La agricultura industrial acapara los recursos pero no es quien alimenta a las personas

“La agricultura industrial es responsable del 70% de la deforestación en Iberoamérica, uno de los principales motores del impacto ecológico, hasta el 40% de las emisiones de GEI provienen de la agricultura industrial. Sólo durante el S. XX se perdió el 75% de las variedades cultivadas y actualmente el 22% de las razas ganaderas está en peligro de extinción”.
 
Una prueba entre otras de este hecho que azota a la mayoría de la humanidad es la orientación que hacen de los alimentos producidos a gran escala las grandes empresas del sector.
Sin embargo, la agricultura a pequeña escala, respetuosa con el medio ambiente, pese a ser la más numerosa en cuanto a número de granjas, solo ocupa un 25% de la superficie agrícola del mundo. Son por lo tanto millones de personas, cultivando una pequeña porción de las tierras cultivables disponibles quienes alimentan al mundo.
La agricultura industrial (la economía a gran escala) dispone no solo de la mayoría de la tierra sino también del agua, las semillas, la ciencia y la tecnología ¿por qué sólo produce el 20% de los alimentos del mundo?
La respuesta es tan sencilla que asusta: no lo pretende, no es su objetivo. La agricultura industrial produce mercancías para los mercados, no alimentos para las personas. El cultivo de soja y maíz para la fabricación de piensos o combustibles, la palma aceitera para fabricar champú o chocolatinas, algodón y otras fibras para la enorme industria de la ropa barata, son algunos ejemplos de esto. Por tanto, el objetivo de la agricultura industrial no es alimentar al mundo, sino transformar las tierras de cultivo en una mercancía más.
En la lógica de la agricultura industrial los “brokers” pueden comprar millones de toneladas de trigo en la bolsa, pero millones de personas no pueden permitirse comprar los alimentos más básicos.
¿Podría ser de otra manera?, sí; pero no lo es.
Impacto ambiental de la agroindustria sin control
Tras varias décadas de industrialización desenfrenada de la agricultura la evidencia acerca de los impactos ambientales que genera es abrumadora. La agricultura industrial es responsable del 70% de la deforestación en Iberoamérica, uno de los principales motores del impacto ecológico, hasta el 40% de las emisiones de GEI provienen de la agricultura industrial. Sólo durante el S. XX se perdió el 75% de las variedades cultivadas y actualmente el 22% de las razas ganaderas está en peligro de extinción. La biodiversidad tiene un valor incalculable, en un contexto de clima cambiante la diversidad cultivada es la clave para producir alimentos en un futuro de clima incierto.
Este es el cuento de la agricultura industrial, un cuento que nos repiten para justificar lo necesaria que es y será para alimentar a una población mayor. Mientras, la realidad pone el grito en el cielo haciéndonos saber que el hambre en el mundo no se debe a la falta de alimentos, sino al robo de recursos, donde las tierras no se utilizan para producir alimentos, sino fundamentalmente para alimentar a accionistas y bancos. La agricultura industrial juega con el sustento de la población más empobrecida y con un planeta cada vez más deteriorado.
Crítica a los transgénicos que supuestamente acababan con el hambre
Algunos expertos aclaran que si realmente los cultivos transgénicos se destinasen a intentar paliar el hambre en el mundo, entonces deberían poseer alguna o varias de las siguientes características:
    •    Semillas capaces de crecer en suelos pobres, salinizados, contaminados…
    •    Cultivos con más proteínas y nutrientes, de alto rendimiento, sin necesidad de insumos caros (maquinaria, agroquímicos, biocidas…)
    •    Pensados para los agricultores de subsistencia, no para los latifundios industrializados.
    •    Semillas baratas y fácilmente accesibles.
    •    Cultivos para alimentar personas, no ganado.
Y se puede asegurar que ninguno de los cultivos transgénicos que ya se comercializan tienen ninguna de las características mencionadas. Los primeros cultivos transgénicos que se han introducido en la cadena alimenticia (soja y maíz) están destinados a servir de pienso a la ya excesiva cabaña ganadera de los países del Norte, no a alimentar seres humanos; son caros y están sometidos a estrictas condiciones de protección de la propiedad industrial; están pensados para la agroindustria… Un robo en toda regla.

Fuente: Solidaridad.net - Ecoportal.net

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