Argentina: programa de conservación busca conservar a las ranas marsupiales para que no vuelvan a desaparecer
Oscar Bermeo Ocaña
Las ranas
marsupiales dejaron de ser vistas en las selvas de montaña del noroeste
argentino en la década del noventa y tuvieron que pasar más de 20 años
para que dos especies, que solo habitan en esta región, fueran
redescubiertas por científicos. A partir del hallazgo, se evidenció la
vulnerabilidad en que crecen las crías y se empezó a comprender las
causas de la prolongada desaparición.
El redescubrimiento también
detonó una iniciativa de conservación que involucra a biólogos,
veterinarios, guardaparques y vecinos. El Programa de Conservación Rana
Marsupial de La Banderita busca darle a estos anfibios un desarrollo
seguro en sus primeras semanas de vida.
De vuelta a la vida
En
2008, cuando el biólogo Mauricio Akmentins se propuso trabajar su
doctorado sobre las ranas marsupiales de Argentina, era poco lo que se
conocía de ellas. La literatura sobre estos pequeños anfibios escaseaba
ya que eran relativamente nuevas para la ciencia. Apenas en las décadas
de los sesenta y setenta habían sido inscritas las tres especies
endémicas de las selvas de Yungas (al noroeste del país): la rana
marsupial de La Banderita (Gastrotheca gracilis), la rana marsupial de
Calilegua (Gastrotheca christiani) y la rana marsupial del Baritú
(Gastrotheca chrysosticta).
Después de dos años sin poder detectar a
las tres especies en el campo, en 2010, Akmentins decidió ir a las
colecciones biológicas. “Ahí nos dimos cuenta que habían dejado de ser
ingresadas en los noventa. En esos años desaparecieron del registro”,
cuenta el investigador que forma parte del Instituto de Ecorregiones
Andinas, organismo que promueve estudios sobre la riqueza biológica de
estas zonas montañosas.
Otros especialistas que habían trabajado en
el área, como Marcos Vaira, ratificaron esa información. Nadie las había
vuelto a ver. Las ranas habían desaparecido y por eso las especies
pasaron a ser parte de un programa de conservación. “La primera urgencia
era redescubrirlas”, afirma Akmentins.
Más personas empezaron a
trabajar en su búsqueda y los barridos del área donde habitaban se
hicieron más frecuentes. La tarea no era sencilla debido a las
características de estas pequeñas especies. En el caso de la rana
marsupial de La Banderita, los adultos miden entre 3,5 y 6 centímetros, y
sus tonos grises, marrón y verde se camuflan fácilmente con el
ambiente. Además, sus hábitos dificultan su observación: pasan la mayor
parte del tiempo en grietas de rocas o en huecos de árboles. La búsqueda
activa dio sus primeros frutos en 2011, cuando la rana marsupial de La
Banderita fue localizada en la reserva provincial Los Sosa (provincia de
Tucumán). Habían pasado 20 años desde su último registro.
Empezando a conocer a la especie
Hubo
una ventaja para que la marsupial de La Banderita fuera la primera
redescubierta de la familia. Las ranas marsupiales llevan ese nombre
debido a que los huevos fecundados por los machos se depositan en un
saco localizado en la espalda de la hembra; en esta bolsa los huevos
eclosionan y los renacuajos inician su desarrollo, pero, en el caso de
La Banderita, las hembras transportan los huevos solo durante la fase
temprana. Luego depositan a los renacuajos en pequeños charcos.
“Estas
vertientes temporarias de agua se forman con las lluvias de verano”,
menciona Akmentins. En ellas, las ranas Banderita dejan a los renacuajos
para que tengan su vida libre como cualquier otra cría de anfibio,
alimentándose por su cuenta y completando su metamorfosis.
En
el monitoreo, los científicos encontraron varios sitios reproductivos,
mayormente formados al lado de caminos donde las larvas están expuestas a
múltiples amenazas. A la fecha se han identificado tres lugares con
poblaciones de esta especie. La que goza de mayor protección es la
asentada dentro del Parque Nacional Aconquija. En cambio, los renacuajos
ubicados en la Reserva Provincial Los Sosa y en la localidad tucumana
de La Banderita sufren debido a su cercanía con asentamientos humanos.
Akmentins
destaca como principales afectaciones para la rana a los incendios
forestales, la acumulación de residuos sólidos que los vecinos dejan
sobre los charcos, los animales domésticos —principalmente cerdos que
ingieren las larvas— y las obras viales. “Generalmente los sitios
reproductivos están al lado de caminos no asfaltados. Con las obras de
ensanchamiento y mantenimiento de los canales se produce una gran
pérdida de renacuajos”, asegura.
El cambio climático también se ha
manifestado en detrimento de las ranas. El año pasado las lluvias en la
zona fueron escasas y esto alteró la dinámica acostumbrada en la región.
El biólogo afirma que uno de los charcos de la Reserva Los Sosa, donde
monitorearon a las ranas durante una década, no se formó ese año, dando
paso a un pastizal.
A
la larga sequía le sucedieron tormentas intensas, que también afectaron
el desarrollo de las ranas. “Se producen deslizamientos y caen las
laderas de las montañas, barriendo con los sitios reproductivos. El
hecho de que haya cambios bruscos en el clima no les permite adaptarse”,
refiere Akmentins.
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Ante
este panorama, los especialistas han emprendido un proyecto de
conservación enfocado en proteger a la rana marsupial de La Banderita
durante su fase de renacuajo, el periodo de formación más vulnerable de
su vida.
Crianza segura
Ver a las ranas marsupiales de La
Banderita crecer tan pequeñas y frágiles —pero seguras— en las peceras
de la reserva Horco Molle, entusiasma a Elena Correa, veterinaria
responsable de esta área protegida, administrada por la Universidad
Nacional de Tucumán. A finales de 2018 inició el programa que les da a
estos anfibios un espacio seguro durante la fase de desarrollo. Los
renacuajos permanecen allí durante seis semanas, hasta completar su
metamorfosis. Una vez alcanzado el estado juvenil, son devueltas a los
mismos lugares de donde fueron tomadas. Durante ese mes y medio en la
Reserva, los huéspedes reciben cuidados, alimentación y exámenes. Para
Correa, acostumbrada a trabajar con mamíferos de mayores volúmenes que
estos anfibios, adaptarse a esta nueva especie fue un reto profesional.
“El
manejo fue un desafío para nuestra experiencia previa. Es un trabajo
muy delicado. Una vez que terminan de hacer la metamorfosis son muy
pequeñas. Su peso aproximado es de 0,9 gramos y miden alrededor de 1
centímetro”, cuenta la veterinaria.
Una de las tareas más importantes
fue acondicionar los espacios del laboratorio para generar atmósferas
similares a las del hábitat natural. Si bien el centro de Horco Molle se
encuentra tan solo a 20 kilómetros de la reserva de Los Sosa, donde son
tomados los renacuajos, había que recrear temperaturas y escenarios
precisos.
Correa refiere que la temperatura en los charcos suelen
estar a dos grados menos que en Horco Molle, por lo que la habitación
donde se acogen a las larvas se mantiene con aire acondicionado. Los
pequeños renacuajos son ubicados en recipientes plásticos y
peceras, dependiendo de su fase de crecimiento. Los veterinarios colocan
algunas plantas, oxigenan los recipientes y usan filtros para limpiar y
mover el agua, la cual se conserva a 20 grados centígrados. Otro factor
que estimula su desarrollo es la iluminación natural. “Cuando están
expuestas a la luz solar hacen la metamorfosis más rápido que si
permanecen todo el tiempo bajo una luz tenue artificial”, comenta la
especialista.
La dieta se fue perfeccionando con el tiempo. El
personal de la Reserva encontró el mejor resultado dándoles escamas de
peces. “Después de haber probado con varias dietas, con la que ganan más
peso y alcanzan una estructura sólida es con este tipo de alimento.
Posteriormente, al terminar la metamorfosis, les damos bichos pequeños”,
refiere Correa. En ese sentido, se destinó un espacio para la crianza
de cucarachas y otros insectos, como grillos y moscas de frutas, que
forman parte de la alimentación de los anfibios en la fase final de la
crianza.
A las cinco semanas, los renacuajos están listos para ser
devueltos a su hábitat. Sin embargo, antes de su liberación deben entrar
en una semana de cuarentena. En ese periodo se hacen baños diarios y se
aplica un medicamento antifúngico que trata las infecciones causadas
por el hongo quitridio (Batrachochytrium dendrobatidis). La
quitridiomicosis constituye una amenaza importante para la supervivencia
de las ranas marsupiales, pues ataca su piel y reduce sus defensas
inmunológicas. Este hongo está considerado por la Unión Internacional
para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como una de las 100
especies exóticas invasoras más dañinas del mundo.
De hecho, en el
trabajo realizado en la reserva Horco Molle se vio una
significativa reducción en la mortandad de ranas desde que incorporaron
el tratamiento contra el hongo. Correa recuerda que el primer año,
cuando aún no se realizaban los baños, cerca del 30 % de renacuajos
murieron antes de ser liberados. “Esa mortandad no la hemos vuelto a
tener. Actualmente es menor a 10 %”, precisa.
Entre noviembre y
marzo, el periodo de la etapa reproductiva de las ranas banderita,
Mauricio Akmentins y su equipo de biólogos visitan los charcos
identificados en la reserva Los Sosa para capturar las larvas y estas
son entregadas al equipo de veterinarios de la Reserva de Horco Molle
para su crianza. Conforme se fue adquiriendo experiencia e incrementaron
los recursos, aumentó el número de renacuajos que forman parte del
programa de conservación. Esta iniciativa cuenta con el apoyo
de Amphibian Ark, organización internacional dedicada a la protección de
anfibios amenazados. En lo que va del 2022 ya se liberaron más de 150
ranas juveniles. Los anfibios devueltos a la vida silvestre seguirán
desarrollándose un año más y, al siguiente, recién alcanzarán la madurez
reproductiva. “Con este proyecto ayudamos a las ranas a saltar las
amenazas. La idea es fortalecer las poblaciones hasta que se logren
controlar esos peligros”, menciona Akmentins.
El biólogo advierte
que, pese a las visitas periódicas a los charcos, es difícil estimar
datos poblacionales, ya que “por nuestros recorridos sabemos que los
grupos detectados siguen estando, pero es difícil tener números
exactos”. Argumenta que la contabilidad en el campo se torna difícil
debido a la escasa actividad de los individuos adultos fuera de sus
escondrijos. “En estos 11 años hemos visto apenas tres ejemplares
adultos”, afirma. Sin embargo, sugiere un método más efectivo: es más
fácil oírlas que verlas.
Tecnología aliada
El biólogo
Martín Boullhesen se sumó en 2017 al grupo de investigación de ranas
marsupiales como becario doctoral del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Llegó con una
herramienta innovadora: realizar el seguimiento a través de grabadores
automáticos de audio.
Estos dispositivos aumentan las probabilidades
de detección de anfibios tan elusivos como las ranas marsupiales, ya que
su funcionamiento es similar al de las cámaras trampa. “Al tener un
aparato automatizado que escucha en el campo todo el tiempo y graba en
determinados momentos, son mayores las opciones de detección”, refiere
el científico.
Los grabadores tienen un tamaño máximo de 10 cm de
ancho por 15 cm de alto. “Se camuflan con ramas y los dejamos sobre los
árboles para no interferir en el ambiente”, precisa Boullhesen. La
metodología del monitoreo acústico pasivo consiste en ubicarlos en
sitios reproductivos previamente marcados y en sus alrededores. Son
programados para grabar un minuto de audio cada 20 minutos durante las
24 horas del día.
El abundante volumen de datos se descarga y analiza
en softwares que permiten discernir y separar los diversos sonidos del
ambiente. “Cada especie tiene su canto característico. Revisamos el
material y buscamos si las ranas marsupiales están dentro de lo
registrado”, refiere el biólogo. Gracias a este monitoreo se pudo
identificar que durante el año tienen dos periodos de canto: entre mayo y
junio y entre septiembre y noviembre. Para Boullhesen estos son datos
importantes porque permiten comprender la relación de la especie con las
variaciones climáticas. “Al ser especies difíciles de encontrar hay
mucho vacío de información sobre su biología básica. Con esta
información las podemos estudiar”, afirma.
El monitoreo acústico
también se aplica para la búsqueda de las otras dos especies de la
familia de ranas marsupiales en Argentina. En 2018 fue clave para el
redescubrimiento de la Gastrotheca chrysosticta, la cual no había sido
vista desde 1993. Fue hallada por Akmentins, Boullhesen y Sofía Bardavid
en el Parque Nacional Baritú (Provincia de Salta).
Desde
hace tres años monitorean a las poblaciones de esta rana con los
grabadores acústicos y realizan visitas periódicas en etapas
reproductivas. A diferencia de La Banderita, con ellas no se trabaja un
proyecto de crianza, ya que su hábitat está protegido y no corre peligro
por la acción humana.
El próximo desafío es encontrar a
la Gastrotheca christiani, la única de las tres especies cuyas crías
completan su metamorfosis en el lomo de la madre. Sus últimos registros
datan de 1996 y fue incluida en la lista de los 10 anfibios más buscados
del mundo por la iniciativa The Search for Lost Species de la ONG
Global Wildlife Conservation.
Las tareas de búsqueda se realizan con
grabadores y con recorridos en la parte alta del Parque Nacional
Calilegua (provincia de Jujuy), donde históricamente fue vista. “Genera
mucho interés científico. No somos los únicos que la estamos buscando,
hay muchos investigadores de otros países que están en el área para
hallarla”, comenta Akmentins.
Fuente: Mongabay Latam https://laderasur.com/estapasando/argentina-programa-de-conservacion-busca-conservar-a-las-ranas-marsupiales-para-que-no-vuelvan-a-desaparecer/
*Imagen principal: Ranas marsupiales de La Banderita juveniles. Foto: Reserva Horco Molle.