Día Mundial de la Biodiversidad

El Viernes pasado, para celebrar el Día Mundial de la Biodiversidad, me habría gustado dar buenas noticias. Decir que está mejorando el estado de conservación de los seres vivos que habitan el planeta o las especies de un área concreta. Me habría gustado ilustrar este texto con titulares sobre cómo la humanidad está tomando decisiones para mantener y proteger esta biodiversidad. O agradecer a los líderes políticos que se estén sumando a las voces de la comunidad científica en la necesidad de detener la pérdida de todos estos seres vivos que nos garantizan servicios ambientales como mantener la calidad del aire y el agua, suministrar materias primas, el control de enfermedades y plagas, la polinización, el mantenimiento de la fertilidad del suelo o la protección contra el calentamiento global.
 
Me habría gustado no repetirme. No volver a recordar que la actividad humana está llevando a muchas especies a la extinción y que los estudios muestran que la desaparición de la biodiversidad global ha estado ocurriendo mil veces más rápido que si ocurriera naturalmente.
Alrededor de 1 millón de especies pueden desaparecer para siempre, como adelantó en 2019 el informe del Panel Internacional de Expertos en Biodiversidad (IPBES) de Naciones Unidas, si no controlamos la deforestación y otros factores que conducen a la pérdida de la biodiversidad.
En medio de la pandemia provocada por un coronavirus procedente de un animal salvaje, ¿cómo no volver a decir que desde 1940 la deforestación ha estado entre los principales factores que favorecen la transmisión de enfermedades de origen zoonótico, que se transmiten de animales a humanos? ¿Cómo no recordar que la pérdida de bosques y el deterioro ambiental están aumentando el riesgo de transmisión de enfermedades? ¿Cómo no gritar nuevamente que es imprescindible que la UE impulse el fin del comercio mundial de vida salvaje para evitar futuras pandemias?
El caso de la Amazonia
Me habría gustado dar buenas noticias, que seguro que las hay, pero no puedo dejar de pensar que, en regiones como la Amazonia brasileña, la biodiversidad y sus guardianes, los pueblos indígenas, siguen estando amenazados. De manera especial estos días, durante la pandemia y bajo la irresponsable gestión del presidente Bolsonaro.
Brasil se enfrenta actualmente a los devastadores impactos de la COVID-19, pandemia que está agravando los traumas de los pueblos indígenas. Pero, además, el Congreso brasileño votará la próxima semana un Proyecto de Ley (PL 2633/2020) que legalizaría millones de hectáreas de tierras públicas que han sido ilegalmente invadidas y deforestadas.
Si es aprobada será una recompensa a los acaparadores ilegales de tierras, incentivando más invasiones que conllevarán mayor deforestación y más ataques a los derechos de los pueblos indígenas.
Además del rechazo de esta ley por parte de ex ministros, científicos y más de 132 ONG brasileñas, el Ministerio Público brasileño, el brazo vigilante independiente del sistema jurídico brasileño, se ha opuesto abiertamente a la ley, concluyendo que favorece a las organizaciones criminales involucradas en la deforestación ilegal y los conflictos armados.
Esta ley es solo un paso más. La amenaza es seria. El presidente Bolsonaro no tiene ningún reparo en rechazar los datos científicos y las advertencias de las personas expertas.
Según los datos hechos públicos por el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de Brasil, en los primeros cuatro meses de 2020, las alertas de deforestación en tierras indígenas en la Amazonía brasileña aumentaron en un 64%, en comparación con el mismo período del año pasado.
Este es el índice más alto en los últimos cuatro años. Esto significa que 1.360 hectáreas de bosque, equivalentes a 1.865 campos de fútbol, fueron deforestadas dentro de los territorios indígenas de enero a abril de 2020. En el mismo período del año pasado, este número fue de 827 hectáreas.
En los últimos cuatro años se han descubierto 600 nuevas especies de plantas y animales en la Amazonia, a pesar de las dificultades con las que se encuentra la investigación en este país y los recortes de presupuestos que afectan a la ciencia y la conservación del medio ambiente.
Pero, desafortunadamente, muchas de estas especies solo se identifican cuando su hábitat y existencia ya están en grave riesgo, debido a la deforestación para expandir la frontera agrícola, la tala ilegal y el robo de madera, la minería y las obras de infraestructura. Estamos perdiendo riquezas que ni siquiera conocemos. Muchas de estas especies nuevas se identifican cuando su supervivencia ya está en riesgo.
El medio ambiente en el centro
No es un buen síntoma. En el Día Mundial de la Biodiversidad, las nuevas especies que son descubiertas por la comunidad científica nacen ya con el adjetivo de “amenazadas” o, peor aún, “en peligro de extinción”.
La conservación de la Amazonia es fundamental para minimizar la crisis climática y aún más importante para las especies y las personas que viven allí. La ciencia ha estado advirtiendo sobre la posibilidad, cada vez más real, de llegar a un punto de ruptura en el que el bosque ya no podrá recuperarse y perderemos muchas especies e innumerables beneficios que ofrece a toda la sociedad, como la distribución de agua a través de la atmósfera, que riega las plantaciones en gran parte del país, y el almacenamiento de carbono.
La salud humana, la salud de nuestras sociedades y la salud de nuestro medio ambiente son la misma cosa, van de la mano, son indivisibles. Sus raíces son el bien común y no los intereses particulares; por eso hay que poner a la gente, su salud y al medio ambiente en el centro de la necesaria reconstrucción y transformación social y económica que tenemos por delante.

Fuente: Greenpeace Internacional

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