Un replanteamiento de posiciones, de acciones y estrategias.

A quienes pensamos, vivimos y luchamos por alcanzar mayores cuotas de libertad, igualdad y solidaridad para todos los seres humanos, la actual crisis global que atraviesa la humanidad en el planeta Tierra, nos obliga y nos exige con premura un replanteamiento de posiciones, de acciones y estrategias.
Intentar dar respuestas transformadoras y emancipatorias al actual contexto de crisis desde un sindicalismo que se reclama libertario y revolucionario, pasa necesariamente por tener clara conciencia de las crisis que atenazan el futura de la humanidad. Pero esto significa también asumir como cierta la propia crisis del sindicalismo combativo, tal como se ha entendido y desarrollado hasta ahora.
Contentarse con que la crisis es sistémica, no nos da resortes ni palancas para avanzar, más bien nos coloca en la parálisis de la mera resistencia en lo laboral, y de un apoyo simbólico en lo social. Apenas nos permite ser protagonistas ni actores de casi nada, pues por mucho que queramos comprender la complejidad de las crisis apelando a lo sistémico de sus interrelaciones, no terminamos por redefinir ‘radicalmente’ la relevancia de nuestras posibles acciones y discursos en su carácter propositivo.
Frente a la multiplicidad de las crisis, y contra la crisis multidimensional, cuya dominante es cada vez más claramente socio-ambiental, apelamos a las resistencias, a una táctica meramente defensiva, sin aportaciones al quehacer cotidiano de las luchas y sin proyectar valores añadidos a la generación y al desarrollo de los conflictos.
Asumamos sin complejos lo complejo, pensemos sobre las múltiples contradicciones y tensiones en las que se encuentra la vida en el planeta, digamos que no sabemos lo que nos deparará el futuro ni a las generaciones actuales y mucho menos a las venideras, y ante todo no simplifiquemos la realidad hasta el punto de que, satisfechas nuestras ingenuas mentes, optemos por la deriva simbólica y testimonial o, peor aún, confiemos las soluciones a los profesionales de la manipulación, a las comunidades de la tecnociencia o a los expertos de la dominación.
Lo que parece indudable es que la humanidad contemporánea (y el planeta que habita) está asentada –más allá de la actual crisis financiera- en una cierta crisis social y ambiental. Social por cuanto las relaciones de poder y la desigual distribución de la riqueza y del trabajo (asalariado no remunerado y de cuidados) conforman un escenario de opresión, explotación e injusticia crecientes, con un capitalismo depredador y desbocado y unas institucionales estatales y multiestatales legitimadoras del orden social, cuando no detentadoras de la violencia ‘legítima’ para mantenerlo. Y ambiental por cuanto los flujos de materia y energía necesarios para alimentar el crecimiento económico del capital y contribuir al sostenimiento del poder estatal, se ven sometidos a límites de disipación, entropía y agotamiento aceleradamente insostenibles para biosfera de la Tierra y su equilibrio ecológico.
El sindicalismo de emancipación, que postula un horizonte de transformación social basado en la autonomía y la autogestión de los medios de producción, de fuerte impronta anarquista y con relevantes experiencias históricas, sigue adscrito a una filosofía revolucionaria casi exclusivamente preocupada por cómo construir el poder obrero y popular desde la acción y la democracia directa, pero sin cuestionarse en realidad el qué, el cómo y el para qué se producen bienes y servicios.
El énfasis en que los medios determinen los fines, frente a la visión instrumental capitalista y política de que los primeros se supediten a los segundos, ha dado lugar en cierto modo a asumir como ‘bueno’ lo generado en la economía productiva capitalista, infravalorando una ética –emancipatoria- de los fines, tan fundamental y complementaria a la ética libertaria de los medios.
Este sindicalismo libertario y autónomo, no obstante, es probablemente el único proyecto colectivo organizado capaz de replantearse abiertamente tanto su razón de ser, como sus premisas y sus estrategias de acción, en función de las nuevas realidades críticas globales.
Este replanteamiento del sindicalismo transformador presupone un cambio de perspectiva desde la que pensar la realidad y actuar frente a la misma. Ante todo exige un reaprendizaje de las claves críticas a partir de las cuales articular las respuestas y comprender los conflictos.
No basta ni es suficiente seguir ciñéndose de modo exclusivo al estrecho espacio del empleo. Es necesario ahora más que nunca saltar los muros de las fábricas, oficinas y talleres, pero en ambos sentidos, de fuera a dentro y de dentro a fuera. Y reubicar el empleo y el trabajo asalariado en su contexto social, territorial y cultural y no meramente productivo.
Las trabajadoras y los trabajadores conscientes y militantes tienen mucho que decir a cerca no sólo de sus condiciones laborales, si no también y fundamentalmente sobre sus condiciones sociales, de derechos, de servicios y transportes públicos. Y deben poder hablar, debatir y denunciar en torno a los impactos ambientales, el gasto energético, la higiene y la seguridad, y la huella ecológica de la empresa en la que trabaja. Y en última instancia cuestionar abiertamente el tipo de producto, bien o servicio al que contribuyen con su trabajo, el modo cómo este proceso se lleva a cabo, y la posibilidad de plantear alternativas de reconversión sostenibles y menos lesivas con el medio y con ellos/as mismos/as.
Esta nueva conciencia ecosocial y sus valores asociados es una apuesta por la sostenibilidad de la vida, la visibilización y revalorización de los cuidados desempeñados histórica y mayoritariamente por las mujeres, y la satisfacción plena de las necesidades humanas materiales, relacionales y culturales.
Un esfuerzo añadido del nuevo sindicalismo ecosocial será el de insertar en su seno organizativo los sectores no asalariados, o temporalmente no remunerados, ubicados a veces en la economía informal y a veces en la exclusión, abarcando las múltiplees realidades de las barriadas marginales de las periferias urbanas. Esto exige relocalizar a los sindicatos en su contexto territorial específico, siendo protagonistas críticos y activos frente a las políticas municipales, y territoriales relativas a seravicios sociales, urbanismo, tráfico, promoviendo un movimiento vecinal o territorial de cariz así mismo ecosocial.
El sindicalismo también ha de hacerse eco de cuantas iniciativas igualitarias y autogestionarias surjan en el ámbito de las redes de economía social y solidaria, agroecológicas, de consumo local sin intermediarios, de comercio justo, de centros sociales autogestionados, etc. Las redes sociales de apoyo mutuo de afectados/as por desahucios, desocupados/as, inmigrantes, etc. Han de ser vistos como oportunidades de implementar procesos de solidaridad efectiva y de autoorganización.
Los valores del sindicalismo ecosocial pueden resumirse en tres ejes de acción.
1. La austeridad como modo de vida
2. La sostenibilidad como camino
3. El decrecimiento como meta

Sin olvidar en ningún caso lo que realmente define un movimiento de transformación social: el trastocamiento de las relaciones de poder, del autoritarismo dominante, de las jerarquías reproducidas en el ordenamiento social. La extensión de la igualdad para todas y todos y la expansión de la libertad para la autorrealización humano.

Fuente: Resumen del artículo 'Hacia un sindicalismo ecosocial (y libertario) de Antonio Carretero publicado por la Libre Pensamiento nº 61 - Imagenes: ‪Scribd‬ - ‪Reflexiones desde Anarres‬

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