Waldo a la conquista del planeta (2ª Parte) Rabia, política y algoritmos

Detrás del rechazo de las elites y de la nueva impaciencia de los pueblos está la forma en que las propias relaciones interpersonales están mutando. Somos criaturas sociales y nuestro bienestar depende, en buena medida, de la aprobación de quienes nos rodean. A diferencia de otros animales complejos, el ser humano nace indefenso y sin habilidades, y lo sigue siendo durante muchos años. Desde el principio, su supervivencia depende de las relaciones que logra establecer con los demás. El diabólico poder de atracción de las redes sociales se basa en este elemento esencial. Cada me gusta es una caricia materna hecha a nuestro ego.

Giuliano da Empoli

Toda la arquitectura de Facebook se basa en nuestra necesidad de reconocimiento, como ha admitido sin tapujos su primer inversor de capital riesgo, Sean Parker: Nosotros te facilitamos una pequeña dosis de dopamina cada vez que alguien te consagra un me gusta, comenta una foto o una entrada, o cualquier otra acción. Se trata de un bucle de validación social, exactamente el género de cosa que un hacker como yo podría explotar, porque se aprovecha de un punto débil en la psicología humana. Los inventores, los creadores, yo, Mark [Zuckerberg], Kevin Systrom de Instagram, eran muy conscientes de ello. Y lo hicimos de todos modos. Esto transforma literalmente las relaciones que las personas establecen, entre sí y con la sociedad en su conjunto. Y, probablemente, interfiere con la productividad de un modo u otro. Solo Dios sabe lo que todo esto está haciendo al cerebro de nuestros hijos.

Mucho antes de los Steve Bannon y los Casaleggio, hubo el trabajo de los aprendices de hechicero de Silicon Valley. La maquinaria hiperpotente de las redes sociales, enlazada a los manantiales más primarios de la psicología humana, no fue diseñada para apaciguarnos. Por el contrario, fue construida para mantenernos en un estado de incertidumbre y de vacío permanente. El cliente ideal de Sean Parker, de Zuckerberg y del resto es un individuo compulsivo, incitado por una fuerza irresistible a volver a la plataforma docenas o incluso centenares de veces al día, en busca de esas pequeñas dosis de dopamina con las que ha establecido una relación de dependencia. Un estudio realizado en eeuu ha demostrado que cada uno de nosotros ejerce, como promedio, 2.617 acciones diarias sobre la pantalla de nuestro teléfono inteligente. No es realmente el comportamiento de alguien cuerdo, sino más bien el de un yonqui en fase terminal que se inyecta toda la jornada a golpe de refrescos de pantalla y de me gusta.
Para comprender la rabia contemporánea, es necesario, por lo tanto, alejarse de la perspectiva puramente política y entrar en una lógica distinta. La rabia, dicen los psicólogos, es el «efecto narcisista por excelencia», que surge de un sentimiento de soledad e impotencia y que caracteriza la figura del adolescente, un individuo ansioso que busca en todo momento la aprobación de sus compañeros, siempre temeroso de la idea de su propia inadecuación.
El problema es que hoy, en las redes sociales, todos somos adolescentes enclaustrados en nuestras habitaciones, donde aumenta nuestra frustración debido a la creciente brecha entre la mediocridad de nuestras vidas y todas las posibilidades virtualmente a nuestro alcance.
Y, como un adolescente –dicen los psicólogos–, tenemos altas probabilidades de terminar en dos tipos de sitios web que alimentan aún más nuestra frustración: los sitios pornográficos y los sitios de teorías conspirativas, que ejercen un intenso poder de satisfacción porque ofrecen, al fin y al cabo, una explicación plausible a las dificultades en que nos encontramos. La culpa es de otros, nos dicen, que no hacen más que manipularnos para lograr sus perversos objetivos. Te revelamos la verdad, prosiguen estos, para que puedas aliarte con otros que, como tú, ¡al fin han abierto los ojos!
El teórico de la conspiración siempre ofrece un mensaje halagador. Entiende al indignado, conoce su ira y la justifica: no es culpa suya, es de los demás, pero todavía puede redimirse convirtiéndose en un actor de la batalla por la verdadera justicia. Se empieza por las cosas más insignificantes para llegar a las más grandes.
Las redes sociales no son, por naturaleza, propensas a la conspiración. Sean Parker y Mark Zuckerberg no están particularmente interesados en la cuestión de la devolución de cambio, ni –supongo– creen que las vacunas causen autismo o que George Soros planeara una invasión de migrantes musulmanes a Europa. No obstante, las conspiraciones funcionan en las redes sociales porque invitan a las emociones intensas, a la indignación, a la rabia. Y estas emociones generan clics y mantienen a los usuarios pegados a la pantalla. Un reciente estudio del Instituto Tecnológico de Massachussetts mostraba que una información falsa tiene, en promedio, 70% más de probabilidades de ser compartida en internet, porque es generalmente más peculiar que una verdadera. Según los investigadores, en las redes sociales, la verdad tarda seis veces más que las fake news en llegar a 1.500 personas. ¡Al fin nos llega la confirmación científica de la frase de Mark Twain de que «una mentira puede dar la vuelta a la Tierra mientras la verdad se está todavía calzando»!
Los nuevos empleados que entran en Facebook aprenden de inmediato que el parámetro crucial para la empresa se llama l6/7 –un índice que mide el porcentaje de usuarios intoxicados hasta tal punto por la plataforma que la utilizan seis días a la semana–. Para aumentar esta cifra, la información fehaciente y la efusividad entre antiguos compañeros de clase no son suficientes.
La mera contemplación de la realidad no ocupa tanto tiempo –escribe Jaron Lanier–. Para mantener a sus usuarios conectados, una red social debe más bien lograr que se enojen, que se sientan inseguros y asustadizos. La situación más favorable es esa en la que los usuarios entran en extrañas espirales de consenso desmedido o, por el contrario, de conflicto con otros usuarios. La situación perdura indefinidamente, y esa es la intención. Las empresas no planifican ni organizan ninguno de estos modelos de uso. En cambio, se alienta a terceros a que se ocupen del trabajo sucio.7
Las implicaciones de un modelo de negocio de este tipo, aplicado a un tercio de la humanidad –2.200 millones de personas– que utiliza Facebook al menos una vez al mes, aún deben analizarse en toda su extensión. Pero queda claro que uno de los efectos de la propagación de las redes sociales ha sido elevar estructuralmente el nivel de ira ya presente en nuestra sociedad. Todos los estudios muestran que las redes sociales tienden a exacerbar conflictos, al radicalizar los discursos hasta puntos que, en algunos casos, derivan en un verdadero factor de violencia.
En Birmania, las ong han denunciado durante años el papel desempeñado por las comunicaciones a través de Facebook en la persecución de la minoría musulmana rohinyá. En 2014, un budista fundamentalista provocó una serie de linchamientos al compartir en la plataforma la información falsa de una violación. Las autoridades se vieron obligadas a bloquear el acceso a Facebook para detener el estallido de violencia. Un estudio de miles de entradas ha perfilado los contornos de una verdadera campaña para deshumanizar a los rohinyás y promover el uso de la violencia contra ellos hasta llegar al genocidio.
Guillaume Chaslot, ex-empleado de YouTube, ha explicado con detalle cómo el algoritmo de la plataforma, responsable de 70% de los videos visionados, fue diseñado para encauzar a su audiencia hacia un contenido cada vez más extremo y garantizar así el máximo nivel de afinidad. De este modo, a cualquiera que busque información sobre el sistema solar en YouTube se le ofrecerán videos que sostienen la idea de que la Tierra es plana, mientras que quienes estén interesados en temas de salud serán rápidamente reorientados hacia tesis antivacunas y conspiracionistas. El mismo mecanismo entra de nuevo en juego en el terreno político. En los últimos años, los brasileños han sido testigos de la creciente popularidad de una nueva generación de youtubers de extrema derecha, los cuales han sabido explotar el algoritmo de la plataforma para multiplicar su visibilidad (e ingresos...). Es el caso de Carlos Jordy, un culturista recubierto de tatuajes que debe su popularidad, y su escaño en el Parlamento, a una serie de videos que denuncian una trama de maestros de izquierda para difundir el comunismo en las escuelas. O incluso el caso del Movimiento Brasil Libre (mbl), una organización fundada con motivo de la campaña a favor de procesar a la ex-presidenta Dilma Rousseff, que creó una auténtica factoría de producción de videos para YouTube gracias al uso de jóvenes profesionales dedicados a combatir lo que consideraban «la dictadura de la corrección política». En octubre de 2018, uno de los miembros más activos del movimiento, Kim Kataguiri, se convertía, a los 22 años, en el postulante más joven jamás elegido para el Congreso. Estos personajes, acompañados de innumerables figuras de perfil similar, contribuyeron a crear el clima que posibilitó la elección de un ex-militar de extrema derecha, muy popular en las redes sociales, a la Presidencia de la República.
En Europa se manifestaban las mismas dinámicas. Una investigación de The New York Times documentó la relación entre el uso de Facebook y la violencia contra los refugiados en Alemania. Al examinar los 3.000 casos de agresiones registrados en los últimos dos años, los investigadores descubrieron que el número de incidentes está directamente relacionado con el índice de penetración de Facebook. Cuando el uso de la plataforma está por encima de la media, la frecuencia de los asaltos también aumenta, con una relación directa que se reproduce en todos los ámbitos, desde la aldea rural a la gran ciudad. De la sobreexcitación digital a la ascensión política no hay más que un paso, algo que el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (afd, por sus siglas en alemán) se ha ocupado de explorar en los últimos años.
En Cataluña, el movimiento independentista nunca habría podido desarrollarse como lo ha hecho en los últimos años sin la infraestructura digital que le ha permitido, por un lado, construir un espacio de información alternativo, dentro del cual los argumentos populistas del nuevo nacionalismo catalán fueron capaces de echar raíces; y, por el otro, armar una auténtica organización clandestina, capaz de garantizar la realización de un referéndum en desafío a las prohibiciones oficiales. En este respecto, los activistas catalanes pudieron beneficiarse del consejo de un ingeniero del caos excepcional, el fundador de WikiLeaks, Julian Assange. Este último no se limitó a convertirse en uno de los principales apoyos internacionales de los independentistas, mientras componía tuits que tildaban al Estado español de «república bananera», sino que también enseñó a los militantes catalanistas a anular la vigilancia de las fuerzas del orden gracias al uso de servicios de mensajería encriptados. El día del referéndum, cada mesa electoral clandestina había sido equipada con su propio grupo de WhatsApp para informar a los votantes sobre los procedimientos para participar en la consulta y, a medida que las fuerzas del orden lograban infiltrarse en estos grupos, las comunicaciones se desplazaban a otras aplicaciones de mensajería más seguras, como Signal y Telegram.
En Francia, el movimiento de los «chalecos amarillos» (gilets jaunes) se nutrió desde el inicio de dos ingredientes: la rabia de ciertos círculos de las clases populares y el algoritmo de Facebook, desde los primeros grupos indignados que empezaron a aparecer en la plataforma a principios de 2018, hasta peticiones en línea contra el precio de los carburantes que obtuvieron millones de apoyos, pasando por grupos tales como La France en Colère!!! [Francia indignada] convertidos en los órganos de información y lugares de coordinación de la protesta. En ausencia de una organización formal, los creadores de las páginas de Facebook más seguidas se transformaron al instante en los líderes del movimiento, recibidos por las autoridades y cortejados por los medios de comunicación. De nuevo, lo que llama la atención es la rapidez del fenómeno: el video había aparecido en línea el 24 de octubre y, tres semanas después, el 17 de noviembre, 300.000 «chalecos amarillos» se movilizaban en todo el territorio francés, en una protesta autogestionada que causó una muerte y 585 heridos.
Una vez más, Facebook había funcionado como un mutiplicador formidable, al absorber los ingredientes más dispares para alimentar una epidemia de ira que se contagió desde la dimensión virtual a la realidad. En el germen de la protesta estaban las quejas legítimas de los contestatarios. Pero, desde el primer día, el algoritmo desenfrenado de la red social californiana combinó estos temas con llamadas a la revuelta de la extrema derecha y la extrema izquierda, noticias falsas y teorías conspirativas procedentes de una amplia variedad de fuentes. Circularon, asimismo, una carta falsa del presidente de la República en la que se invitaba a las fuerzas de la ley y el orden a utilizar toda la fuerza contra los manifestantes, los detalles de un complot masónico para subyugar a Francia y el análisis de un supuesto constitucionalista que explicaba que la elección de Emmanuel Macron había sido ilegítima. Para hacerse una idea de la naturaleza del cóctel explosivo que avivó la furia de los manifestantes, bastaba con echar un vistazo durante los días de protesta a la página de Facebook La France en colère!!!, principal lugar de coordinación del movimiento con decenas de millones de clics en su haber. Los argumentos más sensatos y testimonios reales de «chalecos amarillos» con dificultades se alternaban continuamente con ataques contra los diputados excesivamente remunerados y los medios de comunicación supeditados al poder establecido, pasando por noticias falsas de procedencia rusa e invitaciones a asaltar el Palacio del Elíseo.
En su plasticidad, capaz de combinar todo y, sobre todo, lo contrario de todo, el movimiento de los «chalecos amarillos» ha demostrado por enésima vez que la rabia contemporánea no nace solo de causas objetivas, ya sean de naturaleza económica o social. El auténtico talento de los ingenieros del caos reside en su capacidad de posicionarse en el vértice de esta intersección. Uno de ellos, el gran asesor de Viktor Orbán, Arthur Finkelstein, describía la situación en los siguientes términos ya en la primavera de 2011:
Viajo mucho por todo el mundo y observo una gran cantidad de rabia por todas partes. En Hungría, Jobbik [Movimiento por una Hungría Mejor] ganó 17% de los votos con el mensaje «es culpa de los romaníes». Lo mismo está ocurriendo en Francia, Suecia, Finlandia. En eeuu, la rabia se centra en los mexicanos, en los musulmanes. Hay un grito al unísono: nos quitan nuestro trabajo, cambian nuestra forma de vida. Todo esto producirá una demanda de gobiernos más firmes y hombres más fuertes, que «detengan a esa gente», sea cual sea «esa gente». Hablarán de la economía, pero el corazón de su asunto es muy distinto: es la rabia. Es una gran fuente de energía que se está acumulando por todas partes.12
Por tanto, los ingenieros del caos comprendieron antes que otros que la rabia constituía una fuente colosal de energía, y que podía explotarse para lograr cualquier objetivo, siempre y cuando se entendieran los mecanismos y se dominara la tecnología. Waldo no es más que la traducción política de las redes sociales. Una maquinaria temible que se alimenta de rabia y tiene como único principio el compromiso con sus simpatizantes. Lo importante es alimentar la rabia con contenidos «calientes» que susciten emociones. Detrás de la oficina de Davide Casaleggio en Milán, una pantalla mide en tiempo real la popularidad de los contenidos publicados en las diversas plataformas de la galaxia del m5s. Poco importa que sean positivos o negativos, progresistas o reaccionarios, verdaderos o falsos. Los conceptos que agradan son desarrollados y recuperados, y se transforman en campañas virales e iniciativas políticas. El resto desaparece, en un proceso darwiniano que tiene por único criterio la atención generada en la red.
Desde finales de 2014, la Liga de Matteo Salvini ha desarrollado un aparato similar, apodado «la Bestia». Los perfiles sociales de Salvini son analizados sistemáticamente para conocer qué publicaciones y tuits concentran la mayor cantidad de actividad y qué tipo de personas interactuaron. No se escatiman esfuerzos para alimentar a la Bestia, como demuestra el caso de la iniciativa Vinci Salvini, un juego en línea lanzado durante la campaña electoral de 2018 que permitía a quienes produjeran contenido a favor de la Liga acumular puntos y, por qué no, mantener un encuentro con el propio líder del partido. Todos los datos son fagocitados por la Bestia, que los escupe en forma de eslóganes y campañas capaces de cautivar a cientos de miles, a veces a millones de votantes. Por supuesto, como en el caso de Waldo, una mano humana se oculta tras la Bestia. Pertenece a Luca Morisi, doctor en Filosofía de la Universidad de Verona, donde enseñó «computación filosófica» durante diez años, es decir, «cómo la revolución digital redetermina los temas clásicos del pensamiento occidental». Claramente, el fruto de esta cuidadosa reflexión se identifica con las posturas al estilo Mussolini 2.0 del Capitán, el apodo que Morisi ha acuñado para Salvini.
Matteo es un defensor de la comunicación polarizada –dice–. Busca el contacto con la gente incluso cuando lo encañonan con una bazuca. Se crece con el conflicto.13
Engagement, engagement, engagement. El parámetro clave es siempre el mismo. Gracias a la astucia de Morisi, el Capitán se convirtió en pocos meses en el líder europeo más seguido en Facebook, con 3,3 millones de me gusta, contra los 2,5 millones de Angela Merkel y los 2,3 de Macron. Trump acumula 22 millones, pero –añade Morisi– «Matteo le gana en términos de participación pública: 2,6 millones de clics por semana para Salvini frente a 1,5 millones para Trump».
Para lograr estos resultados, hay quien afirma que la Liga utilizó ejércitos de software y de perfiles falsos. Morisi lo ha negado: «Nunca he creado ni administrado perfiles falsos de Twitter o Facebook para aumentar artificialmente la participación», ha asegurado. En cambio, reivindica haber creado avatares de carne y hueso. «En 2014, nosotros creamos una estrategia, ‘Conviértete en portavoz de Salvini’, que dio mucho que hablar: el usuario se registraba y aceptaba tuitear automáticamente los contenidos publicados por Salvini. No eran personas inventadas, sino gente real que accedió a tuitear contenidos concretos en determinados contextos». La iniciativa fue un éxito. Decenas de miles de personas, a menudo novicias en internet, acordaron registrarse en las redes sociales para convertirse en avatares del Capitano. «Pero desde entonces ha habido un apoyo tan fuerte, incluso en Twitter, que ya ni siquiera las necesitamos».

Este resultado, indiscutible en términos numéricos, nació en parte gracias a la habilidad de Morisi. Los nuevos ingenieros del caos son a menudo creativos y a veces dominan técnicas que los propagandistas tradicionales no siempre conocen. 

En Alemania, la campaña del partido de extrema derecha afd se las ingenió para que, cada vez que algún elector escribía el nombre de «Angela Merkel» en Google, el primer resultado fuera una página que denunciaba la traición de la canciller sobre la política de refugiados y las víctimas del terrorismo en Alemania. En eeuu, detrás de la aparente simplicidad de la campaña low cost de Trump, también se usaron técnicas psicométricas de Cambridge Analytica y, sobre todo, la capacidad para aprovechar las características más avanzadas de Facebook gracias a un equipo de técnicos puestos a disposición por la red social (que la campaña de Hillary Clinton había rechazado). En Brasil, los comunicadores a cargo de la campaña del candidato ultranacionalista Jair Bolsonaro eludieron los límites del contenido político en Facebook comprando miles de números de teléfono para bombardear a los usuarios de WhatsApp con mensajes y noticias falsas. No obstante, pese a los logros de los ingenieros del caos, la verdadera ventaja competitiva de Waldo no es de naturaleza técnica. Reside en las características del contenido en que se basa la propaganda populista. La indignación, el miedo, los prejuicios, el insulto, la polémica racista o sexista se propagan en la web y generan mucha más atención y compromiso que los debates soporíferos de la vieja política. Los ingenieros del caos son muy conscientes de ello. En palabras de Andy Wigmore, mano derecha del líder soberanista británico Nigel Farage y estratega de una de las dos campañas a favor del Brexit: «Cuando publicábamos algo sobre economía, obteníamos a lo sumo 3.000 o 4.000 me gusta. Si poníamos algo emocional, lográbamos 300.000 o 400.000 me gusta en cada ocasión, ¡a veces incluso dos o tres millones!». En Alemania, el contenido incendiario de los mensajes de la afd ha permitido al partido de extrema derecha imponerse en la red. Según una investigación de la agencia NewsWhip, cada publicación en la página de Facebook de la afd produce, de promedio, cinco veces más interacciones que una publicación de la Unión Demócrata Cristiana (cdu). ¿Qué más da si el compromiso de fidelidad procede de avivar los rescoldos de los prejuicios y el racismo, o de propagar informaciones falsas? «Nosotros fotografiamos la realidad –se defiende Morisi–. Por supuesto, usamos un cromatismo saturado, pero uno se da cuenta de que, de hecho, estos sentimientos ya existen en las personas».
Waldo asegura no hacer nada más que repetir lo que la gente piensa y hacerlo sin hipocresía, con el lenguaje que la gente usa. Y mucho mejor si las elites enemigas del pueblo consideran ofensivo y vulgar este lenguaje. Es un signo de su desconexión del pueblo, que solo Waldo representa. Mejor aún, refleja. Pero, al posicionarse como espejo de lo peor, Waldo actúa en calidad de su multiplicador. En Italia, como en los eeuu de Trump o en la Hungría de Orbán, el primer y principal efecto de la nueva propaganda es la relajación del habla y el comportamiento.

Por primera vez en mucho tiempo, la vulgaridad y los insultos personales han dejado de ser tabú. Los prejuicios, el racismo y el sexismo salen de su escondrijo. Las patrañas y las teorías conspirativas se convierten en una clave para interpretar la realidad.

Y todo esto se presenta como una guerra sacrosanta para la liberación de la palabra del pueblo, finalmente emancipada de los códigos opresivos de las elites globalizadas y políticamente correctas. Las mismas elites que ocasionaron la crisis financiera, causaron el empobrecimiento de las clases trabajadoras y, como guinda del pastel, conspiraron con las ong y grupos de interés judeo-masónicos para reemplazar la fuerza laboral local por migrantes de países en desarrollo.
Una vez que la ira se ha desatado, se hace posible construir cualquier tipo de operación política. «Averigua por qué la gente está indignada, diles que es culpa de Europa, vota y haz que se vote Brexit»: así resumía uno de los ingenieros del caos la estrategia, elemental y peligrosa, de una campaña de referéndum que parecía destinada a la derrota. «Déjenme ser el abanderado de vuestra ira»: de esta forma, el candidato más improbable de la historia materializó su asalto a la Casa Blanca.
Detrás de los principales acontecimientos geopolíticos de los últimos años, está la risa burlona de Waldo, el oso azul que parecía ser una broma y se convirtió en el actor que está cambiando la faz del mundo. Si para Lenin el comunismo eran los sóviets y la electricidad, para los ingenieros del caos el populismo nace de la combinación de la ira con los algoritmos.

Nota: este artículo es un extracto del libro Los ingenieros del caos (Oberon, Madrid, 2020). Traducción: Nicolás Boullosa.
        6.
S. Lenzi: In esilio, Rizzoli, Milán, 2018.
        7.
J. Lanier: Dawn of the New Everything: Encounters with Reality and Virtual Reality, Henry Holt and Co., Nueva York, 2017.
        8.
Bloguero y comentarista político con gran difusión en el mundo germanoparlante [n. del t.].
        9.
La conferencia intergubernamental para adoptar el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular se llevó a cabo –a petición de la Asamblea General de la ONU– en Marrakech, Marruecos, el 10 y 11 de diciembre de 2018. Se trata del inicio de las negociaciones formales y no la firma de un pacto vinculante de ningún tipo [n. del t.].
        10.
Alusión a Fight Club [El club de la pelea], filme de 1999 dirigido por David Fincher y protagonizado por Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonham Carter, adaptación de la novela homónima de Chuck Palahniuk (1996) [n. del t.].
        11.
M. Maeso: Les conspirateurs du silence, L’Observatoire, París, 2018.
        12.
Conferencia en el Instituto Cevro, Praga, 16/5/2011.
        13.
Bruno Vespa: Rivoluzione. Uomini e retroscena della Terza Repubblica, Mondadori, Milán, 2018.
        Fuente: NUEVA SOCIEDAD 312 / JULIO - AGOSTO 2024 - https://nuso.org/articulo/312-rabia-politica-algoritmos/ - Imagen de portada: La Gaceta

 

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