El hoyo 2: devórame otra vez

Galder Gaztelu-Urrutia regresa a su metáfora de nuestra sociedad actual. Un sistema cerrado en el que la desigualdad es un juego de suma cero, de violencia cada vez más descarnada y donde ninguna solución es buena. Casi un documental.El Hoyo 2 es la segunda parte, o la precuela, de El Hoyo, la película de 2019 del director vasco Galder Gaztelu-Urrutia en la que explorábamos unas instalaciones particularmente crueles. El «hoyo» que da nombre a la película es un espacio de 333 niveles, con dos habitantes por nivel y un hueco, por el que desciende cada día una plataforma llena de alimentos de todo tipo. Si los de arriba comen mucho, los de abajo se quedan sin nada. Cada mes, los inquilinos son cambiados aleatoriamente de nivel, de manera que pueden pasar de atracarse a morir de hambre, y no son formas de hablar.

Jose A Cano

Nada sutil, ¿verdad? Quizás los lectores ya vieron la primera entrega, que pasó discretamente por cines en 2019, con la habitual falta de distribución y promoción para los productos de ciencia-ficción españoles, pero se convirtió en un superéxito vía Netflix. Precisamente en la plataforma de la gran N roja es donde se estrenó el pasado viernes 4 de octubre esta secuela que en realidad amplía su universo hacia el pasado. O no, en seguida vamos con eso.
Metáforas abiertamente políticas
Si en la primera entrega seguíamos a Goreng (Iván Massagué) en su descenso, literal, a los infiernos del hoyo, en la segunda nos encontramos con Perempuán (Milena Smit) y Zamiatin (Hovik Keuchkerian), dos recién llegados a la instalación por motivos que iremos descubriendo. La nueva película explora los mismos caminos que la anterior sobre desigualdad, egoísmo y ese canibalismo metafórico, el del ultracapitalismo obligándonos a devorar a nuestros iguales para sobrevivir, aunque sea solo una semana más, a ver si en la siguiente hay suerte y no lo pasamos tan mal.
El Hoyo, 1 y 2, es una obra abiertamente política, y que si en la anterior se entretenía en retratar los pecados del neoliberalismo descarnado, en actual coquetea con reflejar la crueldad de las dictaduras soviéticas o el fanatismo religioso, para luego acabar atizando hasta en el cielo de la boca (y no es una forma de hablar) a los libertarios mesiánicos de nuestra actualidad, hasta con su propia versión de asalto al Congreso.
El director, por cierto, acaba de estrenar en el Festival de Sitges Rich Flu, una historia de ciencia-ficción en la que una enfermedad mortal afecta solo a los ricos. Así que estos intentan deshacerse rápidamente de su patrimonio, pero claro, nadie lo acepta. No sé si llamarla distopía o utopía, pero resulta llamativo que gracias al éxito de la película de 2019 esté teniendo la oportunidad de rodar todas estas metáforas de derribo tan obvias y directas, demostrando como el sistema es capaz de regurgitar cualquier tipo de crítica.
Los cuidados como redención
En El Hoyo 2 vemos a Perempuán pasar por un tránsito muy parecido al de Goreng, y sus motivos para entrar en el hoyo son relativamente similares (y están relacionados, aunque esto es spoiler). El punto de vista que elige Gaztelu-Urrutia es el de alguien de clase vamos a decir que media, profesión creativa y por extensión un capital cultural tirando a alto aunque sin pasarse, es decir, algo así como un reflejo de su público esperado. Y por tanto vehículo de sus ansiedades, que pasan tanto por descender dramáticamente de nivel, hasta allí abajo donde no hay reglas y creemos que mandan los bárbaros comiéndose unos a otros —como los morlocks de H.G.Wells devoraban a los eloi—, como por las consecuencias de una rebelión violenta. Algo que se teme y se desea al mismo tiempo, el epítome de una idea reprimida.

La catarsis de Perempuán es diferente a la de Goreng, pero ambos se redimen de la misma manera: cuidando de alguien indefenso, de un niño. Cabe preguntarse porque Gaztelu-Urrutia elige repetir solución, e incluso subrayar esa repetición. En parte parece como si El Hoyo 2 solo fuese una ampliación de El Hoyo pero con más libertad gracias a un mayor presupuesto, desarrollando como una sangrienta guerra entre niveles lo que en la primera eran solo escaramuzas vagamente violentas. Pero no puede ser solo eso.
De alguna manera El Hoyo se presenta como un ciclo, uno en el que no hay un exterior que podamos identificar. Se nos recuerda que pertenece a alguna especie de órgano oficial o dependiente del Gobierno —un gobierno, cualquier gobierno—, pero también que quien entra lo hace de forma voluntaria, a veces por motivaciones muy ingenuas o egocéntricas. Ese allí fuera, esos funcionarios a los que adivinamos o a veces vemos, que están torturando al número exacto de 666 personas de todas las razas, edades y extracciones cada mes y de vez en cuando se permiten el lujillo de añadir un niño al azar.
Aunque parece obvio que uno de los mensajes es que el amor y la ternura, o los cuidados si quieren ustedes ser menos cursis, es la única salida ante la barbarie y la deshumanización, también lo es que queda pendiente una aclaración más, un remate del cineasta para su nada disimulada metáfora de la actualidad. Una resolución imposible para la desigualdad salvaje y el miedo a caer a lo más profundo del hoyo, que vaya más allá de los insinuados coqueteos con la espiritualidad oriental y el más allá.
Una respuesta, en fin, que no nos deje como estamos ahora, tan temerosos de este sistema cerrado en el que no sabemos repartir la comida como de las únicas maneras que se nos ocurren para hacerlo saltar por los aires. Quizás es pedirle demasiado a una película que solo quiere que sigamos dándole vueltas un rato más.

Fuente: https://climatica.coop/el-hoyo-2-devorame-otra-vez/   - Imagen de portada: Como en la anterior entrega de este ciclo, las metáforas de 'El hoy 2' son elocuentes: un mundo en el que si unos comen, otros no; y la violencia que puede llegar a desencadenar esa desigualdad. Foto: Netflix / Nicolás de Assas

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