Terminemos con la energía nuclear antes de que termine con nosotros







Harvey Wasserman
Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


El pueblo japonés está pagando un precio horrible por el sueño imposible del “Átomo Pacífico”. Durante medio siglo le han dicho que lo que está pasando ahora en Fukushima no pasaría nunca.
Ante todo debemos solidarizarnos con ellos con nuestros corazones y nuestras almas. Como seres humanos, debemos hacer todo lo que podamos por aliviar sus heridas, sus terribles pérdidas y su inimaginable dolor. También estamos obligados –por el bien de todos– a asegurar que esto no vuelva a ocurrir. En 1980, informé desde el centro de Pensilvania sobre lo que le pasó a la gente allí después del accidente en Three Mile Island un año antes. Entrevisté a numerosos estadounidenses conservadores de clase media que estaban enfermos y muriendo debido a una amplia gama de enfermedades relacionadas con la radiación. Vidas y familias quedaron destruidas en una horrenda plaga de inimaginable crueldad. La frase “nadie murió en Three Mile Island” es una de las peores mentiras expresadas por seres humanos.
En 1996, diez años después de Chernóbil, asistí a una conferencia en Kiev en conmemoración del décimo aniversario del desastre. Ahora, quince años después, se ha publicado un estudio definitivo que indica una cantidad de muertos que llega a 985.000… hasta ahora.
Hoy estamos en medio de un desastre sin fin a la vista. Por lo menos cuatro reactores se han incendiado. La empresa ha sacado a todos los trabajadores del lugar, pero ahora pueden estar enviando a algunos de vuelta.
Los trabajadores que lo hacen son incomparablemente valerosos. Nos recuerdan, trágicamente, a unos 800.000 “liquidadores” de Chernóbil. Eran reclutas soviéticos que fueron enviados a esa ruina candente durante 60 o 90 segundos cada uno para realizar rápidamente alguna tarea insignificante y salir corriendo.
Cuando leí por primera vez esa cifra –800.000– pensé que se trataba de un error tipográfico. Pero después de asistir a la conferencia de Kiev en 1996, hablé en la ciudad rusa de Kaliningrado y encontré a docenas de veteranos de Chernóbil. Me aseguraron entre lágrimas que era exacta. Estaban extraordinariamente furiosos. Les habían prometido que no tendrían problemas de salud. Pero ahora estaban muriendo en masa.
Nunca sabremos cuántos morirán en Fukushima. Nunca hemos enfrentado la perspectiva de múltiples fusiones nucleares, cuatro o más, cada una con su propio potencial de inmensas emisiones descontroladas.
Si esto sucediera en un solo reactor sería motivo de alarma a escala mundial.
Una de las unidades estaba alimentada con MOX (Combustible nuclear de mezcla de óxidos). Este brebaje MOX se anunció como una innovación semejante al “cambio de espadas por arados”. Tomaron materiales radioactivos de viejas bombas nucleares y los convirtieron en combustible “pacífico”.
Parecía una idea impecable. Los beneficios para la imagen de la industria eran obvios. Pero se les advirtió repetidamente de que esto introduciría plutonio a la cadena de combustión, con una amplia gama de serias repercusiones. Entre ellas estaba que un accidente arrojaría a la atmósfera la sustancia más mortífera jamás conocida. Si se aspira la partícula más ínfima, sin sabor, de plutonio, puede causar un caso letal de cáncer de pulmón.
Pero como en el caso de muchas otras advertencias, la industria ignoró a los críticos de la base. Ahora todos pagamos el precio.
Durante 25 años la industria nuclear nos ha dicho que Chernóbil no era relevante porque era tecnología soviética. Un accidente semejante “no podría suceder aquí”.
Pero hoy se trata de los japoneses. En todo caso, manejan mejor los reactores nucleares que los estadounidenses. Compañías japonesas son dueñas de la división nuclear de Westinghouse, cuyo diseño básico está instalado en toda Francia. Compañías japonesas también son dueñas de la división nuclear de GE. Entre otros, 23 de sus reactores en EE.UU. son extremadamente similares o virtualmente idénticos en su diseño al Fukushima I, que ahora está ardiendo.
Jeffrey Immelt, jefe de GE, es uno de muchos pesos pesados corporativos que ahora asesoran a Barack Obama. Obama dice (hasta ahora) que no tiene ninguna intención de cambiar de camino en la política nuclear. Eso incluye aparentemente un nuevo obsequio de una garantía de préstamos de 36.000 millones de dólares para un nuevo reactor en el presupuesto de 2012. El secretario de energía Steven Chu ha dejado claro que considera que la situación de los reactores estadounidenses es muy diferente a la de los japoneses. Esencialmente, dice, “no puede suceder aquí”.
Chu y otros dicen todo el tiempo que nuestra alternativa es plantas nucleares o carbón, que la energía atómica mitiga en cierto modo el calentamiento global. Es un importante punto conflictivo para millones de ciudadanos preocupados, y una legión importante y honesta de grandes activistas que ven el caos climático como la máxima amenaza.
Pero especialmente, a la luz de lo que está sucediendo, no es una alternativa. Las centrales nucleares se construyen lentamente, aumentan de coste y evidentemente tienen sus propias emisiones, desechos y problemas de seguridad. Los costes suplementarios del carbón y del petróleo aumentan fuera de alcance en términos de impactos medioambientales, sanitarios y otros efectos económicos negativos. El “combustible de transición” del gas también enfrenta barreras cada vez más elevadas, especialmente cuando se trata de fracturamiento hidráulico y otras tecnologías extractivas insostenibles.
La verdadera alternativa que enfrentamos es entre combustibles fósiles y nucleares, que deben ser eliminados, frente a una verdadera mezcla verde de alternativas limpias. Esas tecnologías seguras, sostenibles, ocupan ahora en los hechos la tendencia dominante. Según todos los cálculos serios, la energía solar es demostrablemente más barata, limpia, rápida de construir e infinitamente más segura que la nuclear. La eólica, mareomotriz, térmica oceánica, geotérmica, de biocombustibles sostenibles (NO de maíz o soya), el aumento de la eficiencia, el transporte público resucitado, todos tienen sus diferentes desventajas. Pero como conjunto cuidadosamente diseñado, prometen el suministro equilibrado que necesitamos para llegar a un futuro que pueda ser próspero y apropiado para nuestra supervivencia en este planeta.
Como vemos con perfecta claridad, la tecnología atómica está en guerra con los ecosistemas de la Tierra. Su naturaleza corporativa centralizada, fuertemente capitalizada, coloca al borde del abismo a la propia democracia. A largo plazo, contradice el imperativo humano de sobrevivir. Actualmente tenemos cuatro reactores en la costa de California que podrían ser fácilmente destrozados por un terremoto de 9 grados Richter. Si este último golpe sísmico hubiera afectado este lado del Pacífico, estaríamos viendo cada noche informes sobre la horrible cantidad de muertos en San Luis Obispo, la catastrófica pérdida del irremplazable suministro de alimentos de Central Valley y cálculos eruditos sobre evacuaciones forzosas de Los Ángeles y San Diego.
Hay cerca de 450 reactores atómicos en todo el mundo. 104 en EE.UU.
Ante enormes manifestaciones públicas, la primera ministra de Alemania ordenó que se cierren los reactores más antiguos. Lo menos que podría hacer este gobierno es lo mismo.
Se dice que chinos e indios, los mayores compradores potenciales de nuevos reactores, están “repensando” sus alternativas energéticas.
Como especie, gritamos de dolor, en la profundidad de nuestras almas, por compasión y miedo.
Pero ante todo, lo más devastador son respecto a la catástrofe de Fukushima no es lo que está sucediendo ahora.
Es que hasta que todos los reactores del mundo sean cerrados, es virtualmente seguro que aún pueden volver a ocurrir cosas peores. Demasiado pronto.
 
 
[Harvey Wasserman edita el sitio en la web NukeFree.org y es autor de SOLARTOPIA! OUR GREEN-POWERED EARTH.]
Fuente: Buzzflash at Truthout
Fuente: http://www.zcommunications.org/end-nuclear-power-before-it-ends-us-by-harvey-wasserman

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Japón: preocupa el plutonio del reactor 3 en la planta de Daiichi

La barra de combustible en el reactor 3 de la ya conocida planta nuclear de Daiichi, en Japón, es sólo 94% de uranio, y 6% de plutonio. El plutonio es más tóxico que el uranio y también menos estable, por lo que puede más fácilmente provocar una reacción nuclear en cadena. El combustible en los otros reactores es sólo de uranio, pero incluso en ellos el plutonio es creado durante el proceso de fisión.
Pero, como el uranio, el plutonio es un elemento pesado que no se dispersa fácilmente en el aire, por lo que es menos propenso a propagarse y causar una contaminación generalizada. El plutonio se califica como arma -se le conoce como combustible de las armas nucleares- sólo si una gran cantidad es comprimida. Pero es muy poco probable que, en este caso, se comprima con la fuerza suficiente para llegar a lo que se conoce como masa crítica e iniciar una reacción en cadena.
El plutonio-239 tiene una vida media de 25.000 años, lo que significa que ha de pasar ese tiempo para que pierda la mitad de su potencia radiactiva. El uranio-235 tiene una vida media de 700 millones de años. Y el cesio, que tiende a volverse transportable por el aire mucho más fácilmente, tiene una vida media de 30 años. Japón ha construido recientemente una planta para eliminar los subproductos de la central nuclear y reprocesar el plutonio y el uranio en una sustancia llamada combustible óxido mixto de uranio y plutonio, o Mox.
Esto se hizo en parte para reducir la cantidad de combustible gastado que es mantenido in situ en las plantas nucleares. La planta de reprocesamiento está en Rokkasho, una aldea situada a 500 kilómetros al norte de Fukushima, y apenas está siendo puesta en marcha.
El plutonio tiene un registro bajo en los detectores de radiación, pero es un material intensamente de radio-tóxico. Damon Moglen, director del proyecto de clima y energía de la organización Friends of the Earth, explica que, si es inhalado por los seres humanos, incluso en cantidades microscópicas, es probable que produzca cáncer mortal de pulmón dentro de los 18 a 20 años.
Vía | news.yahoo.com
Vía | ecocentric.blogs.time.com
Vía | www.npr.org

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Preguntas que deja una ola

Emiliano Bertoglio
Rebelión



El sorpresivo escenario japonés pone en evidencia lo peligroso de la tecnología nuclear. En medio de la incertidumbre por el desenlace de esta tragedia surgen incógnitas que ayudan a repensar el modelo de desarrollo energético vigente.
Un pedazo de mar ha abofeteado a una de las sociedades más tecnificadas del mundo, sino la de mayor avance en este terreno. Aquella que con su mágico y seductor universo de dispositivos digitales más se ha alejado de la naturaleza primigenia, recuerda con su tragedia al resto del mundo la verdadera dimensión del hombre.
Porque al fin de cuentas, y aunque al sujeto que se imagina poder someter toda fuerza natural le cueste verlo, lo que ahora ha quebrado al Japón es sólo una ola… por más monstruoso o feroz que haya sido su paso.
Una ola que ha activado la amenaza de un descalabro nuclear infernal. El mundo en vilo mira las columnas de humo alzarse. Impávidos los televidentes alimentan la incerteza contemplando a este pueblo hace unos días admirado, y que hoy mira el rostro a la muerte: ¿cuál será el desenlace?
Los informes que llegan desde Oriente son confusos o contradictorios. En un polo, las lógicas negativas del gobierno nipón llamando a la calma. En el otro extremo, quienes sostienen que “Desde el bombardeo atómico de la Segunda Guerra mundial sobre Hiroshima y Nagasaki, nunca el país había sufrido un nivel de radiactividad en la atmósfera tan elevado” [1] .
Las semanas y los años dirán…
Pero más allá del veredicto que aporte el tiempo, y en medio de la urgencia del grave panorama actual, surgen inquietudes que trascienden a esta dolorosa tragedia en sí: ¿será que a toda experiencia basada en la razón científico-técnica moderna, tarde o temprano le estallan en las manos sus propias contradicciones?
Porque la catástrofe –además de sensibilizar y aunque en general se piense en apocalipsis antes que en las paradojas del tecnicismo- recuerda aquello de la irracionalidad de la razón. Japón, un gigante artificial montado de un día para otro sobre una diminuta isla oculta a Occidente en el Pacífico, hecho modelo de sociedad, riqueza y crecimiento, hoy busca sus cadáveres en el lodo y eleva sus oraciones.
Devastado hace unas pocas décadas por la fusión atómica [2] , ciegamente ha creído en la misma tecnología para alumbrar a su gente y fabricar sus autos. Más de cincuenta centrales nucleares lo constituyen en uno de los países con mayor desarrollo e inversión en esta tecnología [3] . Pero ahora las bombas penden de un hilo en su patio. ¿Ironías de la historia, negligencia, o simple casualidad?
La mano de quien esto escribe no está movida por ninguna nostalgia cavernaria negadora del conocimiento y sus productos, ni por la defensa a la ira de algún dios –cualquiera sea- enfurecido con quienes han osado desafiar su tamaño. No es el sentimiento de que al fin se castiga al impío pueblo que olvidó sus sabias raíces milenarias y se volcó al consumo de mercado. No es oportunismo morboso articulado desde un cómodo sillón al otro lado del mundo, mientras millones de sujetos lloran su inconmensurable desdicha.
Estas palabras están motivadas, en cambio, por una dolorosa pregunta. Interrogante que se actualiza con la impotencia ante el desgarramiento ajeno: cómo alejarse al fin de esa vida supuestamente feliz, pero sometida a que la lógica secreta de sus máquinas no revelen un día su destino insujetable. O dicho en términos positivos, cómo hacer un mundo menos ficcional, cómo imaginar y crear una existencia forjada a la medida del hombre.


[1] La radiación nuclear alcanza la metrópoli de Tokio. David Brunat. 16 de marzo de 2011. En: www.rebelion..org/noticia.php?id=124393
[2] Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos dejaron en 1945 más de ciento cincuenta mil muertos inmediatos e infinidad de secuelas aún hoy padecidas.
[3] No obstante, a 2004 la fuente nuclear cubría sólo el 6 por ciento del consumo energético japonés. El Atlas II. Le Monde diplomatique edición Cono Sur. 2006. p. 18.

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