Colonialismo español: Juzgar la historia con los ojos del presente

Las fronteras han existido para todo, menos para el capitalismo. ¿De qué sirve hablar de fronteras si desde los inicios de la explotación colonial el capitalismo temprano se impuso a través de rutas de comercio, secuestro y saqueo transfronterizo?: El pasado 18 de diciembre fue día de las personas migrantes, y se llenaron las redes de mensajes reivindicativos sobre el derecho de todo ser humano a migrar. Los mensajes casi siempre hacían hincapié en el pasado migratorio de los españoles, en la posibilidad permanente que hay sobre cualquier individuo de convertirse en un migrante futuro y en poner en valor las aportaciones, la riqueza económica y cultural y los aprendizajes que se ganan en una ciudad o país reconvertido en destino de migración.

Mabel LLevat

Entre estos mensajes a veces vemos algunos que colocan sobre el tapete el tema de las fronteras y la explotación transfronteriza. Que se considere al migrante como amenaza es algo que se ha normalizado y se apoya en la existencia de una historia hegemónica basada en un relato en el que “nuestra” comunidad, aquella con la compartimos valores, visiones del mundo, normas e ideas, es definida por un espacio geográfico específico limitado por fronteras que es necesario proteger continuamente frente a amenazas externas. Según este relato la persona migrante viene a representar el ente invasor, que no se define como agente de memoria o de aportación, sino al que se le acusa de “utilizar” la ciudad de forma parasitaria, sin mencionar quién se aprovecha de quién en este juego con personas en condición de precariedad legal, económica y social.
Sin embargo, como bien afirma C. Baldwin, hay que tener en cuenta también que muchas personas en España siguen ancladas en un pasado de ambiciones genuinamente coloniales, en un orden de amos y señores alimentado durante siglos de expolio colonial: “estamos tan acostumbrados al lenguaje de nuestras tierras, de nuestras colonias, de nuestras posesiones de Ultramar, que no es extraño si hasta el más descamisado de entre nosotros piensa tener en América una tropa de esclavos que trabajan para su bienestar y que se enfurecerá al oír que no tiene ningún derecho a legislar sobre ellos”. Lo mismo se traduce al espacio europeo, la hegemonía blanca se acostumbró a legislar sobre cuerpos no blancos utilizando figuras como las leyes de limpieza de sangre, que hoy se transforman en la Ley de Extranjería y a utilizar dispositivos de control del espacio de orden colonial que se reproducen en nuestros días a través de la identificación por perfil racial.
Las fronteras han existido para todo, menos para el capitalismo. ¿De qué sirve hablar de fronteras si desde los inicios de la explotación colonial el capitalismo temprano se impuso a través de rutas de comercio, secuestro y saqueo transfronterizo? ¿De qué sirve hablar de fronteras si los dispositivos del mercado se extendieron por todo el mundo en la forma de barcos negreros, rutas de comercio, factorías, fábricas y bancos, como engranajes o cadenas de montaje global, en las que cada trabajador estaba conectado a pesar de su distancia geográfica? ¿Le interesan las fronteras a Inditex, a hoteles Meliá, a Iberdrola o Repsol? Si se pudo tener un Eixample en Barcelona o agua potable y luz en las localidades del Maresme, no fue gracias a un indiano acaudalado, ni al espíritu emprendedor catalán, sino gracias al rápido beneficio que significó lucrar con los cuerpos de más de doce millones de africanos secuestrados de su continente y esclavizados en América.
En enero del 2022 se realizó una mesa redonda en Sitges sobre la esclavitud, donde desde el título se traza una línea temporal que intentó homogeneizar el fenómeno del esclavismo desde la edad media hasta el siglo XIX. La portavoz de la Xarxa de Municipis indians, Anna Castellví, decía en su introducción: “no podemos juzgar la historia con ojos del presente”.
De alguna manera estamos convencidos de que no se trata de juzgar, se trata de hacer justicia y de visibilizar un sistema de opresión y explotación. No, no podemos mirar la historia con ojos del presente, pero seguimos mirando el presente con ojos e imaginarios del pasado. El presente se sigue retroalimentando del pasado a través de ideas, discursos y prácticas que normalizan las relaciones de dominación de un grupo sobre otro, a la vez que racializan las diferencias.
Es necesario darnos cuenta que muchas veces los discursos sobre la belleza patrimonial y la memoria histórica no son neutrales, sino que quieren imponer una mirada romántica y eurocentrista a un fenómeno de opresión. Es cierto que en todo el mundo los grandes monumentos han sido construidos por una clase explotadora a la que romantizamos al invisibilizar el pasado de explotación: palacios, castillos, jardines, fábricas, telares, ferrocarriles, máquinas de vapor y las ruedas que aún hoy se celebran en el Parc de la Ciutadella. Es un fenómeno que es necesario poner de relieve en toda su dimensión, visibilizando las identidades subalternas a estas narrativas, como por ejemplo, el papel de las personas esclavizadas en la acumulación de riqueza europea.
El paso de Europa del feudalismo al capitalismo temprano se produjo a partir de la expropiación de tierras a los campesinos, a la opresión del salario, el sometimiento de las mujeres al trabajo no remunerado y, a la esclavización de mano de obra en tierras americanas. Es por esto que es muy necesario bajar del pedestal llámese al indiano, al capitalista o empresario emprendedor y al militar heroico de guerras coloniales, que es lo mismo que deconstruir un imaginario que nos hace loar el saqueo transfronterizo y el secuestro intercontinental que hoy llamamos espíritu de emprendimiento bajo la norma euro/norteamericana calculadora y racionalista del capitalismo temprano.
El indiano no fue un emigrante emprendedor, en primer lugar participó de un contexto colonial desigual, en el que las colonias eran subyugadas bajo impuestos onerosos por una metrópoli española que les impedía prosperar por falta de recursos. Todo el que importaba productos a las colonias obtenía beneficios que no se hubieran dado en un contexto de libre comercio, en tanto participaba de una compra-venta protegida y libre de impuestos para la parte española. Encima de esto tenemos el comercio de personas esclavizadas. Cuando admiramos una bella casa, un monumento o una placa conmemorativa que visibiliza las bondades de un indiano con nombres y apellidos (construyó tal obra benéfica o llevó luz y agua potable a una localidad), no debemos dejar de mencionar en la misma placa que la participación del indiano en tal hazaña fue la de lucrar con el negocio de la esclavitud, y que a quien deberíamos agradecer es a los cuerpos de 12 millones de africanos secuestrados de su continente y puestos en régimen de trabajo forzado a recoger las materias primas que permitieron una acumulación de capital sin precedentes.
De que otra manera un hombre pobre como Antonio López o un pescador analfabeto de la Barceloneta como Tomás Ribalta pudieron hacerse en pocos años de una riqueza tal, que eran capaces de hacer préstamos a la mismísima hacienda española. Esto solo fue posible porque participaron de un tráfico brutal que emergió como un renglón de enriquecimiento muy rápido con gran margen de beneficios a costa de mucho sufrimiento y dolor.
Después, es necesario visibilizar que no estamos hablando de un fenómeno que afecta sólo el pasado sino también el presente. Para justificar esta actividad se desarrolló paralelamente una campaña de deshumanización del africano a quién se expulsó de las fronteras de lo humano, para conveniencia de todo aquel que se lucraba con la esclavitud. Esto venía acompañado por una implantación del racismo —que tuvo también formas jurídicas y legales— que partía de un fenotipo para devenir luego en un imaginario cultural que dividió el mundo en naciones débiles y naciones fuertes y que defiende aún hoy que los blancos llevaron la civilización allende los mares y que el empobrecimiento del Sur global es sólo culpa de una esencia innata “cultural” de sus habitantes.
Al argumento de “no podemos juzgar el pasado con los ojos del presente” se une “la esclavitud existió siempre” o, “los africanos eran los primeros que vendían a sus propios hombres como esclavos”. Además de que todo fenómeno histórico siempre ha contado con participantes del bando oprimido, el fenómeno de la esclavitud atlántica no tuvo parangón con otro sistema de esclavitud anterior en cantidad de personas secuestradas, duración en el tiempo, cruce intercontinental hacia lugares donde el africano no contaba con apoyo local, recursos movilizados por todas las potencias europeas para tamaña empresa y por último, por producirse en una época en que Europa ya estructuraba un sistema legal y jurídico moderno para proporcionar justicia e igualdad a los ciudadanos. Las personas esclavizadas fueron definidas como esclavas mediante las formas jurídicas propias del mundo europeo, las personas esclavizadas en Cuba fueron despojadas de su ciudadanía por una Constitución española en una época que pretendía reformar las desigualdades mediante modernas estructuras democráticas de gobierno, leyes y libertad. Con esto queda demostrado que la existencia de una armazón legal democrática fuerte no impide la coexistencia de otras formas igualmente legales pero injustas como es hoy la ley de extranjería.
Todo este sistema también tuvo su impacto en el obrero europeo. Los trabajadores esclavizados y asalariados se mantuvieron separados, pero el trabajador en Europa fue afectado por el mismo sistema que englobó a personas esclavizadas hasta el punto de que lo que pasaba con uno también afectaba al otro. Tal y como afirma Silvia Federici, “la esclavitud influyó también en el salario, la situación legal de los trabajadores en Europa, no puede ser coincidencia que justo cuando se acaba la esclavitud, los salarios subieran considerablemente en Europa y que los trabajadores consiguieran finalmente en derecho a organizarse”. Como conclusión podemos decir que la esclavitud no fue cosa de cuatro indianos, fue cosa de todo un entramado en el que participó una estructura política peninsular, el funcionariado y la monarquía.
Y para el final hemos dejado el último alegato que se suele hacer en defensa del patrimonio indiano:
“No somos responsables de los hechos de nuestros antepasados”. Por supuesto, no se trata de asumir cosas que no se han hecho, sino de justicia y de reparación, de no lavarnos las manos cuando hoy en día, el migrante racializado y precarizado no se considera un integrante legítimo del espacio ciudadano, mientras que la discriminación por color y origen étnico ha sido la primera en la ciudad según el Informe de l’Observatori de les discriminaciones en Barcelona en el 2021. Todo esto respaldado por el sistema legal europeo que de nuevo le falla al habitante del Sur global al someterlo a una Ley de Extranjería injusta y alegal. 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/mapas/juzgar-historia-ojos-del-presente


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