esfuerzo. Es un momento en el que no solamente hay “no sabemos”, sino que hay un tsunami técnico macroeconómico que está empujando esto hacia la destrucción. Entonces, creo que un mundo se acaba… Durante la dictadura pensabas, por ejemplo, que algún día metan presos a estos tipos, que se recuperen los nietos, y cuando lo vas logrando hay una especie de “uf, la tormenta pasó”. Acá no se trata ya de que pase la tormenta: acá el territorio que nos sostiene y nuestra propia composición está mutando.
P: Somos la tormenta
Benasayag: Somos la tormenta, exactamente. No podemos pedirle a todo el mundo que lo asuma, porque la gente asume niveles diferentes de caos con respecto a su estructura. Tampoco se trata de pasearnos como un profeta del apocalipsis. Tenemos la responsabilidad enorme no solamente de ver lo que está mutando, sino de mantenernos. Y encima, de no ser estúpidos. Y de no exigir que si yo aguanto, todo el mundo se la aguante y sea consciente de lo que está pasando. Hay mucha gente que no puede, y no hay que volverse loco por eso. No hay que esperar lo que no hay. Ahora estoy estudiando lo más parecido que pasó a lo que vivimos hoy: la gran crisis del año mil, que representó el nacimiento del Occidente. Pero hay un “pero”: esta mutación incluye, por primera vez, la materialidad de los organismos vivos. Si desde la revolución industrial hasta ahora, el ser humano modificó todo su medioambiente, ahora lo que está pasando de diferente es que empezó a modificar de una manera absolutamente irresponsable el interior mismo de los bichos y del humano. Entonces: agarrate Catalina.
P: ¿Puede ser un desastre o podemos apostar a algo mejor?
Benasayag: Nada permite pensar que la digitalización del mundo forzosamente va a resultar en una destrucción. Va a ser una mutación radical, total, pero nada permite pensar que la vida no pueda, finalmente, colonizar la máquina. ¿De qué depende? De lo que hagamos.
P: Y de lo que dejemos de hacer.
Benasayag: Exacto.
P: Sobre la inmigración, usted ha dicho que no es una cuestión de tolerancia, sino de integración orgánica. ¿Qué quiere decir?
Benasayag: 'La tolerancia no me gusta, significa mirar a la gente por encima del hombro. La inmigración forma parte de la especie humana. Hay dos posibilidades: construir muros y disparar en el acto o establecer la solidaridad con los que llegan. Si los italianos no quieren extranjeros, Argentina debería repatriar a los siete millones de italianos que llegaron allí. En cambio, fue una inmigración fantástica, mucho más exitosa que la de los colonizadores españoles».
Fuente: en base a Corriere della Sera, Página 12, Vita e Pensiero, La Vaca - Editado y publicado en ClimaTerra: https://www.climaterra.org/post/miguel-benasayag-funcionar-o-existir