Fenomenología del cambio climático y sus implicancias en torno a la relación sociedad-naturaleza









Por Walter Chamochumbi

En las últimas décadas resulta notable el incremento de numerosos eventos climatológicos a nivel mundial: inundaciones, tempestades, huracanes, granizadas, heladas, sequías, etc., ocasionando cuantiosas pérdidas humanas, materiales y económicas (estimadas por encima de 70,000 millones de dólares anuales y afectando a cerca de 325 millones de personas) y mayormente perjudicando a las comunidades locales y poblaciones indígenas más pobres de las diferentes regiones.


A propósito de la Conferencia de Copenhagen sobre el futuro del sistema global del clima, a realizarse en diciembre de 2009, es evidente que en los últimos años sigue acrecentándose la preocupación mundial sobre las implicancias actuales y a futuro del fenómeno del cambio climático, pero lamentablemente es no menos evidente que aún sigue gravitando el mero discurso y la postura oficial antes que la decisión política y la acción concreta y concertada de la comunidad internacional para enfrentarlo (como ocurre con los países industrializados del norte, que tienen la mayor responsabilidad en ello). Incluso en el debate aún se cuestiona -y con no poca controversia- de la veracidad de este fenómeno y su causalidad, relativizando el diagnóstico de fondo y de esa forma soslayando, dilatando o impidiendo de forma conveniente que se asuman mayores compromisos al respecto.
Sobre el cambio climático existe abundante bibliografía circulando: desde textos y manifiestos apocalípticos y pragmáticos, los efímeros y escépticos, pero también los más serios y documentados que nos dan cuenta de su real magnitud. Al respecto nos interesa indagar sobre su fenomenología como tal, es decir, analizar sus implicancias como un hecho concreto (fenómeno) de la realidad, en el marco de la relación sociedad-naturaleza y de las múltiples interacciones causa-efecto que sabemos se dan desde el origen de la humanidad, y que de hecho supone cambios sutiles como profundos en el ambiente y en la ocurrencia de diversos eventos, cuyos impactos y efectos han sido, son y serán determinantes de las condiciones y medios de vida de las poblaciones más vulnerables, en especial de los países pobres del sur.
Los fenómenos naturales y su relación con las actividades humanas y el cambio climático
Desde la aparición de las primeras sociedades tribales son múltiples los impactos y efectos que durante milenios han producido en los ecosistemas y la biosfera, a la par de la mayor ocurrencia de fenómenos naturales (muchos con efectos devastadores sobre la población y sus hábitats). Es por ello que ante la evidencia del fenómeno del cambio climático, hoy comprobamos lo que –décadas atrás- organizaciones ambientalistas, movimientos sociales y la comunidad científica más seria, advirtieron al mundo de las graves consecuencias que se podían derivar de la expansión global del capitalismo y su racionalidad económica del desarrollo, si acaso no se tomaban medidas para evitarlo.
Es así que con la crisis mundial se desencadena la acumulación de multiprocesos de transformación económica, social, cultural y ambiental que, en medio de un escenario incierto por la mayor incidencia de los fenómenos naturales, hacen aún más complejo el estudio de su dinámica actual y prospectiva. Y es que en las últimas décadas resulta notable el incremento de numerosos eventos climatológicos a nivel mundial: inundaciones, tempestades, huracanes, granizadas, heladas, sequías, etc., ocasionando cuantiosas pérdidas humanas, materiales y económicas (estimadas por encima de 70,000 millones de dólares anuales y afectando a cerca de 325 millones de personas) y mayormente perjudicando a las comunidades locales y poblaciones indígenas más pobres de las diferentes regiones.
Se sabe que los efectos del cambio climático pueden ser determinantes en el contexto actual de desarrollo de las comunidades locales y poblaciones indígenas más vulnerables de Latinoamérica y otras regiones del mundo, constituyéndose en un nuevo y mayor elemento de preocupación, además de las cuestiones históricas irresueltas en atención a las demandas y necesidades de desarrollo e inclusión social de estas poblaciones, así como por su importante vinculación y valiosos conocimientos desarrollados en el manejo de ecosistemas locales y la variabilidad climática natural. De ahí la importancia de estudiar su evolución como sociedad-naturaleza y conocer su capacidad de resiliencia y los diferentes mecanismos adaptativos que han ensayado durante milenios como respuesta a factores ambientales adversos.
Los fenómenos naturales expresan una parte importante de la relación histórica de convivencia entre múltiples sociedades y culturas con su entorno natural; sin embargo, es claro que hasta hoy aún no se termina de entender cuál es el nivel de responsabilidad que nos toca asumir como sociedad global en ello. De hecho, existen resistencias interesadas por determinados sectores y grupos de poder económico de los países desarrollados del norte, de sostener que no hay suficiente evidencia científica (variación estadísticamente significativa) para afirmar que son las actividades humanas las que efectivamente están contribuyendo en la ocurrencia de cambios climáticos derivados del calentamiento global. Sin embargo, las evidencias científicas encontradas por investigadores de diversas tendencias académicas coinciden en su mayoría al sostener de forma razonable que las actividades humanas si están contribuyendo en mayor medida a la ocurrencia del fenómeno global del cambio climático.
La Convención Marco sobre el Cambio Climático (CMCC) de las Naciones Unidas, hace una diferenciación entre el cambio climático atribuible a las actividades humanas (que alteran la composición de la atmósfera) de la atribuible a causas naturales (a la variabilidad natural del clima). Porque la CMCC, en su Artículo 1, define el cambio climático: “como un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables…”(1).
El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) es un organismo multinacional encargado de las negociaciones relativas al cambio climático global y de dirigir la discusión científica sobre el calentamiento global, la emisión de partículas de carbono y el efecto invernadero. Lo integran delegados y científicos intergubernamentales de alto nivel que, desde 1988 a la fecha, vienen publicando informes relevantes para aplicar medidas en el marco de la CMCC (2). Sus informes de evaluación constan de varios volúmenes y proporcionan información científica, técnica y socio-económica sobre las causas, los posibles efectos y las medidas de respuesta al cambio climático. A la fecha el IPCC ha evacuado un cuarto informe de evaluación, completado y publicado en 2007, destacándose en su última evaluación que existe una tendencia creciente en los eventos extremos observados en los últimos cincuenta años, considerando probable que las altas temperaturas, olas de calor y fuertes precipitaciones continuarán siendo más frecuentes en el futuro y que en años posteriores puede ser desastroso para la humanidad (3).
Se ha observado que una de las causas principales del problema del calentamiento y del cambio climático se debe a la constante emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), principalmente los gases de la gran industria de los países desarrollados del norte (4). Sin embargo, a pesar que el efecto invernadero se produce de forma natural, en los últimos siglos la irracional acción antrópica –con la mayor emisión de gases contaminantes a la atmósfera- viene mal contribuyendo en la ocurrencia acelerada de este fenómeno (en su mayor artificialización). De todos los GEI estudiados el más importante es el CO2 que proviene de las emisiones de la gran industria y de la deforestación de bosques tropicales y subtropicales por la expansión irracional de actividades agropecuarias, agroindustriales y forestales.
Se sabe que los GEI son muy eficientes en atrapar la onda calórica (radiación de onda larga) emitida por la tierra, cuyo incremento de la temperatura es atrapada en la troposfera, generando el efecto invernadero. Pero, cuando se incrementa de forma anormal su rango promedio de la temperatura terrestre se produce el calentamiento global (o sea que efecto invernadero y calentamiento global no son sinónimos, como suele creerse). Algunas teorías sostienen que la contaminación es la causa del calentamiento actual (5). Este calentamiento -a su vez- deriva en cambios climáticos a diferentes escalas y en la ocurrencia de diversos fenómenos naturales (lluvias, inundaciones, sequías, huracanes, tsunamis, deshielo glacial, etc.) alterando los ciclos y funciones regulares naturales de los ecosistemas e impactando en los recursos locales y medios de vida de las comunidades locales y de las poblaciones indígenas más vulnerables de las diferentes regiones.
No obstante se sabe también que cualquier tipo de cambio climático implica cambios en otras variables, y, por tanto, de múltiples interacciones que pueden complejizar aún más el problema. Y que la mejor forma de evaluar dichos cambios es mediante el uso de modelos computacionales que intentan simular la física de la atmósfera y del océano, pero que al ser modelos probabilísticos pueden tener una precisión limitada debido al relativo conocimiento que aún se tiene del funcionamiento global de la atmósfera.
Racionalidad y problemática ambiental: manifestaciones de la relación sociedad–naturaleza
El concepto de racionalidad ambiental se refiere a las formas de vida o manifestaciones positivas ensayadas por las comunidades locales y poblaciones indígenas en sus territorios y ecosistemas, por ejemplo, ante la variabilidad natural del clima, porque se refiere a un cuerpo de valores o principios de una sociedad orientados hacia la búsqueda de una finalidad ambiental positiva. Pero los desajustes o desfases que -de hecho- también ocurren en su evolución, son resultado de múltiples factores condicionantes que son propios del sistema de interacción sociedad-naturaleza. Lo que -como antítesis- puede conducirlas por el umbral de la irracionalidad, configurando el concepto de problemática ambiental: es decir, cuando los factores condicionantes del sistema de interacción conforman un conjunto de elementos de desequilibrio (conocidos como defectos de racionalidad) y que hoy –decíamos- es muy típico de la sociedad global.


Al estudiar las implicancias ambientales derivadas de la relación sociedad-naturaleza, corresponde enfocarlas desde la cosmovisión holística de determinadas culturas y de su grado de resiliencia social manifestándose sobre un espacio-territorio dado. De ahí que lo cultural implicará reconocer una forma específica de racionalidad o un tipo de comportamiento (resilente) que la sociedad manifestará para gestionar la localidad en que se asienta, por ejemplo, la región andina y amazónica, asumiendo como razonable que le proporcione recursos y medios de vida de forma permanente (no obstante las dificultades que implique).
Si bien sabemos que las poblaciones indígenas evolucionaron en función de múltiples procesos adaptativos (e inadaptativos) ensayados en ámbitos territoriales y micro-ambientales específicos, bajo condiciones multivariadas de climas y oferta de recursos naturales, así como según los tipos de organización socioeconómica y la racionalidad que aplicaron en el manejo de ecosistemas. En cualquier caso, suponemos que los procesos adaptativos se supeditaron al desarrollo de determinados tipos de resiliencia (fuerte o débil) como respuesta para superar las dificultades en curso y lograr adaptarse o de lo contrario fracasar e inadaptarse.
Relaciones múltiples de las sociedades humanas con el ambiente: evolución y procesos adaptativos
En artículos anteriores hemos señalado que sobre el estudio de las relaciones múltiples de sociedades humanas con el ambiente, destaca la teoría del evolucionismo multilineal, de Julián Steward, quien propuso que las sociedades y culturas no siguen una línea única, continua y ascendente de cambios sucesivos en su proceso adaptativo, desde sociedades simples a las más complejas, sino que -a diferencia del evolucionismo lineal- su evolución sigue múltiples rumbos y procesos discontinuos (6).
Steward propuso que la evolución multilineal busca leyes que expliquen las interacciones entre las poblaciones y el ambiente, en tanto son relaciones que pueden repetirse entre culturas diferentes con ecologías similares, sin que por ello resulten universales, porque corresponden a poblaciones en contextos particulares (“microecológicos e históricos”) necesarios de estudiar y entender en su particularidad.
Al estudiar el proceso evolutivo de las comunidades, Salhins y Service logran un aporte interesante proponiendo integrar dos fases: primero, que la evolución crea diversidad debido al mecanismo de adaptación; y segundo, que la evolución se da desde las formas simples a las más complejas, desde organismos con menor control energético hasta los de mayor control (7). En tal sentido, las comunidades locales y poblaciones indígenas siguen en general un proceso evolutivo ascendente en el tiempo, pero con distintos rumbos y discontinuidades, y además, condicionados por diversos factores (objetivos y subjetivos, endógenos y exógenos) relativos a los territorios ocupados y a sus entornos, y en cuyos procesos particulares sus mecanismos adaptativos han seguido la tendencia general a diversificarse y complejizarse (excepto los casos extremos, que por otros factores se hayan simplificado o incluso hubieran colapsado). Sobre lo último, hoy en día se advierte que el fenómeno del cambio climático puede ser -de hecho- un factor determinante que altere de forma parcial o irreversible la evolución de diversas sociedades y culturas locales.
Desde la teoría ecológica se refiere que uno de sus principios básicos es el concepto de la adaptación, porque es un proceso en que el tiempo y la interacción son fundamentales. En ese sentido, suponemos –por ejemplo- que el proceso adaptativo de las poblaciones indígenas, en condiciones de alta variabilidad climática local, debió basarse en una relación imperfecta sociedad-naturaleza: esto es, en la perspectiva de que siempre tienden a escalar a formas exitosas de supervivencia. De ahí que cada proceso adaptativo involucrará un constante cambio o escalamiento evolutivo en sucesivas generaciones.
De otro lado, siguiendo las investigaciones relativas a la teoría de sistemas -desde el uso primigenio del concepto ecosistema por A. G. Tansley (1935) y luego de otros investigadores-, es ampliamente aceptado hoy que el estudio de la relación sociedad-naturaleza debe abordarse como el estudio de dos componentes interrelacionados, porque constituyen las partes compositivas de un todo sistémico.
En efecto, ambos componentes (sociedad-naturaleza) se interrelacionan en un todo sistémico, representando un complejo de relaciones de causalidad mutua que puede medirse con algunos indicadores de base, por ejemplo, calidad de vida para referirse a la sociedad y calidad ambiental para referirse a la naturaleza (8). Asimismo, se propone, con el teorema de la indecibilidad de Godel: “al establecer que cada modelo se explica dentro de un modelo más amplio y más general”, que los problemas ambientales de la sociedad moderna actual deben analizarse dentro de un sistema de referencia en cuyo centro se localiza la sociedad; y que ésta -a su vez- se enmarca en un contexto mucho más amplio de problemas y metaproblemas.
Lo anterior nos explica la imposibilidad de hacer una descripción completa del ecosistema, sin más referencia que el propio ecosistema, ya que éste resulta insuficiente per se para explicar los distintos niveles y formas de relación sociedad y entorno local (su acceso a recursos naturales, su calidad de vida, su modelo económico, etc.). Por tanto, los problemas ambientales deben estudiarse como sistemas abiertos -en sus múltiples interacciones sociedad-naturaleza- y según las complejas relaciones de causalidad mutua que involucran.
Artificialización de ecosistemas: más armonías que desarmonías en la cosmovisión y praxis de las poblaciones indígenas
Numerosas investigaciones sostienen que las poblaciones indígenas precolombinas establecieron relaciones de interacción constante con la naturaleza, al desarrollar valiosos conocimientos sobre ella (en milenios de aprendizaje). De ahí que -en estricto- lo que hicieron fue artificializarla (antropizarla) (9). Existe coincidencia en señalar que durante los multiprocesos de ocupación-adaptación territorial y ambiental de las poblaciones indígenas, desarrollaron conocimientos pormenorizados de la estructura, composición y funcionamiento de ecosistemas y climas: conocieron su compleja biodiversidad y sus componentes físicos de distribución espacial (vertical-altitudinal y horizontal-longitudinal), para así ensayar en forma progresiva las modificaciones y adaptaciones necesarias que les aseguraran su sobrevivencia.
Se sabe que los sistemas tradicionales de conocimientos indígenas –de recolectores, cazadores o agricultores- sobre el medio físico (por ejemplo, el clima) o sobre su taxonomía biológica folklórica o sobre sus prácticas de producción y su naturaleza experimental, han adquirido tal importancia con el tiempo que han servido para el posterior desarrollo de nuevos campos de conocimientos y disciplinas científicas, como ha ocurrido con el desarrollo de la agroeocología (10). Otros estudios, desde la etnoecología, etnobotánica y otras disciplinas, nos dan cuenta de la enorme importancia y valor de los sistemas de conocimientos y prácticas tradicionales de poblaciones indígenas en países con excepcional biodiversidad en América del Sur, como los países andinos: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, caracterizados como megadiversos, y donde las poblaciones indígenas construyeron sistemas de vida y culturas fuertemente ligadas a sus territorios y recursos naturales, logrando un alto grado de conocimientos en la conservación de la biodiversidad y en la gestión local de ecosistemas (11). Así se explica que pudieran enfrentar la alta variabilidad de climas y microclimas en diferentes regiones naturales, aún bajo condiciones adversas, logrando manejar complejos agroecosistemas hasta la actualidad.
Existe pues abundante bibliografía que nos da cuenta fehaciente de la enorme importancia del proceso de producción de conocimientos tradicionales indígenas, en base a una gestión eficiente de ecosistemas locales y de factores micro-climáticos, por encima de las experiencias fallidas, y que han sido fundamentales en su proceso de aprendizaje, adaptación y supervivencia. Y además, porque tales conocimientos han sido -y continúan siendo- recreados en sus particulares contextos culturales y ecogeográficos (trasmitidos en forma oral, ritual y a través de sus prácticas cotidianas). Lo que sin duda ha sido intrínseco a sus procesos de desarrollo endógeno.
Si bien la artificialización de ecosistemas implicó manejar una alta variabilidad de factores ambientales y micro-ambientales, y por ende una constante tensión en el proceso. Con la mayor acumulación de experiencias exitosas, el proceso debió implicar relativas formas de equilibrio en la dinámica de los ecosistemas locales, en tanto fueron resultado de una interacción positiva como sociedad-naturaleza, dado el evidente predominio de las armonías sobre las desarmonías (12).
Pero cambios posteriores originan nuevos desequilibrios en la estructura y función de los ecosistemas, alterándose su grado de resiliencia y estabilidad (13). Esto ocurre por cambios que hacen predominar las desarmonías sobre las armonías, en la medida que los impactos de las actividades antropogénicas (desde las dinámicas localizadas de poblaciones indígenas, de baja densidad poblacional y bajo consumo energético), se fueron tecnificando y sofisticando con el tiempo -y a mayor escala- con las nuevas sociedades urbanas emergentes y súper desarrolladas (de alta densidad poblacional y alto consumo energético) para satisfacer nuevas necesidades de crecimiento económico, de industrialización y desarrollo de los países (14).
Actualmente se sabe que la alteración y desequilibrio de algunos ecosistemas ha sido de tal magnitud que es muy poco probable logren recuperarse. Por eso se afirma que no hay precedentes de alteraciones producidas en los ecosistemas como los ocurridos en los últimos cincuenta años (entre el siglo XX y comienzos del XXI). Así pues, las desarmonías sociedad-naturaleza y los perjuicios causados han sido de tal magnitud que son mucho mayores que los beneficios obtenidos para satisfacer las múltiples necesidades de la humanidad (15).
Control energético local de ecosistemas y factores ambientales e institucionalidad
Múltiples estudios de casos en Latinoamérica y otras regiones nos confirman que cuando las comunidades locales y poblaciones indígenas logran reducir su grado de incertidumbre en el manejo de los recursos naturales y los factores microambientales (maximizando su eficiencia energética local con el uso de tecnologías innocuas, uso intensivo de conocimientos y la mejor organización social de la mano de obra, etc., así como reduciendo sus “inputs” e incrementando sus “outputs”), les posibilita un mayor grado de subsistencia y de autonomía en la gestión local de sus recursos y ecosistemas. Esto sin duda es una condición clave para reducir su vulnerabilidad socioeconómica y así fortalecer su capacidad de resiliencia y mejor adaptación a la variabilidad climática natural y a lo que hoy configura el cambio climático.
Sin embargo, lograr lo anterior implicará de un marco mínimo de institucionalidad para la planificación descentralizada y ordenamiento del territorio y ambiente, así como de políticas públicas inclusivas y programas de desarrollo social, etc., a fin de reducir en lo posible los umbrales de riesgo frente al cambio climático. No obstante será imperativo superar las limitantes de orden internacional y las sujetas al contexto político país y al modelo económico imperante, propender al mayor cuidado ambiental y al respeto de la diversidad cultural y los derechos humanos básicos con que deben vivir las poblaciones.
Las comunidades locales y poblaciones indígenas (incluso los pueblos aislados) siguen viviendo cambios que últimamente son acelerados e influidos (en muchos casos de forma arbitraria) por el entorno externo: la economía global, la inversión extranjera, los operadores de recursos naturales, las políticas y la gestión pública, etc.). Y que podrían ser factores de sinergia para el desarrollo si el Estado -en efecto- cumple con su rol tuitivo en torno a la problemática y demanda de estas poblaciones y respeta sus derechos precedentes sobre sus territorios originarios. De lo contrario, continuarán siendo factores disturbadores que alterarán la realidad local y los procesos de desarrollo endógeno con que se han desenvuelto múltiples culturas y sociedades a través de la historia.
Las evidencias son más que suficientes para priorizar la atención debida a nivel global, regional y local sobre la problemática de pobreza y relativo desarrollo de comunidades locales y poblaciones indígenas de Latinoamérica y otras regiones (consustanciales a la sostenibilidad de uso de recursos naturales y ecosistemas en sus territorios), así como para seguir indagando sobre sus valiosas experiencias y conocimientos tecnológicos y saberes que podrían ser cruciales en torno al grave problema del cambio climático y al futuro de la vida en el planeta.
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