3 ideas desde la educación ambiental para fomentar la organización ciudadana frente a emergencias climáticas
"Caminar es una de las llaves que nos acerca a un modelo de sociedad más humano y sostenible", reflexiona el educador ambiental Sera Huertas: Este verano, Climática me propuso participar en una jornada como ponente y hablar sobre cómo fomentar la organización ciudadana frente a emergencias climáticas (obviamente, desde mi experiencia como educador ambiental). Así que lo que hice fue meter en la coctelera adjunta a mi cerebro lo último en lo que estaba trabajando, mis lecturas más recientes y aquellas ideas o pensamientos que me generaban las intervenciones de muchas personas que sigo en redes sociales y que desde distintos ámbitos hablan y aportan sobre la transición ecológica.
Fruto de toda esa mezcla surgieron tres ideas –no sé si se podrían definir como «claves»– que podrían facilitar la organización ciudadana frente a emergencias climáticas. De entrada, quiero mencionar tres de las cuestiones que, probablemente, más condicionen mi manera de abordar la educación ambiental y por tanto esta propuesta de ideas:
1 La DANA de octubre de 2024 en València. El shock de vivir ese episodio catastrófico no solo me marcó como persona, sino también como profesional de la educación ambiental. Para mí hay un antes y un después de este evento, y por muchas razones que tienen que ver con cuestiones que hasta ahora no había considerado como educador ambiental, tales como la desinformación o la percepción del riesgo.
2 Empezar a vislumbrar y entender el alcance de la desinformación como problema en sí mismo y como activador y potenciador de otros, especialmente aquellos vinculados con la crisis climática.
3 Y, en tercer lugar, la lectura del último libro de Emilio Santiago, Vida de ricos, que trata de ofrecer herramientas políticas concretas para materializar un nuevo paradigma de lo que sería una vida deseable y lujosa dentro de los límites planetarios y, de paso, hacer frente al fascismo fósil. Este libro ofrece muchas claves que pueden orientar hacia la educación que se necesita.
Estas tres ideas empiezan por la necesidad de más y mejor educación ambiental.
Quienes conocen la trayectoria del colectivo EA26 saben que desde siempre hemos reivindicado que la educación ambiental debe considerarse una inversión prioritaria por parte de las administraciones públicas, y debe ser una educación que se base fundamentalmente en aquello que ya decía el Libro Blanco de la Educación Ambiental en España en 1999 y que sigue más vigente que nunca:
En primer lugar, la educación ambiental es una disciplina educativa orientada a «mejorar las capacidades de análisis, reflexión y acción para la resolución de los problemas sociambientales”. Que, además, “debería estar presente en todo el recorrido vital de las personas». Hablamos de una vida en común dentro de los límites planetarios, y una vida satisfactoria, y eso (como sabemos ahora), exige un compromiso continuo. Por eso son tan importantes las estrategias de educación ambiental, los centros de referencia autonómicos y, por supuesto, el liderazgo y coordinación del CENEAM. Y, por último, en su máxima expresión se concibe como “de ida y vuelta”, es decir, que cada persona que la recibe se convierte a la vez en un vector educativo de otras personas, pudiendo desarrollarse en todas partes. Siempre he dicho que no todas somos educadoras ambientales, pero sí todas podemos y debemos hacer educación ambiental.
Si todo esto que dice el libro blanco lo trasladamos a la crisis climática, y hablamos de mitigación y de adaptación climática, habrá que hablar de una apuesta educativa ambiciosa y de amplio alcance, algo que se ha empezado a hacer realidad en los últimos años en España, de manera insuficiente aunque avanzando en la dirección correcta.
Y ¿por qué digo más y mejor EA? A la ciudadanía hay que ofrecerle una educación ambiental que vaya más allá de mejorar sus conocimientos para clasificar residuos, que les ayude a limpiar su conciencia consumista o que les facilite su pequeña dosis de naturaleza para aliviar su déficit. Hay que apostar por proyectos e iniciativas transformadoras que de manera general:
1 Impulsen la acción colectiva y cambien la tendencia general arrastrada durante muchos años de recetas para salvar el planeta desde la acción individual. Sin desdeñar la importancia de la acción individual, especialmente porque muchas veces a partir de esta se construye la colectiva, ya que sumar personas a la causa es clave.
2 Hay que contextualizar los problemas socioambientales y los límites planetarios en el “aquí y ahora” y en el “nosotros y nosotras”. No podemos seguir pensando que no somos parte implicada de las causas, de las consecuencias y, por supuesto, de las soluciones.
3 Que se basen en la esperanza. Debemos ser capaces de introducir en el imaginario colectivo la idea de futuros mejores, deseables, factibles y no necesariamente alcanzables a través de largas trayectorias llenas de dolorosas renuncias (que existirán)
Solo llevo una idea y ya planteo que se necesita: más inversión pública en EA, más equipamientos, más y mejor capacitación de sus profesionales y crear las condiciones para que esto sea una profesión de verdad y no una de paso para la mayoría de las personas.
Como segunda idea quiero hablar de las ECOTOPÍAS Y EL LUJO EN COMÚN.
El lujo, el verdadero lujo, hay que buscarlo en el disfrute pleno de la común y no tanto en la práctica obsesivamente habitual de ejercer de manera individual lo que bien podría ser común y placentero. Esto, que dicho así es pegarle una patada tremenda al imaginario colectivo, es una de las vías para vivir dentro de los límites planetarios.
Desde la EA debemos convertirnos en promotoras de esta idea, incluso convirtiéndonos en publicistas del placer de lo común, vendamos la idea de que “adoptar prácticas más sostenibles supone priorizar la calidad de vida frente al derroche material”. Es un cambio a mejor en lo personal y en lo social. Como educadoras ambientales debemos generar el deseo de dar el salto de las prácticas individualistas, intensas en consumo energético, en generación de emisiones, en ocupación del territorio y en generación de residuos, en resumen, INSOSTENIBLES para el planeta, a otras colectivas, de mínimo consumo energético y generación emisiones de CO2, pero tan satisfactorias o incluso más que las primeras.
Hay que romper con la idea de que la transición ecológica va a ser un continuo vía crucis de renuncias traumáticas y dolorosas que nos van a llevar por un camino de penurias. Con el referente individualista y consumista que alienta el capitalismo es obvio que sí, pero ¿no ha llegado el momento de cambiar ese imaginario? Y sí, es difícil, mucho, especialmente sin abandonar este mismo sistema, pero tengamos claro que no lo vamos a hacer de golpe y que además el contexto no es para nada facilitador, más bien todo lo contrario… Y ahí es donde la política tiene que ser especialmente valiente.
La educación ambiental debe poner su maquinaría a disposición de la imaginación y creatividad de las personas para cambiar el paradigma de lo que es deseable, satisfactorio, lujoso (en palabras de Emilio Santiago).
Pero estas ideas no se insertan en la nada, en el vacío, se insertan en una comunidad, barrio, vecindario, en unos colectivos, familias, personas que vivirán con ese nuevo paradigma de la buena vida, la que está dentro de los límites ecológicos del planeta. A construir ese paradigma ayudan, y mucho, las ecotopías, definidas por Irene Baños como la “construcción colectiva de escenarios futuros esperanzadores” .¿Puede haber un reto más atractivo para cualquier educadora ambiental?
¿Y qué encontramos en esas ecotopías? En las ecotopías, los recursos materiales son finitos, pero hay mucha riqueza ilimitada a repartir: las relaciones bonitas, la creación artística, la creatividad, el deporte, la risa, el sexo, los amores, el estudio, el juego, alimentación saludable, la justicia, el vivir sin miedo y sin violencias, vamos, cosas que no necesitan grandes consumos de energía y materiales. Construyámoslas juntas.
Y, por último, como tercera idea estaría el CAMINAR.
Caminar es algo que nos define como seres humanos, un acto que, cuando precisa de análisis y estudio, se puede abordar desde numerosas vertientes como la antropología, la salud, la ordenación del territorio, las relaciones sociales, el deporte, etc.
Caminar nos define como personas y seres sociales, y en la era de las interconexiones, la movilidad sin límites, la velocidad y la inmediatez, para mí es un acto de rebeldía, de rebeldía y reivindicación.
Una de las imágenes más potentes de lo ocurrido tras la DANA de València, fue la de miles de personas voluntarias caminando desde múltiples lugares hacia los pueblos damnificados y aislados. Nada detuvo a la gente que sabía que su ayuda era vital para cubrir las necesidades básicas de las personas afectadas. Sin infraestructuras y con unas autoridades sobrepasadas por la magnitud de la catástrofe, la gente caminó cargada de comida, agua, material de primeros auxilios, de limpieza, etc. Caminó para acceder a todos los rincones afectados. Es obvio que cuando ocurren grandes catástrofes como esta, caminar es de las únicas opciones viables para la intervención sobre el terreno. Pero en este caso la ayuda, los cuidados, la colaboración, el ejercicio de la ciudadanía fue posible gracias a miles de personas que caminaron y caminaron sorteando infinidad de dificultades.
Pero caminar también ha sido siempre una de las principales propuestas de acción frente a la emergencia climática. Caminar y pedalear no precisan de combustibles fósiles y son las opciones de transporte más eficientes en el medio urbano, y sin duda en el rural. ¿Quién no ha oído hablar del modelo de “ciudad de los 15 minutos”? Una propuesta para crear una ciudad donde las personas puedan desarrollar una vida de proximidad con servicios como parques, colegios, centros sanitarios, lugares de ocio y centros de trabajo a 15 minutos a pie o en bicicleta de su vivienda. O, dicho de otro modo, acabando con la dependencia del vehículo motorizado.
En definitiva, caminar nos vincula a una visión cultural basada en la calma, la reflexión, la cercanía, la mejora de la salud, el fomento de las relaciones personales, la creación de comunidad, todo ello frente a la otra visión hegemónica (que nos hemos propuesto hackear desde dentro, como diría mi socio Dani Rodrigo) basada en el individualismo, la prisa, la inmediatez, el consumismo, etc. Caminar no es una renuncia y siempre estaría en mi ecotopia. Caminar es una de las llaves que nos acerca a un modelo de sociedad más humano y sostenible.
Pues eso, más educación ambiental con ecotopías y caminando.
Sera Huertas Alcalá es técnico en educación ambiental.
Fuente: https://climatica.coop/3-ideas-educacion-ambiental/ - Imagen de portada: Pasear se ha convertido casi en un lujo en mitad del contexto de ruido en el que habitamos. En la imagen, un bosque. Foto: ÁLVARO MINGUITO