Biofascismo, ¡oh yeah!
A medida que el biofascismo avanza, las heridas sobre el planeta son cada vez más evidentes. Vivimos tiempos contradictorios en los que los conceptos son retraídos de su acepción original para ocupar lugares indeterminados donde reinan la anfibología y la confusión inducida: Esto no solo le sucede a términos como libertad, sobre el cual se cierne la paradoja de ver cómo en su defensa se producen conocidos recortes de las libertades, o la justicia, cada vez más en manos de la justicia de los ricos, o la igualdad, tan perversamente empleada para discriminar a los no iguales, sino que abarca cualquier palabra que pueda moldearse para ser interpretada en beneficio de quien la usa –por supuesto con el objetivo de obtener beneficios–.
Por Julio Fernández Peláez
El vocablo ayuda no podía ser menos, más cuando su uso histórico responde a un sinfín de acciones que ponían de manifiesto la superioridad de quien ayudaba y despreciaban a quienes recibían los beneficios. En nombre de la evangelización (excepcional ayuda que salvaba a las almas de morir en pecado) se justificaron buena parte de los etnocidios en América y África hasta bien entrado el siglo XX, y en nombre del desarrollo económico (ayuda que consiste en enseñar a pescar) se validaron monumentales estafas (también llamadas préstamos del FMI) a países en desarrollo, al tiempo que se ayudaba (aún más) a la población de esos mismos países creado puestos de trabajo (esclavo) con el fin de extraer unos recursos imprescindibles para quienes con tanto fervor ejercían la ayuda (y siguen ejerciéndola).
No es de extrañar, en consecuencia, que la ayuda –en especial cuando hablamos de ayuda internacional– sea vista con un creciente grado de desconfianza cada vez que se produce. ¿La supuesta ayuda a Ucrania es una ayuda o la perpetuación de un mecanismo de producción de armamento que de forma lateral ha producido cientos de miles de muertos?
Más extraño resulta, si cabe, que sea la ultraderecha estadounidense (aderezada de nazismo) la que ponga el grito en cielo sobre la manipulación y la corrupción de la ayuda al desarrollo internacional (USAID). Sí, el mismo organismo intervencionista que, según la versión de quienes no deseaban o no querían ser ayudados con las artes made in USA, tenía capacidad de influencia en los gobiernos (o en la oposición a los gobiernos, dependiendo de qué gobierno se tratara).
Y resulta extraño porque el cierre de esta agencia implica una pérdida notable de influencia política y simbólica, y por tanto una merma en la credibilidad de otros proyectos paralelos de corte colonialista (o expansionista). ¿Qué está pasando entonces?
Parece ser, por las exaltadas reivindicaciones de la corte de Elon, que el discurso de America First llevado a sus últimas consecuencias no podía soportar que USA desperdiciara unos cuantos millones (la propina de unos dólares al camarero en una gran comilona) fomentando trabajos de cooperación que en su versión más radical podían, incluso, llegar a ser interpretados como solidarios.
Haciendo tabla rasa mediante el desmantelamiento de la USAID, el imperio demuestra su autosuficiencia, y a partir de ahora ya no necesitará dar ayudas para alzar el brazo de la prepotencia. No le importa llevarse por delante algunos de los proyectos que, aunque de forma precaria, estaban favoreciendo el desarrollo democrático de una frágil igualdad (en Sudáfrica, por ejemplo), o simplemente frenando las ansias expansionistas de empresas y gobiernos en áreas de vital importancia para el planeta (en Amazonia, sin ir más lejos).
La demolición del programa Amazonia Mía podría ser la puntilla para la cuenca del Amazonas, 7,7 millones de km2 que albergan la quinta parte del agua dulce del planeta y una selva tropical que es considerada uno de los pulmones de la Tierra, pero que atraviesa por serios problemas a causa de la crisis climática con una falta de pluviosidad galopante –a lo cual se ha de unir la continua deforestación y los casi permanentes incendios–.
America First repiten una y otra vez los puteros ya entraditos en años que actúan como si gobernaran el prostíbulo del mundo (esa esfera mal hecha y medio azul que solo se ve cuando te alejas en el espacio camino de un planeta mejor que no existe). Y con ese lema demuestran la gran ignorancia que circula por sus cabezas, pues una vez que muera la Amazonia, o mueran los océanos –también en declive–, o muera la corriente del AMOC, a esa América le quedarán dos telediarios para compartir destino.
Pero el biofascismo avanza, amigos. Lo decíamos al principio, y para las heridas que se abren ya no hay esparadrapo suficiente en todas las farmacias. El biofascismo, en base a principios ideológicos infantiles, retrógrados, egoístas y carentes de empatía, pero con una barriga bien llena y, eso sí, con toda la tecnología de última generación a su alcance, está dispuesto a acabar con la vida, no ya la vida de unos seres considerados inferiores en un campo de concentración, no ya la vida de la fauna salvaje en una cacería turística, no ya la vida de unos cuantos árboles para levantar un centro comercial, no, la vida en general.
La vida que tiene savia y sangre, para los biofascistas, es solo un producto de consumo más, o de explotación y sacrificio. La vida que tiene savia y sangre no existe si no es la suya, o la de los suyos, o la de esa America oh yeah, que solo ellos saben qué demonios es. La vida que tiene savia y sangre no existe, no, de la misma manera que no existe el cambio climático ni existen más géneros que dos: los que tienen coño y los que tienen pirola. La vida (de verdad), para los biofascistas, es solo lo que Dios creó a su imagen y semejanza: esos tipos con la piel blanca, corbata monocolor y una buena dosis de egolatría (como Dios).
Los biofascistas se han propuesto acabar con la vida y reclamar como vida X, AI y unas cuantas siglas más. Y seguirán empeñados en acabar con ella hasta que empiece la fiesta.
Lo peor (o lo mejor) es que, cuando empiece la fiesta, ellos estarán vivos y serán los únicos anfitriones y los únicos invitados en ese refugio de hormigón con todas las comodidades (y que seguirán llamando América). Y tú y yo, y el resto del planeta, tal vez no. Así, cuando el minibar del refugio se agote, que pidan ayuda. Que la pidan. Oh yeah.
Fuentes: Rebelión