De aquellos polvos vienen estos lodos




Colectivo Novecento

En estos tiempos en los que cada día hay que movilizarse por distintas causas, en los que la urgencia y la emergencia marcan la agenda política, me parece necesario parar y mirar atrás para entender de qué polvos nos vienen estos lodos.
Todas y cada una de las crisis (financiera, económica y social) que estamos viviendo actualmente son procesos que están vinculados unos con otros, porque suceden simultáneamente en los distintos niveles de un mismo edificio, ese al que los antiguos griegos llamaron “Oikos” y nosotros llamamos la Biosfera . Así, aunque puedan trazarse causas inmediatas para algunas de estas crisis (la crisis financiera tiene que ver con el volumen de la deuda, la crisis económica con la exposición a la misma del sistema productivo, la social con las estrategias de los grupos dominantes dada la organización social existente) todas remiten en última instancia a un mismo origen; y es que nuestra forma de habitar este edificio no se ajusta a las condiciones de uso del mismo.
La Biosfera es el medio en el que se desarrolla la vida en nuestro planeta, un sistema cerrado que funciona gracias a la energía que recibe del sol. Esta aportación de energía más o menos constante es suficiente para que re-cicle todos los materiales que la componen y que hacen posible la vida. Así, solamente con el aporte solar, la Biosfera ha sido durante miles de años capaz de proveer sustento material para las distintas poblaciones de seres vivos de la cadena trófica (incluidos los humanos de las sociedades preindustriales) siempre que no superasen el límite de sustentabilidad de su ecosistema. Nuestra economía, un subsistema más dentro de la Biosfera, está sometida a las mismas leyes físicas que rigen el sistema en el que se inserta.
Todos los subsistemas (ecosistemas) que componen la Biosfera se regeneran constantemente ganando en complejidad y madurez. Se hacen más resilientes. Mejoran. Todos menos el subsistema de la economía humana que, sobre todo en los últimos doscientos años, parece empeñado en crecer hasta atrofiarse devorando al resto de sistemas que lo sostienen y minando sus posibilidades de regeneración. Poniéndole imaginación sería algo así como si los habitantes de la última planta del edificio utilizasen la madera de la estructura que les soporta para construir sucesivas plantas con mejores vistas
Ya en el año 1972 el Informe sobre los límites del crecimiento o Informe Meadows, encargado por el Club de Roma, dejó claro que no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados”. El crecimiento económico mundial se basaba en el uso creciente de un stock finito de energía fósil (carbón, petróleo, gas). Mantener tasas de crecimiento como las alcanzadas después de la II Guerra Mundial no era esperable ni deseable puesto que nos llevaría directos al colapso.
Pese al llamamiento expresado en el Informe Meadows, el mundo se entregó al desarrollo de un proceso de desregulación comercial y financiera conocido por el nombre de globalización. Este proceso fue promovido en muchos lugares del planeta por gobiernos e instituciones de corte neoliberal. También gobiernos “socialistas” y socialdemócratas apostaron por la globalización queriendo ver en ella un proceso que mantuviese la ilusión en el progreso generalizado (la piedra angular de su imaginario) y que era la única manera de crear empleo sin tener que intervenir en el conflicto distributivo entre capital y trabajo. La globalización ha permitido crecimientos económicos intermitentes y desiguales gracias a una economía especulativa (también llamada de casino ) que mueve enormes sumas de una punta a otra del globo sin otro criterio que la cambiante rentabilidad a corto plazo.
Hoy ya sabemos que el cenit de la función exponencial de extracción de petróleo se alcanzó en el año 2005; el del gas se alcanzará, más pronto o más tarde dentro de los próximos 30 años. Las tres décadas pasadas serán recordadas como el periodo en el que la humanidad, pese a tener la capacidad para conocer la escasez creciente de energía y materiales a la que se enfrentaba, utilizó todo tipo inventos financieros para mantener e incrementar el consumo y la tasa de extracción de energía y materiales por el viejo mecanismo del endeudamiento. En estos 30 años de ilusionismos e ilusionistas hemos profundizado en la insostenibilidad se nuestro modo de vida de forma irreversible como demuestra el hecho de que las previsiones realizadas por aquel informe vienen cumpliéndose al dedillo . Nos encontramos a las puertas de lo que Richard Heinberg ha denominado “Peak Everything” o la gran escasez .
Pocos de los agentes económicos que cada día toman decisiones tienen en cuenta las implicaciones de que nuestro sistema económico, y por ende nuestra sociedad, sean subsistemas dentro de la Biosfera. Esto es así porque los distintos enfoques económicos elaborados al calor de la sociedad industrial desde el liberalismo al marxismo han sido “históricamente autistas” a esta realidad. Sólo las corrientes que asuman las leyes físicas que rigen el sistema al que pertenecemos serán de utilidad para un futuro post-industrial.
La primera implicación que se desprende de lo dicho más arriba es que siendo la biosfera un sistema cerrado, los recursos materiales de los que nuestra economía puede apropiarse, bien sean en forma de stocks o de flujos, son finitos. Partiendo de un sistema financiero dado a la especulación con los recursos, que para pagar sus deudas necesita de un crecimiento económico sostenido; y con un entramado socioeconómico que, como ilustra el caso de España , es (incluso sin crecimiento) totalmente dependiente de un suministro estable (en cantidad y precio) de ciertos recursos materiales escasos, tenemos puestas las bases para crisis financieras recurrentes.
En España el crédito, atraído de manera especialmente agresiva en las dos últimas décadas, fue destinado a alimentar las distintas burbujas (agua y suelo, alimentos, construcción). Los devastadores efectos de este proceso sobre el sistema productivo español quedaron reflejados en el Informe Petras de 1996, que ya entonces dejaba claro que las nuevas condiciones laborales impedirían a toda una generación de españoles llegar a alcanzar el bienestar experimentado por sus padres. Aparentemente (o, mejor dicho patrimonialmente) somos mucho más ricos de lo que éramos en 1972; pero en realidad emular a nuestros progenitores nos ha llevado a ser infinitamente más pobres.
Nuestra percepción de la realidad como sociedad hubiese sido distinta si hubiésemos integrado en nuestra toma de decisiones información sobre cómo se estaban socavando nuestros capitales físico y social. Es claro que individualmente no todos los españoles han tenido la misma responsabilidad en este proceso; primero porque el endeudamiento de las empresas supera al de las familias en varias veces ; y segundo porque no todas las familias españolas se endeudaron, ni lo hicieron al mismo nivel, ni para los mismos propósitos . De cualquier manera el resultado es que, como sociedad, tenemos una deuda que no podemos pagar. El crédito abundante y barato, considerado como un maná de los mercados, se ha convertido de la noche a la mañana en una trampa. Ahora supone un mecanismo de exclusión que ahonda la brecha entre países, y también dentro de ellos, a base de fagocitar a los sistemas productivo (trabajo remunerado) y reproductivo (servicios públicos y cuidados en general).
Hasta el momento solo han triunfado las huidas hacia adelante. Se ha fallado proponiendo y materializando una alternativa viable frente al paradigma dominante. Hoy hay menos energía disponible y son menos los que disponen de los medios para apropiársela (no es casualidad que el MIT pariese el Informe Meadows y que sus patronos se encuentren hoy en mejor posición que nosotros). A los que vamos en el vagón de cola no nos queda otra que decrecer, porque menos energía disponible significa menor capacidad para crear riqueza. Podemos intentar encauzar este proceso reproduciendo en el diseño de nuestros sistemas productivos el funcionamiento circular de la Biosfera. Para ello existen limitaciones físicas, ya que este funcionamiento necesita de un flujo de energía que, esta vez sí, tendrá que ser de origen renovable.
Para conocer las limitaciones del sistema ecológico en el que estamos insertos debemos integrar distintas formas de medir y valorar. No basta con hacer números en unidades monetarias . Conocidas las disponibilidades del sistema, podemos adaptar a las mismas nuestra escala y forma de gestión y nuestra planificación a medio y largo plazo.
Desde el punto de vista de los valores es necesario que anteponer los intereses del sistema al que pertenecemos a nuestros intereses como individuos y como especie. Esta máxima se verifica a lo largo de la jerarquía de funciones de la cadena trófica. Así, pese a que depredadores como los lobos se mueven aparentemente por interés propio, cumplen una función sistémica fundamental que es la de pastorear a los herbívoros y evitar un sobrepastoreo de los espacios que daría al traste con toda la cadena (colapso).
Esto no implica necesariamente relacionarnos con “la naturaleza” como si fuese algo sagrado que hay que tratar de forma reverencial (al fin y al cabo somos parte de ella). Basta con que los sistemas económicos humanos imiten esas mismas funciones de forma que su explotación del medio redunde en una mejora del sistema.
Para ello no se puede perder de vista que es la biodiversidad del suelo la base que soporta la cadena trófica. Por lo tanto la función principal de cualquier economía que pretenda sostenerse es proteger y regenerar el suelo fértil, tal y como hacen los árboles en un bosque. Citando a Alfred Schütz “es necesario que antepongamos los intereses sistémicos a los intereses individuales, sin que ello frene el estímulo que los intereses particulares imprimen al cambio y mejora de los sistemas vivos”. 
http://colectivonovecento.org/2012/12/05/de-aquellos-polvos-vienen-estos-lodos/ - Imagenes: sangresalada.blogspot.com - lacomunidad.elpais.com

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