La insostenible ligereza del capitalismo para nuestra salud

Mirando la película hipnótica de Lars von Trier “Melancolía”, el espectador comprende gradualmente, entre el terror y la impotencia, que el mundo está por desaparecer, destinado a colisionar con el planeta Melancolía.  Estamos todos sumergidos en un evento global al que todavía no hemos comprendido completamente. En estos momentos sin precedentes, intenté encontrar ciertas analogías y recordé esta escena final de la película de Lars von Trier.

Eva Illouz

Una nueva realidad
Sucedió durante la segunda semana de enero que leí por primera vez un artículo que hablaba de un extraño virus; publicado en la prensa norteamericana y le presté particular atención porque mi hijo tenía que viajar a China. El virus todavía estaba distante, como el punto lejano de un planeta amenazante. Mi hijo anuló el viaje, pero ese punto se convirtió en un disco y continuó su carrera inexorable estrellándose sobre nosotros, en Europa y en Medio Oriente.

Mientras cae el telón sobre el mundo que conocíamos, todos nosotros ya observamos petrificados el avance de la pandemia. El Coronavirus es un evento planetario de una magnitud que nos es difícil comprender, no sólo en razón de su impacto global, no sólo a la luz de la velocidad del contagio, pero también por las instituciones, cuyo poder colosal no había sido nunca cuestionado, fueron puestas de rodillas en el giro de pocas semanas. El arcaico universo de las epidemias devastadoras hizo brutal irrupción en el mundo desinfectado y desarrollado de la potencia nuclear, de la cirugía láser y de la tecnología virtual. Aún en tiempos de guerra, los cines y los bares underground  continuaron funcionando; pero hoy, las ciudades abarrotadas de Europa, aquellas que amamos, se convirtieron en siniestras ciudades fantasmas y sus habitantes  fueron obligados a encerrarse en sus casas. Como escribió Albert Camus en el libro La Peste : “todos estos cambios, en cierto modo, fueron tan extraordinarios y sucedieron tan rápidamente, que no fue fácil considerarlos como normales y duraderos”.
Desde los transportes aéreos a los museos, es el corazón que late de nuestra civilización el que se detuvo. La libertad, el valor cardinal de la modernidad, fue puesta entre paréntesis, no por la asunción de un nuevo tirano, sino a causa del temor, una emoción que domina por sobre todas las demás. De un día para el otro el mundo se convirtió aterrador, extrañamente inquietante, vaciado de familiaridad. Los gestos más reconfortantes –darse la mano, besarse, abrazarse, comer juntos- se convirtieron en fuente de peligro y angustia. En el giro de algunos días aparecieron nuevas nociones para dar sentido a una nueva realidad : todos nos convertimos en especialistas de distintos tipos de barbijos y de su poder filtrante (N95, FPP2, FPP3, etc), conocemos ya la cantidad de alcohol necesario para un eficaz lavado de manos, sabemos la diferencia entre “supresión” y “atenuación”, entra Saint-Louis y Filadelfia en los tiempos de la influencia española, y, naturalmente, hemos por sobre todo tomado familiaridad con los rituales y las extrañas reglas del distanciamiento social. Efectivamente en pocos días surgió una nueva realidad, cargada de nuevos objetos, nuevos conceptos  nuevas prácticas.
Violación del contrato con el Estado
Las crisis revelan las estructuras mentales y políticas y, al mismo tiempo, desafían las convenciones y la rutina. Una estructura puede ser disimulada, pero las crisis son ocasiones inigualables para hacer visibles al desnudo estructuras mentales y sociales silenciosas.
La salud, según Michel Foucault, es el epicentro de la governance moderna (hablaba, en este sentido, de biopoder). A través de la medicina y la salud mental, afirmaba, el Estado administra, monitorea y controla la población. En un lenguaje que él no hubiera utilizado, podríamos decir que el contrato implícito entre los Estados modernos y los ciudadanos se basa en la capacidad de los primeros de garantizar la seguridad y la salud física de los segundos.
Esta crisis saca a la luz dos elementos opuestos : en primer lugar, el hecho de que este contrato, en muchas partes del mundo, fue progresivamente violado por el Estado que modificó su vocación transformándose en un actor económico únicamente interesado en reducir el costo del trabajo, para autorizar o favorecer la relocalización de la producción (la de los fármacos necesarios, entre otras), al desregulamiento de la actividad bancaria y financiera, a proveer a las exigencias de las empresas. El resultado, intencional o no, fue una imponente erosión del sector público. Y el segundo elemento es el hecho, evidente a los ojos de todos, que sólo el estado puede gestionar y superar una crisis de esta envergadura. Hasta el mamut Amazon no puede hacer otra cosa que despachar envíos postales, por otra parte, con grandes dificultades.
Consecuencias zoonóticas
Denis Carroll, uno de los más grandes expertos globales de enfermedades infecciosas que trabaja en los Estados Unidos para el CDC (Center for Disease Control), la agencia nacional para la protección de la salud, sostiene que tenemos que prepararnos para ver repetirse este tipo de pandemias en el futuro. Y esto es a causa de lo que él llama “zoonotic fallouts”, es decir las consecuencias de un contacto siempre más frecuente entre agentes patógenos de origen animal y humano –un contacto causado por la presencia siempre más importante de los seres humanos en las ecozonas, las que hasta ahora estaban fuera de nuestro alcance.
Estas incursiones en las ecozonas están explicadas por la sobrepoblación y por la explotación intensiva de la tierra (en África, por ejemplo,, la extracción de petróleo o de minerales se desarrolló intensamente en regiones escasamente pobladas de seres humanos. Desde hace al menos una década que Carroll y muchos otros (entre ellos, por ejemplo, Bill Gates y el epidemiólogo Larry Brilliant, director de la Fundación Google.org) nos advierten que virus desconocidos van a amenazar siempre con más frecuencia a los seres humanos en el futuro. Pero nadie nos hizo caso. La crisis actual es el precio que todos nosotros pagamos por la falta de atención de nuestros políticos: nuestras sociedades estaban muy ocupadas obteniendo beneficios, sin descanso, a explotar la tierra y el trabajo, en cualquier momento y en cualquier lugar.  En un mundo post-Coronavirus, las consecuencias zoonóticas y los mercados chinos de animales vivos tendrán que convertirse en la preocupación de la comunidad internacional. Si el arsenal nuclear de Irán es estrechamente controlado, no hay motivo para no pedir el control internacional de las fuentes de consecuencias zoonóticas. La comunidad empresarial de todo el mundo puede finalmente darse cuenta que, para poder aprovechar el mundo, un mundo deberá existir.
¿La economía o la vida? La salud, fundamento invisible del mercado
El miedo generalizado siempre pone en riesgo a las instituciones (los monstruos políticos del siglo XX han usado todos el miedo para despojar a la democracia de sus instituciones). Pero la parte inédita de esta crisis es cuando ésta está infectada por el “economismo”. El modelo británico (luego abandonado) consistía inicialmente en adoptar el método de intervención menos intrusivo posible, o el modelo de auto inmunización (por lo tanto la contaminación) del 60% de la población –una opción que equivalía a sacrificar parte de la población en nombre del mantenimiento de la actividad económica. Alemania y Francia habían reaccionado al inicio del mismo modo, ignorando la crisis todo el tiempo posible. Como observó el editor italiano Giuliano da Empoli, incluso China, que aplasta los derechos humanos, no usó el “economismo” tan abiertamente como las naciones europeas, como criterio a tener en cuenta en la lucha contra el virus (al menos al comienzo). El dilema no tiene precedentes : sacrificar la vida de muchas personas ancianas y vulnerables o sacrificar la supervivencia económica de muchos jóvenes e independientes.
No deja de resultar irónico que sea el mundo de las finanzas, por lo general arrogante y a menudo inaccesible, a ser el primero en derrumbarse. Demostrando así que la circulación del dinero en el mundo descansa en un recurso que todos nosotros damos por sentado: la salud de los ciudadanos. Los mercados se nutren de la confianza como valor para construir el futuro, y se descubre que la confianza se basa en el presupuesto de la salud. Los Estados modernos garantizaron la salud de sus ciudadanos, construyeron hospitales, formaron médicos, subsidiaron la investigación médica y proyectaron sistemas de protección social. Este sistema sanitario fue el fundamento invisible que hizo posible la confianza en el futuro, que a su vez afectó la inversión y la especulación financiera. Sin la salud, las transacciones económicas pierden su significado.
La salud fue por lo tanto dada por descontada; y en las últimas décadas, políticos, centros financieros y grandes empresas se pusieron de acuerdo para promover políticas que redujeron drásticamente los presupuestos dedicados a los recursos públicos, de la educación a la salud, ignorando paradójicamente la medida en que las empresas han podido beneficiarse de estos bienes públicos (educación, salud, infraestructura), sin pagar nada. Todos estos recursos dependen del Estado y condicionan la existencia misma de los intercambios económicos. Aún así, en Francia, en los últimos veinte años se recortaron 100.000 camas en los hospitales (la asistencia domiciliaria no puede compensar las camas de los departamentos de terapia intensiva). En junio de 2019, los médicos y los enfermeros de primeros auxilios manifestaron en contra de los recortes que minan el sistema sanitario francés –una referencia mundial- hasta empujarlo al borde del colapso.
Mientras escribo estas líneas, un grupo de 600 médicos anuncia la intención de denunciar al primer ministro Edouard Philippe y al ex ministro de Salud Agnés Buzyn por su mala gestión en la crisis (hasta el 14 de marzo no se había tomado ninguna contramedida). En los Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, los médicos se desesperan para encontrar barbijos para protegerse. En Israel, según un informe publicado por el ministerio de Salud, en 2019, la relación entre camas de hospital y población total bajó al nivel más bajo de las últimas tres décadas.
La transformación esencial del capitalismo
Netanyahu y sus gobiernos sucesivos descuidaron el sistema sanitario por dos motivos: porque Netanyahu es fundamentalmente un neoliberalista que cree en la redistribución del dinero obtenido de recursos colectivos para los ricos, en forma de exenciones de impuestos; y porque cedió a los reclamos de los partidos ultra ortodoxos, sus socios en la coalición, generando enormes carencias en el sistema sanitario. La mezcla de solemnidad e histeria con la que se gestionó esta crisis quiso esconder esta sorprendente falta de preparación (escasez de máscaras quirúrgicas, respiradores artificiales, trajes protectores, camas, unidades de atención adecuadas, etc). Netanyahu y hordas de políticos de todo el mundo se ocuparon de la salud de los ciudadanos con una ligereza insoportable, no logrando comprender lo evidente: sin salud no puede haber economía. La relación entre nuestra salud y el mercado se ha vuelto dolorosamente clara.
El capitalismo como lo hemos conocido debe cambiar. La pandemia causará daños económicos inconmensurables, desocupación masiva, crecimiento lento o negativo, y va a golpear a todo el mundo –con las economías asiáticas que posiblemente emergerán más fuertes.. Los bancos, las empresas y las sociedades financieras tendrán que soportar la carga, junto al Estado, de encontrar una salida a esta crisis y convertirse en socios para la salud de los ciudadanos. Una vez superada la crisis, tendrán que contribuir a la búsqueda, a los planes nacionales de preparación para las emergencias y a los reclutamientos masivos. Tendrán que hacerse cargo de la reconstrucción económica, aún si este esfuerzo colectivo genera poco provecho.
Los capitalistas dieron por descontados los recursos proporcionados por el Estado –educación, salud, infraestructura-, sin darse cuenta jamás que los recursos que privaban al Estado los habrían al final privado del mundo que hace posible a la economía. Todo esto tiene que terminar. Para prosperar la economía necesita de un mundo. Y eses mundo sólo puede ser construido colectivamente, a través de la contribución del sector privado al bien común. Si los Estados, por ellos mismos, pueden gestionar una crisis de esta magnitud, no serán lo suficientemente fuertes como para sacarnos de ella por sí solos: las empresas van a tener que contribuir a mantener los bienes públicos de los que tanto se beneficiaron.
Las élites y los botines de guerra
En Israel, no obstante el número relativamente bajo de fallecidos (hasta ahora), la crisis del Coronavirus sacudió profundamente las instituciones del País. Como repetidamente subrayó Naomí Klein, los desastres son oportunidades para las élites para acaparar el botín de guerra y sacar el provecho máximo. Israel es un ejemplo vívido. Netnyahu de hecho suspendió los derechos civiles fundamentales y cerró los tribunales (salvándose de este modo in extremis del proceso que le esperaba). El 16 de marzo, en el corazón de la noche, el gobierno israelita aprobó el uso de instrumentos tecnológicos desarrollados por los servicios secretos del Shin Bet para encontrar terroristas, con el fin de localizar e identificar los movimientos de los portadores del virus (y de los que podrían haberse infectado). Eludió la aprobación de la Knesset, requerida por el procedimiento, y adoptó medidas que ningún país –incluso los más autoritarios- habían todavía adoptado.
Los ciudadanos israelitas están acostumbrados a obedecer las órdenes del Estado de manera veloz y dócil, especialmente cuando están en juego la seguridad y la supervivencia. Están acostumbrados a ver la seguridad como un motivo válido para violar la ley y minar la democracia. Pero Netanyahu y sus amigos no se detuvieron aquí : pusieron fin a las comisiones parlamentarias, lo que algunos comentadores y ciudadanos definieron un “golpe de Estado” político de facto, privando al Parlamento de su función de contrapeso del ejecutivo, y rechazando los resultados electorales que lo habían colocado en una situación de minoría. El 19 de marzo, una marcha legal de autos con banderas negras, que protestaban contra el cierre del Parlamento, fue detenido por la policía, por el sólo motivo que la policía había recibido la orden de hacerlo.
Tucidide, el historiador griego de siglo V a.C, escribió lo siguiente a propósito de la peste que devastó Atenas durante el segundo año de la guerra del Peloponeso: “Cuando el mal se desencadenó, los hombres, no sabiendo qué habría sido de ellos, dejaron de respetar la ley divina o humana” (La guerra del Peloponeso, cap 2, 52). Crisis de este tipo pueden generar el caos, y en tales circunstancias a menudo aparecen los tiranos. Los dictadores prosperan sobre el miedo y el caos. En Israel, comentadores muy respetados consideran que la gestión de la crisis por parte de Netanyahu como un cínico ejemplo aprovechamiento del caos y del miedo para cambiar los resultados electorales y ponerse fuera del alcance de la ley. De este modo, Israel está atravesando una crisis que no tiene equivalentes en ningún otro lugar: sanitaria, económica y política al mismo tiempo. En momentos como éstos, es fundamental tener confianza en aquellos que ocupan cargos públicos, y una parte significativa de la opinión pública israelí está perdiendo del todo su confianza en sus representantes, ya sea en el ministerio de la Salud como en las otras ramas del ejecutivo.
¿El tráiler de nuestro futuro?
Lo que se suma a la sensación de crisis es el hecho de que la pandemia requiere una nueva forma de solidaridad a través del distanciamiento social. Es una solidaridad entre generaciones, entre jóvenes y ancianos, entre alguien que no sabe si está enfermo y el que puede morir por lo que el primero no sabe, una solidaridad entre alguien que pudo haber perdido el trabajo y alguien que podría, en cambio, haber perdido la vida.
Estuve confinada por muchas semanas y el amor que me demostraron mis hijos consistió de dejarme sola. Esta solidaridad requiere aislamiento y fragmenta el cuerpo social en sus unidades más pequeñas posibles., complicando a nuestras organizaciones, nuestros encuentros, nuestras comunicaciones –más allá de los innumerables chistes y videos intercambiados en las redes sociales.
Estamos experimentando una sociabilidad sustitutiva: el uso de Internet es más que el doble; las redes sociales se convirtieron en los nuevos salones; el número de chistes sobre el Coronavirus que circulan en las redes de todos los continentes no tiene precedentes; el consumo de Netflix y Amazon Prime Video literalmente explotó; los estudiantes de todo el mundo ahora frecuentan cursos virtuales a través de “Zoom”. En breve, esta enfermedad, que nos obliga a replantear completamente todas las categorías conocidas de sociabilidad y de cuidados, es también la gran fiesta de las tecnologías virtuales. Estoy convencida de que, en el mundo post-Coronavirus, la vida virtual a distancia habrá conquistado una nueva autonomía- ahora que fuimos obligados a descubrir su potencialidad.
Saldremos de esta crisis, gracias al heroico trabajo de médicos y enfermeros y a la resiliencia de los ciudadanos. Muchos países están saliendo. El desafío será el de gestionar el período post pandémico sacando buenas conclusiones: el Estado, una vez más, se demostró el único sujeto en grado de enfrentar una crisis de esta magnitud. La imposición del neoliberalismo es ya evidente y tiene que ser denunciada, fuerte y claramente. Los tiempos en que todos los actores económicos estaban presentes únicamente para “llenarse los bolsillos” tiene que terminar de una vez por todas. El interés público tiene que volver a ser la prioridad de la política pública. Y las empresas deben contribuir a este bien público, si quieren que el mercado siga siendo un marco posible para las actividades humanas.
Esta pandemia es como un tráiler de una película que nos da un preestreno, una muestra de los que nos puede ocurrir si surgen virus mucho más peligrosos y si el cambio climático hará que el mundo no sea rentable. En tal caso, no habrá ningún interés privado o público por defender. Contrariamente a todos los que pronostican un recrudecimiento del nacionalismo y un retorno a las fronteras, creo que sólo una respuesta internacional coordinada podrá ayudar a enfrentar estos riesgos y peligros sin precedentes. El mundo es irrevocablemente interdependiente y sólo una contribución de este tipo nos permitirá afrontar la próxima crisis. Necesitaremos un nuevo tipo de coordinación y cooperación internacional, para impedir futuras recaídas zoonóticas , para estudiar las enfermedades, para innovar en el campo de los equipos médicos y de la investigación y, sobretodo, tendremos que reinvertir la considerable riqueza acumulada por privados en el bien común. Esta es la condición para tener un mundo.

Fuente:  Le Nouvel Observateur - Imagenes: Lobo Suelto - Infobae - Jefta Images / Barcroft Media via Getty Images

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