La emergencia climática no tiene lado positivo

Difícilmente la expresión “El momento de actuar es ahora” podría entenderse como un llamado a no hacer nada. Pero una acción climática determinante es imposible si no se trata la situación como lo que es: una emergencia. Gabriel Blanco, profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro (Unicen) y uno de los tres argentinos –junto a Virginia Vilariño y Walter Pengue– que participó en la elaboración del informe del Grupo de Trabajo III (WGIII en inglés), revisa en diálogo con Emergencia en la Tierra los pros y los contras de las soluciones tecnológicas en un mundo desigual. El consultor climático Enrique Maurtua Konstantinidis opina acerca de cómo se ubica Argentina en el escenario mundial, y latinoamericano en particular.

Por Valeria Foglia (Emergencia en la Tierra).


Blanco, que coordinó un capítulo sobre innovación y desarrollo tecnológico, reconoce que la crisis climática es “dramática”, pero la sitúa en una dimensión más amplia: los modelos de desarrollo insostenible que dominan desde hace décadas. En el caso argentino, “lo muestran todos los indicadores sociales, económicos y ambientales”. El especialista asegura que, si bien hay “una mirada optimista de las soluciones tecnológicas”, se las analiza en ese contexto más amplio.

El club de la buena onda
No son pocos los que cuestionaron el “entusiasmo desmedido” del sumario para responsables de políticas, la versión corta aprobada línea por línea por los noventa y cinco Gobiernos miembros del IPCC. A cada advertencia le suma una nota positiva: cuando destaca que entre 2010 y 2019 “las emisiones globales anuales promedio de GEI estuvieron en sus niveles más altos en la historia de la humanidad”, inmediatamente agrega que “la tasa de crecimiento se ha desacelerado”. Enfatiza que “sin reducciones inmediatas y profundas de las emisiones en todos los sectores, limitar el calentamiento global a 1,5 °C está fuera de nuestro alcance”, pero acto seguido apunta que cada vez hay “más evidencia” de acción climática.
El reporte también celebra que desde 2010 se redujeron un 85 % los costos de energías renovables (solar, eólica y baterías). O que mayor cantidad de políticas y leyes mejoraron la eficiencia energética, redujeron las tasas de deforestación y aceleraron el despliegue de renovables. ¡Si hasta hay más litigios climáticos!
Hoesung Lee, presidente del IPCC, ofreció declaraciones optimistas que son más expresiones de deseos que otra cosa: “Me alienta la acción climática que se está tomando en muchos países. Hay políticas, regulaciones e instrumentos de mercado que están demostrando ser efectivos. Si estos se amplían y se aplican de manera más amplia y equitativa, pueden respaldar reducciones profundas de emisiones y estimular la innovación”.
Priyadarshi Shukla, copresidente del WGIII, sumó más pronósticos favorables: “Tener las políticas, la infraestructura y la tecnología adecuadas para permitir cambios en nuestros estilos de vida y comportamiento puede resultar en una reducción del 40-70 % en las emisiones de GEI para 2050”.Las proyecciones del IPCC hasta dan un changüí a las emisiones: estas deben alcanzar su punto máximo antes de 2025. ¿Tres años más de business as usual? Veinticinco años después, en escenarios donde se realicen acciones de captura y secuestro de dióxido de carbono (CO2), se prevé que el uso mundial de carbón, petróleo y gas caerá un 95 %, 60 % y 45 %, respectivamente, en comparación con 2019.En este caso, el “vaso medio lleno” del organismo no se debe a la continuidad de la dependencia del petróleo y el gas en 2050, sino al hecho de dejar una gran cantidad de combustibles fósiles sin quemar e infraestructuras “varadas” por un valor entre uno y cuatro billones de dólares. Los “activos” del carbón podrían quedar “varados” antes de 2030, y los de petróleo y gas hacia mediados de siglo. Lejos de la demanda ambientalista: Keep it in the ground.
Tecnología, un arma de doble filo
Cumplir con los objetivos requiere reducciones rápidas y profundas de las emisiones de GEI hacia 2030. Pero al combo de mitigación climática el IPCC añade técnicas que eliminan CO2 (Carbon Dioxide Removal –CDR– en inglés) de la atmósfera y lo almacenan durante un largo período en productos o en reservas geológicas, terrestres y oceánicas. Para el organismo, esto puede ayudar a contrarrestar las emisiones residuales “difíciles de reducir” de la agricultura, la aviación, el transporte marítimo y la industria. Pero estos instrumentos generan controversia y no pocos detractores.
Blanco señala que la remoción del CO2 presente hoy en la atmósfera requiere tecnologías que no son accesibles para todos a nivel global. Pero no solo eso: el pasado muestra que no basta con transformaciones tecnológicas “para revertir un crecimiento económico y en la producción de bienes y servicios”, responsables de la crisis climática y otras problemáticas socioambientales.
El IPCC advierte que el impacto de CDR en los ecosistemas, la biodiversidad y la población variará según método, contexto y escala aplicados. Entre los que pueden tener resultados positivos menciona la reforestación, mejoras en la gestión forestal, secuestro de CO2 del suelo y gestión del carbono azul, capturado en ecosistemas oceánicos como manglares, pantanos y turberas.
En cambio, la fertilización de los océanos para la proliferación de plancton podría llevar a su acidificación, y la forestación y la producción de cultivos de biomasa deficientes tendrían impactos adversos en la biodiversidad, la seguridad hídrica y alimentaria, y los derechos indígenas. “Uno obviamente está a favor de sostener y conservar los bosques, fundamentalmente los nativos”, aclara Blanco. “Pero forestar a escala global en lugares donde no es pertinente hacerlo puede generar más problemas que soluciones”.
El investigador de la Unicen dice que “el informe analiza con cierta objetividad los pros y los contras de ese tipo de soluciones drásticas a escala global”. En lo personal considera que las técnicas CDR pueden ayudar a controlar las emisiones, pero no aportan a resolver el problema mayor: qué tipo de desarrollo tiene hoy la sociedad global. En Argentina, agrega, es “claramente insostenible”.

Profesor Gabriel Blanco.

¿Quiénes son los responsables y quién paga la crisis?
“El cambio climático es el resultado de más de un siglo de energía y uso de la tierra, estilos de vida y patrones de consumo y producción insostenibles”, dice Jim Skea, copresidente del WGIII.
Pero ¿todos aportan por igual? Blanco considera que el reporte expone que hay desigualdades e inequidades a nivel global, regional y dentro de cada país. Los más ricos, los que más emisiones producen, son los menos vulnerables a los impactos de la crisis climática y los que más herramientas tienen para afrontar la transición energética, si se compara con lo rezagada que está la innovación y la lentitud de los flujos financieros hacia los países en desarrollo.
Aunque abunda en proyecciones de temperatura según escenarios y gigatoneladas de emisiones que deberían recortarse, el reporte no estima cuánto hace falta para financiar la transición. Se limita a decir que “se necesita más inversión en energía renovable y no más en combustibles fósiles”, destacando que eliminar subsidios podría reducir emisiones hasta un 10 % para 2030.Argentina va a contramano también en este punto: “El nivel de subsidio que se les da a los combustibles fósiles, sobre todo el aumento que ha tenido en los últimos tres años, es preocupante”, dice Maurtua Konstantinidis. El experto sostiene que es esto lo que lleva a la población a pensar que las energías renovables son caras, cuando no lo son: “Estamos subsidiando demasiado a las otras. Ese es el problema”.
La novedad de esta edición, explica Blanco, es el análisis de “qué pasa del lado de la demanda, de los consumidores”. El cambio en los comportamientos individuales, resaltado por muchos medios de comunicación, sin dudas forma parte de la batería de medidas necesarias para aminorar el impacto de la crisis climática y ecológica. Pero, si se despeja un poco el polvo de una idea tan extendida, enseguida se aprecia que no todos tienen la misma responsabilidad y capacidad de daño.
Los hogares de mayores ingresos no solo generan una cantidad desproporcionada de emisiones respecto a los más humildes: también tienen mayor potencial para reducirlas. Blanco distingue entre una parte de la población que genera un “consumo superfluo de bienes y servicios”, y un gran porcentaje que los requiere para satisfacer necesidades básicas.
Las urbes son tanto usinas de contaminación como claves en la mitigación climática. El modelo parisino de “ciudades de 15 minutos” –del que Larreta busca posar como referente–, compactas y transitables, es una de las apuestas mencionadas para reducir el consumo energético. ¿Cómo? Electrificación general –incluyendo el transporte–, fuentes de energía de bajas emisiones y mayor absorción y almacenamiento de CO2 a través de la naturaleza. Para reducir la demanda de servicios de pasajeros y mercancías en tierra, aire y mar recomiendan teletrabajo, digitalización, gestión de la cadena de suministro y movilidad inteligente y compartida.
El tono del reporte busca convencer a corporaciones y Gobiernos, responsables de la debacle ambiental, de que la transformación energética y productiva les depararía beneficios económicos. “Mantener sistemas intensivos en carbono puede, en algunas regiones y sectores, ser ya más caro que la transición a sistemas con bajas emisiones”, sostiene. Desde esta óptica, todas las iniciativas para ahorrar energía, reducir GEI y eliminar desperdicios se miran en términos de rentabilidad y no de necesidad social.

Enrique Maurtua Konstantinidis

“Las energías renovables están estancadas en Argentina”
Las emisiones locales son marginales si se las compara con las de los principales contaminantes: apenas un 0,8 % en el escenario global. Sin embargo, Maurtua Konstantinidis no subestima el papel argentino en el contexto latinoamericano: la tercera economía regional depende fuertemente de los hidrocarburos, y sus avances hacia la descarbonización están por detrás de Uruguay, Chile, Costa Rica e incluso Brasil.
Esto no significa que el resto de los países latinoamericanos sean un ejemplo, aclara el experto climático. Aunque hay propuestas de descarbonización que califica como interesantes, planes de reducción de emisiones hacia 2030, compensaciones, protección de bosques y recuperación de tierras, lo que prima en el escenario regional es el incumplimiento.
El Gobierno de Alberto Fernández tiene objetivos climáticos claros: los compromisos del Acuerdo de París y la contribución determinada a nivel nacional (NDC) que anunció en diciembre de 2020 y actualizó en octubre de 2021, comprometiendo al país a no emitir más de 349 millones de toneladas de CO2 en 2030.Aunque conserva su potencial de energías renovables, Argentina no llega en el mejor de los escenarios. El desfasaje entre los compromisos asumidos y las políticas implementadas es tal que hasta la ley nacional de energías renovables –que establece que estas deben representar un 20 % de la matriz eléctrica en 2025– podría no cumplirse. “Es lo que dice la gente del sector”, anticipa el especialista.
Según Maurtua Konstantinidis, hay dos caminos cortos para la transición energética local: la eficiencia en materia de energía y la accesibilidad de las renovables para el conjunto de la sociedad. “La energía solar y la eólica son de las más económicas en todo el mundo. Realmente es una picardía que en Argentina eso no esté al alcance de la gente”, reflexiona.
Luego de un despegue promisorio, las energías renovables “están estancadas desde hace unos tres años”, admite Maurtua Konstantinidis. Opina que, a excepción del acuerdo entre el Gobierno nacional y la australiana Fortescue para la producción de hidrógeno verde en la Patagonia, no hubo grandes anuncios ni inversiones, y que, de concretarse el proyecto, “puede ser muy provechoso”.
La apuesta por las renovables no es un “capricho” ambientalista. Para Maurtua Konstantinidis, contribuye a la estabilidad económica del país. “Cuanto más energía renovable tengamos, menos dependencia de la volatilidad de los hidrocarburos vamos a tener”, explica. Es tajante: “En la medida que el sector energético no repunte en su descarbonización, no vamos a poder cumplir con los objetivos”. En su mirada, esto depende de que Argentina tenga cierta estabilidad de precios.
Además, el horizonte de escasez de energía en lo inmediato vuelve esencial el incentivo de las renovables. Son más baratas, se pueden poner en funcionamiento en el corto plazo y generar muchos empleos, especialmente en la fase de construcción. “Instalar parques eólicos, por ejemplo, es algo súper rápido. Lo mismo los solares. En meses nada más ya pueden estar entregando energía”, destaca Maurtua Konstantinidis.
Por su parte, Blanco, también autor del informe que proyecta la altísima probabilidad de derrames petroleros en el mar argentino, señala que las autoridades no solo no entienden la crisis climática y los impactos que ya existen, sino tampoco la necesidad de replantear el modelo de desarrollo argentino hacia un sendero “más sostenible, humano, amigable y equitativo”.

Dylan Martínez | Reuters

¿Ciencia para quién?
La compilación del IPCC se presentó el mismo día de inicio de la semana de “rebelión científica” global. Y no hizo más que echar leña al fuego. Luego de contar las razones científicas de la emergencia y sus consecuencias, el reporte abre el debate sobre el rol de los científicos: ¿asesores de los Gobiernos o profesionales comprometidos con la lucha climática?
Aunque cientos de autores produjeron durante varios años la ciencia contenida en un reporte de más de tres mil páginas, el sumario para responsables de políticas se aprobó tras dos semanas de debate entre científicos y funcionarios. Greta Thunberg lo señaló así: “Cuando lea el nuevo informe del IPCC, tenga en cuenta que la ciencia es cautelosa y esto ha sido diluido por las naciones en las negociaciones. Muchos parecen más enfocados en dar falsas esperanzas a quienes causan el problema en lugar de decir la verdad contundente que nos daría la oportunidad de actuar”.
El domingo 3 de abril Fiona Harvey dio a conocer en The Guardian que la fricción en las negociaciones, especialmente en relación con la financiación de las políticas de mitigación, había demorado la publicación del reporte: “Los Gobiernos han sido acusados de tratar de suavizar los hallazgos de los científicos, que originalmente debían publicarse el lunes [4 de abril] temprano, pero, después de retrasos y desacuerdos el domingo, se pospusieron para seis horas más tarde el mismo día”. Fernando Valladares de Rebelión Científica fue aún más duro: “El último informe del IPCC no es un trabajo científico”.
Algo es seguro: décadas sin avances significativos prueban que no alcanza con reunir los datos y exponer las advertencias sobre la crisis climática y ecológica global. Es hora de cambiar la estrategia.

Fuente: https://www.anred.org/2022/04/19/la-emergencia-climatica-no-tiene-lado-positivo/

Entradas populares de este blog

Científicos declaran oficialmente el fluoruro (flúor) como una neurotoxina

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Japón decidió deshacerse de todos los hornos de microondas en el país antes de finales de este año