¿El amigo americano?



El millonario estadounidense Douglas Tompkins es dueño de unas 135 mil hectáreas en los Esteros del Iberá. El jura que compró campos al por mayor para armar una reserva natural que donará al Estado, pero sus enemigos creen que viene por el agua.

Texto: Marina Aizen (maizen@clarin.com)

Los carpinchos andan sueltos, depositando por todas partes montículos que parecen hechos de aceitunas negras. Son bichos mansos, aunque a veces se agarran entre sí y se dejan unas heridas profundas que luego se trasuntanpor debajo de sus pelos marrones. Desde que el perro fuedesalojado de esta estancia, llamadaRincón del Socorro, volvieronlos ñandúes. Uno de ellos se pavonea con su harén de cuatro hembras, mientras come el pasto tierno. En medio de este paisaje exótico del Iberá, el millonario estadounidense Douglas Tompkins se agacha para levantar una tapita de unabotella de agua mineral, que desentona tanto con el resto. El llegó a este paraje de horizontes chatos hace unos ocho años, y desde entonces se ha convertido en un mito para todo Corrientes. "Es más famosoque el oso hormiguero –dice el intendente de Carlos Pellegrini, el pueblo vecino–. Todos preguntan quién es el gringo." Y verá : "Agua brillante" enguaraní. Dicen en la zona que los poetas no necesitan de un mar para inspirarse porque tienen el humedal. Una enormidad de líquido: para ser exactos, 1,3 millón de hectáreas acuosas. Tompkins empezóadquiriendo 50 mil a precio vil, y ahora tiene 135 mil. Y va a ir por más en cuanto se le presente la ocasión. Es paradójico, porque a él ni siquiera le gustaba este paisaje que desde el aire se parece al lomo peludo de un animal. Le faltabael océano, las montañas de Chile, su otro hogar. Pero terminó rindiéndose a sus encantos, por la misma razón que sucumben correntinos y turistas: las amapolas de agua que pintan el infinito deamarillo si están en flor; los yabirús, pájaros gigantes que caminan con torpeza exquisita; los yacarés de lomo renegrido tomando sol despreocupadamente. "Todo ecosistema es hermoso cuando está en buenas condiciones", dice él. Si Mr. Tompkins se hubiera enamorado del Iberá y nada más, a nadie le hubiera preocupado realmente su presencia en Corrientes. Pero como donde él pone el ojo también hace política, se terminó armando un mboyeré , lo que en guaraní quiere decir un mayúsculo despelote. Aquí, donde los hombres de campo se visten con bombacha, faja y boina para ir al pueblo, este yanqui globalifóbico se convirtió en fuente de suspicacia colectiva. Y se produjo un choque cultural digno del Big Bang. ¿Quién es? ¿Quién lo manda? ¿Qué se quiere llevar? "Es una misteriosa sombra invasiva", dice convencidísima Araceli Ferreyra, ex diputada provincial por el Frente para la Victoria, y una delas que quieren echarlo. Ella fue una de las que llevó a Luis D'Elía a cortarle el alambrado a su campo. "No es casualidad que se asiente en zonas donde hay agua. No digo que se la vaya a llevar en botellitas o que se la vaya a llevar ahora. Pero es cierto que se viene una escasez mundial y las guerras en este siglo serán por el agua", añade. Cansado de escuchar que suidea es quedarse con la parte del león del Acuífero Guaraní –una gigantesca reserva de agua que está bajo sus tierras–, Tompkins dice con sorna que construyó un caño secreto, que atraviesa la corteza terrestre, para enviarles agua a los chinos. "Todos los días les mandamos la factura. Si no pagan, se la cortamos", describe. Que no lo repita, porque alguien se lo va a terminar creyendo. Como se cree en la conspiración. O en las ánimas. "Nosotros, en realidad, somos los defensores de esta agua. Queremos preservar el humedal, toda la biodiversidad depende del agua –agrega luego, en serio–. A mí me gusta el agua. Quiero que permanezca pura, en el lugar al que pertenece y que se use inteligentemente. El modelo económico neoliberal imperante tiene el concepto de sustituibilidad infinita: creen que cuando un recurso se acabe, el mercado va a encontrar otro. Pero no han encontrado uno para el agua." 

CUANDO LA LIMOSNA ES GRANDE... 

En Estados Unidos, la figura del millonario filántropo, que con su fortuna quiere dejar su impronta y cambiar el mundo, es parte de la tradición histórica. No se los considera seres estrambóticos, sino parte del tejido social. Pero en Corrientes –donde persiste una fuerte mentalidad feudal– nadie cree que un gringo compre tierras para hacer una reserva natural y luego regalársela al Estado, como Tompkins jura que hará. "Esperemos que sea el parque más grande del país. Uno no debería sorprenderse de que haya oposición a los proyectos conservacionistas, porque hay oposición en todas partes. No sé de ningún caso en donde no haya sucedido", afirma. Lo dice como un guerrero contento, aunquehay batallas que lo dejan de cama. Dice vivir tan íntimamente sus convicciones ecológicas, que jura que se despierta de noche cubierto en sudor "por el daño que provocan los agroquímicos de la soja al suelo". Aun así, en la patria chica del chamamé lo miran con mucha desconfianza. "No le creo lo del plan ecologista", afirma enfático Daniel Blas Ferrando, presidente de la Sociedad Rural de Mercedes, y otro de sus encarnados opositores. Al dirigente no le entra en la cabeza que alguien con tanta fortuna –unos 400 millones de dólares, se cree– coma hamburguesas en la plaza del pueblo y se tome el micro para ir a Buenos Aires, en vez de trasladarse en una súper cuatro por cuatro. "Es el gran administrador de una corporación muy grande. No le creo que haya vendido una fábrica de camperitas de esquí (The North Face) y que con eso hizo una fortuna. El es la cara visible del PNUD", afirma. El PNUD –siglas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo– es una agencia de la cual la Argentina es miembro plenamente activo. Pero aquí se habla de este tipo de organismos internacionales como si fueran a invadir la zona con helicópteros negros. Ferrando acusa a Tompkins de afectar el equilibrio ecológico, porque, según él, al no tener ganado pastando se le queman los campos: "Una vez pueden habérselos incendiado intencionalmente, pero todos los años no". Uno de los primeros en agitar el avispero contra el gringo viejo fue el productor arrocero mercedino Eduardo Aguerre, quien para hacer crecer su cereal toma agua de la Laguna Fernández, parte del humedal que fue declarado reserva natural en 1983. La confrontación era de esperarse, pero tuvo un crescendo sorpresivo. Sebastián Cirignoli, un biólogo que trabaja para el estadounidense,le interpuso al correntino una medida cautelar para que dejase de sembrar en la zona, una orden que –de todos modos– éste jamás acató. La disputa tomó un giro violento cuando Aguerre molió a palos a Cirignoli. Lo mandó al hospital con varios traumatismos. "Así se hace justicia en Corrientes", dicen que le dijo el empresario. "Cirignoli es un perro de Tompkins", retruca, por su parte, Aguerre. El arrocero añade que "Tompkins y el PNUD están confabulando contra el desarrollo de la provincia de Corrientes. No me cabe la menor duda". Su esposa, Mabel, es portavoz de Iberá Patrimonio de los Correntinos,la organización más activa contra el millonario. Mientras media Argentinadesconfía de la Justicia como método para resolver disputas, Tompkins busca aliados para librar su batalla ambientalista en los tribunales. Uno de ellos es Bruno Leiva,poblador del paraje Yahaveré, ubicado en el medio del humedal. Este le ganó un juicio a la compañía de capitales argentinos Forestal Andina, que construyó un terraplén de 22 kilómetros en laguna, dejando encerradas a 14 amilias y comprometiendo el flujo el agua sobre la planicie. El Superior ribunal de Justicia de la provincia fue el que dio el veredicto. Como la empresa no cumplió con la orden de demolición, otro tribunal le exigió al Instituto Correntino de Ambiente y Agua (ICAA) que llevara a cabo las tareas de demolición. El tema hoy es quién pagará la cuenta: "El que contamina debería pagar; si el que contamina no paga, significa que hay impunidad para todo el mundo. La mayoría de los correntinos y los argentinos les gustaría ver que se cumpla un fallo de la Corte, porque éste es un problema nacional", dice Tompkins. 

EL MILLONARIO ANTICAPITALISTA 

Para entrar a la casa del gringo más mentado hay que sacarse los zapatos. También, con tanta caca de carpincho por todas partes... No es una mansión descomunal, sino una casa de tres ambientes grandes, decorada con maderas claras y muebles de tela. El resto de las construcciones de la estancia, incluyendo las casas de los trabajadores y las habitaciones del hotel, reproducen la misma 
estética. Cerca de la tranquera, un pequeño altar en homenaje al Gauchito Gil tiene las velas siempre encendidas. Al millonario no le molesta.Pasa unos seis meses al año aquí; el resto del tiempo vive en Chile, donde tiene más de 300 mil hectáreas, o viaja. Para entender qué hace él en Corrientes hay que comprender su filosofía y su pensamiento político. Con los pies enfundados en medias color beige claro, mate de tiro largo en mano, dedica tres horas de su tiempo a explicarse. Sabe que su discurso es capaz de erizarle los pelos tanto a la derecha como a la izquierda tradicional, porque prioriza el ideal del medio ambiente sano al de la lucha contra la desigualdad y la pobreza. "No podés tener justicia social en un planeta muerto", sostiene convencido, con tono de predicador. Pero su principal enemigo es lo que él llama "la megatecnología", una categorización en la que incluye desde la nanotecnología y la biotecnología hasta las computadoras. Aunque él vive bastante pendiente de su laptop (usa la misma desde hace tres años), es un convencido de que las computadoras aceleran la globalización y la capacidad destructiva de las grandes corporaciones, porque pemiten mover monstruosas cantidades de dinero en menos de un segundo y acabar con el medio ambiente. Así y todo, Tompkins no es un anticapitalista clásico: más bien cree en un estilo de capitalismo local, en el que uno pueda conocer la historia de un producto, saber de dónde se extrajo el material para fabricarlo y entender las consecuencias ambientales que esto produjo. En lo que descree es en lo que él denomina "megacapitalismo", el capitalismo de escala mun dial, en el que se transfieren materias primas y productos de una punta a la otra, provocando, entre otras cosas, el recalentamiento del clima. Tal es su encono con las computadoras que, en un viaje en avión desde Moscú a San Francisco, casi se agarra de los pelos con Steve Jobs, fundador de Apple, a quien conoce desde hace añares, porque es de San Francisco como él. "Steve ve a la computación como una gran tecnología liberadora que llevará a la Tierra Prometida, cuando lo que está haciendo es acelerar la destrucción de la naturaleza. Las computadoras tienen un 5% de hermoso y un 95% de impacto negativo. La sociedad humana puede manejar esto. La naturaleza, no", sostiene. ¿Y qué tiene que ver todo este rollo antitecnológico con el Iberá? Simple. Para él, rescatar la biodiversidad es devolverle al planeta lo saqueado por el hombre. Como ya tenía tierras en el humedal, una vez que terminó su proyecto de parque nacional en Chile –El Corcovado– puso más fichas en Corrientes. Para Tompkins, reintroducir especies que estaban extinguidas en la zona, como el oso hormiguero, es un acto político. Le va a tomar unos veinte años reintroducir otras especies originarias, incluyendo a los predadores. Una vez que el ecosistema esté restaurado –promete– llegará el momento de donar todo. Para los que viven del ecoturismo, como los vecinos de Carlos Pellegrini, que reciben 25 mil visitantes al año, él es el amigo americano: les está construyendo un camping, les arregló la plaza y hasta prometió forestarles el camino de acceso al pueblo, como para que quede una costanera bonita. Los productores, en cambio, lo detestan. Por eso, Ferrando, el de la Sociedad Rural, habla de "una enajenación encubierta de 1.300.000 hectáreas". 
Sobre su proyecto en el Iberá, Tompkins añade: "El centro de todo es la conservación de la biodiversidad. No sé de ningún otro marcador político, social o económico mejor que la biodiversidad. Está todo ahí. Estamos entrando en un siglo en el que la ecología será lo más importante, y lo social, político y cultural vendrá después". En un país como la Argentina, donde la cuenta social pendiente es gigante, esta frase puede sonar políticamente incorrecta. Pero el millonario encuentra consuelo en pensadores como Joel Kovel, un ecomarxista de Nueva York, autor del libro Enemigo de la naturaleza , al que considera vanguardista. Tompkins, en cuya casa de San Francisco se fundó el movimiento antiglobalización, está convencido de que la historia le dará la razón. "Hace quince años la palabra globalización ni siquiera estaba en el diccionario. Ahora sí", argumenta. Tompkins también le puede dar bastante munición a la derecha nacionalista con un proyecto muy audaz: el de fundar un parque binacional en Tierra del Fuego. "Ni en Chile ni en la Argentina se dan cuenta de que los parques transnacionales están dándose en todas partes. Son muy exitosos en Africa, Europa, entre Estados Unidos y México... En términos conservacionistas, los africanos están más adelantados que los argentinos. Por la naturaleza insular del ciudadano medio argentino es difícil imaginar que los africanos pueden estar más adelantados, ¿no?", afirma. Si el millonario fuera argentino, ¿desataría tamaña controversia? Difícil saberlo: lo que sí es seguro es que su nacionalidad tiene un componente irritante, que puede encenderse como pólvora aun entre los que lo estiman. El día que, para arreglar la plaza de Carlos Pellegrini, a alguien se le ocurrió mover el busto de San Martín, enseguida corrió un rumor aciago: "¡Quieren poner una estatua de Tompkins!". Y se armó una batahola de aquellas. Esto es, después de todo, Corrientes. La Argentina.
(Fuente: Clarin)

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