2023-2025, un bienio negro para imponer un «shock» climático

Se acerca una crisis económica derivada de la escasez de recursos que provocará la caída de las emisiones de CO2, pero no en la medida suficiente para frenar el cambio climático. La ciudadanía debe comprender que no se puede detener el cambio climático aunque interrumpamos todas las emisiones, pero sí que podemos adaptarnos con transformaciones profundas del modelo socioeconómico y cultural para evitar que se agrave. Para ello es necesario forzar a los poderes económicos y políticos a que actúen de inmediato.
Josep Cabayol Virallonga, Ester González García y Siscu Baiges Planas

Terminada la COP25, celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre, la pregunta era y es: ¿por qué no se ha actuado de veras para hacer frente a la emergencia climática? Pero las preguntas clave deberían ser: ¿Le conviene al sistema económico proceder contra la emergencia climática? ¿Han decidido los poderes económicos aplazar cualquier actuación y elegir el momento de conmocionar y provocar el shock para evitar respuestas organizadas? ¿Cuándo será? Los mercados vislumbran que la respuesta gubernamental a la emergencia climática, que califican de contundente, desordenada y perturbadora, será hacia 2025.
Vista de la inundada Nueva Orleans, Luisiana tras el huracán Katrina. Fuente: Wikimedia Commons

El cambio climático como herramienta de desposesión
Solomon Hsiang, catedrático de políticas públicas en Berkeley, California, ha liderado un equipo de científicos que han estudiado los efectos del cambio climático sobre la sociedad, sostiene que el cambio climático perjudica la economía de Estados Unidos y aumenta la desigualdad, empobreciendo a los más pobres y enriqueciendo a los más ricos. Y concluye: si no hacemos nada, el cambio climático puede suponer la mayor transferencia de riqueza de los pobres hacia los ricos, de la historia de Estados Unidos. En otras palabras, el cambio climático es una herramienta eficaz para la desposesión de las clases populares. Y no sólo en Estados Unidos. Con particularidades, el análisis es aplicable a todo el norte global. Puede consultar el estudio Climate change damages US economy, increases inequality.
El sur es la zona más afectada por el cambio climático en los Estados Unidos. Desde hace tiempo, tienen lugar procesos migratorios hacia otros territorios del país. Migran las personas con capacidad económica y se quedan aquéllas que no pueden cambiar de residencia. En este sentido, la inequidad crece, tanto a nivel de clase como territorial. También en el sur global.
Pero no todos los casos son iguales. Jesús Marcos Gamero, investigador de la Universidad Carlos III y de la Fundación Alternativas, comentaba los efectos en Nueva Orleans del huracán Katrina. Con los avisos del desastre abandonaron la ciudad aquellas personas con suficientes recursos económicos, pero se quedaron las más pobres. En especial las negras afroamericanas, que fueron las que recibieron las consecuencias del huracán y lo perdieron todo, incluso la vida. Tras el desastre, los más ricos volvieron y se apoderaron de todo lo que pudieron. Los pobres tuvieron que migrar. Se fueron de Nueva Orleans alrededor de 100 mil afroamericanos y llegaron migrantes latinoamericanos dispuestos, por necesidad, a hacer el trabajo que fuera necesario. Ahora la ciudad es aún más desigual.
No es el único lugar donde se ha dado este proceso. En Miami, la parte más alta de la ciudad está poblada por personas procedentes de Haití —de hecho, se llama popularmente Little Haiti. Dado que el nivel del mar está subiendo inequívocamente, el barrio está viviendo un proceso de gentrificación, con una acelerada subida de precios que está echando a los pobres. Los ricos le han puesto el ojo en busca de mayor seguridad, ya que tienen la oportunidad, piensan, de escoger su futuro. Los pobres, no.
A finales de septiembre, el New York Times avanzaba el contenido de un trabajo de la Oficina Nacional de Investigación Económica titulado Financiación Hipotecario ante el riesgo climático en aumento. El estudio da a conocer que los bancos estadounidenses pueden estar titulizando las hipotecas de viviendas edificadas en zonas vulnerables al cambio climático —en el borde de mar y ríos— y vendiéndolas a Fannie Mae o Freddie Mac, empresas patrocinadas por el gobierno y las deudas de las cuales son avaladas por los contribuyentes. Así, los bancos evitan los riesgos financieros si los propietarios no pueden pagar, riesgos que serían sufragados por la ciudadanía, una vez más.
En China, los procesos migratorios internos también están dando oportunidades económicas a los más ricos. Los más pobres tienen que buscarse la vida en ciudades muy, muy contaminadas, mientras los más ricos, aquellos que se han lucrado con la explotación de los que menos tienen —y desprecian, como ocurre en todas partes—, marchan para instalarse en zonas no tan afectadas por el medio ambiente, donde gozan de mejor salud y alimentación.
En agosto de 2018, la revista digital Contexto (CTXT) reproducía el artículo de Douglas Rushkoff La supervivencia de los más ricos, publicado inicialmente en Medium. Explica Rushkoff que lo invitaron a una reunión con cinco súper-ricos del mundo de las altas esferas, las finanzas y las inversiones y que no le preguntaron cómo salvar el planeta de la crisis climática, sino cómo se podrían salvar ellos, los ricos. Querían saber cuáles eran las regiones más seguras; cómo transferir la conciencia a un ordenador; o cómo, en caso de desastre global, podrían mantener la autoridad sobre sus fuerzas de seguridad (privadas). No tenían intención de revertir las causas de la crisis ecológica, energética, social, sino de saber cómo deberían construirse su condominio físico o virtual.
Los datos objetivos llevan al decrecimiento, inaceptable por el capitalismo
Los gases de efecto invernadero continúan creciendo un 1,5% cada año y de media, la última década, con 55,3 giga-toneladas (GtCO2e) vertidas en 2018. El máximo histórico de concentración de GEI en la atmósfera se alcanzó el 15 de mayo de 2019 con 415,70 partes por millón (ppm). La media en 2018 fue de 407,8 y en 2017, de 405,5 ppm. Este comienzo de 2020 confirma la tendencia con un nuevo récord: 413,5 ppm el día 12 de enero. Un año antes, 409,94. Hace diez, 388.21. El límite considerado seguro es de 350. Antes de la era industrial no se superaban las 280.
CO2 – Registro completo – Mauna Loa. Fuente: Scripps Institution of Oceanography at 
the University of California San Diego

El programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente daba a conocer el pasado noviembre, que si se quiere conseguir que la temperatura no suba más de 1,5 ºC respecto de la era preindustrial, las emisiones de CO2 deberían reducirse un 7,6 % cada año durante el decenio de 2020. Una disminución de esta magnitud supondría una reducción energética aproximada del 40%. Si el objetivo es más modesto y el aumento aceptado fuera de 2 ºC, entonces la disminución debería ser del 2,7%. En consecuencia, evitar un incremento de 1,5 ºC significaría decrecer inevitablemente. Evitar los 2 ºC —un riesgo indiscutible, dado que en el documento IPCC hecho público en Incheon en octubre de 2018, se afirmaba que el punto de no retorno se situaría, con mucha probabilidad, en los + 1,7 ºC—, algo que supondría crecer tan poco que conllevaría el estancamiento.
Jason Hickel, de la Goldsmiths University de Londres, y Giorgos Kallis, del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA) de la UAB, lo decían en un informe publicado en mayo del año pasado en la revista New Political Economy y recogido por Sostenible.cat: si el sistema económico quiere evitar que la temperatura suba más de 2 ºC, el PIB no puede crecer más allá del 0,5% (un porcentaje insuficiente para el concepto sistémico de crecer, que se sitúa como mínimo en el 2%). Pero si lo que se quiere evitar es el aumento de 1,5ºC, entonces el decrecimiento es inevitable.
Agotar la energía, apurar el enriquecimiento
Todas las grandes compañías están agotando su capacidad extractiva. Por su parte, los países están explotando hasta el límite los recursos menguantes y acumulando reservas, también de carbón.
Por ejemplo, España. Además de reabrir minas que se consideraban agotadas —como las minas pobres de uranio, que también tendría el pico de extracción previsto poco después de 2025, tal vez el 2030— el mismo día que comenzaba la COP en Madrid, en Sevilla comenzaba la búsqueda de petróleo con la técnica del fracking, altamente nociva. Una muestra más de la intención de explotar los hidrocarburos y todos los recursos estratégicos hasta el último momento sin que importe el CO2 emitido, ni las consecuencias sobre la biosfera y sobre los seres que la habitan.
Pero, ¿hasta cuándo? La Agencia Internacional de la Energía explicaba en su informe anual de 2018 que, incluso con el fracking norteamericano, en 2025 habría un déficit de unos 13 millones de barriles diarios (Mbd) sobre la demanda, que estaría por encima de los 100 Mbd aquel año y en torno a los 106 Mbd en 2040.
Es sorprendente, como apunta Antonio Turiel, científico titular en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC y autor del reconocido blog The Oil Crash, que no se hable del tema en el informe de 2019. Sostiene Turiel en las previsiones que hace por 2020 y a modo de tendencia: “las múltiples tensiones financieras acumuladas en el sector del fracking y la desinversión general en el resto del sector de producción de hidrocarburos líquidos, harán que la producción de petróleo caiga por debajo de la demanda y que en este 2020 se produzca el primero de los picos de precios que la Agencia Internacional de la Energía no preveía en 2018, hasta 2025”. Y añade: “el precio del petróleo superará los 100 dólares por barril y llegará a 120. En todo caso y antes de final del año, el precio oscilará alrededor de los 80 dólares a causa de la destrucción de oferta y demanda”.
Pedro Prieto, vicepresidente de la Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos, miembro del Consejo Internacional de ASPO y de Científicos por el Medio Ambiente, ingeniero técnico de telecomunicaciones, publicaba en la revista 15/15\15 un estudio en el que cruzaba los datos de las exportaciones netas de petróleo mundial disponible en el periodo 2000/2017, con las necesidades de importación de petróleo de los países con capacidad militar nuclear y, por tanto, de imponer su voluntad, en el intervalo 2018-2030. Olvidándose —cínicamente, dice él— de las personas que habitan territorios con gobiernos sin capacidad militar nuclear —4 mil millones—, el objetivo perseguido era, y es, saber cuándo los estados nuclearizados litigarán entre ellos para asegurarse el suministro de petróleo que necesitan para mantener su modelo de sociedad, y tendrán la tentación de emplear las bombas atómicas para conseguirlo: “dado que no hay petróleo para todos, te toca a ti quedarte sin”.Pedro Prieto vaticinaba que este momento de duro enfrentamiento, tal vez guerra, se dará en 2023.
No debe de ir muy equivocado Pedro Prieto si tenemos en cuenta las recomendaciones del ejército de los Estados Unidos para hacer frente al cambio climático, publicadas en Catalunya Plural. El estudio fue encargado por el general Mark Milley antes de ser nombrado Jefe de la Junta de Estado Mayor por el Presidente Trump el mes de mayo de 2019, y lleva por título Implications of Climate Change for the U.S. Army. En ningún momento se reconoce el carácter antrópico de la emergencia climática ni su origen, principalmente, en el uso de las energías fósiles que continúan siendo objeto de deseo.
En el documento se califica de necesaria la expansión y la intervención permanente del ejército dentro y fuera del territorio nacional de los Estados Unidos, ante el riesgo de que ciertos sectores como el del agua, el alimentario o el energético, pudieran colapsar. Y remacha: el propio ejército también puede colapsar —por falta de energía y materiales, sugerimos nosotros— si no se adoptan reformas urgentes.
También apunta varios ejes estratégicos que harán “indispensable” su intervención, sin mostrar empatía por las personas afectadas: el control del Ártico, de las nuevas vías de comunicación que se abren y los recursos energéticos que contiene, en especial los hidrocarburos; la disminución del agua dulce disponible; o los procesos migratorios masivos por el alza del nivel del mar en zonas nuclearizadas, como Bangladesh.
Igualmente remarca que en Estados Unidos la mayoría de las infraestructuras críticas no están hechas para resistir las alteraciones que causará el cambio climático. Por ejemplo, la caída de la red eléctrica, envejecida y sin inversiones, en un plazo máximo de 20 años, o la situación de las 99 centrales nucleares, un 60% de las cuales son vulnerables por estar en zonas de riesgo, ya sea por tormentas severas, escasez de agua para refrigerarlas o por estar cerca del mar.
El shock entre 2023 y 2025
En 2018, la Agencia Internacional de la Energía situaba el déficit de suministro de petróleo en 2025. Pedro Prieto establece 2023 como inicio del posible enfrentamiento entre países para asegurarse el petróleo.
Y los mercados, ¿qué dicen? Inevitable Policy Response (IPR) es un think tank formado por 500 gestores de carteras que, con el apoyo de la ONU, quieren preparar a los inversores para asumir los riesgos asociados a la emergencia climática. En el informe Policy Forecasts dicen que las acciones de los gobiernos para combatir el cambio climático son altamente insuficientes si se quieren alcanzar los Acuerdos de París. Será inevitable que los gobiernos se vean forzados a actuar de forma decisiva y abrupta debido al cambio climático. Y la pregunta no es si actuarán, si no cuándo, y qué políticas aplicarán y dónde se harán notar.
El IPR prevé hacia 2025 (Tercera ronda climática) una respuesta contundente, áspera, desordenada y tardía con políticas que perturbarán los mercados y tendrán implicaciones importantes en la economía y la sociedad a corto plazo. También establece un período de decisiones que comenzarán en 2023, cuando se celebrará la primera revisión de la implementación de los Acuerdos de París, recomendando actuar a los inversores desde este mismo momento.
A IPR le preocupan las catástrofes derivadas del cambio climático, las presiones sociales y electorales, los problemas derivados de la alimentación, la energía y las inquietudes derivadas de la [mal] llamadaseguridad nacional. Más o menos, el mismo desasosiego que manifiesta el ejército de los Estados Unidos, lo que muestra la coincidencia de intereses entre mercados y uniformados.
La gran pregunta es si el IPR anticipa el futuro o si, como es de temer, convierte en profecía una decisión ya adoptada, que conoce perfectamente y de la que informa de manera interesada e indirecta, dirigiéndose a su nicho de negocio mirando de no levantar sospechas. Una forma de asegurar el negocio creando el ambiente propicio calificándolo de inevitable.
Epílogo: acapararlo todo
De todo lo descrito se deduce la intención de los poderes políticos y financieros dominantes de dejar para más adelante cualquier medida que sea efectiva de veras contra la emergencia climática y que pueda alterar el funcionamiento del sistema económico. De ninguna manera se quiere parar, con honorables excepciones, el proceso de transferencia de riqueza y desposesión de las clases populares hacia los ricos. No importan ni las desigualdades ni la inequidad. El gran capital quiere dejar pasar el tiempo, exprimir la capacidad de acumulación y asegurar la implementación y control de los nuevos nichos de negocio verdes por parte de las transnacionales, los poderes financieros y la oligarquía dirigente y sólo actuar cuando no haya más remedio.
Entonces, con todas las manifestaciones de la crisis ecológica, económica, energética y social exacerbadas, y atemorizando con las consecuencias de la inacción climática, se aplicarán medidas contundentes, se pedirá sacrificios a la ciudadanía culpándolos de todos los males, para así alargar lo más posible los privilegios de un sistema económico, el capitalismo, que agota su tiempo. Serán medidas de choque climático con la intención de bloquear la ciudadanía y evitar su organización y respuesta. Sacrificios para la ciudadanía. Negocios para las clases dirigentes. En nombre de priorizar la protección del planeta, cargarse el bienestar para no perder el control ni redistribuir la riqueza. Y lo llamarán como quieran, pero no será otra cosa que capitalismo en su versión más excluyente, agresiva y destructora que puede llegar a ser ecofascismo.
Se acerca una crisis económica por la escasez de recursos que disminuirá las emisiones de CO2 pero no lo suficiente como para que la temperatura no suba más de 1,5 ° C. No sabemos tampoco, si ascenderá hasta la fatídica frontera de los 1,7 ° C, la peor de los 2 °C, o vete a saber hasta dónde si perdura la inacción. La ciudadanía debe comprender que no se puede detener el cambio climático aunque suspendamos todas las emisiones ahora mismo. Pero sí podemos evitar que empeore y adaptarnos, con transformaciones profundas del modelo socio-económico y cultural. Y para ello hay que forzar a los poderes económicos y políticos, a que procedan ahora mismo.
Vamos, queramos o no, apostilla Antonio Turiel, a una situación de decrecimiento de la base material que sustenta nuestra civilización, desde los combustibles fósiles hasta los materiales, derivada de la finitud del planeta. Cada vez tendremos menos y tendremos que aprender a vivir con menos. La respuesta, activa y preventiva, está en manos de la ciudadanía. Nosotros decidimos si nos sometemos o si nos organizamos y actuamos antes de que sea demasiado tarde. He aquí la magnitud del desafío.

Fuente: https://www.publico.es/ - publicado originalmente en Catalunya Plural) Imagen de portada:  Demián Morassi. Otras: El Confidencial - RTV.es


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