Los cerdos que se comen los bosques de la Orinoquía en Colombia
Amenazados por el impacto de la agricultura, la ganadería y la inacción del gobierno, el pueblo indígena Sikuani alza la voz para conservar esta zona rica en biodiversidad: Las sabanas del departamento del Meta, en la Orinoquía colombiana, son conocidas porque en sus ríos nadan más de 700 especies de peces. Esa abundancia es reconocida por los indígenas sikuani, habitantes milenarios de los bosques de galería, unos largos corredores de árboles que crecen a lo largo de los ríos Meta, Muco, Manacacías y Tillavá. Santiago, indígena de este pueblo y cuya real identidad pidió proteger por seguridad, recuerda que en el río Muco, en el municipio metense de Puerto Gaitán, 300 kilómetros al este de Bogotá, abundaba la pesca: “Cogíamos payara (Hydrolycus scomberoides), pavón (Cichla ocellaris), bocona (Prochilodus magdalenae), guabina (Hoplias malabaricus). Hoy no hay peces”. Santiago culpa a la empresa Aliar-Fazenda por el deterioro.
Andrés Gómez
Aliar-Fazenda es la única empresa en cultivar soja y maíz en la Orinoquía para producir concentrados de engorde para cerdos. La empresa empezó actividades en 2007 en Puerto Gaitán y para 2018 transformó 40.000 hectáreas de tierra en una despensa que alimentaría miles de cerdos los años siguientes: este año, la empresa afirmó tener 880 mil cerdos y producir 100 millones de kilos de carne al año.
Según Santiago, “el estiércol se encargó de dañar todas esas moricheras [humedales] y caños por donde pescábamos”.
Un río contaminado con Escherichia coli
“Habían unas lagunas bonitas, hoy en día están todavía, pero ya nadie se baña allá porque es agua turbia. Ya no corre el agua”, cuenta Santiago.
Señala también que desde la llegada de Aliar-Fazenda la contaminación impide que se disfrute el territorio, además de perder su economía de subsistencia al no poder pescar.
Para este reportaje, el 20 de agosto de este año se tomó una muestra de las aguas de las que Santiago antes bebía y se alimentaba, y se analizó para detectar posibles niveles de contaminación.
El análisis fue llevado a cabo por Tecnoambiental, laboratorio acreditado por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), y examinaron parámetros básicos de contaminación orgánica: presencia de bacterias fecales, residuos en las aguas y pérdida de oxígeno necesaria para la vida del río.
Los resultados evidenciaron una contaminación severa: 313.000 bacterias de coliformes fecales por cada 100 mililitros de agua. La norma colombiana fija el máximo de coliformes fecales en 200 para uso recreativo, pero el río Muco supera en más de 1.500 veces el límite legal, lo que lo vuelve peligroso para riego o contacto humano.
El análisis físico químico muestra que, aun existiendo plantas de tratamiento, el sistema es insuficiente para la cantidad de materia fecal que recibe el río Muco. Según la guía de vigilancia y control de calidad bacteriológico del Instituto Nacional de Salud (INS), valores elevados de coliformes totales (un indicador de contaminación del agua) y la presencia de Escherichia coli en el agua están asociados con brotes de enfermedades gastrointestinales y dermatológicas entre los niños y otros grupos vulnerables.
Aliar-Fazenda se negó a entregar información sobre el manejo de aguas residuales y plantas de tratamiento solicitada para este reportaje.
¿Morichales como vertederos?
Santiago, quien vive en el resguardo sikuani de Wacoyo, no solo es vecino de Aliar-Fazenda, también ha trabajado para la empresa, y afirma que no existe tratamiento de aguas.
“El trabajador de ahí, lava con agua y eso corre a una tubería, entra a un pozo séptico […] De ahí lo sacan en una bomba para regarlo […] No lo botan para los lotes, sino a un sitio como montañoso”.
Raúl, otro ex trabajador, que también pidió mantener en reserva su verdadera identidad, no conoce a Santiago pero coincide en que tampoco observó tratamiento alguno. “Donde guardan los cerdos tienen un espacio grande donde puede bajar la mierda, el orín, y cuando se lava eso se va a un estanque, entonces ellos lo mandan por un tubo a unas ‘orejeras’ [desagües] que ellos hacen cerca de una morichera”.
Las denuncias de vertimientos coinciden con los resultados de contaminación del agua y con los olores que describen los habitantes.
La esposa de Santiago dice que ya no recoge agua del río Muco: recolecta agua lluvia y compra cuando no llueve. “Tenemos permanente dolor de cabeza, gripa y a veces no es ni gripa, sino como una estornudadera, algo así que ni bota uno ni moco ni nada. […] Y nosotros decimos que es de ese olor tan feo que olemos”.
Las personas de Wacoyo no son las únicas afectadas. Barrulia, a 29 kilómetros de Wacoyo, es una comunidad sikuani desplazada por acaparadores menonitas que también sufría de vómitos, sarpullidos y diarrea, lo que se relacionó con la contaminación de los suministros de agua causada por la actividad agrícola. Erminsu Gaitán, miembro de la comunidad, contó su historia a El Turbión, un medio de comunicación independiente colombiano. Dijo que su nieto, Axel Gaitán Chipiaje, murió en mayo de 2024 cuando aún era un niño. Aliar-Fazenda tenía granjas porcinas en las cercanías; Erminsu y su comunidad atribuyen la muerte de Axel a la contaminación. Tras su desplazamiento, la comunidad sikuani de Barrulia vive ahora en unas instalaciones deportivas en una zona urbana de Puerto Gaitán.
Hicieron un hueco donde botan cerdos muertos […] Y eso ellos no lo dejan verificar cuando vienen los ambientalistas y los que vienen del Estado
Raúl, ex empleado de Aliar-Fazenda
Otro familiar de Axel, que utilizó el nombre Miguel para proteger su identidad y también ha sido desplazado de Barrulia, culpa a Aliar-Fazenda de la muerte del menor: “Donde estábamos en Barrulia, más pa’ adelantico, ahí son como 20 galpones [de cerdos] y eso filtra [heces]”. No hay informes médicos públicos que confirmen la causa de la muerte de Axel Gaitán Chipiaje
Raúl trabajó en el mantenimiento de las marraneras, pero le escandaliza más el manejo de los cerdos neonatos muertos que la misma contaminación por heces. “Hicieron un hueco donde botan cerdos muertos. Ahí cerca de una morichera. Allá mueren a diario 30, 50 cerdos. Y eso ellos no lo dejan verificar cuando vienen los ambientalistas y los que vienen del Estado”, denuncia.
Agrega que no solo los cerdos pequeños mueren: “Vivían entre más grandes, más apiñuscados. Se maltratan entre ellos, se muerden. Cuando no tienen comida, ellos mismos se matan. Por eso se enferman y mueren”.
En la industria porcina es común que un porcentaje del 10% al 20% de neonatos muera, y que los destinados al engorde mueran a causa de enfermedades respiratorias, pero las denuncias de los trabajadores deben corroborarse, pues verter cadáveres sin debido compostaje ni tratar materia fecal pasa de maltrato animal a crímen ambiental.
Para este reportaje se remitió un derecho de petición al Ministerio de Ambiente, pero remitió las preguntas a la entidad pública responsable de proteger y manejar los recursos naturales del Meta, Cormacarena, aclarando que no tiene competencia para seguir, controlar ni sancionar sobre vertimientos, funciones de las corporaciones autónomas regionales.
Cormacarena no respondió la compulsa de copias y en su geoportal no se encuentran evidencias de control ni de monitoreo de los cuerpos de agua adyacentes a Aliar-Fazenda.
Los cerdos crecen, la vida del Meta se apaga
La revista Forbes en 2025 afirmó que gracias a la empresa, el Meta es una potencia: “Puerto Gaitán, epicentro de esta revolución, concentra la mayor producción de maíz y soja del país. Solo en 2024, la altillanura sembró el 87% del fríjol soja y el 47% del maíz amarillo tecnificado de Colombia”.
Este crecimiento, según las fuentes entrevistadas y lugareños, estaría ligado al despojo y crímenes ambientales que condenan al pueblo Sikuani. Tras sobrevivir la cacería indígena de 1930 a 1970, cuando colonos “mataban, descuartizaban, envenenaban a los indígenas”, llegó el comandante paramilitar Víctor Carranza, quien desde 1978 empezó a acaparar violentamente miles de hectáreas de sus territorios. De esas tierras, María Blanca Carranza, prima hermana y esposa del paramilitar, vendió las 16 mil hectáreas con las que comenzó Aliar-Fazenda.
En agosto de 2023, la empresa afirmaba poseer 50.000 hectáreas. Se trata de tierras en las que ya no habitan indígenas sikuani y en las que la presencia de osos mieleros, zarigüeyas, zorros, patos carreteros, turpiales reales y otros tipos de aves parece estar disminuyendo y reduciéndose.
“Desde que aparecieron Aliar y los menonitas, los animales se fueron”, afirmó Camilo, otra persona que pidió ocultar su identidad, en el resguardo sikuani de Ibitsulibo, al referirse a las aves migratorias que en septiembre deberían cruzar el cielo, como son los playeros aliblancos (Tringa semipalmata) y las tijeretas sabaneras (Tyrannus savana).
La desaparición de aves y mamíferos en Puerto Gaitán obedece a la destrucción de la sabana que ocasiona el monocultivo mecanizado que aplana bosques incluyendo morichales, lo que agrava la amenaza sobre las 491 especies de fauna y flora amenazadas en la Orinoquía, el 23 % del total nacional. Pero la destrucción de morichales y sabanas inundables no solo ha afectado la fauna y flora, también agrava el calentamiento global.
En los bosques de galería de la Orinoquía, los humedales perpetuamente húmedos que proporcionan las condiciones adecuadas para la formación de turba “tienen un enorme potencial para ayudar o perjudicar los esfuerzos globales para abordar el cambio climático”. Así lo afirma Scott Winton, profesor de la Universidad de California, Santa Cruz, en Estados Unidos. En abril, Winton informó que la densidad promedio de carbono por área en las turberas colombianas es de cuatro a diez veces mayor que en la selva Amazónica.
Winton y su equipo encontraron turba en 51 de los más de 100 humedales que visitaron en la Orinoquía y la Amazonía colombiana. Teniendo en cuenta que las operaciones de Aliar-Fazenda han destruido moricheras y sabanas inundables en la Orinoquía, los hallazgos de Winton sugieren que la empresa podría haber alterado turberas.
La expansión de Aliar-Fazenda no solo transformó las sabanas en desiertos de soja y maíz: también quebró el equilibrio ancestral entre los sikuani y su territorio. Donde antes había sabanas y morichales con aves, hoy hay cerdos maltratados, aguas contaminadas, olor a estiércol y comunidades enfermas, situaciones que prolongan la vieja guerra contra la existencia misma del pueblo Sikuani en sus bosques.
Esta historia hace parte de una investigación de El Turbión, realizada con el apoyo de Global Exchange y del Fondo para Reportajes sobre Animales y Biodiversidad de Brighter Green, y forma parte de una serie que documenta cómo la violencia, la concentración de la tierra y el ecocidio amenazan la supervivencia física y cultural del pueblo Sikuani. La versión original puede leerse aquí.
Fuente: https://dialogochino.net/es/ - Imagen de portada: Un cerdo en una granja del departamento de Cundinamarca, en el centro de Colombia. En el cercano departamento de Meta, los lugareños afirman que Aliar-Fazenda, una empresa agroindustrial que produce concentrados de engorde para cerdos y explota granjas porcinas, ha estado contaminando ríos y humedales (Imagen: Vannessa Jimenez G / NurPhoto / Alamy)




