Irlanda: reparando la vida
El carbón de las turberas fue la fuente de energía por excelencia en los hogares rurales irlandeses. Tras siglos de explotación y degradación, hoy se intenta restaurar uno de los ecosistemas con más biodiversidad y capacidad para capturar carbono del mundo: «Quemamos los últimos 2.600 años… Eso ya no existe. Por aquel entonces, no sabíamos que la destrucción de la turba es nuestro mayor desastre ambiental», lamenta Ray Stapleton, con voz compungida, mirando hacia una llanura semihúmeda con vegetación creciente. Desde las neblinosas Midlands, Stapleton recuerda las peculiares raised bogs irlandesas, un tipo de turbera que acumula agua y sedimentos orgánicos de forma vertical durante miles de años, inflando de esta manera la panza de la tierra.
Helena Rodríguez
«Hace tan sólo 50 años no se veían esas montañas porque estaban ocultas tras las turberas elevadas», prosigue el gerente del Parque de Patrimonio de Lullymore, en el condado de Kildare, situado en medio del Bog of Allen, la mayor ciénaga de Europa Occidental.
Las turberas representan una de cada cinco hectáreas del territorio irlandés, convirtiendo a Irlanda en el segundo país europeo con mayor proporción de pantanos naturales después de Finlandia. De hecho, Irlanda posee más del 50% de todas las turberas oceánicas de la UE; sin embargo, su degradación las ha transformado de sumideros de carbono en importantes fuentes emisoras de este gas de efecto invernadero. Un reciente informe de la ONU estima que las turberas degradadas de Irlanda emiten 21,5 millones de toneladas equivalentes de CO2 al año, el equivalente a las emisiones de más de cinco millones de coches de gasolina circulando durante un año.
Recientemente, la conciencia sobre el impacto medioambiental de la quema de este combustible fósil y de la destrucción de dicho ecosistema rico en biodiversidad ha obligado a las autoridades locales y a las compañías extractoras de turba a reconvertir sus actividades, pasando así de la explotación a la restauración de estos sumideros de dióxido de carbono. La relevancia de esta tierra húmeda, abundante en materia orgánica, va mucho más allá de los límites orográficos de la isla esmeralda, ya que su degradación implica consecuencias de naturaleza europea y global.
Durante siglos, en Irlanda las turberas han sido drenadas con el objetivo de ganar terreno para cultivar árboles de tala, pasturar ganado y como combustible fósil, ya sea de forma industrial en forma de briquetas o directamente cortada por los habitantes de los condados rurales para calentar sus hogares, igual que la propia familia de Stapleton. «No abrimos los ojos: son un tesoro nacional», insiste Stapleton, que en las últimas décadas ha asistido a la increíble recuperación de las anteriormente degradadas turberas de Lullymore, explotadas por Bord na Móna, la empresa estatal de turbas, que las drenó para cortarlas y fabricar briquetas.
La situación actual de las turberas irlandesas es crítica: según un estudio publicado en Nature en febrero de 2023, más del 90% de los pantanos irlandeses se han perdido, situando a Irlanda a la cabeza de la lista de países europeos que han transformado una mayor proporción de humedales.
«Nos dimos cuenta de que la parte de las turberas que creíamos haber protegido en los años noventa con la Directiva Hábitats seguían degradándose en 2020», explica la doctora en Ciencias Ecosistémicas Florence Renou-Wilson, investigadora del University College de Dublín. De hecho, en marzo de 2024 la Comisión denunció a Irlanda ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) por no proteger estos hábitats naturales, pero dicha decisión llega 13 años después de que se presentara la denuncia original.
Degradación preocupante
Esta degradación es doblemente preocupante: por un lado, por el impacto climático que tiene su destrucción, y por otro, por la pérdida de biodiversidad que conlleva la destrucción de dichos hábitats. Según los datos de Bord na Móna, los pantanos irlandeses pueden almacenar 100 millones de toneladas de carbono y albergan más de 900 especies de plantas y animales. Por eso, aseguran que son «fundamentales para sus planes de acción sobre el clima».
Desde que se enamoró de las turberas como estudiante Erasmus de intercambio en 1996, Renou-Wilson se ha dedicado a aprender, investigar y ahora enseñar sobre estos particulares ecosistemas irlandeses. Especializada en los ciclos biogeoquímicos de las turberas, Renou-Wilson resalta que «detener las emisiones rehumedeciendo es lo primero» pero que «después de eso deberíamos devolver su funcionamiento completo a las turberas». De este modo, «con suerte, ayudaremos a que vuelva la acumulación de turba, pero el cambio climático podría afectar a dicha acumulación, así que no deberíamos contar demasiado con eso. Si logramos detener las emisiones ya será un logro», aclara la investigadora.
En este contexto, el Gobierno irlandés anunció en 2021 que cesaría toda la extracción de turba y la sustituiría por energías renovables para el 2024, mientras que Bord na Móna se comprometió a rehabilitar algunos pantanos bajo su gestión. Una cuestión de particular relevancia europea, teniendo en cuenta la recientemente aprobada Ley de Restauración de la Naturaleza de la UE.
Varios estudios científicos señalan que mientras la turba es altamente ineficiente como combustible, las turberas intactas son sumideros de carbono extremadamente eficientes. Esto significa que, desde un punto de vista planetario, restaurar las turberas es muy beneficioso: su importancia en la lucha contra el cambio climático fue uno de los grandes temas de discusión en la COP26 celebrada en la cercana Glasgow en 2021.
Pero la restauración de dichos ecosistemas es costosa: en una evaluación de impacto realizada por la Comisión Europea se estimó que la restauración de turberas exigida por la ley podría costarle a Irlanda 11,3 millones de euros anuales, o 300 millones de euros en total hasta 2050. En este contexto aparecen iniciativas como la de Peatland Finance Ireland (PFI), que defiende que las finanzas verdes y el capital privado pueden jugar un papel fundamental en la restauración y rehabilitación de los valiosos ecosistemas húmedos irlandeses. O sea, hacer de la necesidad (climática) un negocio.
«Los gobiernos no disponen de fondos para cumplir con sus obligaciones. De hecho, su incapacidad para encontrar esos fondos les está costando dinero en términos de multas pagadas a la UE. Así que son conscientes de sus carencias y de la necesidad de importantes inyecciones de financiación bien regulada», defiende el doctor Shane McGuinness, biólogo conservacionista y cofundador y director de PFI. Esta organización está elaborando el estándar de carbono irlandés sobre turberas, con la participación de la Universidad de Dublín, el Gobierno irlandés y el Banco Europeo de Inversiones, entre otros actores. Otras voces son más críticas con la posible entrada de estos hábitats en los mercados de carbono, temiendo la posible especulación que podría conllevar.
Turberas salvajes
Algo en lo que coinciden tanto Renou-Wilson como McGuinness y Stapleton es en que detener las emisiones no debería ser el objetivo final de la restauración de las turberas, sino garantizar el pleno funcionamiento de estos «ecosistemas superhéroe», en palabras de Stapleton.
Las turberas son hábitats clave en la filtración de agua dulce y en la preservación de la peculiar biodiversidad que albergan, así como parte esencial de la identidad irlandesa, con sus mitos y leyendas. «En algunos de mis proyectos descubrimos en las ciénagas plantas que ni siquiera sabíamos que teníamos en Irlanda», explica la doctora Renou-Wilson.
Cuando el Parque de Patrimonio de Lullymore abrió sus puertas por primera vez en 1993, era una fracción del tamaño que tiene ahora. Entonces la turbera desnuda y explotada que rodeaba Lullymore era «un desierto negro». Su restauración comenzó hace más de una década, en 2011. Ahora, bloquear los desagües para elevar el nivel del agua y facilitar el crecimiento de los musgos Sphagnum han permitido que la turbera vuelva a ser una turbera activa, permitiendo que flora y fauna vuelvan a la zona después de décadas desaparecidas. «Es algo fenomenal», afirma Stapleton, admitiendo que semejante transformación parecía imposible hace solo unos años.
Los esfuerzos de Stapleton por conservar las turberas van más allá de las fronteras de Lullymore: el gerente de este parque forma parte de un grupo que está impulsando la creación de un Parque Nacional de Turberas en las Midlands. «Creemos que es una forma de proteger la zona a largo plazo y que es bueno para las comunidades», defiende Stapleton, explicando los beneficios que supondría su inclusión en este complejo nacional. En la actualidad, no existe en Irlanda ninguna red estatal para coordinar los esfuerzos de conservación de las turberas. Y lo que es más importante, concluye Stapleton, «da a las turberas el respeto que se merecen». «La verdadera revolución en Irlanda se producirá cuando las comunidades valoren realmente las turberas que las rodean», sentencia con las manos aún manchadas de tierra.
Fuente: https://climatica.coop/irlanda-turberas-reparando-la-vida/ - Imagen de portada: Maquinaria abandonada de la histórica fábrica de briquetas de Lullymore. Foto: HELENA RODRÍGUEZ