Coronavirus o la posiblidad de imaginar lo nunca imaginado

La resignación es el peor de todos los virus. Es importante, crucial, no aceptar el relato del “shock” y construir nuevas narrativas alternativas a las del el poder establecido. A veces nos parece que determinados acontecimientos son completamente nuevos y que todo es impredecible. Parece que no podíamos imaginarnos que fuéramos a pasar días y días en un encierro en nuestras casas debido a un virus cuyos primeros contagios se produjeron a miles y miles de kilómetros. Vivimos atrapados y atrapadas en nuestras propias vida, enredadas en nuestra rutina y, ciertamente, la mayoría bastante tiene con sacar adelante su vida precaria, mal remunerada y peor reconocida.

Joseba Permach

Pero todo ello no quita para que reconozcamos que lo que está ocurriendo era predecible. Estábamos avisados. El sociólogo alemán Ulrich Beck autor de La sociedad del riesgo escribió hace ya 28 años lo siguiente: “en la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va a acompañada sistemáticamente por la producción de riesgos”.
No voy a entrar a valorar en cómo y por qué se generó el covid19, si hay razones para pensar en teorías conspirativas y qué intereses geoestratégicos puede haber detrás de todo ello. No tengo datos y creo que el tiempo irá poniendo las cosas en su sitio. En todo caso, lo cierto es que un virus que hace pocos meses se inicia en la región China de Wuhan se ha extendido ya por todo el mundo y que ello ha generado, entre otras cosas, que millones de personas en todo el mundo permanezcan confinadas en sus casas (aquellos que disponen de una..)
Esta extensión a nivel mundial de los riesgos también fue prevista por el sociólogo alemán cuando afirmaba que los riesgos de la modernización tienen una “tendencia inmanente a la globalización”. Vivimos en una sociedad donde los efectos de la contaminación y calentamiento global se extienden a nivel mundial mediante un aire que no reconoce fronteras. Pero, además, vivimos en un mundo que ha acortado las distancias (y los tiempos) y que, por tanto, acelera también los procesos de irradiación de los virus y de los riesgos.
Todo parece surrealista, todo parece increíble, jamás lo hubiéramos imaginado y ahora vemos como nuestras calles se apagan, el silencio se abre camino, todos y todas nos tenemos que recluir y no sabemos nada de nuestro inmediato futuro. No sabemos cuántas personas serán infectadas, cuántas personas morirán y cuándo vamos a volver a una situación que se le parezca a la de antes de ayer…
Todo parece que ha cambiado, pero no del todo. Aunque Ulrich Beck decía que la sociedad de riesgo había venido a sustituir a la sociedad de clases él mismo nos recordaba que “la historia del reparto de los riesgos muestra que estos siguen, al igual que las riquezas, el esquema de clases, pero al revés: las riquezas se acumulan arriba, los riesgos abajo”.
Han hecho falta sólo unos pocos días para comprobar que las consecuencias del coronavirus no nos van afectar a todas las personas por igual. No es lo mismo viajar en coche privado que en un transporte público ahora reducido y lleno de aglomeraciones, no es lo mismo confinarte en una casa de 60 metros cuadrados que en una villa, no es lo mismo tener que ir a trabajar por miedo a ser despido que poder llevar tu empresa o tus negocios desde casa.
Obviamente, tampoco es lo mismo que tengas que estar reponiendo o trabajando en la caja de un supermercado o poder trabajar desde casa con el ordenador, por cierto, como voy a poder hacer yo. Como hemos visto, tampoco es lo mismo que tengas un negocio de comestibles (te dejan abrir) o un puesto de verduras en un mercado al aire libre (los han prohibido). No es lo mismo vivir de rentas que trabajar de cuidadora en una residencia de ancianos. Y tampoco es lo mismo trabajar en una cadena de montaje o de costura de ropa que ser el dueño de la misma.
No tenemos los mismos privilegios ni las misma posibilidades para hacer frente a la situación de riesgo y es evidente que si bien el virus no reconoce a las clases, todas las clases no tienen los mismo recursos para hacerle frente. O dicho de nuevo en palabras de Beck, “los riesgos parecen fortalecer y no suprimir a la sociedad de clases” (Beck, 2002:41). Y en esa sociedad de clases, y dentro de la clase trabajadora las mujeres, las personas mayores, jóvenes y migrantes son por mucho los sectores que peor lo van a pasar en esta crisis sanitaria que pronto será también económica, laboral o de los cuidados.
El pasado sábado, en comparecencia extraordinaria, Sanchez Castejón aplicaba un 155 sanitario y se hacía cargo de todas las policías y de los recursos sanitarios de todas las comunidades autónomas. Una medida, por cierto, aplaudida hasta por Vox. Sin embargo, la supuesta “valentía” demostrada para hacer efectiva una medida que jamás en la historia del Estado se había tomado, no ha tenido su reflejo en aspectos más importantes para la vida y la salud de las personas.
Si, la policía (¡y el ejército!) ya pasea bajo nuestras ventanas y balcones instándonos por megafonía a no salir a la calle, pero cuidado de aquel o aquella que se le ocurra priorizar su salud y la de su familia o compañeras de convivencia, a los intereses de la empresa en la que trabaja. No sólo eso. A partir de esta semana miles de personas serán despedidas o se les aplicará un ERTE por trabajar en negocios y establecimientos que van a permanecer cerrados o que van a padecer un fuerte disminución en su demanda. Los empresarios, una vez más, no están dispuestos a hacerse cargo de ningún tipo de consecuencia económica de esta crisis. Desde hace tiempo, ellos son muy conscientes de que el sistema capitalista es aquel que privatiza las ganancias en tiempos de oro y que permite hacer públicas las perdidas en tiempos de crisis, sea esta financiera o sanitaria como la actual.
Por si todo lo anterior fuera poco, ya se vislumbra qué tipo de empresas van a poder, incluso, sacar tajada de esta situación: Amazon, grandes cadenas de alimentación, empresas de comida a domicilio que utilizan a riders que se tendrán que someter a peores situaciones laborales y de riesgo, farmacéuticas, etc.). No hay escrúpulos en el mundo del business.
En la pasada crisis financiera el estado con el apoyo del PP y del PSOE regaló 60.000 millones de euros a la banca en forma de “rescate”. Sin embargo, ahora parece que a esos mismos no se les pasa por la cabeza la posibilidad de paralizar, por ejemplo durante una semana, la economía que no sea absolutamente necesaria para “rescatar” la salud y la vida de las personas. Tampoco, por supuesto, se les ocurre utilizar una cantidad similar para sufragar mediante licencias retribuidas, o bajas médicas reconocidas explícitamente al respecto, a todas las personas que tengan a alguien a su cargo y que tengan que cuidarlas debido al cierre de centros escolares o centros de días.
En una reunión realizada esta misma semana la consejera de la comunidad autónoma vasca Arantxa Tapia dijo explícitamente que iban a abrir una vía de ayudas a las empresas vascas por el efecto del coronavirus, pero nadie de su ejecutivo ha propuesto el incremento de ayudas sociales, la creación de nuevas ayudas dirigidas a los sectores más desfavorecidas por la crisis social que se nos avecina o la condonación de la facturación energética o del agua. Nada de eso entra en sus cabezas formateadas por una ciencia económica que sólo habla de empresas y que se ha olvidado de las personas. El capital o la vida, y ellos están del lado del capital, sin contemplaciones, sin disimulo.
El neoliberalismo que se nos ha impuesto estas últimas décadas, no sólo ha generado recortes sociales que nos obligan ahora a confinarnos en casa para no colapsar unos centros y recursos sanitarios restringidos y mermados a golpe de decretos de austeridad. El neoliberalismo imperante no sólo lleva décadas privatizando empresas públicas con beneficios y publificando negocios privados con pérdidas, sino que además, todo ello, se hace mediante el discurso del TINA (There is no alternative).
Como decía Bourdieu el discurso neoliberal no es un discurso más, sino que es un discurso fuerte y su función principal es la de “orientar las preferencias económicas de aquellos que dominan las relaciones económicas” (Bourdieu, 1998). Ese discurso económico es el que subraya la importancia de las empresas en la creación de la riqueza a partir de los sectores productivos y ese es el discurso, en este caso el no discurso, que hace invisible los cuidados y las labores reproductivas. Y a partir de ahí, los estados, con nuestro dinero, ayudan a las empresas y permanecen ciegas ante las desigualdades sociales que el sistema provoca.
Sin embargo, ahora, en plena crisis sanitaria, la realidad de los cuidados y la importancia de los aspectos reproductivos han salido a la luz como nunca. Nos obligan a quedarnos en casa para garantizar nuestra salud (aspecto reproductivo de la vida) y/ cuidar de criaturas y mayores, a la vez que nos obligan a ir a trabajar para seguir incrementando sus beneficios.
Hablando de la crisis que vivimos estos últimos años la economista feminista Amaya Pérez Orozco nos recordaba que “la situación a la que se enfrentan los hogares se caracteriza por una creciente dependencia del mercado para acceder a los recursos que el Estado deja de garantizar al mismo tiempo que el acceso a los ingresos es cada vez más incierto para la mayoría” (Pérez Orozco, 2014:140).
Esta frase que sirve para entender lo que ha ocurrido estos últimos años, toma toda su fuerza y se multiplica por mil para comprender lo que ocurre en estos momentos en decenas de miles de hogares. Los mismos Estados que no tuvieron problemas en ayudar a los bancos, a las empresas automovilísticas o a las energéticas en tiempos de crisis, ni se plantean ayudar a unas unidades familiares o convivenciales en un momento donde al riesgo de la infección del virus le puede seguir una pandemia de despidos, ERTEs y procesos de precarización que todavía den una vuelta de tuerca más a las condiciones de vida y trabajo de las clases populares.
Y es que efectivamente, como ya nos ha hecho ver Naomi Klein y su bien estudiada y desarrollada “doctrina del shock”, presumiblemente esta crisis sanitaria también va a ser utilizada para meternos el miedo hasta los tuétanos y, con ello, permitir la adopción de medidas económicas, laborales y sociales todavía más draconianas.
Si no vas a trabajar te despiden y si vas a trabajar te bajarán el sueldo, porque la economía está muy mal y ésta crisis, también, la tienes que pagar tú. No sólo tienes más posibilidad de ser contaminado por el coronavirus, sino que, además, el virus neoliberal de recortes sociales y laborales también ta va afectar a ti y sólo a ti. Mientras las grandes corporaciones seguirán haciendo público los beneficios de su último ejercicio como acaba de hacer Iberdrola con sus 3.000 millones de euros de beneficio neto.
Bien, esta es la realidad y los riesgos a los que nos enfrentamos. Como dice Marina Garcés “la condición póstuma se cierne hoy sobre nosotros como la imposición de un nuevo relato, único y lineal: el de la destrucción irreversible de nuestras condiciones de vida” (Garcés). Pero la resignación es el peor de todos los virus. Es importante, crucial, no aceptar ese relato y construir nuevas narrativas alternativas a las del establishment y el poder establecido. En palabras también de la filosofa catalana, “hemos de declararnos insumisos a la ideología póstuma” (Garcés). Una cosa es aceptar la gravedad de la situación y poner en el centro el cuidado de las personas, y otra muy diferente es tragarnos un discurso autoritario y lleno de miedo que no pretende otra cosa que limitar el ámbito de lo posible.
Afortunadamente, esta crisis también ha puesto encima de la mesa el sinsentido de un sistema capitalista y patriarcal que entra en crisis y cae en picado por un virus invisible, aunque con gran capacidad de contagio. ¿No se parece esa invisibilidad al modo en que pretenden también inyectarnos el miedo en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida? ¿Y si fuéramos capaces de contagiarnos en otra dirección? ¿Y si fuéramos capaces de demostrar que este sistema no funciona y que cuando no funciona los estados nación actuales acuden a socorrerlo a costa de nuestro sudor, sangre y lágrimas? ¿Y si nos atreviéramos a ensanchar el marco de lo posible que la economía de hoy nos dice que es imposible? ¿Y si nos contáramos unas a otros que es posible construir otra sociedad, otra comunidad y que en plena crisis hemos sabido tejer lazos de solidaridad y cuidados que pueden servirnos de referencia? ¿Y si en vez de un estado que centraliza de arriba a abajo a favor de los de siempre dijéramos que queremos construir repúblicas socialistas y feministas de abajo arriba? ¿Y si nos creemos que los ayuntamientos en colaboración y gobierno comunitario con organizaciones sociales, sindicales o cooperativas pueden empezar desde hoy a dar pie a nuevas realidades sociales y económicas? ¿Y si nos convenciéramos y animáramos a boicotear a cualquier empresa que utilice esta crisis para enviar a trabajadores al paro o para precarizar más las condiciones de trabajo? ¿Y si saliéramos a la calle no a dar las gracias a las trabajadores de la salud pública, que también, sino a reivindicar una mayor inversión pública en salud y gasto social para revertir los recortes de esta última década? Es mucho lo que podemos hacer, pero para ello primero tenemos que empezar por imaginarlo, por creerlo, hacerlo real en nuestras mentes y empezar a socializarlo.
¿No nos damos cuenta que un sistema que no funciona como es el sistema capitalista y patriarcal se mantiene única y exclusivamente porque el discurso de que no hay alternativa ha taladrado nuestras mentes hasta pensar que es posible rescatar a los bancos pero no a las personas? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de la debilidad de un sistema que se basa en la mentira de una mano invisible que no ha funcionado nunca? ¿Cuándo comprenderemos el poder que ostentamos las personas para contaminarnos unas a otras de una utopía que vaya cerrando el escenario de caos actual y abrir paso a uno nuevo ciclo de igualdad y justicia social? ¿Por qué no aprovechamos esta desgracia para certificar la muerte de la necropolítica neoliberal y abrir paso a una política basada en la innovación social que teja redes entre lo comunitario y lo público a partir del reconocimiento de las diferentes soberanías (alimentaria, energética, cultural, económica, de los pueblos, de nuestros cuerpos, etc.) y que apueste por sociedades libres en donde personas libres puedan vivir vidas que merezcan ser vividas?
Que todo ello es difícil es indudable, pero no imposible. Nos han dicho que nos limpiemos las manos más de una vez al día, está bien y os animo a hacerlo. Pero podemos también aprovechar la ocasión para lavarnos nosotros y nosotras mismos la cabeza y quitarnos esa mancha neoliberal incrustada desde hace años y que nos dice lo que es posible y no es posible en la economía.
La economía es una ciencia social. Punto. Los margenes de lo posible y lo imposible lo dictan única y exclusivamente la voluntad de las personas, las comunidades y, claro está, los recursos naturales que tenemos que preservar. El resto no son más que excusas y virus al servicio e interés de los de siempre. Imaginémonos lo inimaginable para hacer posible lo que hoy se nos presenta como imposible. Como bien decía Mandela, todo es imposible hasta que se hace.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/tribuna/coronavirus-o-la-posiblidad-de-imaginar-lo-nunca-imaginado  - Imagen de portada: Byron Maher
Economista y sociólogo. Es miembro de Iratzar Fundazioa
Bibliografía
Beck (2002): La Sociedad del Riesgo. Paidós.
Bourdieu (1998): “La esencia del neoliberalismo”
Perez Orozco (2014): “Subversión feminista de la economía”. Traficantes de Sueños
Garcés (2017): “Nueva ilustración radical”. Anagrama

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