Cómo el mundo occidental ha despojado las comunidades indígenas del Ártico de sus métodos tradicionales de vida y su cultura.

Los relatos de exploraciones polares están llenos de épicas hazañas y tragedias. También hay libros escritos por solitarios que han vivido un tiempo en el Ártico. De estos, uno muy recomendable es el de Barry Lopez Arctic dreams (MacMillan, Londres 1986), que ganó el American Book Award para libros de no ficción. Y hay filmes notables sobre el Ártico y su gente.

Cómo pasamos la escoba sobre las tribus del Ártico
Uno de ellos, Nanook el esquimal (1922), de Robert Flaherty, es el primero y uno de los mejores documentales de la historia del cine, aunque no refleja la vida real de los esquimales de aquel tiempo sino que es una reconstrucción de una manera de vivir tradicional que entonces ya casi no existía. Otro filme de magnífica fotografía es Los dientes del diablo (The savage innocents, 1960), de Nicholas Ray, basado en la novela de Hans Ruesch El país de las sombras largas, con Anthony Quinn haciendo de inuit.
Es una historia de ficción sobre el contacto del protagonista con el mundo “civilizado”: el drama nace de un misionero torpe y del deseo del inuit de tener un rifle para garantizar la comida a su familia. Bob Dylan hizo una canción que se llamaba Quinn the Eskimo, basada en esta película. Si alguien quiere una historia novelada de los últimos 30.000 años en parte del Ártico, puede leer Alaska, de James A. Mitchener, uno de los numerosos voluminosísimos libros de este autor sobre diferentes partes del mundo.
En el Ártico, si aceptamos la definición que hace el Arctic Human Development Report, viven actualmente unos 4 millones de personas en 8 países (Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Rusia, EEUU y Canadá). Un 10% de esta población es indígena (samis o lapones en los países escandinavos, ninets, khantys, evenkis, Koriakis y xukxis aI noroeste de Rusia, aleuts y yupís en Alaska, y varios grupos de inuits en Alaska, Canadá y Groenlandia), y habla lenguas de diversos orígenes.
Los relatos de exploraciones polares están llenos de épicas hazañas y tragedias. También hay libros escritos por solitarios que han vivido un tiempo en el Ártico.
La población se produjo en el paleolítico superior y, desde la Edad Media, las gentes del norte tuvieron intercambios comerciales con las del sur y después con cazadores de pieles. Hoy, mientras los indígenas viven sobre todo en poblados pequeños dispersos, la población llegada de fuera lo hace en ciudades.
La vida en el Ártico está marcada por la estacionalidad: el verano permite una enorme abundancia de vida terrestre y marina. Los grandes rebaños de renos (domesticados) y caribús (que nunca han sido domesticados, aunque sean casi iguales que los renos) llegan a la tundra en primavera y retornan hacia el sur en otoño, con los indígenas, cazadores en Norteamérica y pastores en Eurasia. Los mamíferos marinos forman también grandes contingentes y se les caza en el agua en verano y sobre el hielo en invierno.
En Europa, las culturas de las tundras árticas están fuertemente vinculadas a la domesticación y ganadería del reno. En la taiga, los renos son más utilizados para el transporte y la alimentación proviene de la caza, activa o con trampas, y de la pesca. En las costas asiáticas, es el trineo de perros y no el de renos el vehículo más utilizado y casi toda la comida se saca del mar.
Los esquimales norteamericanos estuvieron mucho más tiempo aislados de los pueblos indios del sur, así que el comercio con ellos era limitado. Han vivido de la pesca y la caza, pero, hoy, la gente del norte compra muy a menudo la comida en el supermercado, lo que tiene implicaciones importantes, tanto sociales como sanitarias (debido a que su tendencia a acumular grasa como adaptación biológica al frío los hace más proclives a la obesidad).
Hemos señalado en otro artículo la transformación que suponen las perforaciones para sacar petróleo y gas, los oleoductos y las carreteras, con el incremento de tráfico por tierra, mar y aire, y esto pasa en una gran parte del Ártico noruego, ruso o estadounidense. Podemos añadir las grandes minas de zinc y plomo de Baffin y las Little Cornwallis, la fusión del permafrost que dificulta y encarece mucho la construcción, la progresiva reducción del hielo en verano y, quizás aún más importante, el establecimiento en la región de personas con gran poder económico y ningún conocimiento del país.
Recientemente, se ha comprobado en el Ártico una relación directa entre pérdida de hielo y emisiones de CO2: Por cada tonelada emitida se pierden 3.03 m2 de hielo en septiembre, así que si se emitieran 1.000 gigatoneladas más no quedaría hielo en esta época del año (Notz y Stroeve, 2016). Al ritmo actual, esto pasará a mediados de siglo.
En su libro, López explica los primeros contactos de los esquimales del sur de la isla de Bylot con los balleneros ingleses que les compraban pieles de oso polar y de foca, colmillos y grasa de morsa y objetos de artesanía, cosas que se convirtieron en un complemento importante a las ballenas para la economía de los barcos. Estos también capturaban animales destinados a los zoológicos y aprovechaban para tener relaciones sexuales con mujeres esquimales.
En el Mar de Bering, a partir de 1850, los balleneros americanos introdujeron harina, té, café, tabaco, azúcar, armas y munición, alcohol, ideas y comportamientos, que alteraron muchas cosas en la vida de los inuits (el tema de Los dientes del diablo). Su sociedad pasó de una economía de supervivencia basada en la caza a una economía mercantil, y todo su sistema de valores se modificó.
Ochenta años después, con la depresión iniciada en 1929 y debido a que el mercado de pieles cayó, algunas poblaciones esquimales que se habían establecido más al sur para disfrutar de las ventajas de la civilización vuelven al norte para pescar y para cazar caribús, pero esta tendencia se revierte al final de la década. En todo el Ártico han producido después movimientos similares de grupos del orden de un centenar de personas que han intentado volver al estilo de vida tradicional. Pero mucho vocabulario de las lenguas originales se ha perdido y las costumbres sociales, religiosas, políticas y alimentarias tradicionales han sido profundamente alteradas.
Viajar a las altas latitudes no era fácil. Desde los tiempos del vikingos, muchos europeos habían muerto en el intento, debido a “la congelación y la gangrena, el escorbuto, la intoxicación por comer hígado de oso polar, la destrucción del barco por el hielo o el fuego”, dice Lopez. Pero en 1832, en Bylot, los ingleses se encontraron los poblados esquimales desiertos: durante el invierno, todos habían muerto de la difteria y la viruela que los visitantes les habían dejado sin saberlo en el viaje anterior.
La tuberculosis y la poliomielitis también se esparcieron y la mortalidad fue enorme: “los historiadores han sugerido que estimarla en un 90% de la población indígena no es ningún disparate”. En cuanto a los supervivientes, su manera de vivir había cambiado para siempre.

Fuente: Ecoportal.net

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