«Existe una misoginia leve, tranquila, que merma los logros de las mujeres»

Pionera del ecofeminismo en Estados Unidos, la autora cuestiona la presión sistémica que afecta tanto a mujeres como a ecosistemas enteros: Susan Griffin me espera al otro lado de la pantalla. Es una mujer apacible, risueña, con un sentido del humor inteligente que se manifiesta casi desde el principio de la charla. Hemos quedado por Zoom para conversar sobre Mujer y naturaleza, un libro legendario, publicado por primera vez en 1978, al que se le atribuye el haber inaugurado el ecofeminismo en Estados Unidos.

Azahara Palomeque

Se trata de un híbrido literario que va desvendando una prosa poética magistral con la que la autora cuestiona una opresión sistémica que afecta tanto a mujeres como a ecosistemas enteros bajo un mismo argumento antropocéntrico: ambos, inferiores, habrían estado a disposición del hombre (blanco) para su explotación y opresión. Esta combinación sobrecogedora entre historia, ciencia y poesía, plagada de citas de pensadoras como Hannah Arendt, Adrienne Rich o Virginia Wolf, acaba de llegar a nuestras librerías, en español, en una traducción igualmente magistral de Gudrun Palomino.
He tenido la suerte no solamente de hablar con la escritora –quien cuenta con galardones como la beca MacArthur, un premio Emmy, o la posición finalista del Premio Pulitzer, además de haber sacado más de veinte libros desde que comenzó su carrera–, sino también de haber escrito el prólogo de la única edición en nuestro idioma. Comenzamos:
Este es un libro que podría haber sido un ensayo, un manual de historia, y casi una enciclopedia, pero escogiste escribirlo en prosa poética, ¿por qué?
¡Ojalá pudiera decirte por qué! Me enamoré del poema en prosa leyendo a los franceses, Rimbaud, etc. Y quería utilizar ese formato. Como escritora, elijo lo que hace que las cosas fluyan más fácilmente. Era la mejor opción.

¿Cómo fue recibido el libro cuando se publicó? Estamos hablando de 1978.
Se convirtió en un clásico inmediatamente. Muchas mujeres lo leyeron y lo reivindicaron, y el movimiento ecofeminista se inspiró en él; creo que yo estaba captando algo que flotaba en el aire pero no se había articulado aún. La prosa poética se volvió muy popular, y di muchos recitales, ¿sabes? Funcionó muy bien.
Se ha dicho que es el libro que inaugura el movimiento ecofeminista, al menos en Estados Unidos.
Había una escritora francesa, cuyo nombre se me escapa. Mmm… ¡Françoise D’Eaubonne! Ella escribió Le féminisme ou la mort (1974). Yo no lo había leído ni sabía de su trabajo hasta que casi había terminado Mujer y naturaleza, pero es la prueba de algo que estaba surgiendo internacionalmente en aquel momento.
¿Cómo te sientes ahora que se ha publicado en español?
Muy feliz.
¿Por qué crees que ha tardado tanto en traducirse? Casi medio siglo.
Pasó lo mismo con la edición francesa, que sólo salió hace unos cuantos años. Les ocurre a muchas mujeres; se necesitan años para que se reconozca nuestro trabajo. No nos toman tan en serio como a los hombres. Si un hombre hubiese escrito este libro, creo que sería muy famoso internacionalmente.
Entonces, se trata de la misma misoginia que el libro denuncia…
Sí, pero existe también una misoginia leve, tranquila, que no se anuncia como tal, pero que merma los logros de las mujeres, a no ser que ese logro se produzca en la misma línea que el de un hombre: entonces es más visible.
¿Por ejemplo?
Levantamiento de pesas. [Risas]
Uno de los aspectos más fascinantes del libro es su cuestionamiento de la historia. Un ejemplo: dices que el tiempo histórico debería medirse a partir de la primera mujer que fue violada. ¿Debería reescribirse la historia desde el feminismo?
Consiste en ponerse un nuevo par de gafas. ¿Cómo vamos a mirar este momento histórico? Ahora estoy escribiendo un libro, una biografía que me asignaron, yo no elegí el tema, pero es muy interesante: una biografía de Phoebe Hearst. ¿Te suena William Randolph Hearst, el magnate de la prensa? Bueno, pues era su hijo; no su padre ni su marido, sino su hijo, pero ella vino antes. Ella era filántropa, y luchó por la causa de la educación de las mujeres y la guardería para los niños. Así que estoy contemplándola a la luz de la historia, y la historia a la luz de esa mujer, ya me entiendes.
La verdad es que no sabía quién era. Su hijo, sí, porque en España corren rumores de que es quien provocó la guerra Hispano-Americana, que aquí es la Guerra de Cuba… [Risas] Pero a ella no la conocía.
Claro, porque hay tantas mujeres que se pierden en la historia.
Hablando de historia, en tu libro aseguras que te inspiraron los años sesenta, la lucha por los derechos civiles, etc. Ese ambiente te hizo ver la opresión femenina. ¿Crees que sin ese ambiente, sin ese cerebro colectivo funcionando, podrías haber escrito Mujer y naturaleza?

Me encanta cómo lo expresas, y creo que, en gran medida, mucho más de lo que se le atribuye, el pensamiento es un proyecto comunitario. Incluso el lenguaje. El lenguaje se creó comunitariamente y constantemente se renueva esa creación, así que es un esfuerzo colectivo. Aprendí mucho de los años 60. Yo era estudiante y activista en el campus de la Universidad de California [Berkeley], luego me marché porque decidí que quería ser escritora y no académica, y me fui a vivir a North Beach, ¿sabes?, donde vivieron los de la Generación Beat. Terminé la carrera, luego hice un máster… pero yo quería ser escritora, no dedicarme al trabajo académico.
¿Qué movimientos te inspiraron específicamente?
El de los derechos civiles, y el movimiento por la libertad de expresión. El movimiento ecologista era muy incipiente entonces, pero también me inspiró.
Rachel Carson ya había publicado Primavera Silenciosa (1962). No sería tan incipiente…
Sí, claro, y yo la leí, pero, en términos de “movimiento” en sí, no era prominente. Había gente… Las solíamos llamar “las viejitas de las zapatillas de deporte”, que es otra forma de misoginia, reducirlas a esa imagen tan ridícula. Eran viejas que iban llamando a la puerta. Una de ellas… no recuerdo el nombre –es que tengo 81 años–, pero ella se esforzó, junto a otras dos, para salvar la bahía de San Francisco. Habríamos perdido la bahía sin el trabajo de esas mujeres.
Susan, tú tienes 81 años y yo 37. Te confieso que a veces pierdo la esperanza respecto al futuro. Si pensamos en la amenaza climática, nos encontramos en un momento desastroso. Y respecto al feminismo… En España la cosa ha mejorado, pero en Estados Unidos era legal abortar cuando tú publicaste el libro, en 1978, y ahora ese derecho federal ha desaparecido. ¿Qué te parecen los tiempos que vivimos?
El aborto era legal pero muy reciente. Se había legalizado unos años antes. ¿Cuándo fue?
Roe vs. Wade es de 1973 [la sentencia del Tribunal Supremo que garantiza el derecho al aborto, anulada en 2022].
Era muy reciente… En eso trabajé yo como periodista; escribí un artículo titulado Conversaciones sobre el aborto, que se publicó en una revista que luego fue confiscada en la frontera con Canadá. Básicamente, la censuraron. Así que… Yo he vivido muchos episodios de la historia. Alcancé la mayoría de edad en pleno macartismo. La gente era encarcelada, o perdía el empleo debido a esa terrible supresión de las ideas progresistas, y eso ocurrió al mismo tiempo que el activismo estudiantil, del que yo formaba parte. Y cambió. Seguro que mucha gente no tenía esperanza, pero otra gente se movilizó.
El movimiento feminista fue una sorpresa. Éramos muchas mujeres, todas insatisfechas. Es interesante que esto pasó cuando yo empecé mi máster. Tenía mi carrera, estaba casada y tenía un niño, y de repente nos enfrentábamos a un sexismo que no habíamos tenido que afrontar directamente en la universidad. Estaba ahí, pero era muy sutil; por ejemplo: en mis clases de literatura no se enseñaban libros de mujeres, excepto Emily Dickinson. Así que debíamos afrontar la realidad de una misoginia muy violenta, y no estábamos acostumbradas a eso: estábamos acostumbradas a pensar, a ser creadoras, no a que se nos redujera a la cocina y al baño. Ahí fue cuando el feminismo alzó el vuelo. Fue un cambio radical, muy profundo. Esto pasa en la historia, muchas veces…
Por lo tanto, mantienes la esperanza respecto a las generaciones más jóvenes.
Sí, pero se tienen que movilizar. Los más jóvenes tienen que organizarse. Muchos de ellos ya están movilizados, así que no quiero castigar a nadie, pero… Nada ocurre a menos que tú hagas que ocurra.
¿Cómo crees que este libro se va a leer en España y, esperemos, en otros países hispanohablantes? ¿A qué crees que va a contribuir?
De verdad espero que todos empecemos a entender la conexión entre los distintos movimientos. El libro alude a una conexión entre el movimiento ecologista y el feminismo, que están profundamente ligados, y por eso fue necesario escribirlo de esa manera. Está ahí lo que respecta a cómo tratamos a los animales, a cómo pensamos los bosques, cómo tratamos a las mujeres… Hay un comportamiento que actúa de guía. Estas correspondencias se entienden si queremos impulsar el cambio que necesitamos. Es duro ser joven en estos tiempos, pero cada vez más gente entiende estos puntos de conexión.

«¡Pensamos que la belleza es un invento humano! ¡No lo es! La naturaleza crea la belleza»

También hay una relación entre la mujer y las poblaciones históricamente oprimidas (como los negros, los pueblos colonizados), que fueron consideradas más “cercanas” a la naturaleza, y por ello menos racionales. Eso está en tu libro.
Sí, era una forma de someterlos y justificar privarlos de derechos, esclavizarlos, y la justificación era esa cercanía a la naturaleza, que es inferioridad, así que estás castigando a un pedazo gigante de la humanidad y a la naturaleza al mismo tiempo. La naturaleza se considera inferior, pero no lo es, ¡es brillante!
¿Se puede eliminar la dicotomía entre naturaleza y cultura? Otra de las preguntas fundamentales de tu libro…
Me hace muy feliz que estemos descubriendo que la conciencia no sólo aparece en el cerebro, sino también en el cuerpo entero. Los científicos están descubriéndolo. Yo podría haberlo predicho, porque debemos asumir que la conciencia está por todos sitios y no es única del ser humano. Cada vez más, sabemos que los pájaros tienen lenguaje; vamos entendiendo que los árboles del bosque comparten nutrientes a través de las raíces, así que, si uno anda pachucho, lo ayudan los árboles de alrededor. Estamos entendiendo el mundo, la Tierra, de manera diferente. Eso es crucial.
Entonces deberíamos descartar esa dicotomía; lo que estás diciendo es que todo es parte del mismo proceso.
Efectivamente. Mira la belleza que nos rodea en la naturaleza, ¡y pensamos que la belleza es un invento humano! ¡No lo es! La naturaleza crea la belleza, y llegamos nosotros así: GUUUUAAUU, ¡extraordinario!, y ¡ni vemos el mérito de la artista! [Risas]
Pues ya no tengo más preguntas. ¿Hay algo más que te gustaría añadir?
Sí, que espero que la gente se junte en tres dimensiones. Agradezco que podamos hablar por Zoom, que nos podamos reunir así, hay cosas buenas en la tecnología… pero también necesitamos juntarnos en persona, porque hay algo en el componente físico de nuestra existencia que es muy importante, cosas que nunca se han cuantificado, observado, entendido… y que están ocurriendo. El hecho de que no las hayamos transformado en datos no significa que no existan. Para provocar un cambio social tenemos que juntarnos en persona. Espero que los jóvenes continúen haciéndolo.
Estoy de acuerdo. Vivimos muy aislados detrás de una pantalla.
Exacto. Y no todo se puede reducir a datos, creo que es imposible. Los datos son importantes, pero deberíamos ser capaces de pensar fuera de ellos. No me refiero a mentir o inventarse una vida de fantasía, sino a intentar incluir lo que no se puede medir.
Mil gracias, Susan, un placer enorme hablar contigo.
El placer es mío.
 

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