Receta para la ecoansiedad: Más iniciativas para cuidar la casa común, menos tarugos gestionando el planeta.

Tengo por norma no replicar a los Homo sapiens del arco de ultraderecha. Hoy, sin embargo, y sin que sirva de precedente, me voy a contradecir estrenando sección. Al menos parcialmente, pues poner su nombre hubiera supuesto ofrecer una publicidad que no merece. La cuestión es que uno de estos sujetos —hoy con un cargo de responsabilidad política—, en plena ola de incendios, se reía abiertamente en las redes de la juventud que sufre ecoansiedad, ese nuevo palabro que describe la desazón de quienes sufren por un mundo bajo la creciente amenaza climática y medioambiental. El humano macho en cuestión animaba a la chavalería a realizar trabajos de prevención de incendios. Decía que así se les quitaría la ecoansiedad, “y la tontería también”.

Pablo Rivas
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto.

No es el foco al que pretendo apuntar, pero no está de más recalcar que este señor era precisamente uno de los responsables de que la región en la que es servidor público ni cuide de sus campos ni haya invertido en prevenir el infierno en el que se convirtió en verano: las llamas calcinaron más territorio del que lo han hecho en una década. Él ya tiene sus años, y probablemente sea incapaz de entender qué le pasa por la cabeza a alguien de 14 que ve el mundo que le estamos dejando.
Al tema. Tan solo dos días antes del exabrupto público del ultra llegaba un mensaje a una lista de correo sobre crianza a la que estoy suscrito, uno de esos maravillosos lugares autoorganizados en los que lo mismo donan un carrito de bebé que se intercambia información sobre todo tipo problemáticas relacionadas con esa tarea tan mamífera que es sacar adelante a la prole. El asunto: “Ecoagobio y crianza”.
Inés, la madre que sacaba el tema, quien me ha permitido reproducir sus palabras, planteaba: “Si lo saco aquí es porque en muchas ocasiones no sé cómo abordar este tema con mis hijos, sobre todo con el mayor, de seis años, que como es lógico está en esa etapa de explorar el mundo de manera ya más reflexiva”. Decía estar “en fase de duelo por el mundo que se nos va” y sostenía que, para explicar al mundo a sus pequeños, en algunos temas dulcifica o dosifica la realidad, pero en este afirmaba contar con menos herramientas. Su mensaje comenzaba remarcando que, ante su creciente ecoagobio, el mejor antídoto era pasar a la acción más allá de acciones modestas como un consumo más sostenible o un mayor uso de la bicicleta. El problema es que “criando y trabajando tiene su complejidad sacar tiempo para el activismo”. Así pues, pedía ideas o espacios que le ayudasen “a encarar este nuevo ciclo que se nos abre con más esperanza y alegría, por mí y por ellos”.
El llamado de Inés llegó a puerto. Poco a poco, madres y padres con sentimientos similares no solo agradecieron sacar un tema que también les revolvía, sino que hicieron manar toda una lluvia de ideas. La cosa comenzó con el activismo de puertas adentro en casa y con planteamientos sobre cómo tratar con los críos el tema: enfoques como centrarse en lo positivo, educar en clave sostenible, mostrar las consecuencias de sus actos y enseñarles cómo arreglar las cosas. Un padre decía que había que abandonar ese futuro apocalíptico omnipresente y hacer partícipe a la chavalería para que se sienta “parte de un gran cambio” frente a la apatía que a priori genera un mundo en permanente crisis. Una madre planteaba educar en la responsabilidad ambiental, en un decrecimiento “que ya va a ser forzoso” y en la conexión con la naturaleza.
Pero las propuestas para traspasar las paredes de la casa no tardaron. Una madre animaba a trasladar esta preocupación a las AMPA para que se trabajase el tema y recordaba que los ayuntamientos pueden ofrecer recursos para actividades como renaturalizar un parque. Otra, maestra, pedía llevar el activismo al cole: “Soy profe y me encantaría recibir ese tipo de petición por parte de las familias”. Una más planteaba celebrar en las escuelas los días relacionados con el medio ambiente —el Día de la Tierra, el de los Océanos…—; otra, trabajar sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible; una más informaba de un curso sobre agroecología. Como apoyo, una tanda de correos con materiales didácticos, libros, documentales y artículos periodísticos.
Pero el colofón llegó tras un mes y una buena ristra de mails, con un nuevo mensaje. “Este viernes retomamos las asambleas de Madres x el Clima: necesitamos reencontrarnos, organizarnos y plantear acciones a corto y medio plazo”. Este grupo, nacido en 2019 como apoyo adulto a las movilizaciones juveniles de Fridays for Future, había quedado diluido entre trabajo y cuidados. La desazón de Inés había desembocado en la reactivación del colectivo.

Desconozco si esos progenitores han encontrado nuevas formas de frenar su ecoansiedad y de mejorar el mundo para sus retoños. Lo que sí sé es que, y más con panoramas como el lamentable desenlace de la última cumbre del clima —y van 27—, es que toda ayuda, toda iniciativa, todo empujón, es más que necesario. No veo mayor fuerza para remar hacia un mundo sin emisiones y con una crisis ecológica en regresión que el envite que emana de la mirada de una madre hacia su hijo. Más espacios como el que activó Inés, menos tarugos gestionando el planeta. Más iniciativas para cuidar la casa común, menos negacionismo tóxico. Nos va la vida en ello, y la de nuestras hijas.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/camino-paraiso/receta-ecoansiedad - Imagen de portada: PAOLA VILLANUEVA



 

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