¡Que viva y crezca el decrecimiento!


Osvaldo Mottesi 

¿Crecer o no crecer? ¡He aquí la cuestión! ¿Realmente nos hemos creído que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Ésta es la pregunta que impulsores de un movimiento en auge llamado decrecimiento lanzan, al tiempo que responden con rotundidad: no es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay recursos naturales suficientes.

Mientras los economistas y políticos neoliberales hablan del crecimiento como una necesidad natural y congénita del capitalismo, se alzan voces críticas que tratan de mostrar que el crecimiento puede ser, en sí mismo, un serio problema.  Son los promotores del decrecimiento.
La noción decrecimiento tiene como definición la empleada por Vicente Honorant: “El decrecimiento es una idea a contracorriente, pero llena de esperanza. Define la gestión individual y colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas, energías y espacios naturales”. [i]  Se trata de una palabra difícilmente reciclable por quienes buscan prolongar el modelo de sociedad que cada vez más gentes ya no queremos. Es una palabra que desafía nuestro mundo productivo-consumista de modo inequívoco, pero abre espacio para un diálogo sobre cómo construir el nuevo mundo que buscamos.
Según el buen decir de Serge Latouche[ii], el decrecimiento deviene entonces en el caballo de Troya de una “guerrilla epistemológica”. Esta noción deconstruye lo implícito en todos los discursos sociales narcisistas, mediáticos, institucionales, militantes y políticos que predican el crecimiento ilimitado de la economía cruel inventada.
Para los decrecentistas el problema no es la pobreza de los países del Sur –fruto de la injusticia social milenaria- sino la mal entendida “riqueza” y el consumo excesivo de los países del Norte. Estos países han llevado a una situación límite la cuestión de sostenibilidad del planeta, en el que una tierra por sí sola ya no es suficiente. El problema no es –frente a esta realidad-  si la producción es capitalista guiada por el crecimiento ilimitado, o si es socialista guiada por la idea de progreso igualitario. Es que, la mayor parte del Norte sobrepasa en más de una tierra la huella ecológica, siendo el caso estadounidense, uno de los más extremos, con 12,5 Ha. per cápita durante el año 2010. Por otro lado, el 20% de la población mundial, la que goza de las mayores riquezas, consume el 85% de los recursos naturales.[iii]
Desde el siglo XVIII el 45% del territorio del planeta se ha transformado. Hoy, las ciudades ocupan el 2% de todos los continentes y crecen a un 0,25% anual. En el último siglo, la población se ha cuadruplicado y continúa creciendo un 1% cada año y el consumo energético y de agua por persona se ha multiplicado por 20. Científicos y decrecentistas nos alertan: “¡Hemos sobrepasado la capacidad de carga de la Tierra!”.[iv]
Esto es un desastre anunciado, porque ya lo habían advertido expertos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en los años 70, cuando prepararon un informe para el Club de Roma, y mucho antes Mahatma Gandhi, y mucho antes los mismos economistas clásicos, como John Stuart Mill o Joseph Schumpeter, quienes auguraron que la acumulación indefinida no era posible y que tarde o temprano vendría el colapso. Pero la euforia económica de la segunda mitad del siglo XX produjo amnesia ecológica y pronto el mundo se olvidó de sus propios límites.
La mayor parte del Norte ha tomado “prestado” del Sur y del planeta tanto recursos como mano de obra desde hace siglos. Esto ha llevado a los decrecentistas a reconocer a los países del Norte como deudores de crecimiento para con los países del Sur y con el planeta. Algunos han considerado que tal deuda debería incorporar un conjunto de deudas definidas a partir del estudio del impacto del modelo de crecimiento occidental:
Deuda económica, donde el crecimiento del Norte se ha dado debido al intercambio desigual con el Sur.
Deuda histórica, donde el crecimiento del Norte se ha estado dando desde la colonización hasta las múltiples formas enmascaradas de dominación para con el Sur (neocolonialismo y globalización).
Deuda cultural, donde el modelo de crecimiento del Norte ha destruido culturas y los estilos de vida en los países del Sur.
Deuda social, donde el crecimiento del Norte ha impactado en las condiciones de vida, de salud, y de derechos humanosde las poblaciones del Sur.
Deuda ecológica, donde el crecimiento del Norte ha impactado en el planeta y en los países del Sur debido a las emisiones de dióxido de carbono, la biopiratería, los pasivos ambientales y la exportación de residuos.[v]
Según afirma el decrecentismo, el impacto al planeta se traduce como efecto invernadero, desregulación del clima, pérdida de la biodiversidad y contaminación. Como consecuencia, habrá una degradación progresiva de la salud humana, en mayor medida en los países pobres, incluyendo la salud de la flora y la fauna, ocasionando entre otros efectos adversos: esterilidad, alergias, malformaciones, etc.
El decrecimiento se opone tanto a la economía neoliberal y productivista como a la noción de desarrollo sostenible. Desarrollo y sostenibilidad serían, hoy por hoy, incompatibles. Todo el planeta aspira a alcanzar los niveles de vida occidentales (con el 20 % de la población del planeta consumiendo el 85% de los recursos naturales). Por lo tanto, el desarrollo no podrá ser sostenible. Latouche critica el término de desarrollo sostenible, que considera simultáneamente oxímoron  y pleonasmo, es decir, o es desarrollo o es sostenible, pero no los dos.
El “desarrollo sostenible” ha pasado a convertirse en un argumento que utilizan los gobiernos y las multinacionales. Intentan así mostrarse “políticamente correctos”,  aparentando tener en cuenta los efectos medioambientales en la toma de decisiones. Es una máscara para mostrar un respeto inexistente, o al menos insuficiente -como por ejemplo el Protocolo de Kyoto.
Desde una postura no radicalmente pro-decrecimiento, Mari Carmen Gallastegui, premio Euskadi de Investigación 2005 afirma: “aunque la concepción original de sostenibilidad  tuvo la virtud de enviar el mensaje de preservación del medio ambiente y la cohesión social, ahora se le agrega el adjetivo sostenible a absolutamente todo y, al final, no significa nada”.[vi]
El decrecimiento nos invita a huir del totalitarismo economicista, desarrollista y “progresista”. Muestra que el crecimiento económico no es una necesidad natural del ser humano y la sociedad. Lo es sólo para la sociedad de consumo, que ha hecho una elección por el crecimiento económico, adoptándolo como mito fundador y energizante. Serge Latouche y el Instituto de Estudios Económicos por el Decrecimiento, lanzaron los 8R, “Los Ocho Requisitos o Pilares del Decrecimiento”. Estos sintetizan nuestra responsabilidad con la creación, de la cual somos llamados a ser mayordomos:
1. Revaluar: Se trata de sustituir los valores globales, individualistas y consumistas por valores locales, de cooperación y humanistas.
2. Reconceptualizar. Encaminado esto a la nueva visión que se propone del estilo de vida, la calidad de vida, la suficiencia y “la simplicidad voluntaria” ya mencionadas.3
3. Reestructurar: Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores, como por ejemplo, combinar “la eco-eficiencia y la simplicidad voluntaria”.
4. Relocalizar: Es un llamamiento a la autosuficiencia local, a fin de satisfacer las necesidades prioritarias, disminuyendo el consumo en transporte.5
5. Redistribuir: Con respecto al reparto de la riqueza, en las relaciones entre el Norte y el Sur, en procura de un balance justo para ambas regiones.6
6. Reducir: Con respecto al cambio del estilo de vida consumista, al estilo de vida sencilla y todas las implicaciones que esto conlleva.7
7. Reutilizar y 8. Reciclar: Alargando al máximo posible el tiempo de vida de los productos, para evitar el consumo y el despilfarro excesivos.[vii]
A mi entender, esta tendencia comenzó el siglo pasado en un país europeo: Suecia, nación pequeña en tamaño. Su superficie es menor que la de los estados de California y de Sao Paulo. Tiene una población de algo más de nueve millones. Está entre los cinco países del mundo con mayor expectativa de vida y menor tasa de natalidad. Tras la Primera Guerra Mundial era una nación de emigración europea, pero fue cambiando a un país de inmigración a partir de la Segunda Guerra Mundial. Casi el 12 % de su población nació en el exterior y casi una quinta parte son o bien inmigrantes o hijos e hijas de estos. Los mayores grupos de inmigrantes provienen de Finlandia, la antigua Yugoslavia, Irán, Noruega, Dinamarca, Chile y Polonia.
He visitado Suecia en tres ocasiones. Las dos últimas porque cautivó mi corazón de sociólogo. No conozco otro país con una cultura social tan excepcional como pueblo, como la de Suecia. Sólo le siguen en Europa otros pocos países del norte escandinavo. La pequeñez geográfica y poblacional de Suecia no ha impedido que sea uno de los países proporcionalmente más industrializados del mundo, con la producción de marcas de gran prestigio mundial como Volvo, Erickson, Nokia, Skandia, Electrolux, Nobel Biocare, ABB, etc. ¡Ah! también fabrica ya por más de tres décadas, motores para los cohetes propulsores de la NASA. Y lo más importante: la seguridad social no es sólo económica ni para la tercera edad, sino integral y para toda edad. Según un decir popular es “desde la cuna hasta el ataúd”. Nada despreciable ¿verdad?
Suecia ha creado, desarrollado y propulsado -al menos en algunos contextos europeos- la “cultura del slow down”. Por ejemplo, en Volvo, los suecos se reúnen en incontables sesiones de análisis antes de lanzar un nuevo modelo de auto. Está establecido que no sale al mercado ningún producto nuevo, sin menos de dos años de pruebas. Lo someten a series de evaluaciones de calidad. Consideran sus más mínimos detalles. Es que los suecos no se han rendido a la “ley de la urgencia”, típica del espíritu competitivo del capitalismo, marcado por la filosofía del crecimiento continuo e ilimitado. Su búsqueda es por calidad, no por cantidad. Esto se manifiesta en lo más importante: su constante preocupación y ocupación por una vida humana personal y social de calidad, donde es más importante el ser (realización humana plena) que el tener (nivel económico de vida). Su legislación social integral y ejemplar así lo testifica.
Suecia es influyente en la Europa de hoy, donde el “slow down” como principio y estilo de vida está prendiendo. Es un movimiento reciente y relacionado con el “Slow Food”, contestatario de la chatarra denominada “fast food”, un invento de la urgencia y ansiedad que genera la fiebre del crecimiento permanente. En Italia, con su culto por la gastronomía como placer y medio de sociabilidad, esto ha prendido. Roma es la sede de la “Slow Food International Association”.[viii]  
Esta asociación promueve el dedicar tiempo para gozar de la preparación y alimentación sana y sabrosa, en relación con colegas, amigas y familiares. Comer lenta y pausadamente, para saborear, ingerir y digerir con calidad. Calidad de vida, del ser y del compartir. Vivir en lugar de sobrevivir. Esto significa recapturar los valores de la familia, de los amigos, del tiempo libre para el buen ocio, de la fe y la espiritualidad, y de la relación cara a cara en las pequeñas comunidades. Es volver a valorar lo pequeño donde todos, todas somos importantes, frente al gigantismo, el crecimiento delirante de las megalópolis, la urbanización frenética que niega la persona disuelta en la muchedumbre, y donde sólo sobrevive quien “gana” en esa ley de la selva.
El “slow food” ha generado el movimiento más amplio de la “Slow Europe”, analizado y destacado por una edición europea de la revista “Business  Week”. Esta “slow attitude” está impactando a muchos epígonos de lo “fast” en todo y para todo, y el “do it now!”, es decir, ¡vivamos corriendo! Cuestionar esto no significa trabajar y producir menos, sino laborar en un ambiente menos coercitivo, sin estrés excesivo, donde la acción en equipo procura la calidad más que la cantidad. Los sabios refranes antiguos como “sin prisa se llega lejos” o “la prisa es enemiga de la perfección” vuelven a tener relevancia.
El decrecimiento es un “término obús” que tiene gran capacidad de convocatoria, como lo prueba el éxito de sus colectivos y la afluencia numerosa a cualquier evento que lleva decrecimiento en su título. Este poder de convocatoria, casado con los deseos de experimentar nuevas ideas, está creando ambientes propicios al encuentro de diferentes alternativas. Esto es, al “diálogo globalizado”.
El decrecimiento es un movimiento en marcha. Será clave en la invención de un proyecto de acción política no-violenta y de carácter voluntario, de emancipación ideológica y de superación de la idea de progreso. El crecimiento para el Norte quedaría así totalmente descartado. Esto quedaría como objetivo únicamente para los países del Sur y sólo hasta un nivel de vida modesto, que luego tendría que ser la regla global total. Esto es, balance socio-económico equitativo, “solidaridad y cooperación globalizada”.
Un marxista ortodoxo reiría ante tales afirmaciones, las que consideraría “utópicas” peyorativamente hablando y, por lo tanto, inalcanzables como metas. Su clave hermenéutica “objetiva” de la historia es la lucha de clases, sin excepciones. Cree que sin ella es imposible toda real transformación, es decir, una verdadera revolución. No acepta ninguna posibilidad de voluntarismo de las partes y de acción transformadora no violenta ¡He aquí su “fundamentalismo dogmático”! El cambio radical de la actual competitividad desenfrenada de la globalización neoliberal, por una verdadera cooperación social fruto de una globalización solidaria, levanta hoy un montón de interrogantes ideológicos y estratégicos aún por responder. Sin dudas, hay un largo camino todavía por recorrer. Pero los utópicos de ayer y de siempre reafirmamos, con el mayor realismo histórico, que las grandes transformaciones -con o sin lucha de clases- marcharon siempre impulsadas por grandes utopías.
Esta transformación radical o revolución global requiere de un proyecto de decrecimiento, un cambio de valores, una verdadera deconstrucción del pensamiento económico. Esto pone en cuestión nociones importantes como crecimiento y acumulación, desarrollo y progreso, eficiencia y competencia, producción y consumo, durabilidad y sobriedad, pobreza y subdesarrollo, necesidad y ayuda, etc…
No existe aún un modelo definido, pero sí ideas potenciadoras que generan claras direcciones hacia una sociedad basada en la cooperación, la eficiencia y el respeto a la naturaleza. Uno de los caminos a un mundo nuevo, sin competencias ni guerras, con niveles y hábitos de vida saludables y globales, no solo para la minoría, sino para la totalidad.
Esta revolución global radical -inicial pero en marcha- considera y usa la economía como un medio para la vida humana y no como un fin. 

Fuente: - Lupa Protestante 

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