Chile: Después de los incendios: el real desafío de la restauración ecológica
Ignacio Fernández Chicharro y Narkis Morales San Martín
CIPER
Culpar a la intervención humana o a lo inflamable de los pinos es una forma de simplificar el problema de los mega-incendios que sufrimos esta temporada. Así lo sostienen los autores de esta columna, quienes remarcan que el calentamiento global y la distribución de los bosques han sido también factores centrales. La determinación correcta de las causas de la tragedia es central para lo que viene: la restauración de los bosques. Y en esa etapa los autores abrigan desconfianza: técnicamente se sabe cómo restaurar con mayores niveles de seguridad, pero la experiencia muestra que lo que se sabe, termina siendo archivado por la burocracia cuando la emergencia pasa.
Los incendios forestales que han afectado a Chile durante esta temporada han puesto de manifiesto la vulnerabilidad de la zona central del país frente al fuego. Debido a la extensión y magnitud de los daños, es comprensible que el foco noticioso haya estado en la consecuencia de los incendios. Pero esto ha dejado en segundo plano temas que debieran ser ahora prioritarios: evaluar los factores que influyeron en esta catástrofe para prevenirlas a futuro, y poner en práctica un plan de largo plazo y a gran escala para la restauración de los ecosistemas nativos. Estimamos que en particular este último punto, que implica un enorme desafío que debiera marcar la agenda pública de los próximos años, se ha tomado con alarmante liviandad. Escribimos esta columna con el objetivo de poner en perspectiva el desafío de la restauración.
Primero, hay que dejar en claro que reforestar no es análogo a restaurar. Como lo señala la Sociedad Internacional de Restauración Ecológica, restaurar un ecosistema implica desarrollar actividades con el objetivo de “iniciar o acelerar la recuperación del ecosistema con respecto a su salud, integridad y sostenibilidad”.
En este sentido, la restauración va mucho más allá de la simple reforestación con especies nativas: se busca no sólo recuperar la composición y la estructura del ecosistema, sino también la funcionalidad de éste.
A modo de ejemplo, imaginemos una casa que fue seriamente dañada por un terremoto. Si nos abocamos solamente a recuperar su estructura usando materiales y planos originales, seguramente conseguiremos que luzca muy similar a como fue previo al terremoto. Sin embargo, sino reparamos también el sistema eléctrico, las cañería de gas y el sistema de provisión y drenaje de agua, la funcionalidad de la casa quedará seriamente mermada, pudiendo hacerla incluso más vulnerable frente al próximo terremoto. Del mismo modo, cuando un bosque es seriamente dañado se pierden funciones básicas, como son el control de erosión, infiltración y ciclado de nutrientes. Estas funciones no necesariamente se recuperarán por el simple hecho de reforestar.
Es por esto que frente a los daños generados por estos incendios, es urgente implementar cuanto antes acciones tendientes a mantener o recuperar las funciones fundamentales del ecosistema.
Por otra parte, un plan de restauración ecológica no puede ser llevado a cabo sin analizar primero cuáles fueron los principales factores implicados en el daño al ecosistema, ya que dicho plan debe considerar medidas tendientes a reducir o eliminar esos factores. En ese sentido, poco sacaremos invirtiendo en restaurar si al poco tiempo los ecosistemas vuelven a incendiarse. En los siguientes párrafos haremos un breve análisis de algunos de los principales factores que podrían haber contribuido a esta catástrofe.
En primer término hay que considerar el contexto territorial de las regiones que se vieron mayormente afectadas por estos incendios: Valparaíso, Metropolitana, O´Higgins, Maule, Biobío y La Araucanía. En ellas se concentra la gran mayoría de los habitantes del país, así como también gran parte del cambio de uso de suelo para el desarrollo de actividades forestales. Teniendo en cuenta que casi la totalidad de los incendios forestales en Chile son por causas humanas, no resulta sorprendente que esta zona concentre una gran proporción de los casi 6.000 incendios forestales que ocurren en promedio en Chile por año y que lo mismo haya ocurrido esta temporada.
Sin embargo, un dato llama la atención: las estadísticas de Conaf no indican que en esta temporada se haya registrado un aumento del número de incendios en dicha zona. Por el contrario estos han caído un 12% en comparación con los últimos 5 años. Lo que sí ha ocurrido, es que los incendios han aumentado enormemente de tamaño, lo que ha implicado un 1.240% de aumento en el área quemada en estas 6 regiones en comparación con los últimos 5 años.
Estos datos sugieren que la peor temporada de incendios forestales registrada en Chile no ha sido producto del aumento de fuentes de ignición, sino que principalmente producto de la dificultad de controlar el avance de los incendios una vez estos han sido detectados. Estos datos le quitan soporte a las hipótesis que apuntan a la intencionalidad como uno de los agentes detonantes de la catástrofe. Con esto no negamos que la intencionalidad sea un agente importante en la ignición de incendios, pero los datos apuntan a que este factor no se relacionaría con la magnitud y extensión que alcanzaron los incendios esta temporada.
CIPER
Culpar a la intervención humana o a lo inflamable de los pinos es una forma de simplificar el problema de los mega-incendios que sufrimos esta temporada. Así lo sostienen los autores de esta columna, quienes remarcan que el calentamiento global y la distribución de los bosques han sido también factores centrales. La determinación correcta de las causas de la tragedia es central para lo que viene: la restauración de los bosques. Y en esa etapa los autores abrigan desconfianza: técnicamente se sabe cómo restaurar con mayores niveles de seguridad, pero la experiencia muestra que lo que se sabe, termina siendo archivado por la burocracia cuando la emergencia pasa.
Los incendios forestales que han afectado a Chile durante esta temporada han puesto de manifiesto la vulnerabilidad de la zona central del país frente al fuego. Debido a la extensión y magnitud de los daños, es comprensible que el foco noticioso haya estado en la consecuencia de los incendios. Pero esto ha dejado en segundo plano temas que debieran ser ahora prioritarios: evaluar los factores que influyeron en esta catástrofe para prevenirlas a futuro, y poner en práctica un plan de largo plazo y a gran escala para la restauración de los ecosistemas nativos. Estimamos que en particular este último punto, que implica un enorme desafío que debiera marcar la agenda pública de los próximos años, se ha tomado con alarmante liviandad. Escribimos esta columna con el objetivo de poner en perspectiva el desafío de la restauración.
Primero, hay que dejar en claro que reforestar no es análogo a restaurar. Como lo señala la Sociedad Internacional de Restauración Ecológica, restaurar un ecosistema implica desarrollar actividades con el objetivo de “iniciar o acelerar la recuperación del ecosistema con respecto a su salud, integridad y sostenibilidad”.
En este sentido, la restauración va mucho más allá de la simple reforestación con especies nativas: se busca no sólo recuperar la composición y la estructura del ecosistema, sino también la funcionalidad de éste.
A modo de ejemplo, imaginemos una casa que fue seriamente dañada por un terremoto. Si nos abocamos solamente a recuperar su estructura usando materiales y planos originales, seguramente conseguiremos que luzca muy similar a como fue previo al terremoto. Sin embargo, sino reparamos también el sistema eléctrico, las cañería de gas y el sistema de provisión y drenaje de agua, la funcionalidad de la casa quedará seriamente mermada, pudiendo hacerla incluso más vulnerable frente al próximo terremoto. Del mismo modo, cuando un bosque es seriamente dañado se pierden funciones básicas, como son el control de erosión, infiltración y ciclado de nutrientes. Estas funciones no necesariamente se recuperarán por el simple hecho de reforestar.
Es por esto que frente a los daños generados por estos incendios, es urgente implementar cuanto antes acciones tendientes a mantener o recuperar las funciones fundamentales del ecosistema.
Por otra parte, un plan de restauración ecológica no puede ser llevado a cabo sin analizar primero cuáles fueron los principales factores implicados en el daño al ecosistema, ya que dicho plan debe considerar medidas tendientes a reducir o eliminar esos factores. En ese sentido, poco sacaremos invirtiendo en restaurar si al poco tiempo los ecosistemas vuelven a incendiarse. En los siguientes párrafos haremos un breve análisis de algunos de los principales factores que podrían haber contribuido a esta catástrofe.
En primer término hay que considerar el contexto territorial de las regiones que se vieron mayormente afectadas por estos incendios: Valparaíso, Metropolitana, O´Higgins, Maule, Biobío y La Araucanía. En ellas se concentra la gran mayoría de los habitantes del país, así como también gran parte del cambio de uso de suelo para el desarrollo de actividades forestales. Teniendo en cuenta que casi la totalidad de los incendios forestales en Chile son por causas humanas, no resulta sorprendente que esta zona concentre una gran proporción de los casi 6.000 incendios forestales que ocurren en promedio en Chile por año y que lo mismo haya ocurrido esta temporada.
Sin embargo, un dato llama la atención: las estadísticas de Conaf no indican que en esta temporada se haya registrado un aumento del número de incendios en dicha zona. Por el contrario estos han caído un 12% en comparación con los últimos 5 años. Lo que sí ha ocurrido, es que los incendios han aumentado enormemente de tamaño, lo que ha implicado un 1.240% de aumento en el área quemada en estas 6 regiones en comparación con los últimos 5 años.
Estos datos sugieren que la peor temporada de incendios forestales registrada en Chile no ha sido producto del aumento de fuentes de ignición, sino que principalmente producto de la dificultad de controlar el avance de los incendios una vez estos han sido detectados. Estos datos le quitan soporte a las hipótesis que apuntan a la intencionalidad como uno de los agentes detonantes de la catástrofe. Con esto no negamos que la intencionalidad sea un agente importante en la ignición de incendios, pero los datos apuntan a que este factor no se relacionaría con la magnitud y extensión que alcanzaron los incendios esta temporada.
Otro factor que ha sido ampliamente discutido como implicado en la magnitud de los recientes incendios es la inflamabilidad de las especies presentes en las plantaciones forestales, mayoritariamente pino insigne (Pinus radiata) y eucaliptus (Eucaliptus globulus). Estas especies, provenientes de Norte América y Australia respectivamente, evolucionaron en ecosistemas donde el fuego cumple un papel fundamental en las dinámicas ecológicas, y por tanto han desarrollado adaptaciones para sacar ventajas del fuego que las hacen altamente inflamables. Por el contrario en los ecosistemas de la zona central de Chile el fuego sólo comenzó a ser un factor relevante tras la llegada del ser humano, y por tanto las especies nativas no han evolucionado para quemarse u obtener ventajas de los incendios.
Sin embargo, es importante poner en perspectiva que en las dinámicas de los incendios forestales no dependen únicamente de las características de las especies que se queman, sino también de cuál es la distribución de éstas en el espacio, y de una serie de variables climáticas y topográficas. Por ejemplo, si un rodal productivo de pino o eucaliptus (un área de explotación forestal) se encuentra inserto en un sistema de humedales (zona con abundante agua y vegetación húmeda) y completamente desconectado de otros bosques, la probabilidad de que un incendio en dicho rodal se expanda será muy baja. Si este mismo rodal se encuentra rodeado por cultivos agrícolas y bosque nativo, la probabilidad de que el incendio se expanda a zonas aledañas aumentará, pero la magnitud y velocidad de propagación de éste aún lo harán controlable. Sin embargo, si dicho rodal es parte de un continuo de rodales formando una masa homogénea de árboles plantados a gran densidad, la posibilidad de que el incendio se expanda rápidamente y salga de control aumenta considerablemente. Si junto con ello las condiciones climáticas y topográficas no son beneficiosas para combatirlos, esto puede ser la receta para un desastre. Y así lo demuestra la reciente catástrofe.
Es por ello que consideramos que debatir sobre si las especies exóticas son más o menos inflamables que las nativas desvía el foco de atención sobre el factor más relevante: Las enormes extensiones de masas homogéneas y continuas de árboles de una sola especie plantados a grandes densidades. Y es por esto que se debe apuntar a la ausencia de una planificación territorial como una de las principales causas de la catástrofe, ya que plantaciones forestales con esas características van a ser vulnerables a incendios independiente de la especie que sea. Por lo mismo, si no se cambia la forma cómo se manejan e integran las plantaciones forestales dentro del territorio, incendios de estas características volverán a ocurrir en el futuro, y cualquier plan serio de restauración será infructuoso.
Consideramos de suma relevancia hacer énfasis en la necesidad de cambiar la forma en que se planifica el territorio para evitar que incendios de estas características vuelvan a ocurrir. No hay que perder de vista que Chile se encuentra enfrentando los efectos del cambio climático, y por tanto es probable que condiciones climáticas propicias para la generación de incendios de estas características sean cada vez más frecuentes. Un reporte encargado por Conama, y preparado por el Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile el año 2006 (Estudio de la variabilidad climática en Chile para el siglo XXI), describe claramente parte de los efectos del cambio climático que vivimos hoy: disminución de las precipitaciones para la zona centro sur del país de entre un 25 a un 45% por ciento; y un aumento en las temperaturas de entre 2 y 4 °C. Como bien lo sugieren González y colaboradores (2011), bajo este nuevo contexto climático se darán condiciones ambientales más favorables a incendios más frecuentes y de mayor extensión. Estos autores señalan explícitamente que “particularmente vulnerables a estos cambios serían aquellas regiones dominadas por extensas plantaciones y ecosistemas remanentes altamente fragmentados e invadidos por especies exóticas, derivado principalmente del tipo, homogeneidad y continuidad del combustible”. A conclusiones similares llegaron Altamirano y colaboradores (2013), quienes predicen “un importante aumento de la probabilidad de ocurrencia de incendios forestales” producto de los efectos del cambio climático en la zona central de Chile.
Como muestran estos antecedentes, el real problema de los incendios en Chile no es si éstos son causados o no de manera intencional, sino cómo se ha generado un territorio forestal altamente proclive a generar incendios forestales de gran magnitud. De no mediar acciones potentes que lleven a un cambio de paradigma respecto al como planificamos e integramos las actividades forestales dentro del territorio, incendios con características catastróficas probablemente seguirán acompañándonos en el futuro.
Es la interacción de estos factores lo que hace urgente integrar las medidas de restauración ecológica dentro de una estrategia de planificación territorial, que no sólo se aboque a recuperar la estructura, composición y funcionalidad de los ecosistemas afectados, sino que también reduzcan la probabilidad de que este tipo de incendios ocurran en el futuro.
Actualmente la misión de diseñar el plan de restauración ecológica se encuentra en el recientemente creado “Comité Nacional de Restauración Ecológica”, encabezado por el Ministro de Medio Ambiente, Pablo Badenier, e integrado por expertos y ONG’s. Por lo que se ha difundido en la prensa, no nos queda claro aún qué rol tendrá ni qué nivel de es incumbencia tendrán sus propuestas en las decisiones políticas que finalmente se tomen. Nuestras dudas tienen bases. Por ejemplo, la experiencia del incendio de Torres del Paine de finales de 2011, donde se convocó a un grupo de expertos de diversas universidades para generar un Plan de Restauración que hasta el día de hoy no ha sido implementado.
En relación a esto último, nos imaginamos que las ONG’s debieran tomar un rol protagónico en recolectar y transferir la información entre la comunidad y el grupo de expertos, así como abogar para que las medidas acordadas por el comité sean efectivamente implementadas. De otro modo no entendemos bien cuál sería el rol de convocar a representantes de ONG´s como Codeff y Chile Sustentable, que si bien cumplen un importante rol en el contexto ambientalista chileno, no son expertos en el ámbito de la restauración.
A nuestro modo de ver el mayor desafío de este comité será de carácter político y no técnico. Creemos que actualmente existe suficiente material publicado y conocimiento técnico para definir de forma rápida las estrategias que deberían ser tomadas para iniciar cuanto antes la restauración de los ecosistemas afectados por el incendio. Conaf posee diversos documentos técnicos en esta materia, existe un libro que aborda específicamente la restauración ecológica para ecosistemas nativos afectados por incendios forestales, y existen diversos grupos de investigadores actualmente trabajando en el tema. Por tanto el principal rol del comité no debiera estar en generar conocimientos ya existentes, sino que en buscar la forma de obtener los recursos y el compromiso de las instituciones estatales para que las acciones de restauración sean efectivamente implementadas, y esto es una tarea netamente política.
Nuestro temor es que el resultado de este comité sea un nuevo reporte que sea archivado, y que al final del día las recomendaciones no sean consideradas ni implementadas. Para que la restauración sea exitosa, tiene que haber un compromiso claro del gobierno no sólo en lo que respecta a convocar y liderar el comité de restauración, sino que también en lo referente a facilitar los recursos necesarios, y promover potenciales cambios a la normativa que puedan surgir del comité. Nosotros abogamos por que el proceso de restauración y la toma de decisiones se hagan en un clima de cooperación, con amplia participación desde el mundo científico y profesional, que sea un proceso socialmente inclusivo, y que tenga el apoyo político tanto en términos de los recursos monetarios, como para potenciales cambios legislativos. Por último esperamos que esta vez sí podamos aprender de los errores para dejar de ser una nación reactiva y transformarnos en una proactiva. Con eso no sólo disminuiríamos los impactos negativos de los incendios sobre el patrimonio natural y económico, sino que también el drama humano que estas tragedias usualmente conllevan.
Sin embargo, es importante poner en perspectiva que en las dinámicas de los incendios forestales no dependen únicamente de las características de las especies que se queman, sino también de cuál es la distribución de éstas en el espacio, y de una serie de variables climáticas y topográficas. Por ejemplo, si un rodal productivo de pino o eucaliptus (un área de explotación forestal) se encuentra inserto en un sistema de humedales (zona con abundante agua y vegetación húmeda) y completamente desconectado de otros bosques, la probabilidad de que un incendio en dicho rodal se expanda será muy baja. Si este mismo rodal se encuentra rodeado por cultivos agrícolas y bosque nativo, la probabilidad de que el incendio se expanda a zonas aledañas aumentará, pero la magnitud y velocidad de propagación de éste aún lo harán controlable. Sin embargo, si dicho rodal es parte de un continuo de rodales formando una masa homogénea de árboles plantados a gran densidad, la posibilidad de que el incendio se expanda rápidamente y salga de control aumenta considerablemente. Si junto con ello las condiciones climáticas y topográficas no son beneficiosas para combatirlos, esto puede ser la receta para un desastre. Y así lo demuestra la reciente catástrofe.
Es por ello que consideramos que debatir sobre si las especies exóticas son más o menos inflamables que las nativas desvía el foco de atención sobre el factor más relevante: Las enormes extensiones de masas homogéneas y continuas de árboles de una sola especie plantados a grandes densidades. Y es por esto que se debe apuntar a la ausencia de una planificación territorial como una de las principales causas de la catástrofe, ya que plantaciones forestales con esas características van a ser vulnerables a incendios independiente de la especie que sea. Por lo mismo, si no se cambia la forma cómo se manejan e integran las plantaciones forestales dentro del territorio, incendios de estas características volverán a ocurrir en el futuro, y cualquier plan serio de restauración será infructuoso.
Consideramos de suma relevancia hacer énfasis en la necesidad de cambiar la forma en que se planifica el territorio para evitar que incendios de estas características vuelvan a ocurrir. No hay que perder de vista que Chile se encuentra enfrentando los efectos del cambio climático, y por tanto es probable que condiciones climáticas propicias para la generación de incendios de estas características sean cada vez más frecuentes. Un reporte encargado por Conama, y preparado por el Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile el año 2006 (Estudio de la variabilidad climática en Chile para el siglo XXI), describe claramente parte de los efectos del cambio climático que vivimos hoy: disminución de las precipitaciones para la zona centro sur del país de entre un 25 a un 45% por ciento; y un aumento en las temperaturas de entre 2 y 4 °C. Como bien lo sugieren González y colaboradores (2011), bajo este nuevo contexto climático se darán condiciones ambientales más favorables a incendios más frecuentes y de mayor extensión. Estos autores señalan explícitamente que “particularmente vulnerables a estos cambios serían aquellas regiones dominadas por extensas plantaciones y ecosistemas remanentes altamente fragmentados e invadidos por especies exóticas, derivado principalmente del tipo, homogeneidad y continuidad del combustible”. A conclusiones similares llegaron Altamirano y colaboradores (2013), quienes predicen “un importante aumento de la probabilidad de ocurrencia de incendios forestales” producto de los efectos del cambio climático en la zona central de Chile.
Como muestran estos antecedentes, el real problema de los incendios en Chile no es si éstos son causados o no de manera intencional, sino cómo se ha generado un territorio forestal altamente proclive a generar incendios forestales de gran magnitud. De no mediar acciones potentes que lleven a un cambio de paradigma respecto al como planificamos e integramos las actividades forestales dentro del territorio, incendios con características catastróficas probablemente seguirán acompañándonos en el futuro.
Es la interacción de estos factores lo que hace urgente integrar las medidas de restauración ecológica dentro de una estrategia de planificación territorial, que no sólo se aboque a recuperar la estructura, composición y funcionalidad de los ecosistemas afectados, sino que también reduzcan la probabilidad de que este tipo de incendios ocurran en el futuro.
Actualmente la misión de diseñar el plan de restauración ecológica se encuentra en el recientemente creado “Comité Nacional de Restauración Ecológica”, encabezado por el Ministro de Medio Ambiente, Pablo Badenier, e integrado por expertos y ONG’s. Por lo que se ha difundido en la prensa, no nos queda claro aún qué rol tendrá ni qué nivel de es incumbencia tendrán sus propuestas en las decisiones políticas que finalmente se tomen. Nuestras dudas tienen bases. Por ejemplo, la experiencia del incendio de Torres del Paine de finales de 2011, donde se convocó a un grupo de expertos de diversas universidades para generar un Plan de Restauración que hasta el día de hoy no ha sido implementado.
En relación a esto último, nos imaginamos que las ONG’s debieran tomar un rol protagónico en recolectar y transferir la información entre la comunidad y el grupo de expertos, así como abogar para que las medidas acordadas por el comité sean efectivamente implementadas. De otro modo no entendemos bien cuál sería el rol de convocar a representantes de ONG´s como Codeff y Chile Sustentable, que si bien cumplen un importante rol en el contexto ambientalista chileno, no son expertos en el ámbito de la restauración.
A nuestro modo de ver el mayor desafío de este comité será de carácter político y no técnico. Creemos que actualmente existe suficiente material publicado y conocimiento técnico para definir de forma rápida las estrategias que deberían ser tomadas para iniciar cuanto antes la restauración de los ecosistemas afectados por el incendio. Conaf posee diversos documentos técnicos en esta materia, existe un libro que aborda específicamente la restauración ecológica para ecosistemas nativos afectados por incendios forestales, y existen diversos grupos de investigadores actualmente trabajando en el tema. Por tanto el principal rol del comité no debiera estar en generar conocimientos ya existentes, sino que en buscar la forma de obtener los recursos y el compromiso de las instituciones estatales para que las acciones de restauración sean efectivamente implementadas, y esto es una tarea netamente política.
Nuestro temor es que el resultado de este comité sea un nuevo reporte que sea archivado, y que al final del día las recomendaciones no sean consideradas ni implementadas. Para que la restauración sea exitosa, tiene que haber un compromiso claro del gobierno no sólo en lo que respecta a convocar y liderar el comité de restauración, sino que también en lo referente a facilitar los recursos necesarios, y promover potenciales cambios a la normativa que puedan surgir del comité. Nosotros abogamos por que el proceso de restauración y la toma de decisiones se hagan en un clima de cooperación, con amplia participación desde el mundo científico y profesional, que sea un proceso socialmente inclusivo, y que tenga el apoyo político tanto en términos de los recursos monetarios, como para potenciales cambios legislativos. Por último esperamos que esta vez sí podamos aprender de los errores para dejar de ser una nación reactiva y transformarnos en una proactiva. Con eso no sólo disminuiríamos los impactos negativos de los incendios sobre el patrimonio natural y económico, sino que también el drama humano que estas tragedias usualmente conllevan.
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