“La velocidad se ha convertido en una suerte de enfermedad cultural; vivir despacio es contrahegemónico”



Entrevista al filósofo, poeta y ensayista, Jorge Riechmann


Los comentarios de Jorge Riechmann en torno a la actualidad pueden leerse en el blog “Tratar de comprender, tratar de ayudar”.  Afirma que, en las sociedades contemporáneas, “la velocidad se ha convertido en una suerte de enfermedad cultural, cuya destructividad de conjunto se nos escapa”. “También en ello hay un elemento de dominación”, agrega, por eso “ir despacio es contrahegemónico”. A la hora de analizar la realidad, Riechmann rehúye el autoengaño y los falsos consuelos, los idealismos bobalicones y las irreales esperanzas. “Si estamos de verdad en una situación catastrófica –y lo estamos-, tratar de analizarla no es un discurso catastrofista, sino un ejercicio de realismo”. Sin incurrir en el desánimo, los motivos de las luchas ecologistas de hace cincuenta años ya no están abiertas. “La revolución (ecologista y feminista) tendríamos que haberla hecho ayer”.

-En diferentes conferencias y textos has señalado la “tecnolatría” o confianza irracional en la técnica como uno de los problemas para afrontar los grandes desafíos ambientales. ¿A qué te refieres?
Creo que es, en efecto, un factor muy determinante en la falta de reacciones adecuadas en nuestras sociedades. Uno se pregunta: pero ¿cómo puede ser que una sociedad que dispone de más conocimiento científico que nunca en el pasado, que hasta se llama pomposamente a sí misma “sociedad del conocimiento”, siga avanzando a toda velocidad hacia el abismo, cuando lo que ocurrirá en tal caso es perfectamente previsible? Una parte importante de la respuesta –no toda ella— se encuentra en esa confianza irracional en la técnica, o tecnolatría.
En una encuesta llamada “Perspectivas de futuro de la sociedad”, realizada en diciembre de 2013 (a una muestra de 1.200 españoles y españolas mayores de 18 años), Ernest García, Mercedes Martínez Iglesias y otros investigadores de la Universitat de València preguntaban si el calentamiento climático, el “pico” del petróleo o los problemas con los otros combustibles fósiles (carbón y gas natural) podían llevar a dificultades en el abastecimiento de energía. Nueve de cada diez personas consideraba que sí. Pero la siguiente pregunta era si se opinaba que estas carencias energéticas podían traducirse en una merma en el crecimiento económico o en el bienestar, a lo que la gran mayoría de la gente respondía que no. Por tanto, podían fallar los combustibles fósiles y podía haber calentamiento climático, pero la economía seguiría creciendo y el bienestar aumentando. ¿Por qué creían eso? Confiaban en que o bien las energías renovables, o bien éstas más la energía nuclear, o bien estas dos más una tercera, que no se sabe cuál es pero ya está inventada, y que estas grandes corporaciones que conspiran contra el bien común sacarán al mercado cuando hiciera falta, evitarían la crisis energética. Lo cierto es que cuatro de cada cinco encuestados tenían esa confianza irracional en la técnica. Digo irracional porque si analizáramos la cuestión con la objetividad desapasionada del ingeniero, veríamos que ninguna de estas opciones nos resolverá los problemas…
-Has titulado una de tus últimas conferencias “¿Aún es posible hacer lo que deberíamos haber hecho?” Y te preguntas si transición o colapso…
Creo que un colapso de las sociedades industriales –o más bien colapsos: hablemos en plural tanto de colapsos como de transiciones- hubiera sido evitable si hubiéramos hecho caso a los buenos análisis que se realizaron en los años setenta, comenzando por el estudio Los límites del crecimiento de 1972 (actualizado ahora con un libro imprescindible de Ugo Bardi, Los límites del crecimiento retomados, Catarata 2014); y si los procesos de aprendizaje colectivo que estaban en marcha en las sociedades industriales en los años sesenta y setenta hubieran continuado adelante. Si en lugar de torcerse este aprendizaje de nuestra interdependencia y ecodependencia en los años ochenta, con el ascenso de la versión del capitalismo que llamamos neoliberal para abreviar, hubiéramos continuado por el camino iniciado... Así tal vez habríamos podido construir sociedades industriales sustentables mediante transiciones graduales, buscando un menor crecimiento demográfico, un uso mucho más eficiente de los materiales y la energía, una socialización paulatina de los medios de producción, estrategias de biomímesis y economías “homeostáticas” en grado creciente (así prefiero traducir yo la expresión inglesa steady-state economy, muchas veces vertida al castellano por “economía de estado estacionario”).
Pero ahora las opciones son bastante peores. Vamos efectivamente a colapsos de las sociedades industriales a lo largo del siglo XXI…
-Pero ¿no es ésa una visión desesperanzada y catastrofista?
Si estamos de verdad en una situación catastrófica -y lo estamos-, tratar de analizarla no es discurso catastrofista sino un ejercicio de realismo. Me gustaría luego desarrollar una analogía interesante, la del choque del gran buque transatlántico Titanic contra el iceberg.
Mucha gente cree que los movimientos ecologistas (y otros movimientos sociales de supervivencia y emancipación) tienen sobre todo un problema de discurso, de comunicación: “hablando del colapso no se liga”, apuntando a la crisis ecológica no se ganan votos. Creo que el fondo de nuestros problemas no es comunicativo (aunque haya que tomarse en serio la comunicación): está más bien en las duras realidades contra las que chocamos (la fenomenal masa de poder que tenemos enfrente, y la dinámica productivo-destructiva del capitalismo). No creo que tengamos ya tiempo para alterar sustancialmente estas duras realidades en los perentorios plazos que son los del Siglo de la Gran Prueba (así titulé un libro publicado el año pasado).
Insistí en la conferencia pronunciada en Valencia el pasado 12 de enero en que había que luchar por evitar lo peor: ninguna imposibilidad de evitar lo peor, por tanto; ningún fatalismo. Pero dije que, al mismo tiempo, las buenas trayectorias por las que los movimientos ecologistas han luchado medio siglo ya no están abiertas. Nuestras sociedades han dejado pasar demasiado tiempo sin reaccionar. En lo ecológico-social no nos movemos ya entre lo bueno y lo malo, creo, sino entre lo malo y lo peor.
¿Esto resulta desmoralizador? Mi límite es el respeto a la verdad. Si creyera en una “necesaria, difícil, pero posible, transición a la Sostenibilidad” con mayúsculas, lo plantearía en esos términos. Pero me parece que esa trayectoria histórica ya no está a nuestro alcance. Lo argumento en un libro, Autoconstrucción, ahora en imprenta. También ahí me esfuerzo en indicar pistas para la acción colectiva y vías para evitar el desánimo: pero ya no pueden ser, creo, las mismas que indicaba yo hace veinte años, o diez. El capítulo primero de ese libro se titula “La revolución (ecosocialista y ecofeminista) tendríamos que haberla hecho ayer”.
-¿Y no es ésta una perspectiva apocalíptica?
El colapso de una sociedad no supone necesariamente un apocalipsis o el final del mundo. Es el final de un mundo, y luego vendrán otros: eso convendría tenerlo claro. 
Colapso, dicho en pocas palabras, significa una reducción rápida de la complejidad social, una disminución del trasiego de energía y de materiales, fenómenos de des-diferenciación... Esto es algo que no sería necesariamente muy negativo en ciertas circunstancias sociales y materiales: las sociedades muy igualitarias y muy resilientes podrán responder mucho mejor a los colapsos que vienen. Esto ya indica dos vías muy importantes de re-construcción y auto-construcción social para hoy mismo.
Titulé un libro, hace un par años, Fracasar mejor (editorial Olifante). Podríamos decir también: colapsar mejor. La diferencia entre un mejor o peor colapso vendrá determinadas, a mi juicio, por el hecho de que haya o no un genocidio (la pendiente actual nos lleva a un ecocidio, que traería consigo un genocidio). Si llegamos a finales del siglo XXI habiendo logrado construir sociedades mucho más sencillas, frugales e igualitarias, basadas en tecnologías intermedias robustas (es de mucho interés, para esto, el blog http://www.es.lowtechmagazine.com , subtitulado “revista de baja tecnología”) que se olviden del PIB como supuesta medida de bienestar, que usen muchos menos materiales y energía, lo habremos hecho lo mejor posible en las difíciles circunstancias actuales.
-Decías que querías hablar del Titanic…
Sí, creo que nos proporciona una buena analogía. El hundimiento de aquel gran transatlántico en abril de 1912, en su viaje inaugural, ha proporcionado durante un siglo una metáfora muy potente para pensar acerca del progreso, y del rumbo que iban tomando las sociedades industriales. Recuerdo aquel largo y memorable poema de Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic… Mira estos versos por ejemplo: “No hay duda de que somos inteligentes. Pero lejos/ de cambiar la faz del mundo, en escena/ seguimos sacándonos conejos del cerebro,/ y palomas blancas, bandadas de palomas/ que invariablemente se cagan en los libros./ No hay que ser un Hegel para darse cuenta/ de que la Razón es a la vez razón y no razón:/ basta mirarse en el espejo de bolsillo…” Y es que en efecto, sobrevaloramos la razón instrumental y la capacidad de control de los seres humanos... Enzensberger publicó este largo poema en 1978 en alemán,.
Pero tratemos de hacer útil esa potente metáfora del Titanic para el siglo XXI. Hay algo importante que recuerda Ferran Puig Vilar en una de las entregas de un importante libro (¿Hasta qué punto es inminente el colapso de la situación actual?), y es lo siguiente: el Titanic ya estaba técnicamente hundido algo antes de que nadie viera el enorme iceberg e intentara, inútilmente, bordearlo. Dada su posición y velocidad, su masa, su capacidad máxima de frenado, su radio máximo de giro, la resistencia mecánica de los laterales, la configuración interna del buque, etc., hubo un momento en que ya era imposible evitar el hundimiento, mientras pasaje y tripulación seguían de fiesta. Comenta Ferran que “ése es el tipping point auténtico, el punto a partir del cual la vida propia del sistema convierte en inútil la mejor estrategia de los gestores más lúcidos” ( http://ustednoselocree.com/2014/12/27/hasta-que-punto-es-inminente-el-colapso-de-la-civilizacion-actual-3/#more-9713 )
Creo que ésa es nuestra situación ahora: aún no hemos visto del todo el iceberg, desde luego la mayoría de la tripulación y el pasaje no lo han visto, y sin embargo ya no podremos evitar el naufragio. Ahora bien, ¡eso no quiere decir que no podamos hacer nada! Cabe todavía maniobrar para que, por ejemplo, el choque sea algo menos dañino y eso nos deje más tiempo para desalojar el barco. Y cabe emplear ese tiempo para organizar mejor el salvamento. Recordemos que el Titanic histórico sólo llevaba botes salvavidas para 1178 pasajeros, ¡poco más de la mitad de los que iban a bordo en su viaje inaugural y un tercio de su capacidad tota! (En el hundimiento murieron 1514 personas de las 2223 que iban a bordo, estratificadas por clases sociales.) Con tiempo suficiente, podemos construir más botes o balsas salvavidas, a partir de otras estructuras del barco que va a hundirse…
Hay otro aspecto en este paralelismo que quiero destacar –tiene que ver con los problemas de comunicación que evocábamos antes. En un naufragio, hay que evitar causar pánico, o poner en marcha los resortes peores de la interacción humana (la lucha por los recursos escasos, por ejemplo). Si alguien grita “¡estamos hundiéndonos, sálvese quien pueda!” según en qué momentos del proceso, puede provocar estampidas que arruinarán las posibilidades de todos los náufragos, o de la mayoría. Tenemos por delante un camino difícil: se trata de comunicar responsablemente la gravedad de la situación, sin por ello inducir al desánimo o a las reacciones insolidarias.
 -En una entrada reciente en tu blog, titulada “No competir”, escribías lo siguiente: “Situarse más allá de la competición. Si lo logras con treinta años mejor que con cincuenta, y con cincuenta mejor que después. Pero apóyate en las muletas de la piedad y el humor, y álzate hasta ese pequeño mirador del no competir”. ¿Son los cuidados, la humildad, la piedad y el humor, formas de resistencia a la moral dominante?
Así es… Formas de resistencia, y recursos morales valiosísimos en tiempos duros.
-Por último, es posible que se haya criminalizado tanto el ecologismo que utilizar el término “ecología” (más o menos como ocurre con la palabra “izquierda”) asuste a mucha gente, cuando realmente se trata de plantear cosas bien simples (respeto por el entorno, frugalidad en el consumo, austeridad energética, fraternidad con el resto de seres vivos). ¿Serías partidario de un “populismo ecológico”?
Soy partidario de una reconstrucción cultural de largo alcance, que nos lleve a vivir bien en el mundo real que habitamos: el planeta Tierra, con todas sus posibilidades de florecimiento y todas sus constricciones. “Una humanidad justa en un planeta habitable” era el lema de la revista mientras tanto que fundaron Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi. Hoy por hoy, en el segundo decenio del siglo XXI, la política y la economía dominantes siguen ignorando la segunda ley de la termodinámica –y eso nos está precipitando en un abismo…
El blog de Gail Tverberg se llama Our finite world. “Nuestro mundo es finito” debería ser la premisa básica de cualquier reflexión económica o política, pero la férrea ideología dominante sostiene férreamente lo contrario, y dice todo el tiempo: puesto que nuestro mundo es infinito…
No podemos olvidar la dimensión ecológico-social de la crisis civilizatoria, porque está en la base de todo lo demás. Si la política y la economía, en este segundo decenio del siglo XXI, siguen ignorando la segunda ley de la termodinámica, vamos a un abismo. No es hora sólo de reclamar derechos, sino también de asumir responsabilidades.

Imagenes: tratarde.org 

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