Patrañas neoliberales sobre la desigualdad
Luis Molina Temboury
Economistas frente a la crisis
Lo más asombroso de las pirámides de Egipto es la gran cantidad de gente, en su mayoría hombres libres, que se dedicó durante siglos a colocar enormes piedras una sobre otra para exaltar la divinidad del amo. Por aquí dedicamos otro tanto a tareas no menos sorprendentes, como dar forma de catedral a otras piedras, verdadera obsesión, o a quemar brujas y herejes, también a mayor gloria del señor. A otros se les ocurrió declarar no humanos a los africanos, trasladarlos a América como esclavos y de paso hacer negocio. Otros intentaron someter a toda Europa como trampolín de la invasión del mundo para imponer la raza aria. En el paroxismo imaginativo, a otros se les ocurrió arrojar un par de bombas nucleares exterminando un cuarto de millón de personas cual si fueran chinches, y a otros, ya puestos, acumular muchas de esas bombas, por si acaso, para que no quede un chinche enemigo. Las ocurrencias humanas irracionales son variopintas. Algunas han dejado un legado material grandioso y bello. Otras, las más inhumanas, un hedor repugnante y persistente.
Afortunadamente, a lo largo de la historia algunos otros se han dedicado a la búsqueda de un modelo de sociedad más racional. La democracia en Grecia, la investigación y divulgación científica, la separación de poderes con la revolución francesa, la proscripción de la esclavitud, la Declaración Universal de Derechos Humanos, fueron también ocurrencias, pero cargadas de sensatez. El intento de avanzar en la racionalidad colectiva nunca se ha rendido, y eso da alas al optimismo. Ahí siguen el movimiento feminista (frente a la preponderante sucesión de catastróficas ocurrencias de machotes), o los movimientos ecologista, pacifista, en defensa de los derechos humanos o contra la pobreza y la desigualdad. Aunque poco optimista se puede ser cuando los sistemas irracionales se derrumban, como ahora que el Modelo de la Desigualdad Extrema y Creciente (MDEC, por abreviar) toca a su fin.
El capitalismo desbocado, el MDEC sin freno ni timón, se ha extendido por obra y gracia de una ideología, el neoliberalismo, que ha sido muy eficaz en aliarse con el poder económico y apuntalarlo divulgando, por los obsequiosos medios que controla, la benignidad de la desigualdad, una irracionalidad suprema que, a fuerza de insistir, muchos ciudadanos han terminado por asimilar como la verdad revelada. Esa disparatada doctrina nos ha conducido a un panorama desolador: hambre, pobreza y miseria, pavorosa destrucción ecológica, escalada bélica y armamentística, miedo, injusticia, falta de libertad, demagogia… Sus efectos son ya tan dramáticos que la preocupación alcanza a sus propios promotores, como el FMI, aunque sea sólo a ratos.
El neoliberalismo ha debido evolucionar en su propio fracaso. El argumento de las bondades de la globalización ha cedido terreno a un nacionalismo de opereta que defiende que lo mío es sólo mío, pero lo tuyo también porque yo soy el más fuerte, es decir, el más rico. Levantaré un muro al vecino pobre ¡y él me lo pagará! Pero el motivo principal del neoliberalismo, que el enriquecimiento sin límite de los de arriba es provechoso y prioritario, no se ha movido un ápice. La desigualdad no importa, no se dice, no se habla. Ese es el palpitar del corazón neoliberal. Que sea nacionalista o globalizador es secundario.
El populismo neoliberal puede ser terrible cuando triunfa, el caso de Putin y Donald Trump, pero su irracionalidad está tan profundamente arraigada que para confrontarla puede surgir cualquier otra peor (Le Pen, UKIP, Amanecer Dorado…), así que, entre disparate y disparate y de susto en susto, nos dirigimos en piloto automático hacia un apocalipsis sistémico. ¿Será climático, será nuclear, serán exterminados de golpe los que sobran, o poco a poco, por ahogamiento, desnutrición o guerra convencional?
El MDEC es imposible, como se deduce de su propia definición. Podríamos establecer una limitación global al patrimonio personal y evitar su colapso, pero si no llegamos a tiempo de evitarlo podemos al menos intentar comprender las causas del naufragio.
En el repertorio neoliberal caben muchas patrañas referidas al individuo y la sociedad, al papel del estado y del sector público, a la educación, las pensiones, la moral, el calentamiento global, el fracking, los transgénicos, los mercados financieros, los paraísos fiscales, la deuda, el déficit, las armas y hasta la evolución humana. Cualquier cosa que distraiga la atención del MDEC, o lo justifique porque, por obvios motivos, las patrañas específicas sobre la desigualdad son las más elaboradas e insistentes. Si no logramos revertir el MDEC, nuestro futuro se perfila como el de esa película en la que un último humano desconcertado entre simios descubre un enorme monumento, semienterrado pero bien reconocible, que le da la pista de que sus paisanos terrícolas han provocado su propia extinción. Aunque tras el colapso medioambiental del MDEC y el exterminio nuclear no encontrará una encantadora prima evolutiva enamorada, tan sólo ratas y cucarachas.
Economistas frente a la crisis
Lo más asombroso de las pirámides de Egipto es la gran cantidad de gente, en su mayoría hombres libres, que se dedicó durante siglos a colocar enormes piedras una sobre otra para exaltar la divinidad del amo. Por aquí dedicamos otro tanto a tareas no menos sorprendentes, como dar forma de catedral a otras piedras, verdadera obsesión, o a quemar brujas y herejes, también a mayor gloria del señor. A otros se les ocurrió declarar no humanos a los africanos, trasladarlos a América como esclavos y de paso hacer negocio. Otros intentaron someter a toda Europa como trampolín de la invasión del mundo para imponer la raza aria. En el paroxismo imaginativo, a otros se les ocurrió arrojar un par de bombas nucleares exterminando un cuarto de millón de personas cual si fueran chinches, y a otros, ya puestos, acumular muchas de esas bombas, por si acaso, para que no quede un chinche enemigo. Las ocurrencias humanas irracionales son variopintas. Algunas han dejado un legado material grandioso y bello. Otras, las más inhumanas, un hedor repugnante y persistente.
Afortunadamente, a lo largo de la historia algunos otros se han dedicado a la búsqueda de un modelo de sociedad más racional. La democracia en Grecia, la investigación y divulgación científica, la separación de poderes con la revolución francesa, la proscripción de la esclavitud, la Declaración Universal de Derechos Humanos, fueron también ocurrencias, pero cargadas de sensatez. El intento de avanzar en la racionalidad colectiva nunca se ha rendido, y eso da alas al optimismo. Ahí siguen el movimiento feminista (frente a la preponderante sucesión de catastróficas ocurrencias de machotes), o los movimientos ecologista, pacifista, en defensa de los derechos humanos o contra la pobreza y la desigualdad. Aunque poco optimista se puede ser cuando los sistemas irracionales se derrumban, como ahora que el Modelo de la Desigualdad Extrema y Creciente (MDEC, por abreviar) toca a su fin.
El capitalismo desbocado, el MDEC sin freno ni timón, se ha extendido por obra y gracia de una ideología, el neoliberalismo, que ha sido muy eficaz en aliarse con el poder económico y apuntalarlo divulgando, por los obsequiosos medios que controla, la benignidad de la desigualdad, una irracionalidad suprema que, a fuerza de insistir, muchos ciudadanos han terminado por asimilar como la verdad revelada. Esa disparatada doctrina nos ha conducido a un panorama desolador: hambre, pobreza y miseria, pavorosa destrucción ecológica, escalada bélica y armamentística, miedo, injusticia, falta de libertad, demagogia… Sus efectos son ya tan dramáticos que la preocupación alcanza a sus propios promotores, como el FMI, aunque sea sólo a ratos.
El neoliberalismo ha debido evolucionar en su propio fracaso. El argumento de las bondades de la globalización ha cedido terreno a un nacionalismo de opereta que defiende que lo mío es sólo mío, pero lo tuyo también porque yo soy el más fuerte, es decir, el más rico. Levantaré un muro al vecino pobre ¡y él me lo pagará! Pero el motivo principal del neoliberalismo, que el enriquecimiento sin límite de los de arriba es provechoso y prioritario, no se ha movido un ápice. La desigualdad no importa, no se dice, no se habla. Ese es el palpitar del corazón neoliberal. Que sea nacionalista o globalizador es secundario.
El populismo neoliberal puede ser terrible cuando triunfa, el caso de Putin y Donald Trump, pero su irracionalidad está tan profundamente arraigada que para confrontarla puede surgir cualquier otra peor (Le Pen, UKIP, Amanecer Dorado…), así que, entre disparate y disparate y de susto en susto, nos dirigimos en piloto automático hacia un apocalipsis sistémico. ¿Será climático, será nuclear, serán exterminados de golpe los que sobran, o poco a poco, por ahogamiento, desnutrición o guerra convencional?
El MDEC es imposible, como se deduce de su propia definición. Podríamos establecer una limitación global al patrimonio personal y evitar su colapso, pero si no llegamos a tiempo de evitarlo podemos al menos intentar comprender las causas del naufragio.
En el repertorio neoliberal caben muchas patrañas referidas al individuo y la sociedad, al papel del estado y del sector público, a la educación, las pensiones, la moral, el calentamiento global, el fracking, los transgénicos, los mercados financieros, los paraísos fiscales, la deuda, el déficit, las armas y hasta la evolución humana. Cualquier cosa que distraiga la atención del MDEC, o lo justifique porque, por obvios motivos, las patrañas específicas sobre la desigualdad son las más elaboradas e insistentes. Si no logramos revertir el MDEC, nuestro futuro se perfila como el de esa película en la que un último humano desconcertado entre simios descubre un enorme monumento, semienterrado pero bien reconocible, que le da la pista de que sus paisanos terrícolas han provocado su propia extinción. Aunque tras el colapso medioambiental del MDEC y el exterminio nuclear no encontrará una encantadora prima evolutiva enamorada, tan sólo ratas y cucarachas.
La desigualdad siempre ha sido El Problema, por mucho que los comandantes neoliberales del MDEC no lo acaben de entender. Algunos de los más influyentes se reúnen por estas fechas en el Foro Económico Mundial de Davos para seguir organizando el (des) orden. Sería deseable que aparcasen por un momento sus sesudas disquisiciones individualistas y leyesen con atención el informe que OXFAM presenta previamente a la reunión, porque frenar y revertir el MDEC es una tarea prioritaria que debieran asumir. Ya son muchas las voces de políticos, economistas y gente sensata, cada día más, que se suman a la denuncia de una desigualdad que esos dirigentes en la sombra y sus socios en los gobiernos no quieren ni tan siquiera mencionar.
Entre esas llamadas a la sensatez destaca el Papa Francisco, que ya sacudió a los reunidos en Davos hace un año, o el expresidente Obama, que en su último discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre de 2016, declaró: “Un mundo en el que el 1% de la humanidad controla tanta riqueza como el 99% más pobre nunca será estable”. Lo malo es que la inestabilidad sigue creciendo. Y lo peor es que Obama confunde el reparto con el control. Como se comenta en la patraña nº 1, el control de la economía mundial debe estar en manos de un porcentaje de la población bastante inferior. No son el 1 por ciento, sino uno entre medio millón. Y no controlan la mitad, sino la práctica totalidad de la economía.
Hace tiempo que en la Rusia de Putin saben que el poder político es un buen trampolín para alcanzar el pódium de la riqueza suprema, pero es novedad que el presidente de EE.UU., habiendo conseguido su cetro avivando viejas patrañas neoliberales y otras nuevas revestidas de antiglobalización, tenga la misma agenda. Si los dos grandes ricos al timón de las dos grandes potencias nucleares entrasen en conflicto el panorama mundial podría ser dantesco. Pero si uniesen sus esfuerzos, como ahora parece, en el interés compartido de alimentar su fortuna y poder personal, tan sólo ganaríamos algo de tiempo, porque es previsible que más pronto que tarde uno de los dos intente desbancar a su rival.
Sea como sea, pintan bastos. Con el ascenso de Trump, bajo el terror o en el filo de la navaja, tenemos por delante una rápida y peligrosa aceleración del MDEC. Hasta que podamos imponer un límite al patrimonio personal en todo el mundo, o diseñar cualquier otra propuesta racional de consenso, como esa economía más humana que propone OXFAM Intermón, habrá que seguir intentando desactivar las antiguas y nuevas patrañas de los exitosos promotores de una variante del capitalismo, el Modelo de la Desigualdad Extrema y Creciente, tan irracional como irresponsable y suicida.
Entre esas llamadas a la sensatez destaca el Papa Francisco, que ya sacudió a los reunidos en Davos hace un año, o el expresidente Obama, que en su último discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre de 2016, declaró: “Un mundo en el que el 1% de la humanidad controla tanta riqueza como el 99% más pobre nunca será estable”. Lo malo es que la inestabilidad sigue creciendo. Y lo peor es que Obama confunde el reparto con el control. Como se comenta en la patraña nº 1, el control de la economía mundial debe estar en manos de un porcentaje de la población bastante inferior. No son el 1 por ciento, sino uno entre medio millón. Y no controlan la mitad, sino la práctica totalidad de la economía.
Hace tiempo que en la Rusia de Putin saben que el poder político es un buen trampolín para alcanzar el pódium de la riqueza suprema, pero es novedad que el presidente de EE.UU., habiendo conseguido su cetro avivando viejas patrañas neoliberales y otras nuevas revestidas de antiglobalización, tenga la misma agenda. Si los dos grandes ricos al timón de las dos grandes potencias nucleares entrasen en conflicto el panorama mundial podría ser dantesco. Pero si uniesen sus esfuerzos, como ahora parece, en el interés compartido de alimentar su fortuna y poder personal, tan sólo ganaríamos algo de tiempo, porque es previsible que más pronto que tarde uno de los dos intente desbancar a su rival.
Sea como sea, pintan bastos. Con el ascenso de Trump, bajo el terror o en el filo de la navaja, tenemos por delante una rápida y peligrosa aceleración del MDEC. Hasta que podamos imponer un límite al patrimonio personal en todo el mundo, o diseñar cualquier otra propuesta racional de consenso, como esa economía más humana que propone OXFAM Intermón, habrá que seguir intentando desactivar las antiguas y nuevas patrañas de los exitosos promotores de una variante del capitalismo, el Modelo de la Desigualdad Extrema y Creciente, tan irracional como irresponsable y suicida.
Luis Molina Temboury, economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis
Fuente: http://economistasfrentealacrisis.com/patranas-neoliberales-sobre-la-desigualdad/ - Imagen: sinestrellas.blogspot.com