¿Qué nos cuentan las bandas sonoras de la naturaleza sobre la biodiversidad?
El estudio de los sonidos de nuestro entorno aporta información muy valiosa sobre todo lo que no alcanzamos a ver a simple vista. Y nos dice también que el mundo natural es cada vez más silencioso: 160 kilómetros al norte del bullicio de Bogotá, el tiempo se detiene en Villa de Leyva. En más de un sentido. Sus casas de paredes blancas apenas han cambiado desde la colonización de la tierra de los muiscas (hoy los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander, en Colombia). Su enorme plaza empedrada recuerda ejércitos y conflictos pasados y en sus iglesias todavía resuena la evangelización. Y en una de ellas, en la más antigua de todas, hay algo más. En su interior se guarda el sonido de todos los paisajes de Colombia.
Juan F. Samaniego
El claustro de San Agustín de Villa de Leyva alberga una de las mayores colecciones de historia natural de Colombia, con especímenes de cerca del 40% de todas las especies de uno de los países más biodiversos del mundo. Además, entre sus paredes se guarda la Colección de Sonidos Ambientales del Instituto Humboldt, una biblioteca única en América Latina con más de 25.000 especímenes sonoros de más de 1.300 especies y ecosistemas. Una colección que sigue creciendo gracias al equipo de bioacústica del instituto.
Todo empezó con el trabajo de un ornitólogo, Mauricio Álvarez Rebolledo, en los años 90 del siglo pasado. En sus largas estancias de investigación en el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, en la Amazonia colombiana, se dio cuenta de que era prácticamente imposible localizar con la vista a la mayoría de especies de aves. Pero siempre podía escucharlas. Así, empezó a grabar y a catalogar los sonidos, anticipándose a lo que hoy es una forma habitual de estudiar los ecosistemas: analizar sus bandas sonoras.
¿Cómo suena un ecosistema sano?
Habituados al ruido de nuestras ciudades, la naturaleza puede parecernos silenciosa. Pero nada más lejos de la realidad. Ni siquiera el fondo del mar está tranquilo. Los arrecifes de coral, los ecosistemas más biodiversos del océano, están llenos de los crujidos, ronroneos, chasquidos y gruñidos de las diferentes especies de peces e invertebrados que los pueblan. Esta cháchara constante no solo sirve a las especies para comunicarse con sus iguales y con los demás habitantes del arrecife, sino que también manda señales importantes al exterior.
Un estudio publicado el año pasado por investigadores de la Woods Hole Oceanographic Institution demostró que las larvas de los corales utilizan el sonido para saber si los arrecifes en los que van a asentarse están sanos o no. Es más, cuando los investigadores reproducían sonidos grabados de un arrecife sano en uno degradado, las tasas de colonización por parte de nuevas larvas de coral se dispararon.
Esto no solo sucede en los arrecifes. Las praderas marinas de las frías aguas de Escocia están también llenas de vida, aunque la mayoría de especies sean difíciles de ver a simple vista. Allí, el estudio de los paisajes sonoros, en los que se combinan los diminutos mordiscos de los alevines de peces alimentándose de zooplancton o el lento raspado de los caracoles que pastan sobre las rocas con las luchas de los cangrejos o el ajetreo de las focas y las nutrias, sirve a los investigadores de la Universidad de Edimburgo para saber si el ecosistema está sano o si está en proceso de degradación.
Y si sacamos la cabeza del agua y nos adentramos en la selva colombiana, el ruido se hace ensordecedor. Así suena uno de los muchos ejemplares sonoros de la colección del Instituto Humboldt (y aquí puedes consultarlos todos). “Un ecosistema saludable es un lugar que puede proporcionar refugio, alimento y el resto de condiciones para que todas las especies que lo habitan estén bien. Entonces, en un ecosistema saludable vas a encontrar muchísimos sonidos diferentes”, explica Daniela Martínez-Medina, investigadora del Instituto Humboldt y experta en bioacústica. “Por el contrario, si pensamos en un lugar muy intervenido, lo que nos vamos a encontrar son unas pocas especies muy dominantes o incluso una única especie que está ocupando todo el espectro sonoro”.
¿Qué nos cuentan los sonidos de la naturaleza?
Martínez-Medina lleva muchos años estudiando la naturaleza por sus sonidos y, en especial, los murciélagos, gracias a los cuales se adentró en el campo de la bioacústica. “El sonido es una herramienta que nos permite llegar a entender muchas más cosas de las que vemos”, señala. Puede servir para reconocer la presencia de una especie concreta, su localización y la condición en que se encuentra. O puede servir para entender la actividad de un ejemplar y sus patrones de comunicación. Además, abriendo el foco a todo el ecosistema, puede ayudarnos a comprender el estado de salud del lugar que está siendo estudiado.
“Hay una forma en la que un investigador del instituto se refería a esto que me parece muy bonita. Todos los animales son músicos en una orquesta y esta orquesta suena de forma diferente en cada lugar. Al estudiarla, podemos saber en qué estado está ese ecosistema”, detalla Martínez-Medina. Además, algunas herramientas tecnológicas han multiplicado las opciones en los últimos años, no solo por la posibilidad de usar grabadoras pequeñas y con mucha autonomía, sino también por el desarrollo de modelos matemáticos y algoritmos que procesan toda la información y encuentran patrones de forma automática.
La bioacústica nos dice también que hay una especie más ruidosa que las demás y que el resto padecen las consecuencias de convivir con un vecino que no se calla. “Cuando nosotros estamos en una fiesta y la música está muy fuerte, empezamos a cambiar, a hablar más alto para hacernos oír, y al cabo de un rato ya te duele la garganta o la cabeza. Los animales también lo hacen, modifican la amplitud de su señal acústica para hacerse escuchar por encima del ruido de origen humano, algo que se llama enmascaramiento”, explica Martínez-Medina.
El impacto de la contaminación acústica sobre la fauna es muy fuerte, aunque hay especies más plásticas que se adaptan mejor que otras. “Hay estudios que muestran cómo algunas especies de aves emiten señales diferentes si viven en ambientes urbanos o rurales o cómo adaptan sus sonidos al momento del día, en función de si hay mucho tráfico o no pasan apenas coches”, concluye la investigadora. “Al igual que para nosotros, la comunicación lo es todo para la mayoría de especies”.
Sea como sea, la bioacústica nos cuenta todavía una cosa más: la naturaleza es cada vez más silenciosa. Un estudio publicado en 2021 concluyó, tras analizar durante 25 años más de 200.000 lugares en América del Norte y Europa, que la diversidad y la intensidad de los paisajes sonoros estaba disminuyendo de forma clara, reflejando la pérdida en la variedad y la abundancia de especies. Otro, publicado en 2022, señalaba tras estudiar la banda sonora de las selvas de Borneo, que cuanto más degradado está un bosque, más callado está. Hoy, la primavera silenciosa de la que Rachel Carson empezó a hablar hace casi 70 años es más real que nunca.
Fuente: https://climatica.coop/bandas-sonoras-de-la-naturaleza-biodiversidad/ - Imagen de portada: Mirlo común cantando. Foto: EDUARDO ROBAINA.