Umbrales de dignidad: Políticas para situar el consumo energético entre el suelo y el techo
¿Qué tipo de políticas energéticas nos permitirían superar el suelo social para que la población viva dignamente y, al tiempo, quedarnos por debajo del techo ambiental? Lanzamos unas cuantas propuestas organizadas de manera que las cuatro primeras muestran una transformación social estructural, mientras que las restantes persiguen responder a las urgencias del presente.
Luis González Reyes y Charo Morán
En primer lugar, es necesario cambiar el modelo energético no solo hacia energías renovables de alta tecnología, como las que se están desarrollando en la actualidad, sino hacia energías renovables realmente renovables emancipadoras (R3E). Esto permitiría encarar el problema del techo, pero también afrontar algunos de los elementos determinantes que están detrás de la pobreza energética, como la pérdida de autonomía de la población para garantizarse su consumo energético.
¿Qué características tienen las energías R3E? En primer lugar, son aquellas construidas con energía y materiales renovables. La principal inspiración en su diseño serían las plantas, que usan la energía solar a través de la fotosíntesis, pero también para bombear la savia hasta las hojas. La técnica de los vegetales es prodigiosa. Se autoconstruyen y se autorreparan, funcionan a temperatura ambiente, utilizan materiales abundantes, generan y sostienen un entramado de vida que les permite prácticamente cerrar los ciclos de la materia. De este modo, la base material de las R3E es la biomasa, a la que se unirían materiales abundantes, de cercanía, fácilmente reciclables y que se puedan obtener haciendo uso de energías renovables (el hierro cumple todos estos requisitos), y que no necesiten procesos de purificación (como el granito).
La segunda característica es que realizan trabajo directo y producen calor, no solo generan electricidad. Estamos hablando de paneles solares para calentar agua, quema de biomasa, molinos para producir trabajo, etc. Necesitamos un desarrollo ingenieril que aproveche los conocimientos generados durante las últimas décadas para dar un salto cualitativo en el uso de las energías renovables realizado en los periodos preindustriales y en las primeras décadas de la Revolución Industrial, como los molinos hidráulicos.
Desde este doble prisma, la fuerte electrificación generalizada de la economía que se está poniendo en el centro de los actuales planes de transición energética se revela como una estrategia cuestionable, pues implica además un importante consumo de espacio y materiales, y requiere la quema de combustibles fósiles para la fabricación e instalación de los sistemas de captación. Pero este enfoque general no significa que la electrificación no pueda y deba avanzar en algunos sectores concretos para reducir la combustión fósil, por ejemplo, en el transporte mediante tren eléctrico de baja velocidad.
En el mismo sentido, los seres humanos y otros animales[21] probablemente necesitemos volver a ser vectores energéticos clave por nuestra multifuncionalidad. Artesanía o agricultura serían sectores que podrían reducir drásticamente su huella ecológica gracias al uso de mano de obra, además de permitir un reencuentro con el placer del trabajo comunitario y no alienado. Eso sí, este trabajo necesario para sostener la sociedad tendría que repartirse equitativamente entre géneros, territorios y clases.
En tercer lugar, las energías R3E se integran en el funcionamiento de los ecosistemas de manera armónica. Es más, se apoyan en ellos, pues sin su concurso no se pueden desarrollar. En este sentido, un ejemplo de R3E es la navegación a vela, que usa los vientos marinos, más regulares que los terrestres, para desplazarse. Los molinos hidráulicos utilizan la energía potencial existente en el curso de bajada de los ríos, junto a la concentración de todo el agua recibida en el fondo del valle. La construcción bioclimática aprovecha el sol, la orientación y las corrientes para la refrigeración y la calefacción, haciendo uso de materiales de la zona. O la permacultura y los bosques comestibles, que se basan en los equilibrios ecosistémicos para alimentar (dotar de energía) a las personas y a muchos otros seres vivos.
El cuarto elemento es el principio de cosecha honorable[22]. Este es un concepto usado por las poblaciones indígenas norteamericanas que persigue una doble finalidad. Por un lado, dejar para el resto de seres vivos. Es decir, no acaparar toda la energía solar, ni siquiera una parte importante de dicha energía, pues esta es indispensable para el funcionamiento de los ecosistemas. Por otro lado, la cosecha honorable no solo persigue dejar para el resto, sino favorecer la expansión de la vida, por ejemplo tomando leña de los bosques a través de una entresaca que permita la regeneración de la masa arbórea y de otros tipos de vegetales y, con ello, enriqueciendo el ecosistema.
Una implicación importante del principio de cosecha honorable es que no va a ser posible sostener el nivel de consumo energético de sociedades como la nuestra, pues éste es imposible sin acaparar grandes cantidades de energía. De este modo, socialmente se tendría que priorizar el suministro constante y abundante de los espacios imprescindibles (por ejemplo, un centro médico o una nevera comunitaria), mientras que el resto de usos de la energía tendrían que acoplarse a los ritmos naturales. Esto no quiere decir que no pueda haber nada de almacenaje, por ejemplo con madera o presas hidráulicas. Lo que implica es que para maximizar la capacidad de garantizar el suministro a lo indispensable, hay que minimizar los consumos. Además, si la biomasa se tiene que convertir en la principal fuente de calor, deberá usarse con mucha moderación, además de aumentar la superficie forestal.
La última de las características de las energías R3E es su control comunitario, sobre el uso y también sobre la técnica. Solo así podrán surgir sociedades realmente democráticas y justas. Esto implica técnicas sencillas y de cercanía (fabricadas con materiales y energías de proximidad), que se pueden denominar como técnicas humildes[23]. Desde este punto de vista, la generación distribuida, que implica instalaciones más pequeñas y próximas al lugar en el que se consume, permite a la población tener más posibilidades de controlar de forma democrática los recursos. También ofrece la ventaja de reducir las pérdidas en el transporte (al generarse donde se consume), y es, por tanto, un sistema que puede alcanzar un alto grado de eficiencia, especialmente si se trata de instalaciones comunitarias y no individuales.
La segunda idea sería la desmercantilizacion de la energía, es decir, pasar de obtener la energía mediante una transacción monetizada, a que de manera comunitaria controlemos su captación y su transformación. Esto respondería a varias de las causas detrás de la pobreza energética, como el empobrecimiento de la población, la tendencia al encarecimiento de la energía y la pérdida de autonomía de la población.
Desmercantilizar la energía pasa por la puesta en marcha de miríadas de comunidades energéticas. Es decir, que la población se organice para conseguir al menos una fracción de la energía que necesita de manera autónoma. No solo pensemos en poner placas solares en los tejados de los edificios, que también, sino en muchos más mecanismos: suertes de leña en los entornos rurales, sistemas de generación de biometano para cocinar a partir de restos orgánicos de la comunidad, etc.
En tercer lugar, es imprescindible reducir la movilidad. Las ciudades son altamente demandantes de energía y poco autosuficientes. El periodo de energía barata y abundante supuso su crecimiento y un urbanismo segregado en usos, que progresivamente fue consolidando la pérdida de autonomía de los barrios y un incremento de la movilidad obligada para hacer frente a las actividades cotidianas (empleo, compras, ocio, cuidados, etc.). Las urbes han de rediseñarse con criterios de proximidad, como las ciudades 15 minutos[24], facilitando el acceso a las necesidades cotidianas en cercanía, fortaleciendo la vida comunitaria, la creación de refugios climáticos y la renaturalización de calles, plazas y terrazas. Todo ello debe estar, además, acompañado de iniciativas que quiten al automóvil privado su centralidad en la ciudad, dando paso a un urbanismo que ponga en el centro la vida comunitaria y el fortalecimiento del transporte público y el uso de la bicicleta. En el mismo sentido de generar cercanía, estaría la relocalización del sistema productivo para abastecer las necesidades básicas de la población.
También es necesario adaptar las demandas de recursos a la disponibilidad de energía, agua, suelo, minerales, etc. y a los contextos ecológicos de los territorios. Para maximizar la disponibilidad de energía realmente renovable, es necesario impulsar un sector primario de proximidad basado en la agroecología y en la restauración de suelos degradados.
En esta consideración de los recursos consumidos, hay que tener en cuenta el consumo embebido en la fabricación de bienes, pues hay una mochila energética en todo lo que consumimos. El uso de técnicas humildes supondría una menor demanda de recursos minerales basados en el extractivismo y generadores de grandes impactos ecosociales. Una transición energética justa debe tener en cuenta este aspecto, planificando la reducción de la demanda global de energía a escala global, aplicando criterios de redistribución y poniendo límites al uso de la riqueza energética a personas y territorios que la atesoran por encima de lo que permite vidas dignas a millones de personas. En un planeta con recursos limitados y en situación de sobreexplotación, todo aquello que no es universalizable es un privilegio y va en contra del bien común, la solidaridad y la justicia energética.
Mientras avanzamos hacia sociedades más justas, hay que poner en marcha un rescate energético[25] para asegurar un acceso a la energía suficiente a toda la población, mediante la puesta en marcha de bonos sociales de una forma equitativa por baremos de renta[26], facilitando la formación a la ciudadanía para entender la factura eléctrica y poder llevar a cabo medidas de ahorro energético. Es frecuente que las viviendas en zonas de menor renta sean de peor calidad, por lo que es importante realizar auditorías energéticas que incluyan medidas de eficiencia energética que reduzcan la demanda de energía de forma duradera y la creación de comunidades energéticas.
Además, el precio de la energía, como bien común que es, requiere de una reforma integral del sistema eléctrico actual de carácter oligopólico, especulativo e injusto, cuyo objetivo es el beneficio empresarial por encima del bien común. En este sentido, es necesario modificar el modelo tarifario del mercado marginalista que fija los precios de la electricidad de forma arbitraria y que entorpece medidas enfocadas a la transición energética justa y la soberanía energética. En un contexto de crisis energética, dejar en manos del mercado el control del precio de la energía genera más pobreza energética y afectará progresivamente a las mayorías sociales. Es por ello necesario explorar propuestas que supongan suelos mínimos de acceso universal a la energía de forma desmercantilizada y techos máximos que pongan límite al acaparamiento energético por parte de las personas y territorios enriquecidos.
Dentro de esas políticas que permitan controlar la tendencia hacia el encarecimiento de la energía estaría su racionamiento, entendido como una serie de medidas que tienen como elemento común un reparto (no necesariamente igualitario) a toda la población de bienes escasos, lo que implica un tope en el consumo. Es una opción que implica al menos una desmercantilización parcial de la energía y suele estar asociado a una mayor redistribución que el mercado. Además, el racionamiento permite una reducción del consumo con criterios de resiliencia colectiva. Es decir, darles más capacidad de consumo a los sectores económicos estratégicos. Por ejemplo, no dejar sin carburante a la agricultura o a la pesca, sectores actualmente muy petrodependientes.
Pero la opción del racionamiento dista de ser ideal. Un ejemplo entre otros es que implica una parte indudable de coerción. La coerción puede ser ejerciendo la violencia (en sus distintas formas), pero también puede articularse a través de un consenso social de la necesidad de un reparto relativamente justo de recursos escasos, como lo fue en el pasado cuando se ha aplicado (por ejemplo, durante guerras y posguerras) o, poniendo un ejemplo más cercano, cuando asumimos quedarnos en nuestras casas durante la época más dura de la COVID-19, porque entendíamos que esa restricción era por un bien común. En cualquier caso, el racionamiento sobre quien más ejerce coerción es sobre quien más tiene. Implica una mayor redistribución que el mercado, donde lo único que opera es la lógica del beneficio en la que gana quien más tiene.
En definitiva, entrar dentro de los márgenes existentes entre el techo ambiental y el suelo social requiere de cambios estructurales en el uso de la energía, pero también de medidas de urgencia para hacer frente, desde ya, a la pobreza energética.
4. Conclusiones
La transformación energética justa ha de partir de la aceptación de la situación de translimitación planetaria en la que nos encontramos y que va a suponer una menor disponibilidad energética a escala global. En este contexto, para asegurar vidas dignas para toda la población mundial, y permitir la reproducción de la biosfera de la que dependemos, es urgente y necesario plantear estrategias decrecentistas. Ante la evidencia física de que el modelo de crecimiento económico es muy exigente en el uso de la energía y ha chocado con los límites planetarios, la opción más sensata y justa es fomentar una cultura de suficiencia material (techo ecológico) y un reparto de recursos que asegure la cobertura de las necesidades básicas de todas las personas (suelo social).
La pobreza energética es una de las caras de la desigualdad que impone un modelo estructuralmente injusto y que conlleva la depauperización de la población. Pero detrás de ella, también está el encarecimiento de los recursos como resultado de la crisis energética, los procesos especulativos promovidos por los oligopolios energéticos y el sistema financiero, o las crisis geopolíticas. A esto se suma la falta de autonomía de la población para conseguir la energía que necesita, el modelo urbanístico que requiere una alta movilidad y consumo energético en climatización, o el propio cambio climático. Todo ello está detrás del fenómeno de la pobreza energética, que es multicausal.
En este contexto, las renovables no van a ser la panacea energética, debido a varios motivos: solo las usamos para producir electricidad, que en realidad supone menos de un quinto del consumo energético global; su intermitencia; dependen para su construcción de los combustibles fósiles; son difíciles de almacenar; se presentan dispersas; y pueden proporcionar una cantidad de energía bruta notablemente menor que la combinación del petróleo, el gas y el carbón. Además, tienen también límites físicos, pues dependen de minerales estratégicos escasos que tienen detrás el modelo extractivista, en especial en el Sur global.
Ante esto, lanzamos varias propuestas organizadas de mayor a menor capacidad de transformación estructural:
▪ Cambiar el modelo energético hacia energías renovables realmente renovables emancipadoras (R3E).
▪ Desmercantilizar la energía, es decir, pasar de obtener la energía mediante una transacción monetizada, a que de manera comunitaria controlemos su captación y su transformación.
▪ Reducir la movilidad, lo que implica transformar el modelo de habitar (ciudades) y económico (globalización).
▪ Adaptar las demandas de recursos a la disponibilidad de energía, agua, suelo, minerales, etc. y a los contextos ecológicos de los territorios. Para maximizar la disponibilidad de energía realmente renovable, es necesario impulsar un sector primario de proximidad basado en la agroecología y en la restauración de suelos degradados.
▪ Poner en marcha medidas de rescate energético para asegurar un acceso a la energía suficiente a toda la población.
▪ Reformar la formación del precio de la energía, modificando el modelo tarifario del mercado marginalista.
▪ Racionamiento de la energía, entendido como una serie de medidas para el reparto (no necesariamente igualitario) a toda la población de bienes escasos, lo que implica un tope en el consumo.
En definitiva, entrar dentro de los márgenes existentes entre el techo ambiental y el suelo social requiere de cambios estructurales en el uso de la energía, pero también de medidas de urgencia para hacer frente, desde ya, a la pobreza energética.
Fuente: fragmento de una extensa nota publicada en 15/15/15. Para leer todo su contenido: https://www.15-15-15.org/webzine/2024/12/30/umbrales-de-dignidad-energetica-audio/ - Imagen de portada: L’Isle-sur-Sorgue (Provenza), pueblo natal de René Char, junio de 2022. Fotografía: Jorge Riechmann.