El otro decrecimiento







Luis Alsó
Rebelión



  Rebaños.-
 Leía hace tiempo un libro que versaba sobre los parques nacionales de América del Norte y decía que antes de invadirla los “rostros pálidos”  e iniciar su campaña de extermínio, los rebaños de bisontes eran tan numerosos que sumaban no menos de sesenta millones de ejemplares. Comentándolo con un amigo, éste me replicaba: “imposible, hubiesen arrasado la pradera norteamericana”. Le hice observar que no se trataba sólo del territorio de EU, sino tambien del de Canadá y parte de México, y me contestó: “Aún así son demasiados”. Nunca  pude saber si el libro estaba equivocado o si el equivocado era mi amigo; pero sí sé que la huella ecológica de un norteamericano, es, pese a su tamaño menor, incomparablemente mayor a la de un bisonte.Y en Norteamérica hay unos 500 millones de personas; equivalente, como mínimo, en cuanto a huella ecológica se refiere, a varios miles de millones de bisontes: una estampida devastadora. Y eso que la de Norteamérica no se considera una demografía explosiva como la de China, que tiene menos de la mitad de su extensión y más del doble de su población. Claro que en Norteamérica, como en el resto del planeta, han sobrevivido hasta ahora gracias a  una drástica reducción o extinción de multitud de especies (bisontes incluídos) que estaban allí desde millones de años antes, y una sobrexplotación del suelo, el agua y la atmósfera que empieza a revelarse insostenible. Nunca ha existido en la naturaleza un mamífero superior con tanto impacto ecológico como el ser humano y que,  a la vez,  se haya multiplicado tanto. 
      Hasta hace poco se consideraba reaccionario en los círculos de izquierda alertar sobre el problema demográfico, considerándolo una coartada neomalthusiana para eliminar, como un desecho sobrante, a los excluídos del sistema. No les faltaba razón: el asesor ecológico del presidente Sarkozy, por ejemplo, supuestamente un “prestigioso experto” en problemas medioambientales, aconseja congelar la ayuda a los países subdesarrollados para frenar la explosión de la natalidad; y, por otra parte, el Imperio azuza en esos países guerras interétnicas o religiosas para reducir (al estilo “Informe Lugano”) la superpoblación. Pero esa crítica sólo atañe a la forma de solucionar el problema, no al fondo del mismo. Otros alegaban que el progreso reduciría espontaneamente  el crecimiento demográfico, como ya se podía comprobar en los países desarrollados; sólo que ese “progreso” - hoy severamente cuestionado- llegaría tarde o nunca a los países subdesarrollados, que son mayoría.  Un importante sector de la izquierda, ecológicamente ignaro, alegaba incluso que la población mundial, camino ya de los siete mil millones de individuos, no representaba un problema porque la Tierra tenía capacidad para alimentar a  doce mil. La pregunta es: ¿a costa de qué?; y la respuesta es: a costa de la extinción de miles de nuevas especies, o de una reducción  brutal de sus hábitats, que, inexorablemente, serán dedicados a viviendas, infrastructuras o nuevas explotaciones agrícolas. La pérdida de biodiversidad es una de las mayores amenazas para nuestra supervivencia, nos avisa la ONU en este inicio del 2.010 “año de la biodiversidad”. Miles de cadenas biológicas han colapsado o está a punto de colapsar. La lista de especies en peligro de extinción crece sin cesar, y sabemos que muchas de ellas (lince y oso ibéricos, tigre de Bengala, atún rojo, etc..) son ya difíciles de recuperar. 
  Encuentros en la tercera fase.-
      La conciencia ecológica del ser humano ha recorrido tres etapas, especialmente en  nuestra civilización occidental judeo-cristiana (en otras siempre existió una avanzada conciencia de interdependencia con la Naturaleza):
      -En la primera, la Naturaleza toda estaba a nuestra disposición para ser explotada sin límites, según los designios del Creador que constan en los libros “revelados”.
      -En la segunda, sobrevenida tras constatar el impacto medioambiental de la revolución industrial,  descubrimos nuestra estrecha dependencia de una Naturaleza de la que nos habíamos olvidado, y cuyos límites no podemos sobrepasar, pese  a lo que pudiera deducirse de aquellos libros sagrados. El inicio de esta etapa lo marca la aparición de la obra del Club de Roma “Los límites del crecimiento”, que supone el ocaso de la visión antropocéntrica del mundo.
      -Nos encontramos ahora en la “tercera fase”, y, a semejanza de la película del mismo título, hemos contactado con alienígenas; sólo que esos alienígenas somos nosotros mismos, auténticos extraños en la Tierra. La toma de conciencia ecológica en su etapa más desarrollada consiste, en efecto, en comprender que el ser humano civilizado no es, como se decía, el rey de la creación, sino el rey de la destrucción; y que ha sobrevivido hipotecando el futuro del planeta; es decir, su propio futuro. Desde esta perspectiva, la civilización se asemeja a un cáncer de la biosfera en estado de metástasis. Como todo tumor maligno, en efecto, parasita y devora el tejido vivo de la biosfera hasta destruirlo y perecer con él.  Nuestra civilización tiene, en efecto, fecha de caducidad, y hemos pasado a engrosar la lista de especies amenazadas. 
        Crisis de civilización.-
       Hace muchos años -en mis tiempos de estudiante, cuando aún no se visualizaba el problema ecológico- un profesor definía así la civilización: “civilización es todo aquello que no es naturaleza”. Sin saberlo él, esta definición por exclusión contendría ya, de ser cierta, conclusiones inquietantes para el futuro de la especie humana, pues se trataría de un sistema “extraño” que  interferiría en otro preexistente, alterando inevitablemente su equilibrio dinámico. Toda civilización, pues, aún la más primitiva, sería “antinatural” aunque se desarrollase en la Naturaleza, y sería, a la larga, insostenible. Ello no es rigurosamente cierto, salvo si confundimos civilización  con cultura, pues en muchas especies (y, por supuesto, en la de los monos antropomorfos) existen un conjunto de hábitos “culturales” que se transmiten por vía de aprendizaje, o por vía genética, y que son compatibles con la conservación del entorno. Salvo en el hipotético caso de una explosión demográfica; pero estas explosiones, frecuentes en la Naturaleza, acaban siempre siendo corregidas por diversos mecanismos reguladores (incluyendo los mecanismos regluladores de la propia atmósfera descubiertos por J. Lovelock).  Algunas de estas correcciones son dramáticas, como el caso de los lemmings árticos, que en años de bonanza experimentan una explosión demográfica tal que -pese al incremento de la predación que sufren- desemboca en un suicidio en masa que evita la devastación de la tundra. Otras son “blandas” como el caso de  algunas aves del desierto de Sonora, que en años de extrema sequía no entran en celo para  evitar que sus crías mueran de hambre por falta de semillas. Lo cierto es que la biosfera en esto es implacable ¿Nos impondrá una solución dramática a los humanos o nos autoimpondremos nosotros una solución “blanda”?. No faltan algunos síntomas esperanzadores para ésta última:  además de la reducción en los países desarrollados se está produciendo también, por vez primera, una espontánea disminución de la natalidad en los no desarrollados. (Además la crisis económica provocada por el neoliberalismo está provocándola en algunos países del Norte desarrollado, especialmente los exsocialistas: la antigua RDA, Rusia y Letonia, p.e.). Pero, a su vez, se acumulan factores que abonan una solución dramática.  
      Además del agotamiento de las fuentes de energía (y el “bache” que se producirá antes de que el petróleo y el carbón puedan ser sustituídos por fuentes renovables), la escasez de agua potable es otro de ellos, y se va a ver agravado por el cambio climático y la contaminación. En muchos países, ríos antaño caudalosos bajan considerablemente mermados: el lago Chad se está convirtiendo en una laguna (el cinturón saheliano acabará añadiendo varios millones de kilómetros cuadrados al desierto del Sahara).  Grandes ríos asiáticos estan tambien amenzados por el acelerado derretimiento de los glaciares del Himalaya; y lo mismo cabe decir de los que alimentan de los glaciares andinos.  Cruentas guerras por el agua se perfilan en  un horizonte no lejano. Las guerras imperiales, a su vez, están contaminando ríos como el Tigris y el Eufrates que alimentaban el “creciente fértil” (hoy Irak, antaño proveedor cerealero de la zona, tiene que importar cada vez mas grano para proveer su propia alimentación). Por otra parte, la subida del nivel del mar provocada por el cambio climático inundará o salinizará, esterilizándolos, muchos terrenos de cultivo costeros, reduciendo su extensión. 
      La expansión de la agricultura y la pesca.-
      El salto cualitativo de la cultura  a la civilización se produce con el descubrimientos del fuego y la agricultura. Este dominio de la energía y de la genética permitiría, a la larga, alterar no sólo el equilibrio de las especies, sino tambien la composición fisica y química de la biosfera, así como erradicar  muchos factores naturales limitantes del crecimiento de la población. Paradójicamente, este éxito ha  sido una de las causas de su fracaso La más primitiva de las civilizaciones dominadoras del fuego ya sería incompatible con el medio ambiente en el hipotético caso de  una demografía desmesurada:  aparte de arrasar bosques, miles de millones de hogueras diarias para calentarse y cocinar alimentos acabarían generando tambien un impactante efecto invernadero (ya está ocurriendo en el norte de la India con el hollin generado por multitud de hogueras campesinas). Por ello resulta absurda la postura de los negacionistas del cambio climático,  sosteniendo que miles de toneladas adicionales de CO2- y miles de sustancias contaminantes- lanzadas diariamente a la atmósfera en los últimos siglos  resulten inocuas para ésta (ya lo hemos comprobado con el desgarro de la capa de ozono). La ganaderia -especialmente el ganado vacuno y porcino- ha crecido de tal manera que el metano que genera se ha convertido, junto con el CO2, en uno de los gases mas importantes del cambio climático. Igualmente, y polución aparte, las necesidades alimentarias de siete mil millones de seres humanos (no hablemos de las de los nueve mil que se esperan para mediados de siglo) están en la base de la sobrexplotación pesquera y el exterminio creciente de especies marinas (ahora mismo se desarrolla frente a las costas de Somalia  una auténtica guerra por el atún rojo; como antes la hubo entre España y Canadá por el fletán).  
            Otro frente de lucha contra la naturaleza -lejos de la bucólica convivencia con ella que se le ha atribuído tradicionalmente- ha sido la agricultura. El cultivo de especies vegetales no es un descubrimiento exclusivo de la especie humana: algunas especies de hormigas, por ejemplo, cultivan los hongos que le sirven de alimento, pero sin desquilibrar su entorno. El agricultor humano, sin embargo, ha sido el pionero de la destrucción de la biodiversidad, en su empeño secular por eliminar la “malas hierbas” y las “alimañas”, así como por talar bosques para destinarlos a terrenos de cultivo. El monocultivo de la agricultura de exportación- y de los biocombustibles- ha generado asimismo graves daños a la fauna entomológica y edafológica, al hacer necesario el uso masivo de contaminantes pesticidas y abonos químicos (el “desierto verde” del monocultivo sojero ya está produciendo una verdadera catástrofe ecológica en algunos países latinoamericanos, como Argentina, donde se arrasan miles de hectáreas de bosques nativos para plantar soja transgénica, que deja tras de sí suelos estériles). Si bien la agricultura ecológica corrige los defectos de la industrial exportadora, su extensión excesiva -de la mano de un crecimiento poblacional incontrolado- acabaría también con la biodiversidad, al reducir drásticamente los hábitats silvestres. 
      Conclusión.-
      Hábitos de vida sostenibles devienen insostenibles a partir de un crecimiento excesivo de la especie depredadora (y la humana es, con mucho, la más depredadora del planeta). Incluso la más primitiva y menos impactante foma de civilización -como el cazador-recolector bosquimano o las tribus amazónicas trashumantes- representaría una amenaza para el planeta si la practicasen siete mil millones de individuos,  aún cuando siguiesen intactos los bosques primigenios. Deberíamos, pues, en el ámbito demográfico, tender también a un “crecimiento cero”; para pasar, más adelante, a un  decrecimiento.  Decrecimiento aún no cuantificable, pero que, unido a un decrecimiento del consumo,  debería producir una reducción sustancial de nuestra devastadora huella ecológica, evitanto que necesitemos un Planeta B del que no disponemos, y que se impongan, por tanto, las soluciones dramáticas. Se trata de una carrrera contra el tiempo que hay que iniciar ya, pues si no regulamos la población y se materializa el crecimiento en dos mil millones de seres humanos previsto para mediados de este siglo, lo más probable es que las hambrunas y las guerras hagan el “trabajo sucio”.

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