El investigador despedido (e indemnizado) por negarse a viajar en avión: «Los gestos individuales de los científicos pueden tener mucho impacto»

En 2023, el Instituto de Economía Mundial de Kiel (Alemania) cesó al investigador climático Gianluca Grimalda por su negativa de regresar en avión desde Papúa Nueva Guinea, donde realizaba un trabajo de campo. Un juez ha ordenado una indemnización por “despido injusto”: Gianluca Grimalda (53 años) recuerda la semilla de una objeción de conciencia ambiental que practica desde hace 14 años. En 1999, varios colegas viajaron desde distintas ciudades de Europa a Kioto (Japón) para participar de aquella histórica cumbre, en la que se firmó uno de los primeros acuerdos internacionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. “Vamos en tren y en barco. Evitamos el avión”, escuchó Grimalda en la charla sobre el organigrama del viaje. La respuesta lo interpeló. Y ya nada fue igual en su vida académica.

Andrés Actis

El científico, especializado en cohesión social, en cómo se puede fomentar la cooperación entre los pueblos y las personas ante los riesgos del cambio climático, hizo cuentas. Descubrió que los ‘viajes lentos’, combinando trenes, barcos y autobuses, eran hasta diez veces más limpios en cuanto a emisiones que los ‘viajes rápidos’ en avión. En 2011, su conciencia ecológica –y sus contradicciones– lo llevaron a decir basta. Rechazó el billete de avión y viajó desde España hasta China en tren. Atravesó ocho países y tardó 16 días en llegar a destino.
Su empleador, el Instituto de Economía Mundial de Kiel (Alemania), respetó su decisión. Grimalda realizó decenas de ‘viajes lentos’ para realizar sus trabajos de campo, la mayoría de ellos a miles de kilómetros. Pero en 2023, en Papúa Nueva Guinea, su investigación se extendió siete semanas más de lo previsto. Primero, fue capturado por unos guerrilleros locales. Luego, las fronteras se cerraron por la erupción de un volcán.
Tras la demora, el director del instituto le dio cinco días de plazo para volver. Su viaje lento demandaba casi un mes. “Te tienes que subir a un avión”, le advirtieron desde Alemania. Grimalda se negó. No modificó su ruta de regreso. Lo despidieron por incumplimiento de contrato.
El científico se convirtió así en el primer caso conocido de un empleado despedido por negarse a tomar un avión por motivos ambientales. Ahora, un juez ha obligado a la entidad académica a pactar una indemnización por “despido injusto”. 

Gianluca Grimalda hizo el trayecto Yakarta-Sumatra en bus.

¿Cuándo y por qué decidiste dejar de viajar en avión para tus labores de investigación?
Me inspiró el grupo Licenciados para la Responsabilidad Global. En 1999, viajaron desde distintos puntos de Europa hacia Kioto para la famosa conferencia. Lo hicieron en tren y barco. Me impactó mucho. Lo hacían por un motivo medioambiental. Advertí entonces que viajar en avión emite muchísimo CO2. Empecé a investigar de qué se trataba esto de los ‘viajes lentos’. En 2011, viajé desde España hasta China en tren. Y ya nunca me volví a subir a un avión. Yo pensaba que la situación climática era grave, pero que había más tiempo. Me fui dando cuenta de que no hay tiempo para la inacción. Me radicalicé con el paso del tiempo y me uní al colectivo Rebelión Científica, a su desobediencia civil.
¿Cómo hiciste para compaginar esta decisión con tu trabajo?
Mi instituto me permitió hacer viajes lentos. Es más: me concedió 31 omisiones a conferencias por este motivo. En los diez años que trabajé para ellos, estuve 261 días viajando de forma lenta. Pensé que tenía suerte porque mi instituto me permitía esto. En los viajes, trabajaba. Por ejemplo, en un barco desde Francia a Colombia revisé un artículo entero.
¿Qué pasó en Papúa Nueva Guinea?
No era la primera vez que viajaba allí. Los cuatro trabajos de campo anteriores los cumplimenté según lo programado. Pero en 2023 pasó de todo. Un grupo de guerrilleros locales me emboscaron y me secuestraron por varias horas. Tuve que pagar un rescate. Además, en esos días, un volcán entró en erupción y nadie podía entrar o salir. Mi jefe de departamento estaba informado de esta situación. Lo cierto es que mi trabajo se retrasó siete semanas. Pensé que tenía la autorización. Pero el presidente del instituto me llamó y me dijo que tenía que volver en cinco días, que no podía seguir más allí. La orden requería subirme a un avión. Me negué. Entonces me despidieron.
¿Cuál fue tu reacción?
Me asesoré con los abogados del sindicato y presentamos una denuncia. En febrero, el expediente fue desestimado en primera instancia. La apelación derivó en un acuerdo entre las partes por sugerencia del juez de segunda instancia. Una pequeña pero importante victoria. Se trata de una indemnización por un despido improcedente, un primer paso para el reconocimiento al derecho de objeción de conciencia climática. No es el último paso, quedan muchos. Pero es un avance.
¿No ha sido muy alto el coste de esta victoria?
Sí, me siento triste porque perdí mi trabajo, que era perfecto. Me permitía investigar las poblaciones indígenas, muy vulnerables al cambio climático, viajando de forma lenta. Ahora estoy desempleado. Tengo mucha incertidumbre sobre mi futuro. Tengo 53 años. No es sencilla mi reinserción laboral. Pero estoy feliz por esta pequeña victoria. El instituto no tenía derecho a despedirme. Voy a cobrar una indemnización, cuya parte voy a donar a los colectivos climáticos.
¿Piensas que tu caso puede servir de contagio para tus colegas?
Es difícil. Viajar de esta manera no es para todos. El mensaje que quiero lanzar es este: no pido que se prohíban los viajes en avión –sí los viajes de los i privados, cuyas emisiones son bestiales–, s0lo busco sensibilizar a la gente, poner en debate el tema de los costes energéticos de nuestros estilos de vida. Mi otro objetivo ahora es organizar una huelga climática de académicos, algo que nunca se ha hecho. Que interrumpamos de forma simbólica nuestra producción durante algunas horas, que salgamos a las calles para hablar con la gente sobre la gravedad de la crisis climática.
¿Cuántos objetores de conciencia climática hay en la academia?
He recibido muchas peticiones de investigadores, la mayoría jóvenes, que querían hacer viajes lentos. Más de veinte. Está claro que no vamos a generar un movimiento global de objetores de conciencia contra los vuelos. Pero sería bueno que estos investigadores tengan visibilidad. Es evidente que el esfuerzo individual no va a generar el cambio sistémico que necesitamos. De todas formas, animo a quien esté preocupado por el cambio climático a unirse a algún grupo de protección del medio ambiente. También a reducir nuestra huella de carbono, cambiando la manera de viajar, cambiando de dieta.
¿No es peligroso ensalzar la figura de los “guerreros climáticos”? Una reciente investigación científica advertía de que la industria suele hacer mucho énfasis en las conductas de la ciudadanía para evitar avanzar en reformas estructurales de producción.
No concuerdo. Las acciones individuales pueden servir de estímulo, pueden contagiar. La mayoría de las personas dicen que están protegiendo el medio ambiente. Cuando uno pregunta qué están haciendo, la mayoría responde que recicla el plástico, una problemática grave, pero que tiene poco impacto en el aumento de la temperatura global. Muchas de estas personas se sienten satisfechas con esa conducta.
Lo peligroso, por tanto, es la falta de información y de concienciación. Hay bastante evidencia empírica de que la gente confía en los científicos. Por tanto, los gestos individuales de los científicos pueden tener mucho impacto. Muchos me tildan de loco, pero otros abren los ojos al ver que un científico adopte estas actitudes. Estoy intentando llegar a la ‘mayoría silenciosa’, a quienes no se han enterado todavía de lo grave que es la situación climática.

Fuente: https://climatica.coop/entrevista-gianluca-grimalda-investigador-despido-no-volar/

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