La destrucción de los ecosistemas, el primer paso hacia las pandemias

Más allá de conjeturas, esta pandemia global pone sobre la mesa una evidencia relativa a la repentina aparición de virus desconocidos en las sociedades: el ser humano y sus acciones sobre el medio ambiente favorecen que este tipo de organismos, ocultos en la naturaleza, entren en contacto con las sociedades. «Simplificamos los ecosistemas, reducimos el número de especies y perdemos biodiversidad. Esto hace que desaparezcan especies intermedias que actúan como barrera, favoreciendo que estemos en contacto con otras especies con las que nunca teníamos contacto y, por lo tanto, más expuestos», explica a Público Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas.

Por Alejandro Tena

La reducción de la Tierra a un producto es, sin lugar a dudas, un condicionante a tener en cuenta a la hora entender la razón por la que este tipo de enfermedades –unas más virulentas que otras– se propagan por el mundo con cada vez mayor periodicidad. «Existe una vinculación probada científicamente entre la destrucción de entornos naturales y la aparición de nuevas enfermedades», expone Juantxo López de Uralde, diputado ecologista y presidente de la Comisión de Transición Ecológica del Congreso. «Con la destrucción de bosques tropicales para, por ejemplo, plantación de monocultivos, las especies desaparecen y otras buscan refugio en zonas más cercanas al ser humano, que interactúa con el animal a través de comercio de especies, o directamente se lo come, y termina contagiándose», resume el experto.
El problema de eliminar bosques para llenar bolsillos va más allá de la moralidad ecologista y abre la puerta a que se aumenten los riesgos de propagación de enfermedades. Según explicaba esta semana en la BBC Peter Daszak, ecólogo e investigador clave en el descubrimiento de los murciélagos como origen del SARS, se estima que en las zonas más recónditas del planeta se esconden en torno a 1,7 millones de virus sin descubrir, lo que revela hasta qué punto revertir espacios naturales al antojo de la economía –sea deforestación o sea tráfico de especies exóticas– puede aumentar los riesgos de una pandemia como la actual.
«Uno de los mensajes más importante durante esta crisis es que la biodiversidad nos protege. Es algo que debe de quedar claro. Estamos gastándonos una ingente cantidad de dinero en contener un fracaso, que es lo que es el coronavirus, porque el éxito no es vencer la pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario recuperar los ecosistemas y mantenerlos intactos», advierte Valladares, que pone el foco en el valor de la naturaleza como «barrera» ante este tipo de fenómenos.
En el caso del coronavirus, las tesis principales hablan del murciélago como uno de los animales que habría podido propagar el virus. Lo que no está claro es cómo y si hubo animales intermedios –aquí podría entrar en juego el pangolín– que hubieran estado infectados por el mamífero volador y pudieran haber propagado el virus. En cualquier caso, las similitudes con la propagación de otras pandemias como la del Sars o el Ébola son evidentes: seres humanos que entran en contacto con animales con los que en el pasado no guardaban relación alguna.
Un único árbol resiste en pie después de un proceso de deforestación. Reuters/Bruno Kelly

Esta irrupción del ser humano en la naturaleza se convierte, según un informe reciente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en un «boomerang» que se vuelve contra la salud global. Así, la expansión del COVI-19 se se debe, según las primeras publicaciones, a un proceso de zoonosis que, lejos de tener su origen en los mercados de especies exóticas, comienza en las actividades de deforestación y construcción de infraestructuras en territorios boscosos. Este es el primer paso para que animales prácticamente desconocidos se acerquen al ser humano.
Los murciélagos estaban detrás del SARS, el mono pudo ser el paciente cero del VIH, las gallinas, a su vez, extendieron la gripe aviar y, ahora, se señala al pangolín y al murciélago como posibles transmisores del COVID-19. «Tendemos a buscar un origen y siempre recurrimos al animal, cuando el culpable real es el ser humano, que de manera directa o indirecta ha sacado a las especies de sus ecosistemas«, argumenta López de Uralde.
«Hasta ahora hemos conservado los ecosistemas por pura ética, sin saber que estos ecosistemas nos protegen», agrega Valladares, haciendo énfasis en que esta crisis puede servir para entender el valor de protección que tiene la naturaleza. Así, el experto incide en que la «victoria» sobre el coronavirus pasa por la «complejización» de los ecosistemas y para ello, según explica, es necesario «cambiar las estructuras sociales y económicas» que favorecen la depravación de la naturaleza. «Es la única forma de conseguir que dentro de un tiempo no llegue otro virus desconocido a las civilizaciones», zanja.

Fuente: https://www.publico.es/sociedad/coronavirus-destruccion-ecosistemas-primer-paso-pandemia.html
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Los biocombustibles de palma y soja agravarán la deforestación mundial y la pérdida de biodiversidad
    •    Las normativas que regulan las políticas sobre biocombustibles aumentarán la demanda de aceite de palma y de soja en la próxima década, provocando la pérdida de cada vez más hectáreas de bosques tropicales.
    •    Ecologistas en Acción publica la versión en castellano de «Biocombustibles: más leña al fuego», un informe de Rainforest Foundation Norway que detalla, a través de tres escenarios posibles, los impactos ambientales y sociales que podrían provocar el uso de aceite de palma y soja para la fabricación de biocombustibles.
    •    El informe alerta que, sin un cambio en las políticas de biocombustibles, se deforestarán 7 millones de hectáreas más en el mundo, de los cuales 3,6 millones serán turberas tropicales.
    •    El aceite de palma es la materia prima fundamental para la industria española del biodiésel.


La industria mundial de los biocombustibles es un sector clave en el agravamiento de la crisis climática y de biodiversidad. Los biocombustibles se han promovido como una de las medidas para reducir las emisiones de la quema de combustibles fósiles, pero la realidad es mucho más compleja. En el periodo 2015-2018 la producción de biocombustibles experimentó un aumento equivalente al 90 % del de la producción de aceites vegetales en el mundo durante el mismo periodo. 
El informe destaca que un escenario que aumente la producción del aceite de palma para 2030 en 61 millones de toneladas(lo que equivale al 90 % de la producción actual) y soja en 41 millones de toneladas (casi el 75 % de la producción actual), supondría la emisión de 11.500 millones de toneladas de gases de efecto invernadero en los próximos 20 años. Más que las emisiones anuales de China por la quema de combustibles fósiles.
Se estima que esto supondría 7 millones de hectáreas deforestadas, incluyendo hasta 3,6 millones de hectáreas de turberas tropicales. El drenaje de turberas tropicales supone la liberación de enormes cantidades de CO2 que estaba retenido en estas formaciones. Una mayor utilización de aceites vegetales con fines energéticos tiene varias implicaciones ambientales, sociales y económicas. La deforestación no genera únicamente emisiones por el cambio de uso de la tierra, sino que agudiza la pérdida de biodiversidad y el peligro de incendios forestales. La expansión de la agricultura en los bosques tropicales también aumenta el riesgo de acaparamiento de tierras con violencia contra los pueblos indígenas y otras comunidades que dependen de los bosques.
Asimismo, el informe señala a Brasil, Indonesia y a la industria de la aviación como los principales motores que promoverían el aumento de la demanda de aceite de palma y soja para biocombustibles. Por su parte, la Unión Europea y Estados Unidos han introducido medidas para evitar los biocombustibles fabricados con aceite de palma debido al alto riesgo de deforestación, pero  no existe una normativa para evitar el uso de otras materias primas que también tienen una alta tasa de deforestación, como es el caso de la soja.
El aceite de palma es la materia prima fundamental para la industria española del biodiésel, que tiene una dependencia mucho mayor de aceites vegetales importados que la mayoría del resto de países de la UE. En España aceite de palma y el aceite de soja constituyeron el 90 % de la materia prima empleada para fabricar biodiésel en 2018, con un 55 % de aceite de palma y el 35 % restante de aceite de soja (CNMC, 2019). Esto representó un significativo aumento interanual del uso del aceite de soja. El anteproyecto de Ley sobre cambio climático y transición energética y el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) prevén un aumento de la participación de los biocombustibles avanzados y una disminución de los biocombustibles de base alimenticia. Pero uno de los vacíos es que no se detalla por tipo de materia prima su cuota de reducción y eliminación.
El informe, que forma parte de la campaña de Ecologistas en Acción ‘Si es palma no es bio’, resalta entre sus conclusiones que la Comisión Europea, en su revisión de 2021 del acto delegado sobre biocombustibles, debe disminuir el nivel a partir del cual se establece el umbral de “expansión significativa hacia tierras con reservas elevadas de carbono”, pues ya hay suficientes evidencias que demuestran que la expansión de cultivos como la soja provoca deforestación y produce altas emisiones de CO2 por la conversión de pastizales. La sustitución de la palma por la soja no soluciona el problema. Se necesitan con urgencia políticas alternativas más sostenibles y viables para obtener reducciones reales de las emisiones de gases de efecto invernadero en el sector del transporte.

Fuente: https://www.ecologistasenaccion.org/138863/los-biocombustibles-de-palma-y-soja-agravaran-la-deforestacion-mundial-y-la-perdida-de-biodiversidad/

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