Frutos del bosque

Caminar por un sendero que transcurre bajo la sombra de castaños, robles y avellanos. El sonido del río que llega desde abajo, entre los helechos y una multitud de musgos. Llegar después de haber estado un rato buscando una senda desde la que poder descender. Después de unas horas caminando, a ratos por sol y, casi todo el tiempo, por sombra. Cuidarse de los resbalones y las zarzas. Y, al final, poner los pies en el agua helada del río y, luego, el resto de la piel.

María González Reyes

Descubrir moras en el camino. Coger una y llevártela a la boca. Saborearla. Coger varias más. Saber que comerías muchas de las que están maduras. Decidir dejar algunas en la zarza. Ver los otros frutos que ofrece el bosque. Las endrinas, las ciruelas, los arándanos, las fresas. Frutas del bosque que nacen de arbustos. Que no se cultivan. Que crecen silvestres. Dulces o ácidas. De colores intensos que rasgan los verdes del bosque. Jugosas. Regalos.
Ofrecer parte de los frutos recolectados a la gente con la que caminas. Comenzar a charlar con los labios aún morados después del baño en agua helada.
Caminar puede despertar ganas de silencio o ganas de hablar. Como ese día caminamos muchas horas hubo tiempo para todo. Una amiga me contó que, estos meses atrás, había ido a distintos pueblos y ciudades a proponer foros de diálogo. La pregunta que hacían a quiénes se acercaban a charlar era: ¿cómo vives el cambio climático?
Me dijo que había una diferencia clara entre lo que contestaban las personas que habitan en zonas rurales y las que viven en ciudades.
Las primeras hablaban de los cambios que ven en los territorios en los que viven. Aves que llegan antes de lo que solían hacer o que migran a destiempo. Alteraciones en los ritmos de los bosques porque las lluvias llegan de manera distinta, o no llegan. Huertas donde a las plantas les cuesta crecer porque la tierra está cada vez más seca.
Las segundas contaban los impactos que conocen desde lo que han leído o les han contado, pero no los observan con tanta nitidez en su territorio porque el suelo es asfalto.
“Pero hay algo común”, me dijo. “Todas, independientemente de si viven más o menos pegadas a la tierra, coinciden en que donde hay que actuar es en lo local, en lo cercano, en los barrios, en los territorios”.
Quizás haya una forma de entender las luchas sociales no sólo mirando su efecto, sin medirlas únicamente como el resultado final, como lo que son capaces de conseguir y lo que no.
Quizás también se puedan mirar como un proceso, como una forma de construir comunidad.
Quizás se puedan mirar como cuando caminas por el bosque sabiendo que, para que puedas saborear los frutos que salen de las zarzas y los arbustos, ese resultado final que aparece cada año, hace falta todo un entramado de relaciones ecosistémicas que posibilitan la fertilización del suelo, la depuración de aguas o la polinización. Que solo llegan las moras y las fresas silvestres y los arándanos  si se dan todos los procesos. Que para que la vida funcione tiene que existir esa red de interacciones.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/vida-ya/frutos-del-bosque - Imagen de portada: Alvaro MInguito

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