“Continuamente se vende la idea de que en el futuro habrá sitio solo para unos pocos elegidos”

Con su segunda novela ‘Los que escuchan’, el escritor Diego Sánchez Aguilar explora las distintas formas en las que la ansiedad permea unas vidas agitadas por “pequeños presentes apocalípticos”, en el cual el autor consigue crear un universo complejo para explorar las formas en las que la aceleración del presente y la alerta ante el futuro se conjugan en un mundo que exuda ansiedad.

Entrevista de: Sarah Babiker

En tiempos de aceleración, poco tiempo e imperio de las redes sociales, escribir una novela de más de 500 páginas es cuanto menos osado.
Es desde luego un suicidio mercantil escribir una novela larga. Pero como en general ya la literatura es en sí un suicidio en cuanto a todo lo que tiene que ver con lo económico, pues qué más da 300 páginas o 500. Tenía muchas cosas que decir y he necesitado esa extensión para hacerlo.
¿Qué permite esta extensión? Parece que ahí has creado todo un universo.

Permite crear un mundo más complejo, sí. Mi intención no era escribir una novela que fuera todo planteamiento, nudo, desenlace. Todo con mucha unidad y mucha intensidad. Yo tenía un concepto de novela mucho más abierto, el concepto de novela de Cervantes, Bolaño, Foster Wallace, una novela abierta que permite que entren un montón de narraciones, un montón de personajes y hacer un retrato complejo y multifocal del presente.
Y justamente, ¿cómo contar el presente?, ¿este presente en el que pasan tantas cosas a la vez y que parece en cierto punto inenarrable, que se nos escapa?
Quería sacar unas cuantas escenas del presente focalizando sobre todo en la idea del futuro. El futuro está muy presente en todos los personajes. Hay un montón de referencias al futuro y esa cancelación del futuro que creo que vivimos ahora mismo genera todo tipo de ansiedades en los personajes. Es una novela sobre la ansiedad. Hablo de cómo el presente se relaciona con el futuro: y lo que me ha salido en esa ecuación es que presente más futuro, es igual a ansiedad.
Hay un personaje que se llama Esperanza, que introduce la cuestión de la ecoansiedad, ella es una activista medioambiental y está muy preocupada por el cambio climático. Asunción, que es su hermana está inmersa en una tremenda ansiedad laboral por un cambio de dirección en su empresa, y el hijo de Asunción, que se llama Andrés, está inmerso en una ansiedad escolar. Es algo de lo que no se habla tanto. Y esa ansiedad escolar está sobre todo motivada por esa ideología del éxito a toda costa. Él la sufre de una forma bastante dolorosa.
Tomando el personaje de Andrés, justamente la trama empieza prácticamente en el instituto. Se trata de espacios donde pasan muchas cosas, pero que están muy invisibilizados. ¿Qué nos permite contar desde ese lugar?
Un instituto es un reflejo absoluto de la sociedad. Es como un microcosmos donde se dan todas las esencias ideológicas y sociológicas de la realidad. Yo he situado la novela en este instituto que además es de élite. El lema del instituto es “esfuerzo, liderazgo y excelencia”. Así, Andrés está sometido continuamente a la presión por competir con sus compañeros. Se habla poco de ello, hay muchísima competitividad en los centros educativos. De hecho, ahora, la nueva Ley de Educación ya no habla de conocimientos o de desarrollos, sino de competencias. No es nada azaroso ese cambio lingüístico. Ahora mismo todo está enfocado a competir. Se vende la idea continuamente de que en el futuro va a haber muy poco sitio para unos pocos elegidos. Y eso Andrés lo sufre, capítulo tras capítulo.
En cierto modo pones la mirada en quienes miran desde afuera de la normalidad, desde la interrupción, algo que les sucede tanto a Andrés como a Esperanza.
Sí, Esperanza y Andrés están en las afueras. Asunción estaría un poco más en el meollo. Pero claro, la cuestión de las afueras es importante en la novela. Y es que parte mucho ideológicamente —aunque no se manifiesta explícitamente— del concepto de Mark Fisher de realismo capitalista, quien se plantea la pregunta de cómo pensar en un futuro o un mundo fuera de los márgenes del capitalismo. Esto parece imposible. Todos los personajes que se intentan mover fuera o que no encajan del todo en esa ideología se quedan con la etiqueta de fracasado, de loco, de ingenuo. Y eso es lo que te desplaza continuamente de la sociedad.
Hay un personaje que remite a Greta Thunberg, que no sonríe jamás aunque todo el mundo quiera que lo haga, ¿qué poder tiene esa resistencia a la inercia?
 
Sí, Sonja, que es un trasunto de Greta, efectivamente se caracteriza porque no sonríe nunca. Es una figura de dignidad y de silencio frente a realidad. Los asesores de imagen de esta cumbre climática que aparece en el libro, quieren continuamente vender un relato, quieren que Sonia sea la cara sonriente de ese relato en el cual hay un futuro, un futuro ecológico, el medioambiente se salva, los niños sonríen... pero Sonja no sonríe nunca, se niega. Es una pieza de resistencia absoluta frente a ese relato que es una mentira.
La historia viaja del instituto, del trabajo, de la Cumbre del Futuro, al universo íntimo de la casa familiar. Un espacio que desata la memoria y donde hay mucho mundo. 
Claro, por eso es una novela extensa, porque quería meter muchas cosas y que no fuera nada plano. Es una novela muy política porque todo el rato se está pasando de lo personal a lo social y a lo político. Pero no es un ensayo, no es una novela de tesis. Hay muchísima emotividad. Una emotividad que está en todos los personajes, pero especialmente en la relación entre Esperanza y su madre. Esperanza entra en la novela para cuidar a su madre que tiene Alzheimer. Todo el proceso de degradación de la madre ante los ojos de su hija, con la que nunca se llevó bien, con la que estuvo 20 años sin hablarse, es un proceso que motiva y genera la parte más emocional de la novela.
¿De qué manera se relaciona, —si es que se relaciona y no lo estoy infiriendo yo erróneamente— ese No future de la camiseta de Esperanza, con el deterioro de la madre con Alzheimer?
Sí que es cierto que el deterioro de la madre al final termina simbolizando el deterioro de una cierta ideología, una cierta forma de ver el mundo. Pero como está todo tan mezclado con lo humano, con lo sentimental, no creo que sea un símbolo demasiado evidente o no he intentado que fuera así. Pero es verdad que al final, sin ser mi idea inicial, conforme fui desarrollando la novela, sí que vi que estaba ahí esa idea, quizás de forma inconsciente.
ELVIRA MEGÍAS

Hay en los personajes una búsqueda de un diagnóstico, de un relato. ¿Crees que es una condición contemporánea esa búsqueda de algo que dé sentido a lo que estamos viviendo?
Claro. Uno de los grandes temas de la novela es el lenguaje y el concepto de relato en muchos sentidos. Por ejemplo, Asunción trabaja en una empresa de marketing y ella lo que tiene que hacer son relatos. Ella tiene que hacer un relato que dé miedo, un relato que asuste a la gente para que compren alarmas, porque su empresa es de alarmas. Los asesores de los políticos de la Cumbre del G7 están buscando un relato. Primero, un relato para vender la idea de que van a salvar el planeta gracias a sus medidas ambientales. Y por otro lado, un relato que pueda salvar a sus presidentes de ese cataclismo que ha sucedido en la Cumbre del Futuro y que les ha dejado prácticamente catatónicos.
Esperanza está buscando un relato utópico, un relato en el que su activismo y su arte político tengan un sentido y no sean algo ridículo, algo totalmente inútil. Yo creo que tal vez la única que no busca un relato de futuro es Asunción, que ya está tan preocupada con sus relatos de terror para la empresa de alarmas que apenas puede plantearse un relato de futuro. Y frente a todos esos relatos luego estaría el personaje de Ulises, que es el loco de la novela. El profeta loco que tiene su programa de radio, que es quien renuncia completamente al relato porque considera que todo el lenguaje ya está completamente caduco, completamente contaminado por el marketing y que lo que hay que hacer es dejar de hablar, dejar de hablar y escuchar la llegada poética, casi sagrada de un nuevo lenguaje que permita un relato diferente que tal vez no sea ni relato.
Cuando hablas de Asunción, muestras el trabajo como un mundo independiente con sus propias lógicas, su propio universo que atrapa a las personas.
El primer capítulo en el que aparece Asunción es frente a un semáforo que está en verde, y ella tiene una gran ansiedad, ridícula pero cotidiana por pasar el semáforo, porque si se pone rojo va a tardar cinco minutos más en llegar al trabajo y eso puede ser un pequeño cataclismo como otro de esos pequeños cataclismos que vivimos en la ansiedad contemporánea. Entonces ella va todo el rato de plazo en plazo: toda su trama es una carrera contra los plazos. En el capítulo 1, una carrera contra el semáforo. En el siguiente capítulo, una carrera contra el plazo que les han impuesto para conseguir los objetivos trimestrales de la empresa. Es una sucesión de pequeños presentes apocalípticos que son realmente ridículos, pero que en el fondo los vivimos con esa intensidad siempre en nuestro día a día.
En relación con la ansiedad de la que hablas, que es  un estado de alerta constante, el ruido que algunos de los personajes escuchan ¿simbolizaría de algún modo esa ansiedad?
El ruido es un símbolo muy polivalente en la novela. Por supuesto, está la idea del ruido continuo de medios de comunicación, de relatos que nos bombardean para vendernos mil ideas. Eso es un ruido. Pero luego también está el ruido tal y como lo plantea el personaje de Ulises, que es lo contrario: sería como el ruido del silencio, aunque no exista tal silencio. Un ruido que no se deja traducir, mientras que hay una sobreabundancia de signos que tienen un significado, que al final todo es el mismo significado: es éxito contra fracaso, beneficio contra pérdida. El ruido de Ulises, que él pretende que todo el mundo escuche, sería un ruido sin significado. Un ruido que no se deja traducir ni pasar al lenguaje, que sería como ese gran afuera del concepto totalizador que decía Mark Fisher del realismo capitalista. Es una afuera de eso.
Como escritor y docente de Literatura en secundaria, ¿qué piensas de la relación del alumnado actual con la lectura?
No creo que carezcan de interés ni de curiosidad los jóvenes, ni mucho menos, la tienen. Pero sí que es cierto que son malos tiempos para la lectura. Yo no culpo a los jóvenes de ello, diciendo que no leen como si fuera una actitud agresiva y activa de ellos. Los jóvenes no leen porque la sociedad no deja espacio para la literatura. Pongo un ejemplo, yo soy del 74, cuando yo tenía 15, 16 años, para mí era muy frecuente ver en televisión a escritores. No es que fueran estrellas, pero había programas de literatura, los escritores salían en la tele, en prensa... y con el paso de los años, cada vez que sale un escritor en la tele es porque ha muerto. Recuerdo que estaba en un bar, cuando murió José Ángel Valente, fue solo ver su cara en la pantalla y dije, pobre hombre, se ha muerto. Es decir, no se deja espacio.
Luego, por supuesto, los móviles son brutales para la literatura. Con el enganche que producen redes y vídeos, la atención se desplaza, la cultura escrita está desapareciendo en favor de la cultura audiovisual. Eso también se puede ver en la evolución de las redes sociales. Yo entré en internet con los blogs, en los blogs leíamos mucho, tenían artículos y comentarios larguísimos, se producían debates muy chulos. De los blogs pasamos a Facebook, en Facebook se escribía —todavía es un espacio donde se puede escribir— y de Facebook pasamos a Twitter, con un límite de caracteres, ya se reduce la palabra escrita. Luego a Instagram, que solo son fotos, ya el texto desaparece, luego Tiktok, que es vídeo...
Yo creo que la palabra escrita, con el tiempo y la concentración que requieren la lectura y la literatura, se está quedando fuera. Claro que los jóvenes leen poco, pero no es culpa ni de los jóvenes ni de los profesores. Mucha gente dice “es que no les motiváis a leer”, no me jodas, somos los últimos de Filipinas, estamos en un ataque continuo contra la literatura. Hacemos lo que podemos, pero ellos van a leer conmigo en clase media hora, una hora. En cuanto salen de mi clase están con el móvil, que es lo que se les pide, a lo que se les engancha.

Nacido en Cartagena en 1974, Diego Sánchez Aguilar es doctor en Filología Hispánica. Autor de relatos —con Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino ganó el premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en 2016— y poesía, este profesor de Lengua Castellana y Literatura, ya adelantó en su primera novela Factbook: El libro de los hechos (Candaya, 2018), una mirada crítica a la sociedad actual a través de una distopía muy realista, que fue bien recibida por la crítica. Con Los que Escuchan (Candaya, 2023)
Fuente: ElSaltoDiario.es

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