“No es que la crisis climática venga, ya estamos en ella”

De visita en Chile, la conservacionista estadounidense, presidenta de la Fundación Rewilding y viuda de Douglas Tompkins -fallecido hace ocho años-, declara su pesimismo frente a lo que sucederá en el planeta en el corto plazo, pero reafirma su compromiso con la lucha medioambiental a través de la recuperación de la vida silvestre en los territorios protegidos.

Su esposo supo desarrollar importantes inversiones en proyectos agroecológicos en la Mesopotamia, tanto en Entre Ríos como, muy especialmente, en la zona de los Esteros del Iberá, en Corrientes.

Kristine McDivitt Tompkins (72) volvió a su casa familiar de Santa Paula, California, hace pocos días, después de cinco semanas en un viaje por el continente antártico, recorriendo en un rompehielos desde la península hasta el Mar de Ross, junto a un grupo de naturalistas convocados por NatGeo. Observando lo que muchos consideran el termómetro planetario del cambio climático, quedó profundamente pesimista. Por lo menos respecto de lo que en el corto plazo sucederá con la Tierra y nuestra vida en ella.
Pero “Kris”, como la llaman todos sus cercanos, no se comporta como pesimista. Al contrario. Desde la muerte de su esposo, Douglas Tompkins, en diciembre de 2015 en un accidente en kayak en el lago General Carrera, no ha detenido la marcha; incluso la aceleró, logrando en 2017 una parte fundamental del sueño que construyeron juntos: la donación al Estado de Chile de las tierras que habían comprado desde los años 90, 400 mil hectáreas en total, para impulsar la constitución de la Ruta de los Parques de la Patagonia, una red de 17 parques nacionales que abarcan entre Puerto Montt (Parque Nacional Alerce Andino) hasta el Cabo de Hornos (parque nacional del mismo nombre), y que corresponden al 91% de la superficie dedicada a los parques nacionales en el país trasandino, con un total de 11,8 millones de hectáreas.Además, participa en la campaña Last Wild Places, de National Geographic Society; recibió la Medalla de Filantropía Carnegie en 2017, y fue nombrada patrona medioambiental de Áreas Protegidas de Naciones Unidas en 2018. Hace muy poco obtuvo el premio Ken Burns American Heritage, que lleva el nombre de uno de los documentalistas de naturaleza más importantes de Estados Unidos.
Visita Chile en estos días para reunirse con el Presidente Gabriel Boric y presentar en sociedad su proyecto de donación más reciente al Estado de Chile: un campo de 93 mil hectáreas que Rewilding Chile compró al sur de Punta Arenas -con el aporte de distintos colaboradores-, y que incluye el mítico Cabo Froward, en el Estrecho de Magallanes.

La historia de este proyecto es larga. “Cinco a siete años antes de que Doug muriera -relata- tomamos un barco holandés desde Punta Arenas hasta Pumalín. Pasamos por Cabo Froward, y Doug y yo quedamos maravillados por su belleza prístina. Fue una especie de romance… Es tan salvaje, de no creer, el mar es famoso, todos pasaron por ese cabo… Después de su muerte empezamos a mirar mapas y a buscar cuál era la factibilidad de comprarlo… Analizamos su capacidad de almacenar carbono. Nos preguntamos: ‘¿Está en la ruta de los parques? ¿En la ruta de los huemules? ¿Cómo encaja en el mapa general de nuestros proyectos?’. Y calza. Lo miramos desde el punto de vista de Punta Arenas, de las comunidades originarias, que tienen ese territorio como una clave de su cultura. Había un propietario, recolectamos los fondos y hace poco más de un año Rewilding Chile se convirtió en dueño de Cabo Froward”.
En el proceso, la fundación se hizo tres preguntas que Kristine Tompkins define como claves: “¿Ese territorio debe ser resguardado? No hay ninguna duda. ¿Sirve a las comunidades indígenas locales? Mucho. ¿Sirve a la vida silvestre? Absolutamente”.
Es un proyecto que, además, les permitirá abordar una realidad poco atendida cuando se habla de conservación: la del territorio marítimo. “Tenemos una deuda con la protección marítima. Tenemos muchos parques nacionales costeros y no les hemos puesto la suficiente atención. Estamos trabajando en cómo proteger la complejidad de los sistemas marítimos. No creo que podamos mirar un proyecto desde ahora y no considerar el territorio marítimo”, apunta.
El poder de la ausencia
Santa Paula es un pequeño pueblo cercano a Santa Bárbara, en California, que se autodenomina la capital cítrica del mundo. “Kris” creció en ese lugar, en un campo que su madre vendería muchos años después, ante el desinterés de sus hijos por hacerse cargo. Apenas se ejecutó la venta, dice que sintió el impacto de lo que con los años comenzaría a llamar “el poder de la ausencia”, un concepto que la ha acompañado en su labor medioambiental y filantrópica y también en su proceso de duelo.

Reconoce que los primeros dos años luego de la muerte de su esposo fueron muy duros. Pero hoy ya no lo llora. “Tengo la vida que vivimos juntos, que formó una parte mía muy fuerte, pero no tengo dolor… Toda esta experiencia ha sido única. Veo a Doug muy claro por quien fue, la brillantez, la testarudez, el amor que nos tenemos el uno al otro -tenemos, en tiempo presente-, lo que pudimos hacer juntos, lo que hizo por sí mismo, lo que yo he hecho… Pienso que lo vivo como si fuera una chaqueta favorita que siempre uso. No lo lloro. Él está muy vivo en mi existencia, así que no tengo que extrañarlo realmente, como solía hacerlo. Está presente de muchas maneras. Cuando muere un miembro de la familia, sobre todo si lo hace de manera repentina, surge “el poder de la ausencia” y está siempre presente. A veces lo extraño, pero la mayoría del tiempo lo llevo en mi bolsillo. Él es parte de mí. Está aquí mismo. Cuando Doug murió posiblemente el mayor impacto es que lo peor que me podía suceder, sucedió. Eso espantó todos mis miedos. Eso te hace increíblemente libre para enfrentar cualquier cosa que valga la pena enfrentar. Es un impacto muy fuerte haber compartido con alguien que nunca se puso límites en su vida. Y cuando murió me sentí muy libre: lo peor que me podría pasar, ya había pasado, no podría suceder algo peor”.
Junto con su equipo de Rewilding Chile, encabezado por Carolina Morgado, quien trabajó con Tompkins durante 22 años, tuvieron que tomar decisiones desde el primer momento: el proceso de donación estaba iniciado y no podía detenerse. Para tomar esas decisiones cuenta que cada día utiliza lo aprendido del ejemplo de su fallecido esposo, pero que nunca se hace la pregunta sobre ¿qué hubiera hecho Doug en esta situación? “Él siempre fue tan claro en su manera de mirar las cosas. Su mayor lección es que nada es imposible: eso recibí de Doug. Nunca he pensado qué hubiera hecho él en este caso, o quisiera que estuviera aquí…, nunca. Pero es porque tengo en mi corazón, no sólo en mi cerebro, que nada es imposible. No significa que lo lograrás, pero nunca te detienes por pensar que algo es demasiado audaz”, afirma.
El 23 de marzo de 2020 volvió a su tierra y se instaló junto a parte de su familia en una casa cercana a la de su niñez, ubicada en un rancho denominado Wilson, al que ellos llaman McWilson. Desde entonces no había regresado a Chile. Lo hace ahora con doble intención: la donación en el Estrecho de Magallanes y, a mediados de marzo, la presentación de una película sobre su vida con Tompkins, titulada Wild Life y realizada por los ganadores del Oscar por el documental Free Solo, Elizabeth Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin. El filme relata la historia de amor de los Tompkins y su trabajo filantrópico, particularmente en nuestro país (también han hecho algo similar en Argentina). “Es la historia de lo que pasa cuando un grupo de personas con una convicción se junta para conseguir un propósito”, explica.
Kristine Tompkins llegó a Chile cuando tenía 40 años. Había empezado a trabajar a los 16 en la empresa Patagonia, fundada por su amigo Ivon Chouinard, y con los años se convertiría en su gerenta general. Chouinard, escalador y aventurero legendario -quien acaba de donar su parte de la compañía, valorada en US$ 3.000 millones-, para dedicar sus ganancias al cuidado del medioambiente, fue el compañero inseparable de Douglas Tompkins en muchas de sus andanzas, incluida una ya mitológica: el viaje desde California que realizaron en los años 60 para escalar el monte Fitz Roy, en Argentina. Fue el primer encuentro de Tompkins con Chile y, particularmente, con la fuerza de sus ríos sureños (ríos a cuya salvación dedicó dinero y esfuerzo muchos años después apoyando el movimiento Patagonia Sin Represas, que fue clave en la detención del proyecto eléctrico HidroAysén).

Ya juntos, “Kris” y “Doug” se instalaron en el país para encabezar la realización de una idea que pocos entendieron en su momento y que contó con la férrea oposición del gobierno del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Los sinsabores, las acusaciones, las sospechas de ese entonces Kristine Tompkins ya las tiene superadas, según explica. Más aún, incluso las comprende: “Miro ahora esos tiempos y digo: ‘Por supuesto que eso iba a pasar. ¿Cómo no?’. Dos extranjeros llegando y comprando grandes pedazos de territorio, dejando los árboles sin cortar…, qué va a pasar… Lo veo como un curso natural de las cosas y Doug pensaba así en el momento de su partida, definitivamente”.
Los años les han dado la razón, pero ella no lo ve como una revancha. “Hay que mirar la evolución de los propios chilenos frente a lo que hemos hecho: están muy orgullosos de sus parques nacionales. Hemos vivido una generación y media y no es que pensemos que ‘la gente finalmente logró entender lo que nosotros siempre supimos’… No es así. Cuando comenzamos no sabíamos realmente cómo sería visto este proyecto. Pero tampoco pensamos que sería objeto de tanta sospecha y tanta crítica. Y rápidamente nos dimos cuenta… No estábamos preparados para eso. Pero creo que todo el planeta está en un curso evolutivo, no lo veloz que debiera ser, en entender que este tipo de proyectos son imperativos en la tierra y el mar, y empuja a que los ciudadanos se comprometan a hacerlos posibles y a hacerlos permanentes, duraderos. Ese es el tipo de cosas que he aprendido con el tiempo. Y estoy muy clara de lo que pasó en Chile en los primeros años, y no es tan sorprendente. Lo mismo pasó con la creación de algunos parques nacionales en Estados Unidos. Hubo disputas gigantescas. Eso nos pasó a nosotros”.
¿En qué minuto comenzaron a cambiar las cosas? Lo responde sin vacilaciones: “Ricardo Lagos”. Reconoce que hubo un proceso previo: “Necesitábamos cambiar algunas cosas que estábamos haciendo: la relación con la Presidencia, con la comunidad local. La relación con el gobierno de ese entonces fue muy difícil. No sólo para nosotros, como extranjeros, sino para los chilenos con que trabajábamos. Por eso, cuando asume Ricardo Lagos él entendió el valor de conservar las joyas del país. Pero más importante: entendió que no éramos una amenaza al patrimonio nacional o al desarrollo económico. Políticamente, con Lagos nos sacamos la presión que había sobre nosotros”.
Desde entonces, asegura que ha tenido “asociaciones extraordinarias con casi todos los presidentes. No podemos hacer nada sin los gobiernos. Podemos comprar tierra y sentarnos encima, pero esa no ha sido nunca la idea. Nuestra idea es devolverla al país. No podemos hacer nada sin esta asociación público-privada”. En esa misma línea, destaca las iniciativas del sector privado chileno: “Los problemas que tuvimos en los primeros años sirvieron de ejemplo… Hoy hay mucha gente conservando, y no son sólo grandes propietarios. Es extraordinario cómo la gente está trabajando en esto. Más que en otros países”.
De acuerdo con un estudio realizado por National Geographic Society, los 17 parques de la Ruta de Parques de la Patagonia almacenan 6.608 millones de toneladas métricas de carbono, lo que significa que cada hectárea de estos parques almacena casi tres veces más que su equivalente en el Amazonas. El aporte del proyecto en la lucha contra el cambio climático es indiscutible, pero Tompkins dice que ese no es su objetivo último: “Esto no es una reacción al cambio climático o para el beneficio humano. Si Doug estuviera aquí, nos recordaría que hacemos esto porque creemos en la belleza, para el alma humana y no humana. Todo lo que hacemos surge de la creencia de que toda vida tiene valor intrínseco. Con o sin emergencia climática estaríamos haciendo lo mismo. Porque creemos en ese valor. Si crees eso, lo que haces con tu vida cambia. Cómo te juzgas a ti mismo…, esa es la fuente de todo lo que hacemos”.
Su preocupación respecto de los desafíos del planeta se vio reforzada en su viaje reciente a la Antártica. “Soy muy pesimista en el corto plazo acerca de los efectos del cambio climático, sobre todo por la gente que, como dice David Attenborough, ‘no puede escapar’ de esos efectos y que no tiene una voz en el intento de evitarlos. No conozco a nadie que sea optimista acerca de los efectos de corto plazo, y sobre todo en relación con la velocidad de los cambios. Venimos hablando de cambio climático desde hace 40 años. Pero en los últimos 10 años, incluso cinco, lo más aterrador es la velocidad con que se han manifestado los impactos. Eso significa que es muy difícil reaccionar para disminuir esa velocidad. Como decía Doug, tenemos más optimismo sobre el próximo siglo, o la última parte de este siglo, pero estamos en una crisis muy seria. No es que la crisis venga, ya estamos en ella. Si vives en el Pacífico Sur o en Sudán del Sur o en tantos otros lugares de la tierra hoy, no tienes ninguna duda al respecto. Miles de millones de personas son influenciadas por estos cambios, que son evitables. Y aquí es donde tenemos que darnos cuenta de que hemos elegido vivir esta crisis como el precio del progreso. Los países consumidores han escogido no enfrentar el problema, sino sobrellevarlo. Esa es mi opinión. Los que pagarán por esto son los que no tienen voz”.

La fórmula para alcanzar sus objetivos se resume en un concepto: Rewilding. Ese es el nombre con que fue bautizada la fundación continuadora de Tompkins Conservation tanto en Chile como en Argentina. Son organizaciones independientes que buscan convertir las tierras donde intervienen en ecosistemas en pleno funcionamiento. “Para eso hay que descubrir qué elementos de la cadena están faltando y reintroducirlos. De eso se trata el rewilding. Puede parecer algo pequeño, una contribución pequeña, pero en realidad es muy grande. Si piensas en Chile y en los pumas, que han vuelto en proporciones importantes, están creando sistemas mucho más eficientes que cuando están ausentes”, dice. Lo mismo ocurre, según explica, con el huemul. “Si tomas al huemul y lo sacas del ecosistema, cambian los pastos, cambia el bosque, cambia todo. Por lo corta de nuestra vida no vemos ese impacto evolucionario. Es lo que hicimos en el Parque Nacional Patagonia, donde realmente partió el proyecto de rewilding. Entendimos que esta especie estaba realmente en peligro. Por eso quisimos comprar la estancia Chacabuco y convertirla en parque. Y la pregunta fue cómo poder ayudar a una especie que al mismo tiempo es tan tímida y confiada”. En este caso fue clave el manejo de las poblaciones de pumas, especie que había sido expulsada y casi eliminada, “como en todos los campos productivos del mundo”, explica. Tal como ocurrió en el Parque Nacional Yellowstone, en Estados Unidos, con la reintroducción del lobo, en el Parque Patagonia el regreso del puma ayudó al restablecimiento de todo el ecosistema. Uno de los beneficiados fue el huemul. “Hay ahora huemules completamente protegidos. Pasamos a una situación en la que los huemules están volviendo a crecer en cantidad, después de años de caída o mantención de sus poblaciones. Lo mismo con los zorros, vizcachas, gatos pequeños, ñandúes…”. Eso implicó la reconversión de los antiguos cazadores de pumas en sus cuidadores, especializados en el monitoreo y el seguimiento de los ejemplares. Un caso paradigmático es el de Arcilio Sepúlveda: cazador de pumas, hijo de cazador de pumas, hoy reconvertido en protector de pumas. Para cuidar a todas estas especies hay que encontrar, dice ella, “a los genios del lugar”, aquellas personas, como Arcilio, que por su conocimiento y compromiso hacen que la magia del rewilding ocurra.

Pese a los esfuerzos, se estima que, sumando Chile y Argentina, no sobreviven más de 1.500 huemules en total. La fundación empujó la creación de un Corredor Nacional del Huemul, una iniciativa público-privada que busca establecer corredores de vida silvestre en la Ruta de los Parques de la Patagonia, incluyendo por ahora proyectos en el Parque Nacional Pumalín Douglas Tompkins, la Reserva Nacional Futaleufú, el sector de Las Horquetas, aledaño al Parque Nacional Cerro Castillo y el propio Parque Nacional Patagonia.
Kristine Tompkins describe su visión como un piso con tres patas: la tierra, las comunidades locales y las especies. “Creemos que hay que hacer tres cosas para luchar por el clima, la belleza y la vida digna: tienes que adquirir, sumar amplios territorios, lo suficientemente grandes como para funcionar como sistemas en sí mismos; para protegerlos necesitas a las comunidades locales, y necesitas las especias que llaman a esos lugares su hogar. Si quitas una pata, el sistema se debilita y colapsa”.
Para ella, los parques protegen lo que llama las joyas de una nación. “En su ausencia, ¿qué pasa con esas joyas? Empiezan a deshacerse y sin que nos demos cuenta, ya se han ido. Es verdad que los parques actuales tienen carencias, pero existen, y significan algo que no se puede lograr de otra forma, porque es tierra que permite que las especies caminen sobre ella”.

Pero advierte también que la conservación a gran escala no es la única forma de involucrarse en el cuidado del planeta. “La conservación no es el lujo de los ricos: es una decisión. Tú, tus hijos, quien sea… Sal de la cama cada día y haz algo que no tenga nada que ver contigo. Conoce a tus vecinos… El mismo valor que les otorgamos a nuestra familia y a nuestros amigos debiera extenderse a toda forma de vida. Incluso si estás en el centro de Santiago, tienes mucho que hacer. Me desespera escuchar a gente que dice no sé qué hacer, qué puedo hacer yo… ¿Cómo se salvaron los ríos del sur de Chile? No los salvaron sólo los activistas: los salvó la gente en la calle diciendo que la Patagonia tiene que permanecer prístina. Chile es un país muy activista, lo vemos una y otra vez. La gente tiene que decidir que quiere formar parte de algo grande. Doug decía que el movimiento medioambiental es largo y ancho, permite que miles de millones de personas saquen la voz; sea Greta o los cientos de miles de jóvenes en Europa marchando cada viernes… Es una decisión: quiero ser parte de esto. Es cosa de buscar qué hay que hacer, y eso se va a manifestar de muchas maneras. No se trata de ‘dónde’ o qué… La pregunta es ‘¿lo haré?’. El ‘qué’ está en todas partes”.


Fuente: La Tercera de Chile
 

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