Desnaturalización, deshumanización y otras disrupciones


Llega a mis manos uno de esos libros con título de impacto, La cuarta revolución industrial. Ya de entrada siento prevención. Está firmado por Klaus Schwab, Presidente del Foro Económico Mundial (alias Club de Davos), prologado por Ana Patricia Botín y colgado en la red por OpenMind, la plataforma o think tank (o lo que sea) del BBVA que pretende guiarnos, a través de publicaciones de “expertos” por los extraños campos del futuro.

José David Sacristán de Lama

Dice Schwab, y en esto estoy de acuerdo con él, que las tecnologías de esta “cuarta revolución industrial” (internet, conectividad universal, redes sociales, biotecnologías, Inteligencia Artificial y su “fusión a través de los mundos físico, digital y biológico”) ya no son, como las anteriores, simples adminículos externos a la naturaleza humana, sino que alteran la forma de ser humanos y de relacionamos con el medio, y lo hacen, con una profundidad y velocidad que, según dice, le preocupan, no porque suceda (más bien saluda su llegada como un gran salto de la humanidad), sino porque los líderes sociales no están a la altura de tanta bendición como nos llega, y siguen “atrapados en el pensamiento tradicional, lineal y no disruptivo”, “demasiado absortos en preocupaciones inmediatas como para pensar estratégicamente sobre las fuerzas de la disrupción y la innovación que le dan forma a nuestro futuro”. También afirma que le anima una intención humanística para asegurarnos de que la revolución sirva para “empoderarnos” como seres humanos, y reconoce que se basa en proyectos e iniciativas del Foro Económico Mundial que han sido desarrollados, discutidos y cuestionados en las más recientes reuniones del organismo.

No temas, lector o lectora: este artículo no es una glosa del libro, ni me he dejado seducir por todo eso que el autor considera “fascinantes retos del futuro”. Lo he traído a colación y lo aprovecho como excusa discursiva porque me parece un preclaro ejemplo (pero podía haber elegido otros) de la deriva tecnopática que nos arrastra. No hay entre estos estrategas del futuro, ya no digo un mínimo cuestionamiento, sino una auténtica reflexión, es decir un análisis con algo de distancia, desde fuera, porque de hecho desconocen que haya un afuera. Tan solo imaginan (vaya si imaginan) una expansión de su propio universo (único y triunfante universo en la cancha de la globalización), hasta el infinito y más allá y se ofrecen a guiarnos a través de las “disrupciones” que tienen y tendrán lugar por el camino (no conciben otro).
“Disrupciones”, esta es la palabreja que se repite una y otra vez para señalar los puntos de inflexión a que estamos abocados queramos o no, que debemos asumir con lucidez, porque es inútil resistirse y porque nos dirigen al luminoso porvenir que espera a la especie humana. Disrupciones en todos los órdenes. Olvídense de todo lo que ha vivido la especie humana, no solo en su larga historia, sino también en los tiempos inmediatos hasta el mismo presente. Nada será igual: ni las relaciones mutuas, delegadas en las redes sociales; ni el mundo laboral; ni nuestra relación con la tecnología, que hasta ahora habría sido poco más que una sofisticación del hacha de piedra original y entraría, en esta “cuarta fase”, en una fusión íntima de nuestro ser biológico en el universo digital. Quien no se adapte se quedará atrás. No dejan de lamentar (los cocodrilos también lloran) los daños colaterales que sin duda se producirán y el rastro de perdedores que irán quedando por el camino; en fin, ya se sabe, no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, pero pelillos a la mar, porque el nuevo mundo estará lleno de oportunidades para quien sepa aprovecharlas. “Oportunidades”. Otra palabreja omnipresente en el discurso. En especial, claro, “oportunidades de negocio” nunca vistas.
Lástima, estos guías del futuro no me dicen cómo harán para que las oportunidades imaginadas no se malogren por los obstáculos que solo mencionan como si no fueran más que molestos mosquitos, mosquitos como el cambio climático o la limitación de los recursos, pero son defectillos que se podrán corregir y que también ofrecen, por supuesto, oportunidades de negocio (asoma mucho dinero verde en el horizonte). Así seguirán levantando, mientras puedan, todavía más alta, la ya bamboleante Babel, el ático del nuevo-nuevo mundo. La “Cuarta Revolución”, con sus “disrupciones”, es la última vuelta de la espiral creciente de la torre, el sueño desesperado de las langostas por seguir encontrando comida, tras agotar los campos.
Tampoco dicen cómo dirigirán los cambios o encajarán las piezas. El propio autor citado en un arranque de sinceridad (¿o es más bien un lapsus?) nos dice que es una lástima que no haya nadie al mando:
En primer lugar, creo que los niveles necesarios de liderazgo y comprensión de los cambios en marcha, en todos los sectores, son bajos en comparación con la necesidad de rediseñar nuestros sistemas económicos, sociales y políticos para responder a la cuarta revolución industrial. Como resultado de ello, a escala tanto nacional como mundial el marco institucional requerido para dirigir la difusión de la innovación y mitigar la disrupción es inadecuado en el mejor de los casos y, en el peor, completamente inexistente.
En segundo lugar, el mundo carece de una narrativa consistente, positiva y común que describa las oportunidades y los desafíos de la cuarta revolución industrial, una narrativa que es esencial si queremos empoderar a un conjunto diverso de individuos y comunidades, y evitar una violenta reacción popular contra los cambios fundamentales en curso.
Pues eso, que no hay nadie al volante, y sin embargo te quiero. Pero si no hay nadie al volante, ni puede haberlo, poque las fuerzas de la nueva revolución tienen vida propia y desbordan a los gobiernos e incluso a las enclenques instancias internacionales, ¿cómo evitar la parte negativa de las disrupciones? ¿tendremos que confiar en que todo irá encajando por sí solo, igual que nos piden confiar en los mercados? Más bien, lo que parece es que se ensancha el espacio pirata en el que los tales (los piratas) seguirán aprovechando las “oportunidades” como siempre, o como nunca, ahora sin molestas restricciones, mientras puedan, hasta que se acabe la juerga. En el cuento de la lechera, parece que no existieran —pertenecen al jurásico extinto— las fuerzas del mundo analógico que también están presentes en el guiso: limitación de los recursos, intereses geoestratégicos, ejércitos, religiones, nacionalismos, odios étnicos y los innumerables agravios y desequilibrios generadores de odio y resentimientos. Me malicio que los coches sin conductor serán poco seguros con tantos baches en la carretera.
En fin, efectivamente estamos ante disrupciones como nunca se han conocido, pero adoptarán un cariz muy diferente al que imaginan los tecnópatas. Su revolución (la cuarta o la que sea) puede extender sus pseudópodos e invadir todas las dimensiones de la realidad durante un tiempo, pero no tiene mucho recorrido, porque terminará chocando con una resistencia mucho más poderosa: la insuficiencia de recursos para mantenerla y la incapacidad para domesticar las fuerzas de ese jurásico analógico que creen extinto. Así que, más pronto que tarde, despertarán abruptamente. Y cuando lo hagan, cuando se caigan del mundo de Yupy, o del guindo, el Jurásico seguirá ahí, pero todavía mucho más peligroso y caótico de como lo recordaban (aunque no reconocerán que ellos lo han hecho así). Y entonces descubrirán la verdadera disrupción.


PatoLenin en Pixabay.

Podemos revisar desde otra perspectiva la bienaventuranza que predican los tecnópatas en su disruptivo sermón de la montaña: un nuevo paso, éste de siete leguas, hacia un universo artificial, una naturaleza que será rediseñada y sometida, sin sus incertidumbres, incomodidades y restricciones; un universo construido por nosotros, sobre el que tendremos todo el control; un mundo nuevo con nuevos humanos, porque también los humanos serán rediseñados para evitar sus naturales limitaciones. ¿No es este el punto omega al que se dirige desde hace tiempo esta civilización? Toda la tecnología humana parece apuntar a ese fin. ¿Qué hay de malo? Nuestra especie es también un fruto de la naturaleza, la propia naturaleza la ha dotado de ingenio creativo, y dispone de él como el león de sus garras. La inteligencia humana segrega cultura como las arañas segregan seda, y ya no depende de las viejas leyes evolutivas para adaptarse a todos los nichos y expandirse ágilmente, como lo harían a lo largo de eones muchas especies diferentes a través de la torpe tortuga de la biología.
No negaré que el mundo humano es por naturaleza un mundo de artificio (forma parte de nuestro fenotipo extendido), y podemos imaginar formas decentes y constructivas de conducirnos como seres técnicos, en comunión con el conjunto de la Biosfera, pero esta civilización de patanes ha entendido muy mal este don natural. No tienen ni idea de los sutiles equilibrios de la Biosfera, de los infinitos nervios y órganos que nos unen como parte de ella. Tampoco les importa, y meten sin escrúpulos sus toscas manazas en un medio tan sutil. No hay que ser muy perspicaces para conocer el resultado, porque ya lo estamos viendo.
Como campeones del artificio, somos seres muy adaptativos. Hemos hecho un largo viaje desde los bosques y las sabanas a las megalópolis. Podemos “adaptarnos” a entornos insalubres, a las megaciudades, a las cadenas de producción de las fábricas de la Revolución Industrial, o sus equivalentes en los actuales talleres asiáticos. Hasta los niños “mineritos” que trabajan en el Cerro Rico de Bolivia se “adaptan” a transportar durante muchas horas diarias pesados capazos que aplastan su infancia; y los esclavos, a su esclavitud. Pero ¿se sienten cómodos?
No hace falta decir mucho más para reconocer el significado de la deshumanización. Pero si, a pesar de nuestra capacidad de adaptación, no nos sentimos cómodos, si la realidad se hace demasiado fastidiosa y frustrante, los especuladores y los nuevos esclavistas nos ofrecen ahora el sedante universal: podemos evadirnos al mundo de Matrix (también suyo).
Hasta ellos mismos llegan a creerse el invento: un traslado general, un zafarrancho universal, una migración de la especie a la Tierra Prometida del ciberespacio. Por lejos que nos lleve de nuestros orígenes, nos adaptaremos a él como siempre nos hemos adaptado a los cambios. Bueno, si nuestra naturaleza no basta (¡y no bastará!), también la transformaremos, remodelándola y enchufándola al nuevo universo digital; permanentemente conectados; aumentada nuestra inteligencia con la nueva gran prótesis, la Inteligencia Artificial.
Produce pudor tener que explicar por qué este sueño húmedo no funcionará. No sé si otra humanidad u otra especie más sabia, aquí o en otro planeta azul de la constelación de Orión, podría o querría alcanzar una Noosfera parecida a la imaginada por Vernadsky (o como la de Teilhard, despojada de su atmósfera teológica), un neocórtex pensante de la Biosfera, y ni siquiera sé si eso tiene algún sentido real, más allá de la poesía, pero la Noosfera que nos promete la autoproclamada (o se-dicente) cuarta revolución industrial no funcionará. La humanidad y la naturaleza transfiguradas que dibujan (una de esas infografías tramposas que tanto les gustan, a imagen de esos proyectos urbanísticos especulativos con un entorno idealizado lleno de arbolitos y niños jugando), en realidad significan otro paso más, y más arriesgado, en la espiral de deshumanización y desnaturalización de este sistema devorador.
En fin, no funcionará porque estos aprendices de brujo no saben lo que significan la naturaleza ni la naturaleza humana (creen que en cinco minutos pueden borrar o corregir en un ordenador, o con las tijeras de cortar y la aguja de remendar el genoma, los más de veinte mil siglos de nuestra historia biológica); no funcionará porque no tienen ni idea de cómo manejar el telar en el que se teje la realidad, y por esos imponderables del jurásico analógico que creen superado (los límites materiales del crecimiento, la superpoblación, el choque de placas tectónicas en la globalización —los desequilibrios sociales, los nacionalismos, las religiones y otros tribalismos—). En un medio tan anisotrópico, tan fragmentado, tan desequilibrado y tan inseguro, a los temerarios aprendices se les enredarán todos los hilos, el sueño poshumano embarrancará, y se acelerará todavía más la debacle que ya se presiente. Esa será la verdadera y gran disrupción.
Somos escarabajos arrastrando una gran bola, nuestro “fenotipo extendido”, pero cuando la bola crece monstruosamente, desequilibra al gran organismo, y Gaia nos escupe como un cuerpo extraño.
Así que no se preocupen: la cuarta revolución, el paraíso de Matrix, el sueño poshumano, no llegará a cumplirse… pero preocúpense, porque, aunque no se cumpla, avivará el desastre. No me apetece describir aquí los escenarios posibles. Que cada cual imagine con su gran imaginación humana y que Gaia nos pille confesados.

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2023/12/18/desnaturalizacion-deshumanizacion-y-otras-disrupciones/ Imagen de portada: Maia Koenig.

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