La agroecología en tiempos de Pandemia

Como nunca antes, la pandemia de coronavirus nos revela la esencia sistémica de nuestro mundo, recordándonos que la salud humana, animal, de las plantas y la ecológica, están estrechamente vinculadas. Sin duda el Covid-19, es un llamado para la humanidad a repensar nuestro modo de desarrollo capitalista y a cuestionarnos las formas en que nos relacionamos con la naturaleza. La agroecología es un enfoque sistémico poderoso que, en este momento de la pandemia del coronavirus, nos ayuda a explorar los vínculos entre la agricultura y la salud, demostrando que la forma en que se practica la agricultura puede auspiciar el bienestar o, por el contrario, si se practica como lo hace la agricultura industrial, puede generar grandes riesgos y daños para la salud.
Miguel A. Altieri y Clara Inés Nicholls
Monocultivos a gran escala: cosecha de soja en el Mato Grosso, Brasil 
(foto: Paulo Fridman / Corbis / Getty Images)

Los monocultivos a gran escala que ocupan alrededor del 80 % de las 1 500 millones de hectáreas arables en todo el mundo, carecen de diversidad ecológica, y son muy vulnerables a las plagas. Para controlarlas se aplican globalmente alrededor de 2 300 millones de kilogramos de pesticidas cada año, causando daños ambientales y en la salud pública estimados en más de 10 mil millones de dólares al año solo en los Estados Unidos. Estos cálculos no consideran los costos asociados a los efectos tóxicos agudos y/o crónicos que causan los pesticidas a través de sus residuos en los alimentos.
La ganadería industrial confinada en “feedlots” es particularmente vulnerable a la devastación por diferentes virus como la gripe aviar y la influenza. Las prácticas en estas operaciones industriales con miles de pollos, cerdos, vacas (confinamiento, exposición respiratoria a altas concentraciones de amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc.  que emanan de los desechos que generan) no solo tornan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden patrocinar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más virulentos e infecciosos.  Estos virus en constante cambio dan lugar a la próxima pandemia humana, como sucedió en abril de 2009, con una nueva cepa de influenza conocida como el H1N1 o gripe porcina.
Hacinamiento en macrogranja industrial (foto: El Norte de Castilla)

El empleo masivo e indiscriminado de productos antibióticos y promotores de crecimiento en los modelos industriales pecuarios, que además de ser contaminantes y costosos, su peor efecto para la salud humana es la creación de condiciones de resistencia de cepas patógenas a los medicamentos contra súper bacterias como Pseudomonas aeruginosa, Escherichia coli, Staphylococcus aureus y Salmonellas. La situación se agrava a medida que los agropaisajes biodiversos están siendo reemplazados por grandes áreas de monocultivo que causan la deforestación y con ello la “migración” de organismos desde el bosque a las urbes, los cuales causan la aparición de enfermedades “nuevas”. Muchos de esos nuevos patógenos previamente controlados por ecologías forestales de larga evolución, están siendo liberados, amenazando al mundo entero. En otras palabras, los patógenos previamente encajonados en hábitats naturales, se están extendiendo a las comunidades agrícolas, ganaderas y humanas, debido a las perturbaciones causadas por la agricultura industrial y sus agroquímicos e innovaciones biotecnológicas.
En estos días —en que los gobiernos imponen restricciones a los viajes y al comercio, e imponen el bloqueo de ciudades enteras para evitar la propagación de Covid-19— la fragilidad del sistema alimentario globalizado se vuelve muy evidente. Más restricciones comerciales y de transporte podrían limitar la afluencia de alimentos importados, ya sea de otros países o de otras regiones dentro de un país en particular. Esto conlleva consecuencias devastadoras en el acceso a los alimentos, particularmente por sectores más empobrecidos. Esto es crítico para los países que importan más del 50 % de los alimentos que consumen sus poblaciones. También el acceso a los alimentos es crítico para las ciudades con más de cinco millones de habitantes que, para alimentar a sus ciudadanos/as, requieren importar al menos dos mil toneladas de alimentos por día, los cuales además viajan en promedio unos 1 000 kilómetros. Claramente este es un sistema alimentario altamente insostenible y vulnerable a factores externos como desastres naturales o pandemias.
Protesta contra el uso de productos modificados genéticamente (foto: Pacific Press / Getty images / LaVanguardia)

Frente a tales tendencias globales, la agroecología provee las bases para la transición hacia una agricultura que no solo tiene capacidad de proporcionar a las familias rurales beneficios sociales, económicos y ambientales significativos, sino que también tiene la capacidad de alimentar a las masas urbanas de manera equitativa y sostenible. Es urgente promover nuevos sistemas alimentarios locales para garantizar la producción de alimentos abundantes, saludables y asequibles para una creciente población humana urbanizada.
No hay duda de que el mejor sistema agrícola que podrá hacer frente a los desafíos futuros es el que se basa en principios agroecológicos, y que exhibe altos niveles de diversidad y resiliencia al tiempo que ofrece rendimientos razonables, y funciones y servicios ecosistémicos. La agroecología propone restaurar los paisajes que rodean las fincas, lo que enriquece la matriz ecológica y sus funciones como el control natural de plagas, la conservación de agua y del suelo, la regulación climática, la regulación biológica, entre muchas otras. Con esto, la restauración de paisajes a través de la agroecología también crea “rompe-fuegos ecológicos” que pueden ayudar a evitar el “escape” de patógenos de sus hábitats.
La agroecología propicia sistemas de producción ganadera como los sistemas silvopastoriles, que aseguran una producción animal sana, además, restauran paisajes y son menos conducentes a propiciar epidemias.  En estos sistemas no se hace uso de antibióticos, ya que la dieta del ganado se basa en alimentos naturales que provienen de suelos sanos, reforzando así los sistemas inmunitarios de estos animales.
Producción silvopastoril (foto: Andrés Jaramillo Bernal / Universidad de los Andes)

La agroecología ha contribuido a restaurar las capacidades de producción de los/as pequeños/as agricultores/as, promoviendo un aumento en los rendimientos agrícolas tradicionales y mejora de la agrobiodiversidad con efectos positivos sobre la seguridad alimentaria y la integridad ambiental. Los logros de la agroecología han sido clave para la soberanía alimentaria de muchas comunidades, especialmente considerando que los/as pequeños/as agricultores/as manejan solo el 30 % de la tierra cultivable mundial, sin embargo producen entre el 50 % y el 70 % de los alimentos que se consumen en la mayoría de los países.
La producción de frutas frescas, verduras y algunos productos animales en ciudades también se puede mejorar utilizando la agroecología, contribuyendo así a la provisión de alimentos y a la nutrición de las familias a nivel local. Se espera que en la medida que las personas reconozcan que, en tiempos de crisis el acceso a los alimentos producidos localmente es estratégico, la producción urbana de alimentos se expandirá. Comer alimentos nutritivos de origen vegetal y animal producidos en fincas agroecológicas locales ayuda a fortalecer nuestro sistema inmunológico, posiblemente mejorando nuestra capacidad para resistir diversas amenazas, incluidos los virus contagiosos como Covid-19.
La agroecología tiene el potencial de producir localmente gran parte de los alimentos necesarios para las comunidades rurales y urbanas, particularmente en un mundo amenazado por el cambio climático y otros disturbios, como las pandemias. Lo que se necesita es apoyo para amplificar la agroecología con el fin de optimizar, restaurar y mejorar las capacidades productivas de los/as pequeños/as agricultores/as locales y urbanos. Para mejorar la viabilidad económica de tales esfuerzos, también deben desarrollarse oportunidades equitativas de mercado local y regional regidos por los principios de la economía solidaria. En este punto, el rol de los/as consumidores/as es clave si comprenden que comer es un acto ecológico y político, de modo que cuando apoyan a agricultores/as locales, en lugar que a una cadena alimentaria corporativa, crean sostenibilidad y resiliencia socio-ecológica. La transición de la agricultura mediante políticas gubernamentales llevará tiempo, pero cada uno/a de nosotros/as puede acelerar el proceso haciendo elecciones diarias para ayudar a los/as pequeños/as agricultores/as, al planeta y, en última instancia, a nuestra propia salud.
Reparto de una cooperativa de producción ecológica de proximidad (foto: Kike Paras / El País)

La transición hacia la agroecología para una agricultura socialmente más justa, económicamente viable, ambientalmente sana y saludable, será el resultado de la confluencia entre movimientos sociales rurales y urbanos, que en forma coordinada trabajen para la transformación radical del sistema alimentario globalizado que esta colapsando.
Es sabio en estos días reflexionar sobre el hecho de que los ecosistemas sostienen las economías (y la salud); pero las economías no sustentan los ecosistemas. El Covid-19 nos recuerda que el tratamiento irrespetuoso de la naturaleza, incluida la biodiversidad de plantas y animales, tiene consecuencias profundas, y cuando se ve perjudicada, en última instancia, también quedamos lastimados los/as humanos/as.
Esperemos que esta crisis actual provocada por el Covid-19 ayude a iluminar a la humanidad para sentar las bases de un mundo nuevo y de formas más respetuosas de interactuar con la naturaleza.

Fuente: Nexos, 30 de marzo de 2020
Portada: Un grupo de agricultores que practica los principios de la agroecología en las afueras de Yamena (Chad). C. L. (El País, 2018) Fuente: https://conversacionsobrehistoria.info/2020/04/11/ecohistoria-iii-la-agroecologia-en-tiempos-del-covid-19/

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