Las papas transgénicas están que queman



Monsanto trina; algunos velos se corren, sus acciones decaen


Monsanto había apabullado a la EPA, Environmental Protection Agency, la autoridad máxima en control de calidad alimentaria de EE.UU., en 1985 cuando ésta calificó al glifosato de cancerígeno y Monsanto la cubrió con centenares de informes invocando la inocuidad del mencionado herbicida. Entonces, sin duda, nadie había alcanzado a imaginar que se podía falsificar en escala tan industrial. Y el efecto cascada funcionó: EPA levantó aquella calificación en 1991.

Cancha libre para Monsanto, que inició, al servicio de la geopolítica instrumen-tada por el Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA), su penetración planetaria.
Pero en las últimas dos décadas arreciaban las investigaciones desfavorables. Apenas una muestra mínima de los estudios que apuntaban a la toxicidad de los productos transgénicos, al glifosato o a la del “el paquete tecnológico” que incluye otros coadyuvantes (como el POEA):
· 2004. S. Bradberry, toxicólogo británico certificó la toxicidad altísima (efectos corrosivos gastrointestinales, arritmias, insuficiencia renal) del glifosato.
· 2008. Marie-Monique Robin, periodista de investigación, francesa, escribe un libro monumental, El mundo según Monsanto, donde desnuda las falacias, escamoteos y falsedades con que ese pulpo transnacional elabora sus estrategias para implantar alimentos transgénicos.
· 2009. Andrés Carrasco, en Argentina lleva adelante una investigación que prueba la toxicidad del glifosato sobre animales, muchísimo mayor a la registrada “oficialmente”. El establishment, en este caso argentino, lo congela.
· 2009. Muñoz Rubio, Julio, académico mexicano, analiza y critica un “neoliberalismo a escala molecular”.
· 2011. Eva Sirinathsinghji y Mae-Wan Ho, desde Londres, acusan a reguladores de la UE y a Monsanto de ocultar la toxicidad del glifosato, como por ejemplo dilatación del corazón y malformaciones congénitas en animales de laboratorio.
· 2011. María Solange, en Argentina, verifica el daño del glifosato en agua dulce.
· 2012. Gilles-Eric Séralini, en Francia, explica como su investigación, siguiendo estrictamente los protocolos de Monsanto, sólo que prolongándolos en el tiempo (los de Monsanto, eran apenas de 3 meses) revela una serie escalofriante de trastornos en la salud de los animales de laboratorio. Séralini probó efectos tóxicos de maíz transgénico, distinguidos de los efectos del plaguicida que el mismo cultivo recibió.
· 2012. Eva Sirinathsinghji repasa la toxicidad disparada en Argentina (segundo país del mundo en introducir productos transgénicos) con su “alarmante aumento en malformaciones congénitas, cánceres y otras alteraciones”.
· 2012. Eva Sirinathsinghji. Soja transgénica en Dinamarca ligada a enfermedades en cerdos de criadero. Alteraciones que se vienen registrando con el uso de glifosato desde la década de los ’80.
· 2012. Don Huber, catedrático e investigador principal del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU.) ha verificado el aumento de enfermedades en los cultivos aplicados con glifosato. En un documento se refiere a “un patógeno nuevo para la ciencia”. Asociable a una cantidad sin precedentes de enfermedades y desórdenes en plantas y animales”.
· 2013. Ho, Mae-Wan. “Por qué los transgénicos no pueden ser seguros”. Porque están construidos sobre un fundamento epistemológico que se ha revelado falaz: el determinismo genético.
· 2013. Obama protege a Monsanto. En marzo 2013 el presidente de EE.UU. firma y pone en vigencia una ley que establece que las empresas productoras de transgénicos serán exoneradas de toda demanda sobre riesgos sanitarios planteados por el consumo de sus productos. Andrew Kimbrell, director ejecutivo del Centro de Salud Alimentaria lo calificó, sobriamente, como “abuso de poder”.
· 2013. Thongprakaisang, S., et al, investigan la presencia de glifosato en leche materna.
· 2014. Steven Druker, Altered Genes, Twisted Truth. How the Venture to Genetically Engineer Our Food Has Subverted Science, Corrupted Government, and Systematically Deceived the Public [Genes alterados, verdad eguívoca. Como la apuesta a la ingeniería genética en nuestros alimentos corrompiò al gobierno y traicionó sistemáticamente a la sociedad]. Transcribimos título y subtìtulo porque son suficientemente explícitos. Por el título, la objeción en este caso se dirige directamente a los alimentos transgènicos.
· 2014. Vallianatos, E. G. y Jenkins Mc Key. Poison Spring. The Secret History of Pollution and the EPA [Primavera envenenada. La historia secreta de la contaminación y la de la EPA]. Aquí también título y subtítulo hablan por sí solos, refiriéndose a una radical desconfianza hacia las validaciones públicas, de la selva química en que nos encontramos.
· Y en 2015, la mismísima OMS, que había dilatado tanto su toma de posición, a través de su Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) establece el carácter cancerígeno del glifosato.
Parece haberse abierto las compuertas. Lo que barre hasta lo impensado: un funcionario de cierto rango de Monsanto, el doctor William Moar, conferenciante itinerante, declaró con arrogancia: “Todo un departamento tenemos dedicado a desinflar trabajos científicos que no concuerdan con los nuestros.” [3] Imaginamos al CEO temblando de ira ante semejante “obsequio al enemigo”… ¿Quién puede hablar de ciencia? ¿Solo Monsanto?
Para remate, la granjera y estudiosa estadounidense Carol Von Strum denuncia los groseros errores, omisiones y falsificaciones en una serie de “investigaciones” presentadas por Monsanto. Uno se pregunta de inmediato sobre el valor científico de aquel aluvión de investigaciones que le lloviera a la EPA en los ’80… Efectivamente, Von Strum afirma que las alteraciones en las investigaciones provienen al menos desde la década de los ’70. El eje institucional de tales falsificaciones pasa por el IBT, Industrial BioTest Laboratories, cuyos trabajos se considera inválidos en el 99% de los casos (abarcando casi medio millar de certificaciones y “aprobaciones” de pesticidas). ¿Qué se pergeñaba en el IBT? Animales muertos durante los experimentos eran rutinariamente sustituidos por otros, nuevos, vivos; se aprovechaba cualquier informe para aplicar a otras investigaciones (por lo tanto, no efectuadas); se borraban pruebas que implicaban datos adversos o efectos mortales en los cobayos; en experimentos con ratas todas muertas, se las sustituía con perros o gatos y se mantenía la info de que seguían siendo ratas; se escamoteaban resultados como cáncer, atrofia testicular y otros efectos en cobayos… una serie interminable de falsificaciones. Por algo el trabajo de Von Strum se titula: “Failure to Regulate: Pesticide Data Fraud Comes Home to Roost” [Fracaso en la regulación: ahora el fraude en los datos sobre los pesticidas, expulsados por la puerta reaparecen por la ventana]. [4] 
La pregunta que surge de inmediato es cómo ha sido posible ignorar tal cúmulo de investigaciones a lo largo de tantos años.
Si tuviera que buscar un símil en la sociedad a esta ristra de investigadores, autores de formidables alegatos sobre la toxicidad del paquete tecnológico trans-génico, lo más cercano o similar, en otro andarivel social, es lo que ha pasado y pasa con los palestinos, que denuncian una atrocidad tras otra de la política sionista… y pasan los años sin resultados a la vista.
Gary Ruskin, dedicado a desmontar las falacias de ”la salud transgénica” desde EE.UU., [5] se pregunta y cuestiona como Monsanto, por ejemplo, ha tenido una actitud más conciliadora en el RU, que en EE.UU, donde mantiene una campaña cerrada contra el etiquetado de productos transgénicos y defiende a libro cerrado la calidad de “seguros” [safe] de sus productos.
Alternancia similar tenemos en Argentina. Los medios de comunicación alternativos han informado abundantemente de la prohibición de la OMS sobre el glifosato. Algo de eso se ha colado incluso en la prensa “normal”. Pero los elencos que han adoptado el plan del USDA desde mediados de los ’90; los sojeros, asociaciones como AAPRESID, CASAFE, las gremiales de terratenientes, los suplementos rurales de diarios como Clarín, La Nación, y varias radioemisoras asociadas a la agroindustria, cuentan el cuento de otro modo.
Asì Héctor Huergo, director-editor de Clarìn-Rural, titula un editorial: “La estrella del glifosato”. Y critica a los ambientalistas “que no pueden digerir los enormes beneficios ambientales de este proceso” [el sistema de la agroindustria, con soja transgénica y biocida incluido]. Huergo señala que “los ambientalistas” se anotaron un poroto. Inmerecido. Porque “hasta ahora todos los estudios científicos habían demostrado fehacientemente la falta de relación entre cáncer y glifo.” (sic).
Cuando dice “estudios científicos” se refiere a muchos de los tramitados por el IBT. Y cuando dice “todos”, revela una carencia aritmética de primer grado. Pero él insiste, como Lino Barañao, el ministro de Ciencia y Técnica con traje permanente de amianto: Huergo nos dice que el glifosato y sus efectos son comparables al del mate y el café; Barañao nos había dicho que el glifosato era menos tóxico que la sal. [6] Esos funcionarios de primer nivel y referentes de igual alcance tenemos en Argentina.
Y lo más penoso, cuando surge una crítica a Monsanto desde el riñón del “ruralismo”, se refiere a la disputa por las tajadas en la compraventa de soja. El vice de la Federación Agraria Argentina, Jorge Solmi, por ejemplo, se queja: “lo que se quiere cobrar nos lo descontarían a nosotros del precio que nos pagan por lo que producimos. […] Y no vamos a permitirlo […] es un virtual esquema de retenciones privadas.” [7] He ahí un buen ejemplo de la pelea con Monsanto. “Por los centavos”. ¿Por la contaminación, por los victimados con el veneno difundido como nunca antes? Bien, gracias.
Clarìn Rural alardea acerca de la segura invasión de OGMs en todo el mundo: “Los cultivos genéticamente modificados (GM) siguen creciendo en el mundo. El año pasado se sembraron 181 millones de ha. El líder sigue siendo EE.UU., y Brasil y Argentina están en el segundo y tercer puesto a nivel global.” [8] 
Esta pretendida impunidad, hoy en entredicho, se ha basado en un hecho cierto, pero totalmente insuficiente en el nuevo cuadro de situación. El glifosato vino a sustituir (al principio, totalmente, luego se ha ido viendo, apenas parcialmente) biocidas mucho màs fuertes, venenos casi instantáneos. Como vimos en el triste ejemplo, nota 6, entre el paraquat y el glifosato.
Esa atenuación de los efectos arrasadores de biocidas como el DDT, el citado Paraquat, el Malathion, el 2-4-5-TCDD y tantos otros, permitió a algunos interesados negar toda toxicidad al glifosato y correr con ese cuento los años suficientes para asentarlo en el mercado y desparramarlo urbi et orbi. En su sitio de internet, Monsanto insiste con lo de su baja toxicidad y su falta de incidencia en cánceres, fertilidad, sistema nervioso, etcétera.
La verdad suele ser compleja y no se casa con soluciones maniqueas. Es cierto que el glifosato demostró ser menos tóxico a cortísimo plazo que otros venenos, con efectos deletéreos mucho más visibles y con cuadros agudos.
Pero justamente la baja toxicidad aparente del glifosato permitió una expansión como jamás tuviera algún otro de esos biocidas más vigorosos (tal vez sí, en su momento, el DDT).
El resultado final ha sido devastador. Porque las zonas afectadas con este “veneno suave” son incomparablemente mayores. Puesto que junto con el glifosato y la ingeniería genética, la agricultura cambió radicalmente. De escala, de alcance. Ahora tenemos monocultivos aun mayores que los de antaño y hemos expandido los cultivos −expansión de la frontera agrícola− hasta latitudes sin precedentes. El daño se ha generalizado como nunca antes.
Y hemos llegado a “la paradoja” de dañar más a la biodiversidad, animal y vegetal, con venenos menos intensos. Que nos afectan, por su alcance, más que los precedentes. Y como no se trata de ataques fulminantes, su acción y efectos son mucho más insidiosos.
Tal es el aporte de estos “benefactores”. Quiero rematar estas líneas con el título que Marie Monique Robin puso a uno de sus últimos libros: Nuestro veneno cotidiano (2012). Allí detalla: de los pesticidas al empaque, cómo los productos químicos han contaminado la cadena alimentaria y nos están enfermando. Así vemos que el glifosato y la soja transgénica no son sino eslabones de este “nuevo mundo” en que estamos siendo alojados.

Notas
[1] La imagen alude al primer “depurado”, despedido, con la ofensiva de la ingeniería genética. Arpad Pusztai, especialista húngaro en lectinas confesó públicamente que no comería papas como las que estaba analizando, con lectinas transgénicas. De inmediato, 1998, fue despedido y se le abrieron dos procesos: uno por su calidad profesional y otro por su probidad moral. El elogio perfecto del silencio... cómplice.

[2] <revistafuturos.noblogs.org>
[3] Sarich, Christina, “Monsanto Employee Admits an Entire Department Exists to ‘discredit’ “ Scientists, truthout, 9/4/2015.
[4] Carol Von Strum, Truthout, 9/4/2015.
[5] “Seedy Business. What Big Food is hiding with its slick PR Campaign on GMOs” (Negocios semillosos. Lo que los consorcios alimentarios esconden con su campaña adulando a los transgénicos), enero 2015.
[6] Walter Moyano, desde la red de “Médicos de Pueblos Fumigados” le explica a Barañao que “el glifosato no es agua con sal”. Y toma el penoso y trágico ejemplo de los muchísimos campesinos que en Sri Lanka se han valido del glifosato para suicidarse. La investigación a cargo de D.M. Roberts estableció que tomando un trago sobrevivían (a diferencia de con otro biocida, Paraquat donde 5 ml son suficientes para matar a un humano), pero que todos, sin excepción los que tomaron 190 ml o más, fallecieron. Nadie muere tomando un vaso de agua con sal. Bien salada, incluso.
[7] Página 12,, Buenos Aires, 2/4/2015.
[8] 31/1/2015. Imagenes: alainet.org - Taringa

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