¿Qué papel está teniendo la religión en el debate sobre el calentamiento global?

Tradicionalmente rezagados ante los grandes asuntos de nuestro tiempo, los credos religiosos suelen manifestarse muchos años después de que un fenómeno global sea reconocido por otros actores sociales y políticos. Y el cambio climático no ha sido una excepción.

Pablo Díez

Si atendemos a algunos de los hitos que elevaron el problema desde los cenáculos científicos al primer plano del orden político, como la adopción de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992), el inicio de la rondas de cumbres internacionales (1995), la adopción del Protocolo de Kioto (1997) o, posteriormente, la publicación del informe de Nicholas Stern advirtiendo de las consecuencias económicas de ese fenómeno (2006), se observa lo mucho que han esperado las grandes religiones del mundo para advertir a sus fieles acerca de uno de los problemas definitorios de nuestra era. No fue hasta 2015 cuando los principales credos mundiales, casi al unísono, decidieron emitir potentes declaraciones de advertencia. Para entonces, la comunidad internacional llevaba a sus espaldas dos decenios fraguando progresivos consensos internacionales para mitigar el cambio climático.
En 2015 hacía ya ocho años que se había adoptado el Protocolo de Kioto, y la comunidad internacional estaba a las puertas de París, donde en el mes de diciembre se adoptó el acuerdo –hoy amenazado por la posible retirada de Estados Unidos– de tomar las medidas necesarias para mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales.
Advertencia papal
En occidente, el más conocido dictamen religioso sobre la urgencia de abordar el calentamiento global es la encíclica Laudato si’ publicada por el Papa Francisco en mayo de 2015. El texto versa sobre cuestiones ecológicas de diversa índole y, apoyado en referencias bíblicas y en pronunciamientos medioambientalistas previos –los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI también abordaron, aunque de forma menos ambiciosa, la cuestión ecológica–, llama a una conversión de nuestra mentalidad y de nuestro sistema económico y productivo. La encíclica tiene un apartado dedicado al clima en el que se apoya firmemente el consenso científico sobre el papel del ser humano en el calentamiento global.
El texto abre interrogantes para los 1.200 millones de católicos a los que fundamentalmente va dirigido. ¿Acaso no ha contribuido el aumento exponencial de la población al deterioro medioambiental y al incremento de las emisiones contaminantes? Muchos se preguntan cómo encaja esa realidad con las tesis natalistas y contrarias a los anticonceptivos que defiende el Vaticano, sobre todo cuando la actual explosión demográfica se circunscribe a países pobres que, como señala la encíclica, son los más afectados por el calentamiento y carecen de recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas.
Pese a su tardanza y a sus inherentes contradicciones, Laudatio si’ es un llamamiento necesario para hacer recapacitar a un credo que, como el católico, pone el acento en los valores humanos y no tanto en los medioambientales. La vinculación de unos y otros de algún modo aproxima lo espiritual a lo científico..
Devoción y petróleo
En lo referido al cambio climático, cristianismo e islam han actuado de forma casi simultánea. En las vísperas de la cumbre de París (concretamente en agosto de 2015, tres meses después de la encíclica de Francisco), la comunidad musulmana, a través del esfuerzo de diversos académicos procedentes de 20 países, emitió su más vehemente comunicado hasta la fecha sobre este fenómeno. El texto se enraíza en múltiples sentencias coránicas referidas a la creación divina del mundo y a la obligación de los seres humanos de proteger esa obra, al tiempo que afirma que el cambio climático está provocado por la actividad humana y llama a la comunidad internacional a adoptar un acuerdo para frenarlo.
Una mezquita al fondo de un terreno que muestra los efectos de la sequía en Indonesia, 2015. 
Agung Parameswara/Getty Images

Si bien el islam carece de una burocracia jerárquica centralizada, las opiniones cualificadas de sus personalidades tienden a ser respetadas por los fieles. Sin embargo, este llamamiento –que, entre otras cosas, exige la reducción y posterior eliminación de las emisiones de gases de efecto invernadero y el impulso a las energías renovables– choca con la realidad económica de los algunos de los países centrales de la fe musulmana. En sus territorios se radican algunos de los mayores yacimientos de hidrocarburos del planeta, y ciertos Estados del Golfo se encuentran entre los primeros consumidores de energía per cápita.
No obstante, estos mismos países son cada vez más conscientes de la necesidad de diversificar sus economías y adoptar modelos sostenibles ajenos al petróleo, y no hay gobierno del Golfo que no haya lanzado un ambicioso plan a largo plazo para lograrlo. De esa forma, en unos pocos decenios podrían llegar a alinearse los objetivos de la declaración islámica sobre el cambio climático con la evolución económica e industrial de los Estados musulmanes más prósperos e influyentes.
Si bien esta declaración se emitió en nombre de la fe musulmana en general, sin atender a las divisiones entre suníes y chiíes, lo cierto es que a su presentación en Estambul no asistieron los participantes chiíes, a pesar de que fueron invitados. No queda claro si ello se debió a que veían la declaración como una formulación eminentemente suní y que no hablaba en su nombre, o si bien se debió a que los dos principales países chiíes, Irán e Irak, dependen de los hidrocarburos y, al contrario que las ricas monarquías suníes del Golfo, carecen de margen para buscar recursos alternativos de diversificación económica.
Acuerdo climático y espiritual en el subcontinente
Para otros países de mayoría musulmana, sin embargo, la necesidad de mitigar el calentamiento global es mucho más urgente: Pakistán y Bangladés, azotados por inundaciones y olas de calor cada vez más severas, son dos de los territorios más afectados por el cambio climático. Algo semejante sucede en la vecina India, donde las lluvias del monzón son menos abundantes y cada vez más impredecibles.
Al ser India un país de mayoría hinduista –pero con la segunda comunidad musulmana más grande del mundo–, la preocupación por el calentamiento global encuentra su eco religioso no sólo en el ya mencionado comunicado islámico, sino también en los pronunciamientos de distinguidos hindúes en la materia. Entre ellos destaca la declaración hinduista sobre el cambio climático –firmada por primera vez en 2009, antes que las de otras grandes religiones, pero revitalizada en 2015 poco antes de la Cumbre de París–. El texto, acompañado de múltiples insertos de textos sagrados, llama a una transformación de nuestros hábitos y a una reducción de nuestras pautas de consumo para revertir o mitigar el calentamiento global.
Advertidos por los Torá
El judaísmo, a través de misivas de distinguidos rabinos, nos recuerda el castigo que reservan las Sagradas Escrituras a las naciones que no dejen “reposar” a la Tierra, pues ésta se tomará su venganza en forma de sequías y hambrunas que llevarán a los pueblos al exilio. A su vez, el escrito reconoce que el pueblo judío, absorbido por la preocupación ante su propia supervivencia, se ha desocupado del necesario cuidado del planeta, e insta a que se vinculen ambas misiones.
El Estado de Israel es quizás el que mejor se ha adaptado a las inclemencias climáticas. A través del control de los recursos hídricos y de un sofisticado sistema de desalinización, es capaz de cubrir sus necesidades de agua en una tierra en la que éste es un recurso muy escaso.
Por su parte, los palestinos señalan en una carta a Naciones Unidas (que finalmente no se envió) que el absoluto control del agua en su territorio por parte de Israel, en un contexto de lluvias menguantes y de sequías más abundantes y prolongadas, agrava sus penalidades, intensifica el control israelí y limita la capacidad de su pueblo para adaptarse a las consecuencias del cambio climático.
De acuerdo con esa teoría de pugnas geopolíticas, el cambio climático y la consecuente mengua de los recursos hídricos debilitan a los palestinos y fortalecen el dominio de los israelíes que los regulan. Sin embargo, ello no ha impedido que la comunidad judía exprese su preocupación espiritual y ecológica por las consecuencias del calentamiento global.
Aliento religioso en la COP22
Quizás las religiones que tomaron conciencia más pronto de la necesidad de combatir el cambio climático fueran las de los pueblos indígenas. Al ser éstos los más expuestos a la vulneración de sus territorios por causa del calentamiento global y otros problemas medioambientales, son también quienes antes formularon declaraciones espirituales pidiendo soluciones –alguno de sus pronunciamientos data de 1998, prácticamente en los albores de la generalización de la propia noción del cambio climático–. Sus esfuerzos han sido sostenidos y llegaron bien amalgamados hasta la última cumbre climática (COP 22) que tuvo lugar en Marrakech en noviembre del año pasado, en la que presionaron para el cumplimiento de los compromisos acordados en París.
También el Papa Francisco lanzó mensajes previos a la COP22 para asegurar una acción internacional decidida contra el cambio climático. Por su parte, la comunidad global de los distintos credos lanzó unmensaje común firmado por más de 230 líderes religiosos exigiendo el cumplimiento del acuerdo de París y el paso hacia una economía baja en emisiones.
La presión de los distintos grupos religiosos en las grandes cumbres climáticas es quizá el elemento más visible de la continuidad de los pronunciamientos emitidos por los líderes espirituales. A partir de estos últimos se han creado también grupos de presión dedicados al problema del calentamiento global, como el Movimiento Católico Mundial por el Clima, surgido a raíz de la encíclica Laudato si’.
En todo caso, hacerse oír en las grandes citas climáticas no garantiza un impacto sobre la toma de decisiones. La prueba es que el propio acuerdo de París se encuentra en vilo por la posibilidad de que EE UU se retire del mismo, independientemente de lo que hayan dicho casi todos los credos al unísono.
Un hueco en el interior del creyente
La incidencia de las declaraciones religiosas en materia climática sobre la conciencia individual de sus fieles es incuantificable, pero también parece escasa. Las tradiciones de los distintos credos no se han ocupado de cuestiones ecológicas hasta épocas tardías. Los creyentes se han habituado a mirar a la religión como fuente de sentido personal, espiritual, organizativo e incluso político, pero no obtienen de ellas un mandato genuino y plenamente asimilado que se ocupe de las cuestiones medioambientales.
Exceptuando a las creencias indígenas, los intentos de la religión por trascender sus cauces convencionales y dar verdadero rango y legitimidad a sus ordenanzas ecológicas son aún demasiado recientes. Los distintos credos han actuado no como un agente de modulación del mensaje climático, sino como una fuerza que va a remolque de las circunstancias y que sólo en el último momento se decide a intervenir con todo su ímpetu. Aun así, es importante que la religión se ponga del lado del consenso científico en lugar de desafiarlo, como hacen en otros ámbitos más sensibles para su estructura de creencias.
Pasarán muchos años hasta que los fieles se adhieran a los dictados y recomendaciones medioambientales de sus respectivas religiones con la misma convicción que a sus mandatos rituales y mundanos. Es difícil predecir cuánto habrá subido la temperatura de la Tierra para entonces.

Fuente: https://www.esglobal.org/cambio-climatico-nuevo-articulo-fe/

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