Alimentación

Relato
La mañana comenzaba con una soledad abultada que se había colocado en la zona superior de su pecho. Sabía que esa sensación no desaparecería hasta que su cara recibiera un poco de agua fresca. Se levantó. Tocó el agua con las manos. Cerró los ojos. Empapó su piel. Hace tiempo que viene sintiendo una conexión diferente con el agua. Desde antes de que las lluvias cesasen.


María González Reyes

La vida surgió en ese medio. Las primeras células encontraron en ese fluido el lugar idóneo para desarrollarse. La vida sigue ligada al agua. El agua es la cura para todo: el sudor, las lágrimas, el mar.
La imagen que aparecía en el espejo devolvía unas ojeras que parecían tener la intención de no desaparecer a lo largo del día. Volvió a mojar su cara. Fingió una sonrisa al espejo y su reflejo le hizo sonreír de verdad. Miró el reloj. En diez minutos pasarían a recogerla.
No sabía si había hecho bien diciendo que iría, las cosas nuevas siempre le cuestan un poco y no había dormido bien.
Afortunadamente, el viaje fue más corto de lo que se había imaginado. Al llegar, el abrazo de la mujer de pelo blanco que les recibió fue suficiente para que la sensación de opresión en el pecho se calmara por fin. La mujer de rizos blancos se llamaba Amanda.
El campo estaba lleno de vegetación. “Aquí es donde vamos a comenzar a sembrar”, les dijo, “esta tierra ya está preparada, llevamos un tiempo poniendo plantas que han ayudado a que sea más fértil y ahora sembraremos y plantaremos especies que se van a ayudar entre sí, unas dan sombra para que otras crezcan, otras aportan nutrientes, otras retienen el suelo”.
Les contó que todo proviene del agua y que, para aprender a cocinar de verdad, tenían que entender de dónde viene todo. El agua. Las semillas que luego serán plantas y que después serán alimentos. Dónde germinan, cómo se transportan, por qué los vegetales ayudan a regular el clima.
Les contó también que esa tierra no era suya, que era de todas las mujeres que estaban viendo por allí y de algunas otras que conocerían los días siguientes. Que dejaban que parte de la cosecha se la comiesen los insectos y los pájaros porque esa tierra también pertenecía al resto de seres vivos. Les contó que no repartían los frutos por igual, que cultivaban entre todas y luego cada una se llevaba lo que necesitaba. Que esa era su manera de entender un reparto justo.
Más tarde les llevó a otro lugar donde tenían muchas semillas de muchas variedades guardadas. “Es la herencia que dejamos para las personas que vienen detrás de nosotras”, les dijo.
A veces ocurren cosas en la vida que hacen que todo cambie. Para ella sembrar junto a otras mujeres, cultivar junto a otras mujeres, cocinar junto a otras mujeres, llenó de sentido lo que hacía e hizo desaparecer la soledad que a veces se agolpaba en su pecho.
Tiempo después, cuando ya habían cogido la costumbre de acabar el día paseando agarradas de la mano, le preguntó: “Amanda ¿de dónde sacas la fuerza para hacer todo esto?”.
“Yo la fuerza la saco de la relación con la naturaleza. De las mujeres que veo a mi alrededor. De la gente que veo sufriendo y que me hace tener la convicción de que no quiero que ganen los poderosos”, dijo.
Comenzó a llover un agua diminuta. No aceleraron el paso.
“La herencia para comprender lo que es necesario para que la vida exista se queda pegada a los territorios donde el ritmo es el de la tierra”, continuó, “cuando desaparece una especie también se pierde el poder transmitir la importancia espiritual que tiene asociada esa planta, la importancia de guardar y cuidar esas semillas”.
A veces las cosas suceden así, aparecen sin pedir permiso, y se quedan. Con las manos en la tierra entendió que aprender a sembrar iba asociado a comprender que cuando desaparece una especie no solo se pierde la diversidad genética, sino todo el conocimiento que hay asociado a ella. Un conocimiento que tiene que ver con cómo se cultiva, con las formas en las que se puede usar para curar, con los modos de cocinarla.
Ese día, con las manos llenas de la textura de la tierra, Amanda le regaló un puñado de semillas. “Cuando decidas marcharte busca un lugar con agua y tierra, aquí tienes todo lo necesario para vivir”.

Entrevista
¿Cómo sería la alimentación en un contexto decrecentista?
Una alimentación que se apellide agroecológica debe incorporar:
- Una amplia diversidad de especies, de manera que su interacción sea capaz de incrementar la fertilidad del suelo y el control de plagas.
- Canales cortos de comercialización.
- Autonomía: control comunal de tierras, semillas, herramientas, etc.
- Dietas vegetarianas o débilmente carnívoras, en función del territorio.
- Energía realmente renovable que se base en el trabajo humano y animal.

Este relato forma parte de la colección “relatos decrecentistas”, escrita por María y Luis González Reyes, ilustrada por Emma Gascó y con la dirección artística de la grabación realizada por Nelo Royner para Perifèries. La experiencia busca ser integradora, pues el relato se puede escuchar, leer o mirar. Además, se acompaña de una pequeña introducción de cómo sería la energía en un contexto decrecentista.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecotopias/alimentacion - Imagen de portada: Alimentación EMMA GASCÓ

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