Argentina: Los diarios del primer Malón de la Paz y la vigencia de un reclamo
El libro "Los diarios del Malón de la Paz" (Ediciones Biblioteca Nacional) recupera las bitácoras de viaje del indígena Hermógenes Cayo y el teniente Mario Augusto Bertonasco. Su lectura, como el prólogo de Marcelo Valko, permite poner en perspectiva la respuesta estatal desde 1946, gobierno de Juan Domingo Perón, hasta la actualidad con el Tercer Malón acampando frente a la Corte Suprema.
Por Marcelo Valko (*)
En este libro se reúnen por primera vez los diarios de viaje completos de dos integrantes del Malón de la Paz. Primero, el del puneño Hermógenes Cayo, natural de Miraflores de la Candelaria; un personaje excepcional, al punto de que años después de la marcha, el documentalista Jorge Prelorán (1933-2009), asistido por Sergio Barbieri, realizó un documental que lo tiene como protagonista, debido a su arte como imaginero religioso —el film Hermógenes Cayo, un imaginero de la Puna, estrenado a comienzo de 1969, se convirtió en una verdadera joya etnográfica—. El segundo autor es el teniente Mario Augusto Bertonasco, un funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión, hombre tan cercano al presidente Juan Perón que lo designó para que integrara el contingente kolla que caminó desde el norte hasta Buenos Aires para recuperar sus tierras usurpadas por latifundistas.
Los reclamos indígenas por maltratos, vejaciones y usurpaciones de tierras vienen de muy larga data. Podríamos decir que comienzan el 13 de octubre de 1492. Sin ir tan lejos, y en lo que atañe a la Argentina, el que tuvo mayor impacto a nivel nacional debido a la extraordinaria repercusión mediática fue precisamente el Malón de la Paz, que en 1946 protagonizaron 174 kollas de la puna jujeña y el oeste salteño. Distintas comunidades con problemáticas similares, nacidas en una temporalidad agraria, cíclica, con una paciencia mineral propia de la tierra, dijeron “¡Basta! ¡Ya no más!”.
Pero la voz de los invisibles, aunque se alce por sus derechos pisoteados o tierras ancestrales usurpadas, no surte efecto si el grito no se escucha en el centro del poder político. Por ello, debían llevar sus voces a la lejana capital. Por primera vez, las palabras apenas murmuradas se convertían en esperanza, se transformaban en acción. Lo hicieron a su estilo, sin estridencias, sin causar molestias ni provocar enojos de nadie, aunque los que estaban hartos de avasallamientos eran ellos. Y así marcharon dos mil kilómetros durante ochenta y un días hasta la Reina del Plata, para que el nuevo gobierno, que había renovado el aire del país, les entregara los títulos de propiedad de sus tierras.
Las comunidades padecían condiciones de explotación extrema: usurpación de tierras, el látigo del capataz, el cepo del hacendado, jornales arbitrarios y hasta impunes abusos sexuales como el medieval derecho de pernada o el habitual chineo —“chinear” o “ir de chinas” es un delito de envergadura regional que consiste en violación en banda a jóvenes indígenas—. Las voces arrastraban ecos centenarios de los eternos invisibles, abusados desde tiempos de la Colonia por las elites norteñas. Sus reclamos se habían estrellado infinidad de veces ante la indiferencia de los tribunales provinciales, manipulados por los señores feudales enquistados en el poder. Esta vez, su pedido de justicia, tan formidable como humilde, se escucharía en todo el país.
El Malón de la Paz comenzó a moverse el 15 de mayo, poco antes de que el flamante gobierno de Juan Perón asumiera la presidencia, el 4 de junio de 1946. El nuevo paradigma de justicia social proclamado por el presidente agitaba los corazones de los puneños, cuyas tierras habían sido usurpadas por latifundistas. Entre ellos, se destacaba Robustiano Patrón Costa, dueño del ingenio San Martín del Tabacal —poseía mano de obra esclava perteneciente a diversas etnias (chiriguanos, qom, pilagás y chorotes)—, socio de la Standard Oil, campeón del “fraude patriótico” que lo había convertido sucesiva- mente en diputado y gobernador.
En ese sentido, cabe recordar al respecto que el golpe del 4 de junio de 1943, del cual Perón fue una figura relevante, buscó impedir precisamente que Patrón Costa se apoderara de la presidencia argentina. Por ende, era un contrincante perfecto para contraponer sus prácticas feudales con los ideales que representaba Perón en lo concerniente a leyes laborales que dieran dignidad a los trabajadores. Su apoyo al Malón de la Paz permitía mostrar ambas posiciones a la perfección y fue puesto en evidencia por medios oficialistas: “En nombre de Dios, libérenos de la esclavitud” (Aquí Está, 8/7/1946, p. 1), “Justicia Social para el indio” (El Líder, 24/7/1946, p. 8), donde fustigaban a las oligarquías norteñas. Incluso una publicación que miraba a los kollas con inocultable desprecio como La Idea, de orientación radical, hacía hincapié en la usurpación: “la tribu venía a gestionar ante el gobierno nacional la entrega de las tierras que le fueron quitadas” (La Idea, 20/7/46, p. 1).
El reclamo masivo comenzó en forma promisoria, contando desde su inicio con el apoyo del flamante gobierno, que encomendó al teniente Bertonasco viajar con los kollas y monitorear la marcha desde el interior. El reclamo indígena, durante casi tres meses, fue tapa de periódicos y revistas. No solo apareció en la portada de los principales diarios o en noticieros que se exhibían en los cines, como Sucesos Argentinos, sino también en la sección de deportes y hasta en revistas de la farándula como los populares semanarios Antena y Radiolandia.
Tras recibir a la caravana en Plaza de Mayo, los kollas fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes, junto con extranjeros que acababan de bajar del barco. Tres semanas después, fueron secuestrados por la Marina, arrojados en un tren de ganado y deportados con custodia armada hasta Abra Pampa, conocida en aquel entonces como la Siberia argentina, mientras las autoridades negaban tener participación en lo ocurrido. ¿Pudo suceder algo así?
Con el final, regresó el silencio. Nadie recuerda que por primera y única vez en la historia argentina dos indígenas estuvieron en el balcón de la Casa Rosada, ante una Plaza de Mayo colmada. Perón tuvo el coraje de hacerlo, pero la fiesta inicial acabó en una frustración mayúscula y los integrantes del Malón de la Paz regresaron a la invisibilidad habitual. Su reclamo se desdibujó y fue reprimido de la memoria nacional, cumpliéndose el triste vaticinio que había lanzado Atahualpa Yupanqui tras el desenlace: “Dentro de poco serás el tema pálido de algo de lo mucho que ocurre en el tiempo”. Durante décadas, el reclamo cayó en tierra de nadie, dado que el episodio incomodaba a unos y otros. Como señala Bayer en el prólogo que escribió para mi investigación —Los indios invisibles del Malón de la Paz— “en este estudio profundo todos los protagonistas de la sociedad constituida quedan mal: peronistas, radicales, los católicos y sus publicaciones, la clase política, la clase propietaria, la docencia. Todo se cae a pedazos cuando la sociedad guarda silencio con el pasado de injusticia”. Como bien expone Hermógenes Cayo en su diario: “lo que ha sido verdad es verdad”, guste a quien le guste.
Para descargar el libro Los diarios del Malón de la Paz ingresá al siguiente link: https://www.bn.gov.ar/micrositios/libros/ensayo-ciencia-humanidades/los-diarios-del-malon-de-la-paz
(*) Marcelo Valko es investigador sobre genocidio indígena y afrodescendientes. Autor del libro Los indios invisibles del Malón de la Paz.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/los-diarios-del-primer-malon-de-la-paz-y-la-vigencia-de-un-reclamo/ - Imagen de portada: Imagen: Ediciones Biblioteca Nacional