Llamemos a los pequeños reactores nucleares por lo que son (I)

La fiebre canadiense por los pequeños reactores nucleares ha conducido a verdaderas profesiones de fe en la clase política, dispuesta a calificar como éxitos a proyectos que solo existen sobre el papel. A sus tremendos inconvenientes, que incluyen costes y riesgos, se añade la propia experiencia del país con los pequeños reactores nucleares, un fracaso sin paliativos. No se disminuye el peligro, ni el coste.

Por: MICHEL DUGUAY GORDON EDWARDS PIERRE JASMIN
Movimiento de Quebec por la Paz. Coalición Canadiense por la Responsabilidad Nuclear. Universidad Laval


El viernes 13 de septiembre de 2019, la portada del St John Telegraph recogía lo que para los lectores más ilusos se trataba de una nueva noticia para Nuevo Brunswick, en Canadá: la promesa de que la provincia se convertiría en un próspero centro de producción de energía nuclear.
Tras muchos meses de reuniones entre bastidores en Nuevo Brunswick con ejecutivos, políticos, representantes del Gobierno federal, alcaldes, representantes nativos, dos empresas nucleares presentaron una oferta impresionante, con miles, incluso decenas de miles de trabajos creados en la zona. Todo gracias a la producción y venta de componentes para unos modelos de reactores aún no sometidos a prueba. Se trata de los pequeños reactores nucleares (SMNR por sus siglas en inglés), de los que se espera poder instalar por todo el globo centenares o incluso miles.
El 1 de diciembre, los líderes de los gobiernos provinciales de Saskatchewan y Ontario se acoplaron a esta fantasía nuclear con una rueda de prensa de domingo en Ottawa. Allí anunciaron su deseo de promover y desarrollar sus propios modelos de pequeños reactores nucleares por su deseo (sic) de afrontar la crisis climática. Y para ello exigían al Gobierno federal que financiara la necesaria investigación para conseguirlo. Hay bastante aquí para sospechar que se aprovechan de la cuestión climática para vender esta idea sin pretender hacer nada para cambiarla: durante años se opusieron a gravar con impuestos las emisiones de CO2.
También existen otros motivos. El uranio de Saskatchewan necesita encontrar nuevos mercados ya que se encuentra en una severa crisis. Más de mil trabajadores han sido despedidos ante el declive global de la nuclear. Al mismo tiempo, Ontario ha cancelado toda financiación de más de 800 proyectos de energías renovables, a costa de sanciones económicas de 200 millones de dólares, mientras se destinan decenas de miles de millones para sus geriátricos reactores. Cuando podrían perfectamente comprar energía hidroeléctrica de Quebec a mitad de precio.
En una entrevista del 2 de diciembre para la emisora QUB, Gilles Provost, portavoz del Movimiento contra la radiación de Quebec (Ralliement contre la pollution radioactive) y experiodista de medioambiente para Le Devoir, criticó estas declaraciones por prematuras e irreflexivas. Después de todo, ninguno de estos prototipos conjeturales existe siquiera. Mientras tanto, estos políticos siguen insistiendo que ayudarían a combatir la emergencia climática sin reconocer que llevaría una década, o más, para empezar a ver resultados. Además, existe el precedente de otros tres pequeños reactores fallidos en Canadá.
Estos nuevos reactores son, hasta la fecha, seguros, ya que solo existen sobre el papel y los refrigera la tinta. Pero declararlos un éxito antes de construirlos es toda una profesión de fe, dados los tres previos fracasos con los pequeños reactores que han tenido. Se construyeron dos reactores MAPLE de 10 megavatios junto al río Chalk pero nunca operaron dados los problemas de seguridad, y el reactor “Mega-Slowpoke” ni siquiera consiguió la licencia para operar, precisamente por esta misma causa. Se intentó rescatar este modelo ofreciéndoselo gratis a dos universidades, Sherbrooke y Saskatchewan, y a varias comunidades. Ninguna lo quiso. Mejor, pues el único reactor Mega-Slowpoke que se construyó, el de Pinawa, en Manitoba, está siendo desmantelado sin haber producido un solo megavatio.
Todo este revuelo mediático alrededor de los reactores pequeños recuerda a las grandiosas expectativas por el 2000 por un Renacer Nuclear que predecía miles de reactores descomunales por todo el planeta. Esta iniciativa fue un singular fracaso. Solo salieron adelante unos pocos reactores, caracterizados por retrasos de hasta un lusto, o incluso más, y por salirse de presupuesto en la práctica totalidad de los casos. En consecuencia, varias de las principales compañías nucleares declararon la bancarrota o estuvieron bien cerca de ello, como Areva y Westinghouse, o incluso abandonaron toda relación con el sector nuclear, como Siemens.
Las especulaciones alrededor del prometido renacer también condujeron a una importante, y nada realista, subida del precio del uranio, estimulando una fiebre del uranio sin precedentes. Y, cuando estalló la burbuja, supuso un colapso catastrófico de los precios. Cameco tuvo que cerrar varias minas que siguen cerradas. Y el precio del uranio no se ha recuperado todavía.
Los reactores nucleares grandes se han relegado a un rol residual en el mundo energético por sus elevados precios. Solo Rusia, China e India han esquivado las tendencias del mercado dados los monopolios de sus empresas públicas. No por ello la contribución nuclear a la producción eléctrica mundial ha dejado de bajar del 17% de 1997 al 10% de 2018. En Norteamérica y la Europa occidental no se espera ningún gran proyecto novedoso y muchos de las viejas centrales están cerrando sin sucesión.

Continúa en la segunda parte.
Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International. Traducción de Raúl Sánchez Saura. Imagen de portada: Pequeño reactor nuclear Edwards Slider. Fuente: Beyond Nuclear International

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