El dilema energético de la civilización





Juan Pablo Orrego-
Ecólogo Presidente de Ecosistemas Coordinador Internacional del Consejo de Defensa de la Patagonia.


Mientras nuestros hermanos japoneses, cuales aterrados aprendices de brujo, intentan retomar el control de sus reactores, cuyo material radioactivo busca, de acuerdo a su naturaleza, seguir fisionándose hasta agotarse, el mundo debate en forma cada vez más acalorada el dilema energético de la civilización. El problema es que el paradigma de desarrollo imperante promueve el crecimiento económico y el despliegue de infraestructura material como un fin en sí mismo, ad infinitum. Esto, acoplado a la explosión demográfica humana, nos pone realmente ante un dilema actualmente insoluble, porque implica generar, también ad infinitum, cantidades crecientes de energía, con las consecuencias que el desastre de Japón grafica cruelmente.
Actualmente la humanidad está consumiendo cerca de 85 billones (85.000.000.000.000) de kilovatios hora/año (www.energíasverdes.com). La mitad de esta fenomenal cantidad de energía es consumida por las grandes ciudades, y como vemos, la humanidad pretende seguir produciendo y consumiendo siempre más. Esta aproximación al tema desarrollo/energía es literalmente poner la carreta delante de los bueyes, o mirar el problema precisamente por el ángulo equivocado, empezando con el hecho que no considera las limitantes ecológicas de la biosfera. Chile es un perfecto ejemplo. La autoridad decide que el país desea crecer a un 6% anual, y en base a esta aspiración se extrapola la tasa de crecimiento de la demanda eléctrica necesaria para alcanzar esta meta. El problema es que esta meta no tiene fundamento ‘científico’, no es el resultado de un amplio consenso social, y no considera el impacto ambiental de este crecimiento ‘deseado’. De este ejercicio teórico/ideológico surgen afirmaciones tales como que Chile necesita duplicar su capacidad instalada cada diez años, o instalar aproximadamente 500 MW, casi un Ralco, al año. ¿Donde termina todo esto? En los gráficos de crecimiento de la demanda eléctrica que esgrime concertadamente el sector gubernamental y empresarial se observa que las curvas suben y suben empinadamente y se salen virtualmente del margen derecho de la lámina. Si uno pregunta dónde termina todo esto, la respuesta es un encogimiento de hombros y un alzar de cejas.
La sustentabilidad de todo el asunto parece no ser el problema de nadie. Es imperativo mirar desde el ángulo opuesto y cuestionar profundamente el dogma casi religioso del crecimiento ad infinitum y su corolario en el ámbito de la energía. Más aún hoy cuando las cifras indican que aproximadamente la mitad de la humanidad vive en la pobreza y 9 millones de individuos capturan el 50% del producto de la humanidad, cosechado a costa de la naturaleza. En Chile aproximadamente el 10% de la población captura este mismo 50% de nuestro PIB. O sea, tanta industriosidad, tanto capitalismo salvaje, tanta generación de energía para que un décimo de un 1% de la población humana se haga exorbitantemente millonario. ¿Tiene todo esto algún sentido? Con razón la humanidad se debate en una profunda crisis colectiva de anomia cultural, cuya principal característica es el cortoplacismo, el vivir al día sin pasado ni futuro. ¡Qué lástima que lleguemos a ser humanidad globalizada en este estado! ¡Qué potencial desperdiciado! Ahora, definitivamente, la humanidad comparte un destino planetario común, que no se ve nada auspicioso.
El tema energético necesitamos mirarlo y manejarlo por el lado de la demanda, como se dice en la jerga del sector. Es decir, el desafío es disminuir la demanda y el consumo de la energía, haciendo extremadamente eficiente su uso y, sobre todo, cambiando radicalmente el curso del así llamado ‘desarrollo’. La orientación debe ser el decrecimiento, dejar de lado las economías sobrecalentadas a punta de echarle recursos naturales, sangre, sudor y lágrimas a las calderas del crecimiento económico acelerado. Los deseos de tantos seres humanos juntos, en gran medida inducidos por un aparato mediático infernal, imbuido del paradigma corporativo, han creado un mundo desgarrado, que se está cayendo a jirones. Sacudamos la cabeza, saquémonos el chip made in China… y deseemos ése otro mundo orgánico, orientado hacia el desarrollo cualitativo, y que está ahí, cerquita, esperando que lo hagamos realidad.

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